15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Aunque presentía algo así, lo inundan la indignación y la vergüenza. Ella escribe con más descaro que el editor colombiano, eso está a la vista: lo que para el editor es sólo un desgaire de la vida, el polvo de unas cuantas noches, para la mujer es un asunto de vida o muerte. ¿Soy otra desde que soy con vos? Qué frase tan impúdica. A él le ha bastado silbar, lanzar al aire el nombre de un hotel, para que ella se eche a correr en su busca como una perra hambrienta. Cuanto más lee los mensajes, más se indigna, no contra la mujer sino contra sí mismo. ¿Así le paga ella las noches que ha pasadoen vela recorriendo su cuerpo a través de las lentes del telescopio Bushnell, custodiándola de lejos, acechando el menor trastorno de su respiración? Se lo veía venir: tarde o temprano iba a traicionarlo. Le parece intolerable. Si quisiera, podría impedir el viaje a Río. Tiene el poder, los medios. Pensándolo bien, va a dejar que las cosas sigan su curso. Va a permitir que se vaya. Pero no como ella quiere. No como el editor colombiano espera. La va a dejar marcada, malherida. La va a destruir y ya se le está ocurriendo cómo. –Tenés miedo -dijo Bastián. Por pobreza de presupuesto, por mezquindad de país, por indigencia mental, las telenovelas colombianas en cambio pasaban todas en un cuarto y sus actores eran tan feos, tan feos, tan sosos, tan desangelados que haga de cuenta usted gentecita corriente de la vida, de la que uno ve día a día por montones en la calle, orinando contra un poste o caminando en sus dos patas. ¡Qué aparatico imbécil el televisor! Maravilloso el radio y sus radionovelas en que la señora podía, si quería, imaginarse que andaba en lecho de rosas tomando champaña con el Príncipe Azul. Aunque pensándolo mejor, ¿para qué iba a querer mi abuela tomar champaña habiendo chocolate? ¿Y para qué un Príncipe Azul si tenía a su lado y para siempre a mi abuelo? –¡Al cerro! -gritaba Facundito-. ¡A ver el fin del mundo al cerro! Aquí tuve que sentarme, y este Joe dijo: -Pide permiso antes de sentarte, cerdo sin educación -y yo le respondíscorro con-: Cierra tu sucio y gordo agujero -y me sentí enfermo. En seguida procuré mostrarme razonable y cordial, en bien de mi salud, así que les dije-: Ése es mi cuarto, ¿verdad? Ésta es mi casa también. ¿Qué opinan ustedes, pe y eme? -Pero los dos parecían contrariados, mi eme un poco conmovida, ellitso todo arrugado y húmedo por las lágrimas, y luego mi pe dijo: –Empecemos otra vez -dijiste-. Te escucho. Por eso, porque mientras me afeitaba y bajaba al cuarto de los trastos viejos por la varilla el engendro salió, sólo tengo dos muertos sobre mi conciencia, que le dan un toque de caridad cristiana a «Los caminos a Roma»: un gringuito muy bonito con el que me crucé en España, y una concierge de Paris. –Cómodónde. -Era un disparate, con el mismo derecho podría haber atajado al primer obispo que pasara por la calle, recriminándole que esa mañana no hubiese viajado a Marte. -No será en Marte -dije. XI –Mis propias palabras, doctor. Yo estuve detenido, señor mío. No hablo por resentimiento o frustración. Detenido es poco. Porque mi inerte cerebro no avanzaba para distinguir Perón de peronismo. ¿Le soy franco? En cierto modo estuve detenido hasta hace diez minutos. La conciencia es dialógica. Uno no sabe qué piensa de lo real hasta que salta de lo monológico a lo conversado. ¿Qué me iba a decir? No importa. La cuestión hay que plantearla así, le dije. San Martín, que yo sepa, nunca estuvo mayormente preso. Y no me va a comparar a Perón con animales como Fernando Séptimo. Por eso, doctor, yo opino como usted. Hay que dejarse de payasadas y de creer que porque Perón nos metió presos, San Martín, que andaba suelto; viene a ser una especie de acomodado. Ya lo sé, ya lo sé: "Nos levantábamos avergonzados cada mañana", como me dijo mi profesor de Botánica una tarde, en el jardín des Plantes. Durante doce años, nos levantábamos avergonzados cada mañana. Y creo que no mentía. Yo más bien me levanto tarde, pero sé qué es eso. Sueño cada cosa. No como San Agustín, que nunca se hizo responsable de sus sueños. Así que comprendo la vergüenza de mi viejomaestro, máxime cuando todo lo que sé de las monocotiledóneas lo aprendí de él, por eso no me animé a preguntarle "Qué has hecho de tu vida", como aquellos personajes patéticos y tremebundos de su amigo Roberto. Sí, doctor, no me diga nada. Ya sé que mi hombre estaba chocho e hice bien encallarme, pero lo malo es que en este país todo el mundo chochea. Y esto sí se lo dije, no a mi mentor sino al caballero del coche salón, pedazo de cínico, le dije, no ve que todos ustedes están chochos, los reblandeció equivocarse con el peronismo, creer en la revolución libertadora, votar a Frondizi, no saber qué hacer si Fidel Castro se declara comunista, sin contar que acá, después de los treinta años, se comienza a chochear por método, por miedo a perder el alma o a que nos vengan almorranas si nos asalta una gran pasión o una gran idea. Nada de grandeza. La grandeza no existe o de lo contrario yo soy enano. Y por eso nos levantábamos avergonzados cada mañana. Pero dígame un poco, doctor, le dije, cómo se levantaban antes, ¿felices?, ¿alelados?, ¿entumidos? ¿No sentían un poco de asco, cada mañana? ¿Y cómo se fueron a dormir la noche de Uriburu? ¿Y ahora? Y la semana que viene. Qué vamos a hacer todos, dentro de quince años, por la mañana, cuando nos despierten al compás de la marcha Capibarí y al afeitarnos nos encontremos con eso enjabonado, la jeta, pegada en el espejo, blanca como los sepulcros aquellos de que hablaba mi catecismo. Muy cierto lo que está pensando, doctor, tiene toda la razón del mundo, soy algo joven e inexperto para hablar con serenidad de estas cosas. La tetera mejora con los años, proverbio japonés. Pero quién dijo que en este país hace falta serenidad, y además, ¿yo qué tengo que ver con Perón?, si cuandosubió al poder yo estaba pupilo en un internado salesiano y cuando lo bajaron me encontré arriba de un caballo tirando tiros para cualquier parte y a la única que casi le acierto es a Josefa Bertolotti, hágame el favor, le dije -dije. –No mires -susurré, buscando a tientas mis calzoncillos debajo de la cama. Me sentía bastante bien. Mi única preocupación era que justamente ahora Verónica perdiese la serenidad y se volviera lamentable. Ella iba a empezar a vestirse, pero la detuve. -Quédate como estás. Yo voy a cambiarme al baño de abajo. Lo que más sufrimiento le causaba fue que la madre, al irse, había dejado los guantes del hospital dentro de la máquina de calor. Aquellos guantes sin manos le recordaban las caricias que ya nunca más tendría. Y a la vez pensaba que ahora las manos, ya libres de los guantes, podrían acariciar la cabeza de alguien que no era él. Permítaseme dar marcha atrás un poquito para volver a un remanso, a la semanita durante la cual la sulfaguanidina funcionó y yo me relamía los labios saboreándome el triunfo. Empezaba mi día así: ayudando a bajar a Darío de su cuarto al jardín, por la escalera posterior de la casa (muy empinada), de escalón en escalón, sosteniéndolo no se me fuera a desbarajustar o a caer. Y nos instalábamos en la placidez de la hamaca. Bueno, él en la hamaca y yo en una silla con una mesita auxiliar al lado, sobre la que desplegaba la marihuana, que iba limpiando de semillas que iba tirando al jardín..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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