15 de enero de 2025
Comentario destacado
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¡Ay Manrique, barriecito viejo, barriecito amado! Se puede decir que ni te conocí. Desde abajo, desde mi niñez te veía, tus casitas como de juguete y tu iglesia gótica. Una iglesia alta, gris, espigada, de un gótico alucinante, estirándose sus dos torres puntudas como queriendo alcanzar el cielo. Las nubes negras, cargadas, pasaban, y al pasar se pinchaban en sus pararrayos y se soltaba la lluvia. ¡Qué aguaceros! La lluvia en Medellín se puede decir que prácticamente nace en Manrique. En ese barrio donde hoy empiezan las comunas pero donde en mi niñez terminaba la ciudad pues másallá no había nada -sólo cerros y cerros y mangas y mangas donde a los niños que se desperdigaban se los chupaba El Chupasangre- Momento en que Facundo Quiroga llegó con su bandeja. Y en el momento en que dejabas caer elúltimo terrón en mi taza supe que si yo tenía algo que decir, debía hacerlo ahora, porque todo el tiempo que me quedaba para hablar iba a terminarse apenas dejaras de hacer lo que habías comenzado a hacer en este preciso instante, de modo que en cuanto tomaste la cucharita y comenzaste a revolver lentamente mi café me zambullí de cabeza en el minúsculomaestrómnegro y dije que sí, que no tenías ni la más remota idea de la verdad que estabas diciendo, pero que sí; sólo que por casa cómo andábamos ¡mirada de sorpresa o dicho de otro modo, ¿vos habías estado viviendo realmente el acto de ir poniendo terrones de azúcar en mi taza, estabas de veras revolviendo mi café? Pero no debía interrumpirte, debías seguir haciéndolo, de lo contrario corríamos el riesgo de desvanecernos en el aire, en serio te lo estoy diciendo, y sobre todo y ahora espero que ir seas vos la que se enoje, cómo podías hacerme creer que estabas conmigo con tanta intensidad, pasión, entrega naturalidad, inocencia vital o como se llame tu modo de estar conmigo si al mismo tiempo podías percibir que yo estaba buscando algo (mirada de no entender), no digo buscando en la vida, digo en los bolsillos, muy bien, y que eso era exactamente lo que me pasaba a mí sólo que multiplicadopor cien mil, por un millón, cosa que de ninguna manera me parecía una virtud o un privilegio sino una desdicha, una tara, y puesto que habíamos llegado a este punto de la condición esencial de Esteban Espósito, pero no por mi voluntad quede bien claro, debía confesarte que yo había buscado como nadie una sola cosa en mi vida, la felicidad, hasta que una mañana o una noche me desperté en el infierno o en una cama ajena enfermo de una curiosa pestilencia que se llamatristitiaaunque le caben casi infinitos nombres y que desde ese día no pude volver a estar nunca ligado a mi propia vida, ni a la de nadie, y comencé a ser una especie de espectador de los otros y aun de los que amé y sobre todo de mí, sobre todo de mí, como si tuviera en la cabeza un fantástico ojo de mosca (gesto de leve repulsión) y al mismo tiempo viviera dentro de un ojo poliédrico, y entonces te ves, por supuesto que te ves, pero porque no podes dejar de verte, te ves riendo, amando, hablando por teléfono a tu hotel, y el único momento en que no te ves (dejaste de revolver el café y me miraste) es cuando te sentás a escribir diez rengloncitos de mierda sobre lo que imaginas que has visto, revolvé otro poquito por favor, y ahí es cuando te empiezan a ver los otros, los que dictaminan si tus diez rengloncitos sirven para limpiarse el culo o qué. Y esto se llama cantarChe gélida maninaen búlgaro. Las comunas son, como he dicho, tremendas. Pero no me crean mucho que sólo las conozco por referencias, por las malas lenguas: casas y casas y casas, feas, feas, feas, encaramadas obscenamente las unas sobre las otras, ensordeciéndose con sus radios, día y noche, noche y día a ver cuál puede más, tronando en cada casa, en cada cuarto, desgañitándose en vallenatos y partidos de fútbol, música salsa y rock, sin parar la carraca. ¿Cómo le hacía la humanidad para respirar antes de inventar el radio? Yo no sé, pero el maldito loro convirtió el paraíso terrenal en un infierno: el infierno. No la plancha ardiente, no el caldero hirviendo: el tormento del infierno es el ruido. El ruido es la quemazón de las almas. Esa noche, Brenda se ha esmerado en la elección de los platos. Uno de los invitados es Enzo Maestro, que siempre la trató con delicadeza, sobre todo en vísperas del juicio por homicidio, cuando Camargo se negaba a recibirla. Ella le ha devuelto la cortesía convenciendo al marido que ceda la dirección de El Diario a su amigo leal. La decisión no podría haber sido más acertada: cuando se le dala gana, Camargo llama por teléfono y da órdenes sobre algún título de tapa, pero no quiere que lo consulten ni aun cuando las noticias son graves. Prefiere mantenerse a distancia del ajetreo cotidiano. Poco después del crimen, llamó a Maestro desde el hospital donde lo habían internado para protestar porque El Heraldo estaba informando sobre el caso con más rigor y más detalles que El Diario. «¿Tengo que estar yo ahí para que sepan lo que deben hacer?», le dijo. «¿Ya no tenés a nadie que cuente bien una historia de amory de traición?» El incidente parece inverosímil, pero cualquiera que consulte los semanarios de aquella época verificará que es cierto. –Oh -dijo Georgie, con una sonrisa astuta y ladina-, primero el viejomoloco ,¿no te parece? Algo que nos levante, muchacho, pero a ti especialmente, que siempre nos guías. –Tomate un caldillo -dijo Santiago.Eran las tres de la tarde y estábamos los tres en el café frente al hotel. Santiago guardó en su carpeta negra la noticia que acababa de recortar del diario y tiró el diario debajo de la mesa. Ahora ha dejado de menearse y está contemplándose en el espejo. La leve herida del labio le ha vuelto a sangrar. De perfil, mojada apenas por las luces difusas del dormitorio, la mujer es también la noche que afuera cambia tanto, Dios mío, cuántas noches van yéndose en una sola noche, cuántas mujeres hay en cada mujer. Con la barbilla levantada, la pose de una reina, ella goza con la imagen de su cuerpo en el espejo. También él, enfrente, está mirándose a sí mismo. Un súbito destello de la luna se ha posado sobre su cuerpo y le permite ver su perfil en el otro espejo, el del cuarto vacío. Lo que el espejo le revela, sin embargo, es un eco de su propio ser, y de ninguna manera él mismo. Un hombre no puede ser él mismo sin su pasado, sin la fuerza que irradia ante los otros, sin el respeto y el temor que inspira. Un hombre nunca es el mismo a solas, y este perfil no soy yo, se repite Camargo. No reconoce el abultado abdomen tan indiferente a la gimnasia y a las dietas, ni los pectorales que, al aflojarse, dibujan un incómodo pliegue en el pecho orgulloso, ni la membrana de pavo que le cuelga de la barbilla. La imagen del espejo tiene las piernas torpes y flacas, sin armonía con el torso macizo, y carece de dignidad. ¿Qué dignidad puede tener un cuerpo desnudo a los sesenta y tres años? Tal vez ésa sea una pregunta para otros, pero no para él. A él todos lo ven como alguien invencible, inmune a las enfermedades y a la extenuación. Ya se lo han dicho las mujeres con las que se ha acostado: su cuerpo no es un cuerpo, es una fuerza de Dios. Pero cuando se huboucadido y yo estaba preparándome esa taza muy fuerte dechai, me reí para mis adentros pensando en lavesche que tanto preocupaba a P. R. Deltoid y a susdrugos. Pues bien, me porto mal, con lascrastadas , lostolchocos y los juegos con labritba y el viejo unodós unodós, y si melovetan , tanto peor, oh hermanos míos, y a decir verdad no puede gobernarse un país si todos loschelovecos se comportan como lo hago yo de noche. De modo que si melovetan y son tres meses en estemesto y otros seis en aquél, y luego, como tan bondadosamente me lo advierte P. R. Deltoid, la próxima vez, a pesar de la gran ternura de mis veranos, hermanos míos, es el propio y gran zoo del Más Allá, yo digo: «Lo justo es justo, pero una lástima, señores míos, porque ocurre que no puedo soportar el encierro. Mi empresa será, en ese futuro que extiende unos brazos nevados y prístinos ante mí, antes de que elnocho se imponga o la sangre entone un coro final en el metal retorcido y los vidrios aplastados del camino, que no meloveteen otra vez». Hermoso discurso. Pero, hermanos, este morderse las uñas acerca de lacausade la maldad es lo que me da verdadera risa. No les preocupa saber cuál es la causa de labondad,y entonces,¿por qué quieren averiguar el otro asunto? Si losliudos son buenos es porque les gusta, y ni se me ocurriría interferir en sus placeres, así que lo mismo deberían hacer en el otro negocio. Y yo soy cliente del otro negocio. Además, la maldad es cosa del yo, del tú o el mí en elodinoco de cada uno, y así es desde el principio para orgullo yradosto del viejoBogo. Pero el no-yo no puede tener lo malo, de modo que losvecos del gobierno y los jueces y las escuelas no pueden permitir lo malo, pues no pueden admitir el yo.¿Y acaso nuestra historia moderna, hermanos míos, no es el caso de los bravos ymalencos yoes peleando contra esas enormes maquinarias? Todo esto lo digo en serio, oh hermanos. Pero lo que hago lo hago porque me gusta. La noche fue siniestra. Lloviendo el cielo alienado la noche entera sin parar. El río Medellín se desbordó y con él sus ciento ochenta quebradas. Las unas, las subterráneas, que habíamos metido en cintura en atanores bajo las calles entubándolas a costa de tanto sudor y peculado, se abrían iracundas sus camisas de fuerza, rompían el pavimento y frenéticas, maniáticas, lunáticas, se salían como locas descamisadas a arrastrar carros y a hacer estragos. Las otras, sus hermanas libres -arroyos risueños en tiempos de cordura, mansas palomas- saltaban ahora vueltas trombas rugientes, endemoniadas, de las montañas, a volcarse sobre nosotros, a inundarnos, a ahogarnos, a desvariarme y hacerme subir la fiebre. Y desventrado el cielo, desbordado el río, desquiciadas las quebradas, se empezaron a alborotar las alcantarillas, a rebosarse, a salir a borbotones, y a subir, a subir, a subir hacia mis balcones el inmenso mar de mierda. Conste. Lo advertí. Que íbamosa acabar en eso. Caminó hacia el fondo sintiendo la hostilidad a medida que avanzaba: a cada paso, el aire se retiraba y sólo quedaba la hostilidad. Quería saber qué estaba pasando y no tenía demasiado tiempo para averiguarlo. Dos horas, le había dicho Camargo. Quedaba menos de hora y media. –Para qué. Ahora todo se volvió estúpido. –Ojalá, abuela. ¡Qué más quisiera yo que todo fuera leche y miel! Pero no, esto es un valle de lágrimas cargado de sufrimiento. –Diecisiete. No, claro que no. Me sentí humillada por lo que había pasado en el colegio. Decidí que iba a volver algún día a esa clase de religión para echarle en cara a la hermana superiora toda su ignorancia. Me dediqué a leer como una poseída. Descubrí los evangelios apócrifos en una edición española publicada en el peor momento del régimen de Franco, con todos los imprimatur y nihil obstat que usted se puede imaginar. Allí fui a dar con las Narraciones sobre la infancia del Señor escritas por Tomás Israelita en el siglo. Leí ese libro con curiosidad, porque los evangelios canónicos omiten todo lo que pasa entre el nacimiento y los doce años de Jesús. El niño que se describe ahí es iracundo y vengativo. Cierta vez, cuando atravesaba un pueblo, alguien pasó corriendo y lo empujó desde atrás, sin querer. Jesús se enfureció y le dijo: «Ahora vas a quedarte duro para siempre». Y así fue. Le hizo lo mismo al hijito de un escriba que le rompió una cesta de mimbre. La situación se volvió tan grave que san José, en el capítulo 14 de esas Narraciones, tiene que pedirle a Maria que no deje salir a Jesús de la casa, porque todos los que se enojan con él mueren al instante. Leí muchas historias como ésas, escritas por hombres piadosos a los que se acusaba de herejes. Aprendí que en tiempos de Jesús hubo otros magos y profetas como él, que se alzaron contra el poder de Roma y contra la hipocresía de los sacerdotes judíos. No lo quiero abrumar, doctor Camargo. Fíjese qué hora es. Usted termine su té. Yo me voy a dormir. –Volverte a tu pueblo, pegarte un tiro o hacerte comunista. El señor Ripul pareció sumergirse con lentitud dentro de sus pantalones. Desde ahí, muy abajo, emergió una mano semejante a un molusco, a un pulpito, y me alcanzó la llave. Me produjo un vago horror y desvié los ojos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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