15 de enero de 2025
Comentario destacado
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La mujer está por salir nuevamente de viaje, y resolvés entrar un mediodía, después de que se ha marchado la empleada de la limpieza. Aunque no hay el menor peligro de que alguien te sorprenda, apenas franqueás la puerta y dejas atrás el breve pasillo oscuro donde la mujer cuelga sus abrigos, te apresurás a bajar todas las persianas. Sentís que algo de vos mismo puede estar aún observando por el telescopio desde la ventana de enfrente y la idea, aunque es absurda, te incomoda. El dormitorio es mucho más grande de lo que se ve a la distancia, aun con una lente tan poderosa como la tuya. Hay un televisor ante la cama y, a un costado, un vestidor muy amplio con dos filas paralelas de ropa, separadas según las estaciones. Alguna vez podrías ocultarte allí y contemplar a la mujer de cerca mientras duerme, en estado de indefensión. Esa idea entra en vos y ya no te deja, no te deja. Estás atado ahora a la idea como un animal ciego. Vas examinando con detenimiento los cajones y las junturas de las puertas, porque querés saber si la mujer, temiendo que sus secretos sean descubiertos por miradas intrusas, los ha protegido con cintas adhesivas o clips delatores. Luego escarbás entre lasropas, en busca de papeles ocultos, y estudies uno por uno los documentos y recortes que hay en el escritorio. Contra lo que suponías, no encontrás copias de ningún email, inofensivo o de los otros. Hay sólo notas, tomadas quizá de una enciclopedia, para un ensayo que la mujer parece estar preparando y, debajo, tarjetas postales de los lugares a los que ha viajado en los últimos meses: Quito, Venecia, París, Madrid, Río de Janeiro, México. En el reverso de las postales se leen frases que suenan a fragmentos de algún poema y que están dirigidas a una nopersona, a una figura retórica, tal vez a un alguien que es la mujer misma. –Vos lo único que te merecés, Colombia, es al maricón Gaviria, que con todos los huecos que te tapó y las calles que te construyó, te abrió la importación de carros y te embotelló el destino. ¿Por que lo elegiste, pendeja, quién te obligó? ¿Te pusieron acaso un revólver en la cabeza? Ahora ya no vas para ningún lado (si es que para alguno ibas), país de mierda. Entonces losmilitsos se dedicaron a preparar una larga declaración que yo tendría que firmar; y yo pensé, infierno y basura, si ustedes bastardos están del lado del Bien, me alegro de pertenecer al otro club. -Muy bien -les dije-,brachnosgrasños,sodosvonosos . Escriban, escriban, no pienso arrastrarme más sobre elbruco ,merscas basuras.¿Por dónde quieren empezar, animales calosos? ¿Desde mi último correccional?Joroschó,joroschó, pues ahí lo tienen. -Y empecé a hablar, y elmilitso taquígrafo, uncheloveco tranquilo y tímido, que no era un verdaderomilitso, comenzó a llenar página tras página tras página. Les confesé la ultraviolencia, elcrasteo, losdratsas , el unodós unodós, todo lo que había hecho hasta lavesche de esa noche con el robo a laptitsastarria ybugata de loscotos y lascotas maullantes. Y procuré que mis llamadosdrugos estuviesen bien metidos en el asunto, hasta elschiya . Cuando terminé, elmilitso taquígrafo parecía un poco enfermo, pobre infeliz. El jefemilitso le dijo con unagolosa casi amable: Bien. Algún antepasado mío fue arrojado a la alcantarilla y de allí lo recogieron; aunque, si se lo mira con calma, ésta también es una idea narcisista. Dejemos la alcantarilla. El hecho es que un hombre remoto cumplió la mayoría de edad y, al salir del orfelinato, el Señor del Escritorio dijo: Atención, guachito, vamos a darte un apellido. Te llamarás Expósito. Con equis. Y él, que seguramente tenía el humor siniestro de casi toda mi familia, pensó gracias, Spicciafuocco es peor. Sin contar con que si uno se llama Gambastorda o Roncaforte puede jurar por Dios que no pertenece a la casa de Alba. Yo, en cambio, soy mi propio origen, me celebro y me fundo a mí mismo. Que vengan a probarme que no desciendo de Alfonso el Sabio o de Bernal Díaz del Castillo, gran prosista. Y él salió a la calle, miró en torno y dijo: Todos los argentinos somos expósitos. Guacho: gaucho. Un orfanato planetario de 3694 kilómetros de largo por 1460 en su anchura máxima, limitado al norte y al poniente con otros asilos de desolación, al este con el exilio y al sur con la Nada. Lo cual explica muchas cosas; entre otras, nuestra falta de orgullo nacional, nuestro sensiblero amor a la madre y nuestra moral de carpe diem. Veamos, reflexionó. Ontología patria. Expósito Ixpiacoc, el abuelo primordial, intenta echar raíces. Oye una fanfarria, ve a distancias telescópicas un árbol copudo, observa a unos niños rotosos y gambeteadores disputándose con pasión una pelota. ¿Qué ha percibido? Himno nacional que celebra de los rudos campeones los rostros, Marte mismo parece animar. No es un himno, es una payasada. Para no hablar de la Marcha de San Lorenzo, con Febo, que asoma, y un sordo ruido que oír se deja. De corceles. Ñatos matungos petisos y unos paisanos chuecos que vienen aser las Huestes. Cero en historia. El árbol es un ombú, que ni es árbol ni pertenece al paisaje. Es una planta, un yuyo, un arbusto a escala de dinosaurios. Solo y anacrónico como los leones de don Quijote. Algo lo desarraigó de la selva y lo empujó hacia el sur, Dios, o el azar, o su propia voluntad de gigante loco que se puso a caminar contra el pampero por contrariar a la naturaleza. No sirve ni para leña ni para empalizada ni para muñirse de garrote. Fofo como una madre, sólo da sombra. Y asilo. Una planta desarraigada para el descanso de la huida de un huérfano trasplantado. Deporte típico: foot ball. Balompié es peor. Boca juniors. Algo así como un concubinato monstruoso entre Garibaldi y la Reina Victoria. Qué país, manes de Atahualpa. Si hasta él, zorzal criollo, el bronce que sonríe. Viejo Garlitos, cómo nos hiciste la porquería de nacer en Francia. Habría que fundar todo otra vez, dijo. Y creció y se multiplicó y perdió la equis. Hasta que, en la conmoción oscura y violenta de una siesta pueblerina: el Gran Misterio del Galpón. Jodienda y cachondeo sobre las tibias amarillas pajas. Ellos, los microzoos metafísicos. Conmigo a la cabeza. Eran miles, somos miles, cientos de miles arremetiendo juntos. Nunca imaginó nadie jornada más gloriosa. Un batifondo de epopeya conmoviendo los valles de la uretra, Falopio que soplaba su trompeta; los hocicos resollantes de las tencas. Y él, Güemes bicrobiano, Estebanzoide, dando feroces alaridos épicos. Y él era yo. Los otros rodearon suicidas los últimos reductos, de cabeza locamente se lanzaban hasta que las resistencias cayeron con fragor, y yo, que entonces era él, advertí de pronto la Puerta Estrecha, la grieta franca y enigmática. ¡Ábranse!, debí de gritar mientras pensaba para mis adentros: Y ahora, qué. Me derrumbó la noche. Oremus. Esbebanzoide ha muerto. Te llamarás Estebanfeto. Bien. Y él fue como los pólipos. Y él durmió, y al despertar fue como el pez de pupila alucinada. Y soñó. Y al despertar fue como los renacuajos. Entonces, meditó. Encogido sapo, filósofo uterino, reflexionó acerca de profundos misterios. Quién, qué soy, se interrogó clamando en la honda noche húmeda, de dónde vengo, para qué. Y cantó en las tinieblas su canción acuática: Oh lejana irrecuperable infancia, yo era el alegre delfín cola de pez, había sitio en el universopara mí y ahora todo tan remoto y sumergido. Porque se encontraba a punto de tomar una resolución, y Esteban, como la Naturaleza, cuando está triste o desorientado canta. Pero a veces sus cantos son espantosos. Y la resolución que él debía tomar era crecer. Y creció. Y él mismo fue en sí mismo y dentro del claustro materno todo el origen de todas las especies, y la naturaleza evocó y repitió en él sus primeros repugnantes tanteos, sus horrorizadas vueltas atrás y sus deformidades. Un día le borró la cuerda dorsal como ya otra vez había diezmado los peces de enormes caparazones. Y, delirante, al día siguiente, le inventó riñones gigantescos, esponjas bestiales que poblaron hasta casi reinar en ella, la bóveda del peritoneo. Y tuve un hígado titánico, un hígado prometeico. que combatió por su mundo visceral: un hígado como para mil buitres. Y tuve una cabeza de pesadilla, fantástica en su pavorosa degeneración, una cabeza del tamaño del vientre de mi madre, que reinó y mandó sobre mi triste cuerpo. Cosa que aún me pasa y que es algo molesta para vivir, hablando en general. Pero no quemar etapas. Natura non faecit saltum. Estamos aún en el planeta húmedo, en el fangoso y demencial período de agigantamientos, época incoherente y monstruosa que, en la panza usada por mis equinodermos y moluscos y medusas para dar una forma nueva y un alma inmortal, corresponde a las noches ciegas y horrorosas en que la vida planetaria borroneaba histéricamente bestias descabelladas, reptiles con plumas, quimeras fuera de toda lógica, bichos heteróclitos, abortando sin amor sueños infames que eran simultáneamente pájaros y caimanes y algas devoradoras y mamíferos y reyes del agua. Entonces, y no antes, comenzó la Creación: la equilibrada música, el ordenador principio masculino del arte frío y de la naturaleza diurna. Los peces de enormes caparazones, los gusanos altos como árboles de gelatina y miedo, los pobres seres gigantescos con cerebros de pollo que aprendieron a mamar de madres como montañas, fueron descartados como capítulos de borrachera y locura, y yo, que entonces era todos ellos, sentí disolverse el riñón primitivo, la vesícula umbilical, los apéndices teratológicos e irrumpió en mí o yo irrumpí en la forma, el más inexplicable secreto del universo: cayó como una magia en el centro de mi repulsión y operó fría, cautelosa, corrigiendo errores y brutalidades. Y él creció y envejeció en sus pantanos. Y una mañana, al crepúsculo del alba, fue el Diluvio microcósmico, el estallido de las bóvedas fetales, el líquido amniótico desbordado a torrentes de los ríos del cielo. Y todo era otra vez comosiempre había sido. Él pensó: Voy a morir, lo sé. Lo último que sintió fue una presión formidable en la cabeza y un relámpago que lo dejó ciego. Edades glaciales se precipitaron sobre el caliente mundo. Lo deslumbró la blancura de la muerte mientras pensaba: ¿Y ahora, qué? Nací el 27 de marzo de 1935. rip. Te llamarás Esteban Espósito. Y ahora qué. –Qué le voy a negar, doctor. Si fue lo mismo que argumenté yo. No me va a negar que el peronismo, considerado como fenómeno histórico, fue el producto espiritual de una profunda necesidad argentina. Ya sé lo que va a decir, le dije, se lo leo en la cara. No se ganóZamoraen una hora. Que Perón haya sido un dictador y hasta un payaso, está bien, es decir está mal. Lo oiré es lo que no está de ningún modo. Cómo qué otro. Lo otro es la negrada, los lirios del campo, los cabecitas negras, los que se nos vinieron el 17 de octubre con el bombo. El pueblo, la murga, llámelos como quiera. Lo otro es lo que ni el propio Perón se imaginaba, y en eso estamos de acuerdo, no sólo no se los imaginaba sino que si no los para le expropian hasta el tordillo. Que la policía y las torturas y la picana, todo lo que quiera, le dije. Que la quema de las iglesias y la Alianza Libertadora, no me aparto; pero Josefa Bertolotti, que no le había puesto un par de zapatillas a sus hijos hasta que se las regaló Eva Perón, y no me salga con la demagogia y la mala fe política, le dije, doctor, porque entonces Josefa Bartolotti se pone a gritar viva la demagogia, o basta de demagogia, y sehace comunista, ella qué como tiene que ver con las torturas y la picana. Seamos mayéuticos. Hemos quedado o no hemos quedado en que un país es la gente. No es una pregunta, así que no hace falta contestarla. Hemos quedado. Josefa Bartolotti, por lo tanto, también es este país. Muy bien. También hemos quedado en que esta ejemplar matrona de vasta prole no tiene nada que ver con los aspectos negativos del fenómeno analizado, pero que ella misma, en cambio,calzadapor primera vez de dignidad y zapatillas, esper seun fenómeno positivo. La parte cachivache y a raer de la faz de la Tierra ¿cuál sería entonces? Pero sí, doctor. Justamente lo que yo le dije a mi ocasional contertulio del coche comedor. La parte a raer somos nosotros, los tilingos, los de la picana, los incendiarios, los fabricantes de cepillos. Quién tiene la culpa de la desgracia del peronismo, Josefa Bartolotti, que sólo buscaba calzarse de autoestima y, como dicen los bereberes, encontrar su propio centro para irradiar desde allí la llama de suamor fati,o nosotros, usted y yo, que nos pasamos doce años rezando para que Perón nos metiera presos, cosa de tener después algo que contar. La parturienta profesional, la bestia proliferante, la Mona Lisa plácida con la inteligencia de un pájaro y la placenta de un mamífero, iba pariendo alegremente hijos como San Pedro llueve y truena cuando se desfonda el cielo. He de vivir, lo juro, hasta escribirme una monografía sobre este espécimen de la fauna humana para el Zoological Journal. O si se me dan las luces y se me enciende el foco, un Tratado de la Maldad Pura dedicado, in memoriam, a Tomás de Aquino y Duns Scotto, teólogos. Y seguí buscando a la Muerte por todos los rincones de la casa hasta que la encontré atrás, abajo, en la escalera: Cuando yo regresé del país que dije a acompañar a papi en sus últimos días ya me fue imposible hablar con él: una angustia infinita lo había invadido, una tristeza del tamaño de la muerte que lo reducía al silencio. parecía vivo pero estaba muerto, se le había apagado la llamita que mantuvo siempre encendida, la esperanza. ¿Pero esperanza en qué? ¿Qué esperaba? Es lo que yo no sé porque ambiciones nunca tuvo, ni políticas ni de riqueza ni de nada. ¿La esperanza tal vez de volver a La Cascada, su finca, a la que hacía años no iba por no correr el riesgo de que lo secuestraran para pedirnossu jeep de rescate a cambio del cadáver? Tal vez. ¿O tal vez la simple, mísera esperanza de poder leer un día más en El Colombiano las esquelas de los que se murieron ayer? Tal vez. Hay una edad en el ciclo vital del Homo sapiens en que el rey de la creación empieza a levantarse temprano, no bien rompe la mañana, a recoger el periódico que le acaban de echar por debajo de la puerta y lo abre con avidez a ver quién se murió. Hombre, cuando uno llega a eso ya el muerto es uno. –Bien, ¿qué pasa? -pregunté,smecando-.¿No están satisfechos después que casi me mataron a golpes, me escupieron, me obligaron a confesar delitos durante horas y horas, y me encerraron con unos pervertidosbesuños yvonosos en esagrasña celda? Vamos,brachno ,¿tiene una nueva tortura para mí? –Estás enfermo. Estás loco. Soy un ser humano,?podés entender eso? Tengo sentimientos, razón. No soy tu objeto. –¿Cambiar ideas? -dijo-. Yo ya no tengo ningún interés en cambiar ideas. Estoy muy cómodo con las mías. No, no -dijo de inmediato-, es una broma, lo que pasa es que casi no recuerdo nada de lo que dije anoche. Si es que dije algo. Y además tengo sed.Enfrente hay un bar -dije yo. Hago un esfuerzo por adivinar algo equívoco en su voz; cuando por fin lo encuentro, resulta que sí, que me gusta. Ella, no el dibujo. La mirada de Inés, al fin de cuentas, va a resultar razonable. La mujer se repone más rápido de lo que él ha previsto e insiste en montar el alazán. Cuando la ve recoger la fusta que había dejado caer y alzar la cabeza, airosa, trata de volver a su escondite, en el bosque. Demasiado tarde: ella lo ha descubierto, y quizá sea mejor así. En cualquier momento podría aparecerel padre aunque, pensándolo bien, ¿por qué Reina va a cabalgar tan temprano? Un revuelo de suposiciones le atormenta la imaginación. ¿No estará esperando ella a otro amante, alguien con quien sólo se comunica por teléfono? De lo contrario, ¿qué hace en ese lugar hasta la noche? Pensá, Camargo, pensá. Al mediodía, la mujer deja sin duda el caballo y va a la casa familiar, donde almuerza. De allí regresa con el padre, monta otro animal hasta las seis, y luego de una segunda parada en Adrogué, acaso para jugar con los sobrinos -tiene dos-, vuelve a Buenos Aires. Antes lo hacía enuno de los autos del diario. Ahora le pide al padre que la lleve en la vieja camioneta. Quedan, entonces, cinco horas en blanco: desde las ocho de la mañana hasta la una. ¿Qué otros indicios necesitás, Camargo? Estás seguro de que va a revolcarse con el otro amante en la casa del guardián, sipor azar el amante no es el guardián mismo. Ah, cuánta fuerza te da esa revelación para enfrentar el gesto airado y desafiante con el que ella te observa ahora. –Y ahora, Darío, tomáte por favor el caldito caliente que te traje, que hoy no has comido. –Más o menos como vos el tuyo con nosotros. Espósito se sobresaltó de verdad..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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