15 de enero de 2025
Comentario destacado
World war 1 thesis statement
Hay al otro lado de la avenida, por la calle lateral de enfrente, una clínica privada de rateros, lo cual es un pleonasmo que me sabrán disculpar los señores académicos que me leen habida cuenta de mi desesperación y de la prisa. Es la Clínica Soma, la primera en su género que hubo en Medellín y que fundaron tiempos ha, en mi matusalénica niñez, un grupo de médicos especialistas, de delincuentes, que se juntaron para explotar más a conciencia la candidez y desesperación del prójimo y verles más a fondo, hasta el fondo, como Dios manda, con rayos X, los bolsillos de sus clientes, perdón, pacientes. –Me gustaría saber qué hay allí. ¿Qué habrá en esas cosas? Y se marcharon, hermanos. Fueron a ocuparse de sus asuntos, que según me pareció eran la política y toda esacala, y yo me recosté, completamenteodinoco y muy tranquilo. Ahí estaba acostado, con la corbata suelta. También me había descalzado lossabogos , y me sentía muy aturdido y sin saber qué clase dechisna me esperaba. Y toda clase de cosas me pasaban por lagolová, cosas de los diferenteschelovecos que había conocido en la escuela y en lastaja, y de las diferentesvesches que me habían ocurrido, y de que en todo elbolche mundo no había un soloveco en quien uno pudiese confiar. Y entonces medio me dormí, hermanos. –Ah, no -dijo el Lerdo, muy suavemente, como lamentándolo-. No debes hablar así. No hables más así,drugo. -Y me descargó unbolchetolchoco en elcluvo, y elcrobo rojo rojo comenzó a salirme goteando goteando de la nariz. El profesor Urba ya no estaba en el aula. –¡Quién sos, gran hijueputa! -le increpé-. ¿De dónde te conozco? –Ajá -dije, y sentí que yo mismo estaba próximo a llorar-. De modo que así son las cosas. Bien, le doy cinco largos minutos para sacar de mi cuarto todas sus horribles ycalosasvesches. -Y me fui al cuarto, y esteveco era unmalenco demasiado lento para detenerme. Cuando abrí la puerta se me fue a la alfombra el corazón, puesvideé que ya no era más mi cuarto, hermanos. Habían quitado de las paredes todas mis banderas, y esteveco había puesto fotografías de boxeadores, y también un equipo sentado con lasrucas cruzadas y al frente como un escudo de plata. Y entoncesvideé qué otra cosa faltaba. Mi estéreo y mis estantes de discos ya no estaban allí, ni el cofre cerrado que guardaba las botellas y las drogas y dos jeringas brillantes y limpias.- Alguien estuvo haciendo un trabajovonoso y sucio -criché-.¿Qué hizo con misvesches personales, horrible bastardo? -Le estaba hablando a Joe, pero fue mi pe el que contestó: –Virgo. Se podíavidear que elchaplino pensaba en el asunto mientras fumaba elcancrillo, preguntándose qué podría decirme, y lo que yo sabría de esavesche. Al fin habló, pero sin dejar de mostrarse cauteloso: -Supongo que te refieres a la técnica de Ludovico. Y no pude dejar de pensar dos o tres cosas, pero fue como elúltimo esfuerzo de una llama antes de extinguirse. Una voluntad perversa que no quería abandonarme tan pronto. Era casi imposible reconocer al jujeño a esa hora y a semejante distancia, a menos que antes te hubiera llamado la atención su mera presencia, y me molestó aunque desganadamente, que ver a un hombre te llamara la atención porque sí nomás, o que el jujeño pudiera interesarte tanto como para reconocerlo a cien metros. Uno de los directores, que se esmera en exhibir su insolencia, le sale al paso con sorna:¿Reina Remis? Me extraña. Tenía entendido que ustedes eran una pareja. Eso es lo que agrava la felonía, responde Camargo. Fui generoso con ella. Le abrí un espacio que no merece. Así como ha traicionado a esta empresa va a traicionar a cualquier otra. Cogía como una diosa, era verdad, y lograba que Camargo creyera, al acostarse con ella, que su cuerpo se había vuelto joven e insuperable. A veces iba al baño después de las salvajes funciones de amor, en las que ella gemía sin cesar y, al observarse de reojo en el espejo, le parecía que el abdomen se le había endurecido y que la espalda cargada, que lo obligaba á caminar con la cabeza baja, como un viejo, volvía a estar erguida, en armonía con el cuello de toro. Ni siquiera en los momentos de éxtasis la mujer le decía que lo amaba. Emitía sonidos que denotaban placer, como «ya, ya», «así» o «mío, pero rara vez lo miraba. Sólo una noche, en San Isidro, había dejado caer la cabeza sobre su pecho y le había pedido que la acariciara. Esa foto de esos niños y ese sueño de ese río resumen con la verdad profunda de lo que decanta el tiempo mi relación con Darío. De niños, cuando éramos él y yo solos y aún no nacían los otros, nos unió el cariño. Después el genio disociador de la Loca nos separó. Después la vida nos volvió a juntar, con sus muchachos. Y juntos seguimos hasta el final en que nos acogió en su asilo de ancianos la que empieza por eme. –Sírvame café. Sin miel, sin bollos. Sólo tomo café por la mañana. –Los misterios que vamos a contemplar hoy son dolorosos, ¿o no, abuela? La voz desapareció. Ella había pensado en dejarse caer dentro del agua helada de la tina, después del punto final a su crónica implacable, que repetía los argumentos teológicos de la carta al abad. Quería salir aún húmeda del baño, envuelta en un par de toallas, y tenderse atontada e inútil en la inmensacama con mosquitero. Bastaba sentir la cama a sus espaldas, en el cuarto asfixiante que la oscuridad ni las baldosas del piso conseguían refrescar, para darse cuenta de que nadie había tenido allí jamás imaginaciones o sueños, sólo sopores ciegos como los que ella deseaba ahora para sí. La intromisión de Camargo le deshacía lo que aún quedaba de la noche. ¿Un par de horas, había dicho? Cuando salió del cuarto, ya los caseros de la Azotea de Carranza estaban sobre aviso. Tenían orden de arreglar el dormitorio mayor y poner la mesa para doce comensales. Camargo no vendría solo. El ser debía pesarle tanto que no soportaba su propia compañía ni por un segundo. Iba a llegar con un séquito, entonces: los editores, tal vez las secretarias para ir recogiendo las palabras que él dejaba caer cuando se movía, los celulares, los choferes, los faxes. Yo no, no sé, nunca he sabido ni cargo nada. Pobres seres inocentes, sacados sin motivo de la nada y lanzados en el vértigo del tiempo. Por unos necios, enloquecidos instantes nada más… Bueno parcero, aquí nos separamos, hasta aquí me acompaña usted. Muchas gracias por su compañía y tome usted, por su lado, su camino que yo me sigo en cualquiera de estos buses para donde vaya, para donde sea..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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