15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Me lo imaginaba. A veces pienso que te conozco desde que naciste. Estoy hablando de esta noche, de la quinta. –Sí. -Mirabas hacia un lugar situado un centímetro sobre mis ojos. -Me quise matar. –Lamento agregarte un problema, Camargo. Remis volvió a faltar. Algo debía de andar mal entre ella y su protector porque hace un par de meses, en una reunión de editores de O Estado, Pimenta se quejó de que Sandra estaba descuidando su trabajo y anunció que le había pedido la renuncia. En la redacción del diario vieron al director investigando en el correo privado de la computadora de Sandra para leer los mensajes que ella habría recibido de un empresario ecuatoriano, del cual -creía Pimenta, acaso sin razón- la joven estaba enamorada. Inició entonces una persecución tenaz: llamó a los directores de todos los medios de información, en San Pablo y en Río de Janeiro, y les pidió que rechazaran a Sandra cuando fuera en busca de empleo. La acusó de recibir coimas de una empresa de aviación y de mentir a sus jefes. «El Presidente tiene visiones místicas„ era el título de El Heraldo en la edición del día siguiente. Camargo estaba seguro de que el diario rival no publicaría una sola palabra sobre los escandalosos depósitos en el banco de San Pablo. Aunque lo averiguaran, lo ocultarían. En el último par de años el presidente los había colmado de favores, concesiones de ondas radiales y cotos de caza y pesca para turistas de lujo en la Patagonia. Calcul6 ese silencio, pero no el efecto teatral de un título más llamativo. Visiones místicas. En un país que había sido gobernado por magos y adivinos, esa frase era un imán. Debía haber ordenado a los cronistas de Olivos que estuvieran más atentos a la intimidad del presidente. Nadie prestaría atención ahora a los siete millones de dólares que un muchacho tonto de veintiún años había metido en una cuenta fantasma. Dirían que era un error, o que la plata era de otro. Las visiones místicas ocuparían el horizonte. –¡Ahí está, ahí está! -me decía mientras yo instalaba de nuevo la hamaca y a él en ella. Yendo por la carrera Palacé entre los saltapatrases, los simios bípedos, pensando en Alexis, llorando por él, me tropecé con un muchacho. Nos saludamos creyendo que nos conocíamos. ¿Pero de dónde? ¿Del apartamento de los relojes? No. ¿De la televisión? Tampoco. Ni él ni yo habíamos salido nunca en la televisión, o sea que prácticamente ni existíamos. Le pregunté que para dónde iba y me contestó que para ninguna parte. Como yo tampoco, bien podíamos seguir juntos sin interferimos. –Eso sí que es poesía. Pensar que ustedes inventaron la inspiración. Si a la gente la dejaran escribir a lo que salga, el planeta estaría lleno de mierda. Es la primera palabra que se le ocurre al ser humano. Sin ánimo de ofenderte, ¿no te parece un poco temprano para la ginebra, y hasta para el mate? ¿No se te ocurrió pensar, es un decir, que yo podría estar durmiendo? –¿Y qué le gustaría hacer con esos huevos? -preguntó el otro. –Ésas son sutilezas -sonrió a medias el doctor Brodsky-. No nos interesan los motivos, la ética superior. Sólo queremos eliminar el delito… –Podríamos decir que es un caso critico, señor. –¿Qué me querés decir con eso? –¿Está graduada en algo? "Hay algo enél, en Santiago", habías dicho, "algo, no sé, que le aparece a ráfagas, como a pesar de él mismo; hace un momento, por ejemplo, cuando habló y habló, fue tan hermoso." Yo no recuerdo cuáles pudieron ser las palabras del jujeño, pero recuerdo las tuyas al filo del atardecer. Volvíamos de los altos del Observatorio en dirección al coche de Lalo. Me parece ver un laberinto de calles que subían y bajaban, me parece ver árboles que tenían hojas color cobre. Sí, es cierto, había dicho yo, y no pude callarme el agregar con inconcebible mezquindad: Pero más que nada tiene la virtud de pasar inadvertido, de diluirse entre las cosas. El diminuto profesor Urba, caminando un poco adelante entre la señorita Etelvina y Verónica, interrumpió una frase en la que intervenían los astros y la numerología en el trazado original de la ciudad y, dándose vuelta, me miró con sarcasmo. Vos estabas demasiado ausente como para reparar en la intención de mis palabras y contestaste que sí, que eso también era verdad. "Lo raro es que él y vos se parecen", dijiste, "no físicamente ni tampoco en el carácter, es algo más…" ¿Profundo?, dije yo mientras arrancaba molesto una ramitade un cantero y me la llevaba a la boca. "Misterioso", dijiste con una sonrisa, y señalaste al jujeño, quien, alzando con distracción el brazo, cortó al pasar una hoja doraday,después de mirarla un segundo la dejó caer. Bastían venía en otro grupo, un poco más atrás. Ahora me doy vuelta y está masticando un malvón, pensé. Después, cuando llegamos al automóvil, comprendí, por la cara inquieta de Lalo, que en ese coche iba a faltar espacio para alguien. El ómnibus de la universidad no se veía por ninguna parte. Y por esa oscura ley de las compensaciones que gobierna ciertos actos, casuales en apariencia pero que en el fondo no son sino modos de saldar en secreto una deuda secreta, dije que vos y yo volveríamos a pie, que me dolía la cabeza y que tenía necesidad de caminar. El doctor Urba volvió a sonreír. Dijo: Entonces aprovechemos, compadre Santiago, ahora que cabemos todos. Nadie pareció notar nada. El jujeño contestó algo sobre un almacén y despacho de bebidas que había por ahí cerca y que debía visitar con alguna urgencia. Verónica estaba recordándole a alguien llamado Guerri que esa noche era la fiesta en el Cerro y ahora te pedía que llamaras a no sé quién. Vos dijiste que estabas sin teléfono desde hacía diez días, y, antes de que yo pudiera pensar en nada, Verónica, mirándome con alegre malignidad, preguntó cómo íbamos a hacer esa noche para avisar que te quedabas a dormir en la quinta. Frase ambigua que podía ser interpretada de mil maneras: una de las cuales era que vos ibas a hacer en tu casa la parodia de la niña que vuelve a alguna hora pero vuelve, y que esto de llamar desde la quinta tenía quizá algo de vieja ceremonia. O tal vez todo era inocente, un juego del que yo desconocía las reglas. No tuve tiempo de averiguarlo. Una pareja estuvo a punto de llevarnos por delante y fue como si la tarde se detuviera y se abriese un paréntesis en el tiempo. El profesor Urba, Verónica y la señoritaCavarozzi subieron al coche de Lalo. La señorita Cavarozzi, golpeando el vidrio con sus uñas, como si fuera un pianito, se despidió del aire. –¿Y para qué diablos necesitaba la extremaunción? Si con cincuenta años de matrimonio o infierno no pagó en vida esa pobre victima lo que pudiera deber de purgatorio, entonces yo no sé con qué. –Yes -contestó la condenada, con un «si» tan obvio como estúpido. A las diez, después de verla dejar en la cocina la taza de té que acaba de tomar, Camargo llama a la puerta. –¿Con el bien o sin el bien, no te suena eso, Norita, como a redundancia? Para eso han estado siempre los médicos, para desbarrancarnos, con la bendición del cura, en el despeñadero de la eternidad. –Me confundí, entonces -admitió la chica. Pero no se disculpó..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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