15 de enero de 2025
Comentario destacado
Writing compare and contrast essay
Un momento después yo conocía la historia. Madura profesora enamorada de alumno canalla. Cómo no se me había ocurrido antes. La señorita Etelvina tiene el tipo exacto para ese género de catástrofes. La imagino guardando violetas aplastadas entre las páginas de Bécquer; casi puedo verla, durante las clases, mirando furtivamente a un previsible desalmado que por lo visto, se parecía a mí. "Total, que se enamoró como una retardada", dice Verónica sin contemplaciones mientras la señorita Etelvina, a mis espaldas, simula reírse de sí misma con un cloqueo capaz de partir en dos una piedra basáltica. "Y el muy turro", dice Verónica, "jugó una apuesta y se acostó por fin con ella", pero cuando lo dice la pobre señorita Etelvina ya se ha ido y el boceto está terminado. Verónica y yo estarnos solos en la casa vacía. Hasta que la mujer no despertara no podía moverse de allí: ésa era su mayor tragedia. En el departamento guardaba botellas de whisky, queso y galletas, pero no tenia sed ni otro deseo que acercar la mirada al lente del telescopio y ver la respiración de la mujer: arriba, abajo, arriba, abajo. A veces notaba que las aletas de la nariz se le abrían un poco más, algo casi imperceptible que tal vez fuera un suspiro. Trataba de verificarlo observando el pecho, que también debía expandirse, pero atender a un movimiento le hacia perder el otro: eran transformaciones demasiado sutiles, que la distancia confundía. Todo el tiempo sentía la tentación de cruzar la calle y sentarse junto a la cama de la mujer, para poder concentrarse mejor en ella y darle un poco de agua de vez en cuando, pero no podía arriesgarse a que se despertara de golpe y, al verlo, se diera cuenta de todo. A la vez, tenía miedo de que, en el rápido tránsito de un departamento a otro, alguien lo reconociera. Si al menos hubiera podido averiguar cuánto duraba el efecto del fenobarbital, estaría más tranquilo. ¿No se le habría ido la mano? Quizá la mujer había entrado en un coma del que no saldría. De pronto, sintió terror. El no era un criminal. No había querido hacerle más daño del que se merecía Quizá debía buscar un teléfono público y hacer una denuncia anónima. Pero en ese caso, la mujer yaciendo entre manchas de sangre se convertía en un escándalo policial. –Qué pienso, en qué sentido. Mariano no dijo nada. –Bien -dijo este Rubinstein-. Vístete y salgamos. -Lerdo lerdo lerdo -murmuraba F. Alexander-. La noche fue siniestra. Lloviendo el cielo alienado la noche entera sin parar. El río Medellín se desbordó y con él sus ciento ochenta quebradas. Las unas, las subterráneas, que habíamos metido en cintura en atanores bajo las calles entubándolas a costa de tanto sudor y peculado, se abrían iracundas sus camisas de fuerza, rompían el pavimento y frenéticas, maniáticas, lunáticas, se salían como locas descamisadas a arrastrar carros y a hacer estragos. Las otras, sus hermanas libres -arroyos risueños en tiempos de cordura, mansas palomas- saltaban ahora vueltas trombas rugientes, endemoniadas, de las montañas, a volcarse sobre nosotros, a inundarnos, a ahogarnos, a desvariarme y hacerme subir la fiebre. Y desventrado el cielo, desbordado el río, desquiciadas las quebradas, se empezaron a alborotar las alcantarillas, a rebosarse, a salir a borbotones, y a subir, a subir, a subir hacia mis balcones el inmenso mar de mierda. Conste. Lo advertí. Que íbamosa acabar en eso. Tengo un coche allá, entre los árboles -le decís-. Vas a subir ahora conmigo, mansa, sin hablar, y vas a quedarte a mi lado para siempre. Sabés de sobra que a mí no se me abandona. –Bien -dijo el Encargado de Egresos-, lo dejaremos así. Lo importante es que tengas dónde vivir. Bueno, está también el problema del trabajo ¿no? -y me mostró una larga lista de empleos posibles, pero yo pensé que para eso había tiempo de sobra. Primero un lindo ymalenco descanso. Podía buscarme unacrastada apenas saliera y llenarme así loscarmanos, pero tendría que hacerlo con mucho cuidado y completamenteodinoco. Ya no confiaba en los supuestosdrugos. Así que le dije a esteveco que dejáramos estar un poco la cosa, y que ya volveríamos agoborarla. Elveco dijo bien bien bien y se preparó para salir. Descubrí que era un tipo muy raro deveco, pues en ese momento soltó una risita y luego dijo: -¿Te gustaría darme un puñetazo en la cara, antes que me vaya? -Me pareció que yo no habíaslusado bien, y le pregunté: –Cómo se llama este lugar -pregunté. –Eh, cómo. Mitchum, escribía Reina, trató de ilustrar esa idea al exhibir, en una prodigiosa escena deLa noche del cazador, las falanges de sus manos tatuadas con las palabras Love y Hate, Amor y Odio, entrecruzándolas para explicar las batallas eternas entre el Bien y el Mal. Camargo sabía que el dato era falso: los gnósticos habían inspirado no a Mitchum -hombre de lecturas precarias-, sino a Charles Laughton, el director del film. De todos modos, la digresión era inoportuna y de ningún modo iba apublicarla. A Camargo le daba lo mismo que Jesús hubiera tenido un gemelo o una hermana melliza, o tres. Ya nadie podría cambiar la dirección en que se había movido la historia de la especie humana. Y además, en plena guerra con el presidente, no era momento para abrir otro frente de conflictoirritando a los obispos de la Iglesia, que llamarían blasfemia a lo que era sólo una cándida provocación. Esa noche fue laúltima: al amanecer me marché para siempre de esa casa. Y de Medellín y de Antioquia y de Colombia y de esta vida. Pero de esta vida no, eso fue unos días después, cuando me llamó Carlos por teléfono a México a informarme que le acababan de apurar la muerte a Darío porque se estaba asfixiando, porque ya no aguantaba más y rogaba que lo mataran. Y en ese instante, con el teléfono en la mano, me mori. Colombia es un país afortunado. Tiene un escritor único. Uno que escribe muerto. –Qué hago acá yo, entonces -dijo Insiarte-. ¿Me voy para Jáchal, me voy para La Unión? Lo mejor es que llame a Camargo por el celular. Entonces, cuando estábamos en estos razonamientos profundos, que se nos aparece ¿saben quién? ¡El Difunto! "Difuntico, ¿tú por aquí? ¡Qué milagro! ¡Y fuera de tus dominios, en mi barrio de Boston! Yo te hacía ya muerto". Que no, que andaba de vacaciones en La Costa. Que el que sí se murió, esta mañana, fue El Ñato. "¿Cuál Ñato?" "Pues el tira de Junín, que detestaba a los maricas". Que en el cruce de Maracaibo con la Avenida Oriental, desde una moto unos sicarios lo quebraron. "¡No puede ser! -exclamé asombrado-. Al Ñato sí lo mataron, y ahí, en ese mismo punto del espacio, pero hace treinta años, cuando ni siquiera habían abierto la Avenida Oriental, que era una calle estrecha. Más aún: él fue de los con que inauguraron esta modalidad de disparar desde una moto. Fue el pionero". Que no, que ése sería otro, que el que él decía lo acababan de matar donde dijo, esta mañana. Que fuera al entierro a ver si no era cierto. Y me dio la dirección de la casa donde lo iban a velar. Le dije que pensaba ir por la tarde, pero que aparte de eso ¿qué más? ¿No irían a venir enseguida también, por nosotros, los de la moto? Que no, que por hoy no me preocupara. –¿Novelerías «El Corsario Rojo» o «El Corsario Negro»? Por Dios, abuela, estás loca, no sabés lo que decís. ¿Por qué hablás de lo que no conocés? Vos lo único que sabes es lavar, planchar, barrer, trapiar, cocinar, criar gallinas y marranos, cuidar perros y limpiar café. Ah, y oír radionovelas. ¿Cuántas te oís al día? ¿Cinco? ¿O diez? ¡Qué aburrición! –Su vuelto, señor..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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