15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Sí, de acuerdo, pero yo no te preguntaba eso. El señor Ripul nos miraba. Santiago me miró a mí. Yo me acordaba ahora de mis funerales, de las campanas doblando a muerto en Rusia, de las tres iglesias congregadas el día de mi canonización. Santiago parecía reflexionar. –Pero si a mí no me parece mal ese vicio. Miguel Ángel, con lo fortachón que era, mal que mal también se hacía soplar la tuba, y eso no le quita mérito. O acaso yo digo que ese chico no maneja bien la rueca o el bastidor. Lo que me llama la atención es su nombre de Centauro. Fíjese que en mi pueblo había un enano que se llamaba Simón Bolívar, cómo puede ser. Y el doctor Pitto tenía una hija a la que le puso Elsa. Iba al colegio conmigo. Los chicos le llevábamos moscas, para ver si el sapito se las comía. ¿Se da cuenta de lo que puede la pila bautismal? Yo no me acostumbro a la realidad, señorita Etelvina. A que no adivina cómo se llama el mayor fabricante de artículos sanitarios del país, me refiero a inodoros y esas cosas, se llama Ortelli. Con ciertos apellidos no se puede fabricar masitas, hay que vender aparatos de poner enemas o inventar un supositorio gigante. Y el señor Custodio A. Fuertes, ¿a qué se dedica? Acertó. Tiene una cadena de negocios de cajas de seguridad. Al principio sorprende, como cuando uno descubre que elcottolengoestá en la calle Carabobo. Parece demasiado adrede. Hasta que por fin uno sospecha si no habrá un orden secreto en todo esto. Yo he cavilado mucho sobre el poder misterioso de los nombres. El profesor Matera es cirujano del cerebro, el Costa de la funeraria se llama Lázaro, hay otro funebrero célebre, de apellido Marchito. O por qué cree que Malatesta era anarquista. Para no hablar de los otros Malatesta, el marido y el cuñado de Francesca. Imagínese que usted hubiera sido religiosa, quiero decir monja, superiora de un convento. Sor Etelvina, o incluso sor Ethel. Claro que no siempre hay un orden. El caso de Simón Bolívar, el de mi pueblo. Lo formidable es cuando los propios padres colaboran con la locura. Todo el mundo sabe, por la Guía Telefó nica, que existen las familias Barriga o Culo, por nombrar las más clásicas. También hay Pie, Gamba, Gambastorda, y ni hablo de la prosapia de los Concha, más que nada chilenos. Si se sigue moviendo de ese modo y se pone colorada no hablo más. Me remito sólo a los Culo. Muy bien. Yo me pregunto, qué lleva a un integrante de la estirpe de los Fuertes a ponerle Dolores a su pequeña hija; o por qué el señor y la señora Grande bautizan a sus mellizas: Martirio y Suplicio. Y hecho esto, qué demonio de la perversidad hace que la primera de las niñas crezca y se enamore y se case con un integrante del clan Culo. Qué pasa en el alma de esa chica cuando firma por primera vez Dolores Fuertes de. Y por qué razón los hermanos Culo o dos primos carnales de esa misma familia, tienen que llevar fatalmente al altar a las mellizas. Martirio Grande de Culo. O Suplicio. Dígame un poco, señorita Etelvina, si por algún motivo una de ellas tiene que ir a la farmacia a comprar vaselina, pongamos que porque su marido es carpintero y quiere engrasar el serrucho, ¿usted cómo cree que interpreta la risita del cadete que la atiende? Ya ve. Que a Facundito le fumiguen el potrero no me incumbe. Pero a mí me parece que hay algo maligno en su nombre. Yo siempre quise escribir algo sobre el Brigadier General, y ahora cómo hago. Ese chico debería usar seudónimo o por lo menos afeitarse. –Ceca -dijo. La noche anterior había visto una larga fila de monjes en la ciudad del pasado con la que soñaba siempre. Le gustaba pasear por esa ciudad parque sabía orientarse en ella como si jamás hubiera conocido otra. Puentes, pasajes, mercados ruinosos que flotaban a la deriva en grandes lagos de sal, relojes que marcaban la misma hora eterna: ciudad sin árboles y sin fin, con un sol sucio y noches claras como el día. En las calles del centro se abrían unas cavernas que eran -Camargo lo sabía- hoteles, celdillas iluminadas por velas de cera espesa. A uno de esos hoteles estaban entrando los monjes. Los vio, eran miles, mientras la luna caía en el horizonte de la ciudad como una pelota, y él corría entre astillas de luz a ponerla otra vez en su sitio. Los monjes cantaban en sordina y su ronroneo no lo dejaba en paz. Estaba empujando a la luna por un puente de madera cuando lo despertó el celular del diario. Eran las dos y media o las tres. Brenda dormía en la cama de al lado, boca arriba, la cara cubierta por una repugnante crema de almendras. Aún ignoraba que su madre empezaba a morir al otro extremo del mundo, aún ignorabas vos, Camargo, todo lo que estaba muriendo aquella noche. El celular insistía. Tardó en reconocer la voz del editor nocturno, deshilachada por el cansancio. Si a mi abuela yo le hubiera dicho que Dios no existe, se habría puesto a rezar por mí. Pero la Loca me discutía. ¡Ay Dios, qué no hice por iluminar esta alma roma, por hacerle llegar a la oscuridad de sus sesos tercos unas cuantas luces! "A estos hijos de puta les voy a dejar el cadáver", se me ocurrió con esa lucidez de relámpago que infaltablemente me ilumina en los momentos culminantes de mis desastres, y le indiqué al taxista que dando un rodeo, el que fuera, y cobrando lo que quisiera, me llevara allí, a la acera opuesta. "Aquí les traigo a este muchacho que acabande herir en la calle", les dije en la recepción. Al darse cuenta de la real situación, que ellos no eran funeraria para poderle sacar partido a un cadáver, fue tal la desesperación que les acometió que la mía se hizo chiquita, y en medio del alboroto me mandaron adonde el director, a que muy humanamente me aconsejara el caritativo señor que me llevara a mi niño a la policlínica, la del gobierno, donde me lo podían atender gratis porque allí sí tenían los recursos para un caso tan grave y urgente. –¿Y cómo son las caras? -le preguntaba yo, su amante hijo. Sabe, ya desde el sábado, que la mujer irá a cabalgar. La ha visto lustrar las botas y dejar colgados en una percha los breeches, la blusa blanca y el saco de cuello alto con botones dorados que usó la semana anterior. No ha dormido en toda la noche. El amanecer es diáfano, no hay una sola nube en el cielo y, para su extrañeza, oye un inusitado canto de zorzales cuando camina hacia el automóvil. Zorzales en ese extremo desierto y sin árboles de Buenos Aires: ¿quién puede predecir el humor de los pájaros? El taxi ha llegado a buscarla otra vez a las siete, y él lo ha seguido durante más de una hora por la avenida larga que atraviesa las ciudades del sur, desatendiendo todos los semáforos en rojo y sin apartar la mirada de la nuca de la mujer, como si la encuadrara otra vez en el lente del telescopio. Lo que sobresalta a Espósito es la palabra "señor". La oye como si fuera la primera vez en su vida. Y quizá lo es. O acaso se trata del tono, como si el guarda hubiera hablado en un semitono deliberadamente disonante. Tengo la certeza de que el día anterior, o incluso esa misma mañana, ese hombre habría dicho: "Su vuelto, joven". –No se vaya a pinchar, señorita, con esa aguja, que lo que tiene mi hermano es sida. Cogía como una diosa, era verdad, y lograba que Camargo creyera, al acostarse con ella, que su cuerpo se había vuelto joven e insuperable. A veces iba al baño después de las salvajes funciones de amor, en las que ella gemía sin cesar y, al observarse de reojo en el espejo, le parecía que el abdomen se le había endurecido y que la espalda cargada, que lo obligaba á caminar con la cabeza baja, como un viejo, volvía a estar erguida, en armonía con el cuello de toro. Ni siquiera en los momentos de éxtasis la mujer le decía que lo amaba. Emitía sonidos que denotaban placer, como «ya, ya», «así» o «mío, pero rara vez lo miraba. Sólo una noche, en San Isidro, había dejado caer la cabeza sobre su pecho y le había pedido que la acariciara. Desde tuúltima visita, la mujer ha colgado en la pared cuatro fotografías, a la vista del escritorio donde trabaja: una es la que vos mismo tomaste a la entrada del museo de Orsay, en Paris, un mediodía de enero. La ves con el abrigo oscuro, de paño inglés, que le compraste la tarde antes en la Rue duFaubourg Saint Honoré, y el tailleur escocés con la bufanda atigrada que tantas veces ha usado en los viajes a Europa. Está radiante, con el pelo partido al medio y la sonrisa infantil que te sedujo la noche del primer encuentro en el bodegón francés, cerca de la placita Cortázar. Al pie ha escrito una palabra inexplicable: Farsante. Otras dos fotos han sido tomadas en la selva colombiana. Al fondo se divisa un caserío de paredes cariadas y techos de palma. La mujer viste, como sus acompañantes, un uniforme de camuflaje. Te gustada saber cuál de los que están allá es Germán,pero todos se parecen: los guerrilleros, los periodistas, los campesinos. ¿Será acaso el que clava en la cámara, desafiante, unos ojos azules demasiado felices? Has decidido que irás la próxima vez al departamento con una cámara y copiarás esas fotos, para que Sicardi identifique al intruso en la embajada colombiana. Querés saber su nombre completo, la historia de su familia, e irrumpir con una maza en los cristales de su vida. La cuarta foto, que la mujer ha colgado sobre las otras, al centro, muestra a una niña de tres o cuatro años montada sobre un pony. Alguien que sin duda es la madre la sostiene por detrás: debía tener entonces la misma edad que la mujer tiene ahora, treinta y dos años, y se le parece con tanta exactitud, con un efecto de realidad tan persuasivo, que la hija de ahora bien podría ser la madre de aquel entonces, coma si el pasado siguiera durando en elpresente y se estableciera, entre las dos épocas, una férrea identidad. Comprendés de pronto que ese juego de espejos sucede no sólo en el tiempo sino también en el espacio. La mujer es un calco de su propia madre y a la vez es un calco de la tuya. La imagen recóndita de la enfermera con delantal blanco tableado y los guantes de goma que se acercaba a tu cama por las mañanas, cuando volvía del hospital, reaparece ahora, nítida, tal como era cuando la dejaste caer en los fosos de tu conciencia. No recordabas su cara desde entonces ni estás seguro tampoco de que es una ilusión lo queves ahora, una industria cruel de tus deseos, pero el hecho de que tu padre también la haya reconocido te inquieta. Y si la madre de la mujer fuera también tu madre? ¿O peor, todavía, si la mujer, desplazándose en el tiempo, se las hubiera arreglado para ser tu madre y huir de vos en la infancia, como vuelve a hacerlo ahora? Por un momento, la idea te horroriza. Luego, volvés a examinar la foto con atención y re das cuenta de que la madre que aferra la montura del pony, si aún vive -y la mujer re ha dicho más de una vez que vive, te ha mencionado la tenacidad con que la llama por teléfono para preguntarle cómo está, aunque jamás se ha molestado en ir a visitarla-,no puede tener mis de sesenta y cuatro años, mientras la tuya, Camargo, está ya cerca de los noventa. ¿O yerras otra vez en tus cálculos? ¿O tal vez ambos, tu madre y vas, nacieron al mismo tiempo? Puta, decís, con una voz desgarrada que te sale en sordina, más hacia dentro que hacia fuera: puta, ¿por qué has sido tan puta siempre? ¿Por qué me has hecho esto? –Sicardi: voy a confiarle algo que no compartiría con nadie -le dice Camargo. El jefe de personal siente que esas palabras bastan para justificar su vida. –Me lo contó Salvador, que ya también se murió..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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