15 de enero de 2025
Comentario destacado
Word problem solving
–Pero si ya lo conté. Los peleó, lo degollaron. Antes mató como a quince. También la mató a ella. Así que el celular se le había agotado: esa coartada era difícil de verificar. Pensaste, entonces: puedo encontrar su huella. Si se quedó en Temuco, su paso ha de estar registrado en hoteles, líneas aéreas, restaurantes. Sicardi descifrará esos enigmas con un par de llamadas. Vas a pedírselo apenas la mujer se aleje, pero te detiene algo en el tono de lo que ahora te dice: familiar y a la vez distante, sonidos en desarmonía con su sentido: Cuando yo regresé del país que dije a acompañar a papi en sus últimos días ya me fue imposible hablar con él: una angustia infinita lo había invadido, una tristeza del tamaño de la muerte que lo reducía al silencio. parecía vivo pero estaba muerto, se le había apagado la llamita que mantuvo siempre encendida, la esperanza. ¿Pero esperanza en qué? ¿Qué esperaba? Es lo que yo no sé porque ambiciones nunca tuvo, ni políticas ni de riqueza ni de nada. ¿La esperanza tal vez de volver a La Cascada, su finca, a la que hacía años no iba por no correr el riesgo de que lo secuestraran para pedirnossu jeep de rescate a cambio del cadáver? Tal vez. ¿O tal vez la simple, mísera esperanza de poder leer un día más en El Colombiano las esquelas de los que se murieron ayer? Tal vez. Hay una edad en el ciclo vital del Homo sapiens en que el rey de la creación empieza a levantarse temprano, no bien rompe la mañana, a recoger el periódico que le acaban de echar por debajo de la puerta y lo abre con avidez a ver quién se murió. Hombre, cuando uno llega a eso ya el muerto es uno. –¿Que nombreglupo? Camargo hizo rodar hacia atrás su sillón unos centímetros y puso los pies sobre el escritorio: su pose preferida para pensar. Necesitaba estrategias nuevas de investigación. O un golpe de dados que fecundara el azar. ¿Por qué no buscar al tipo que filmó el video? El video había llegado a manos del diputado opositor enun sobre anónimo, y los agentes de inteligencia del gobierno no habían conseguido rastrear al responsable. Quizás en la embajada de Estados Unidos supieran algo, pero si el video se había filtrado desde allí -como suponía Camargo-, nadie soltada la lengua. Los editores tomaban notas afanosas en sus libretas, y los televisores, a sus espaldas, repetían las mismas historias: soldados de la República Popular China entrando en Hong Kong, el culo de Salma Hayek, neumáticos cruzados en la ruta 9, cerrando el acceso a la ciudad de Salta. –Tenemos una discusión por el título de tapa y queremos que usted decida cuál es mejor. Era casi imposible pero habías venido y todo encajaba a las mil maravillas en aquel rompecabezas de manicomio. Cuando volví a verte, casi dos horas más tarde, ni siquiera me asombró comprender que durante el tiempo que permanecí en el hotel hablando con el señor Ripul o mirando el cielo raso de mi cuarto, vos estabas enfrente, en un café, a menos de diez metros de mi cama. ¿Cuánto tiempo es casi dos horas en una historia de amor que abarca poco más de un día? Ulises viajó por el mar menos de lo que yo estuve solo en esa cama. ¿Y por qué no me viste entrar en el hotel? Tal vez has ido hasta el baño; tal vez en las paredes del baño hay inscripciones inmundas. Estás leyendo las atrocidades que escriben o dibujan las mujeres en los baños y yo vengo de negarme a entrar en la casa de Dios por la Puerta del Cielo. Hay otras posibilidades, naturalmente. Hablando en general son peores. El mundo real no me gusta, nunca me gustó. Se publicará en un día o dos, con una foto que mostrará la dolorosa expresión de tu rostro. Tienes que firmarlo tú, pobre muchacho, para que se sepa lo que te hicieron. Traía una toalla anudada en el cuello y un mate en la mano. Habló sin detenerse ni mirarme. Creo que en aquel momento comprendí por qué ese hombre me gustaba. Vagamente el jujeño me recordó a mi padre. El parecido residía en su sonrisa. Una sonrisa, o mejor una especie de sonrisa, apenas dibujada. Una sombra o un eco de sonrisa que no tiene nada que ver con la alegría y hasta puede nacer en algún rincón de lo vivido donde siempre estuvieron excluidos sentimientos como la alegría, la felicidad, la dicha. En muy pocos hombres la he visto y siempre me ha dado no sé qué idea de madurez,de adultez serena y en algún sentido protectora. Un gesto que no tiene acaso equivalente en una mujer. Ninguna mujer sonríe así. Con piedad, puede ser; hasta con caridad y con secreta ironía, en el mejor de los casos. Pero en ellas se adivina casi sin remedio el lugar común de las hormonas, elfamoso sentido maternal. Órgano enigmático que debe de estar situado por la zona del ombligo, como si tuvieran allí una oreja o un ojo, algo raro, que se manifiesta en cada momento de su relación con el varón, y sobre todo en la cama, de tal modo que mientras más lo aman con más fuerza tratan de volverlo al origen, como si intentaran parirlo al revés. La sonrisa que digo, en cambio, no nace en el cuerpo, ni siquiera en los sentimientos. Es menos generosa, más dura. Nos deja lejos, solos ante nuestra propia libertad, pero hay en ella una sabiduría esencial y condescendiente, un poco socarrona, ya de vuelta de todas las cosas, que tal vez por eso nos autoriza y nos confirma. Como si en cierta manera todo estuviese hecho o prefigurado desde mucho antes en el destino de otro hombre, y por lo tanto fuera más fácil conseguirlo, o intentarlo. –Un río -dijiste-. El Río Suquía. El sonido de la caja registradora, la llegada de Santiago, un canillita que pasó casi cantando los cubanos no retiran los misiles ultimátum de los Estados Unidos buques soviéticos avanzan hacia la zona de conflicto naves argentinas apoyan el bloqueo y que fue como un entremetimiento de la realidad, brutal y súbito, exigiendo de Esteban Espósito un certificado de legalidad, un salvoconducto, aquel acto o aquel gesto como un papel firmado y estampillado y puesto en regla, aquello, lo que fuese, que justificara este minuto mío en esta mesa del café frente al hotel donde tus manos se han posado casual y por primera vez familiarmente sobre mis manos, mientras afuera la inminencia de la lluvia, la sombra de Mariano, la amenaza de la guerra, el fantasma sin cara de alguien llamado Patricio, la ciudad repentinamente ensanchada hasta abarcar la circunferencia del mundo y en uno de los rincones de esa megalópolis a punto de estallar, otra ciudad, llamada Buenos Aires, con un desesperado o un loco, Filiberto Toriano argentino de cuarenta y ocho años capturado en un bar de la calle San José llevando un paquete con una bomba de fabricación casera atado debajo de la camisa. El detenido, de filiación peronista, declaró que su intención era detonarla en el Departamento de Policía y suicidarse. Santiago, sentado junto a nosotros, recortó con mucho cuidado la noticia y la guardó en un bolsillo. Quién es Patricio, alcancéapreguntar. "El padre de Mariano", habías dicho evasiva y secamente, y agregaste que ahora sí debías volver a tu casa pero antes de que te fueras todavía sucedió algo, una especie de juego o de viajé imposible, conmigo y con el jujeño, un viaje a una isla, un disparate o un sueño que de todos modosno pudo sucederporque no hubo tiempo ni de que lo imagináramos. Más tarde Santiago cruzó al hotel; alguien lo llamaba de Jujuy. Un momento después vos también te has ido y estoy solo. Camino por la vereda de Santo Domingo, veo un remolino de papeles y hojas secas, recojo en el aire la página de un diario. Ley Marcial en Venezuela. Avión norteamericano viola espacio aéreo soviético. 50 Aniversario de la fundación de Río Cuarto. Dos naves flechter argentinas, el Espora y el Rosales, navegan hacia Cuba. Los chinos preparan masivo ataque contra Assan en la India. Cine Novedades:La cabalgata del circo.Dólar 136,50 para la compra. Leo riendo un recuadro, lo recorto lo mejor que puedo y tiro el diario a una alcantarilla, pienso que esta noticia sí debería verla el jujeño. En ese trayecto, otra vez la Cueva de la Sibila y, a su lado, la librería y papelería Fausto.Libros usados y religiosos.Entré. Salí con este cuaderno. Llegué a la casa de Verónica y, desde hace años, estoy allí, detenido en el descanso de la escalera de caoba. La escalera es larga, describe una pequeña curva y va a perderse allá abajo, en la opalescente penumbra del vestíbulo. De un lado, la gran ventana que daal patio de las Catalinas; del otro, el retrato de Laureano Zamudio. El abuelo me contempla socarrón: espera pacientemente su turno. Sabe, desde una madrugada despavorida de hace ciento cincuenta años, que ése que está ahí ha venido también a contar su historia. Él lo sabe, yo en la escaleratodavía no lo sé. Yo acumulo rostros, nombres de lugares, la voz de un canillita, palabras que fueron decisivas y palabras oídas al pasar, inscripciones, una lámina de San Jorge que no veré hasta la noche, el fulgor de una moneda.(¿cara?, ¿ceca?) en la mano de la Sirenita, el puente de piedra, un remolino de papeles y hojas secas en mi camino a la casa de Verónica, sin ningún orden de importancia ni jerarquía. Con la avaricia de un coleccionista loco. Las pequeñas cosas y las grandes, no por grandes o por pequeñas, sino porque no hubo más que ésas y todo consistirá en que algún día yo las nombre y escriba con ellas una fábula, una historia a la que hoy el recuerdo impone este desorden, o que me impone a mí su caos. Porque esta salvación depende de eso: de que yo evoque cada cosa y la escriba, como voy escribiendo cada una de las palabras que son Santiago, como escribiré cada una de las que serán Verónica, Lalo o Bastían. Lalo. Es extraño llevar tantas páginas escritas sin haberlo nombrado ni una sola vez. Lo vi esa tarde al llegar a la casa de Verónica. Lalo Ocampo. Cuarenta y seis años. Alto, curtido por el sol, pelo que había dejado de ser rubio para empezar a encanecer, lo que acentuaba su aspecto aristocrático. Cazador de caza mayor. Lo he visto esa mañana, o anoche, durante algunos minutos, y vuelvo a verlo ahora, hablando del suicidio de Hemingway y de rifles de repetición con la señorita Etelvina y sus muchachas. Entre ellas, Inés. Mirada alarmante, pensé. IX Hay un sitio en las inmediaciones de la Avenida San Juan que se llama "Mierda Caliente": un atracadero, un matadero. Conésos siguió el ángel. Yo le decía que no, que mejor burócratas de la Alpujarra o monseñor obispo, el cardenal López T. antes de que se nos escapara a Roma impune con las joyas que se robó, pero estando como estábamos en nuestro apartamento, ese sitio nos quedaba más a la mano. Me hubiera gustado saber quién era el marqués. Caminamos otra cuadra y llegamos a la esquina de la plaza San Martín. Sin decir una palabra, señalaste una casa colonial de la vereda de enfrente. Sólo quedaban el gran balcón y la desolación de la portada; lo demás había que imaginarlo, o quizá soñarlo, pero era de una belleza angustiosa. Y, sin embargo, no es la casa del balcón lo que me estás mostrando. No es la casa sino lo que han hecho con ella. Un negocio de souvenirs, suponiendo que ésa sea la palabra adecuada. Un cambalache. Entonces creí comprender algo: me habías llevado allí para que lo viera. Tu gesto en silencio, al mostrármelo, era como un puente entre la noche anterior y este encuentro. La casa del marqués, eso también había sido un puente. Una broma a costa mía, pero al fin de cuentas conmigo. Y el obispo o la marquesa desconocidos no reaccionan así cuando el energúmeno les pregunta por qué no han viajado a Marte, lástima que ahora se hacía cada vez más difícil iniciar un diálogo razonable y el silencio amenazaba separarnos con la consistencia de un vidrio blindado. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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