15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–¿Cuál? Además, digo yo ahora, ¡para eso está la caja torácica! –Para mí que él se lo está rompiendo a ella -digo yo. DENNIS HELMING Porque cuando el jujeño se reagrupaba, los dragones y húsares arremetieron de lo alto y la sableada fue atroz. Lamadrid cargó sobre Laureano; y parte de su caballería, sobre el campamento, donde, rodeada por unos cien hombres y por la guardia personal del jujeño, estaba la muchacha, Aasta. Cómo hizo el abuelo para aguantar el choque de Lamadrid, no han sabido explicármelo. Cómo hizo para quebrar a los que venían bajando de la loma, pasarlos por el medio y llegar con un puñado de hombres al campamento del mangrullo, pertenece quizá a la historia de las mentiras argentinas, al folklore de las zambas, a la memoria de las viejas y los guitarreros muertos hace un siglo. Hagan de cuenta que soy Hornero y créanme, dijo Lalo. Porque cuando los hombres del viejo ya estaban a punto de dispersarse, vieron al abuelo, de a pie, salir gritando desde el centro del desbande. Lo vieron desmontar de un sablazo a uno de sus propios oficiales, que huía, subirse al caballo y arremeter solo contra la avanzada de Lamadrid. Instintivamente lo siguieron para cubrirlo; cuando volvieron a pensar en algo, los que no estaban muertos estaban del otro lado defendiendo el campamento del mangrullo. Laureano, puteando al cielo y a la tierra y a Estanislao López, rearmó sobre la marcha lo que quedaba de su gente, cambió otras tres veces de caballo, volvió sobre Lamadrid, lo obligó a replegarse y vio morir en una sola madrugada a más de mil hombres que habían sobrevivido durante años las guerras contra los ejércitos regulares de España. Cuando por fin dio la orden de abandonar el campo, ni López ni Lamadrid se atrevieron a seguirlo. Tal vez porque no era necesario. Sabían lo que ignoraba el abuelo: que nunca se juntaría con Pancho Ramírez; que, en algún momento de ese mismo día, el viejo iba a encontrarse fatalmente con el ejército de Bustos o con alguna de sus avanzadas. O tal vez no lo siguieron porque esa lenta retirada de seiscientos hombres tenía algo de imponente, algo que inspiraba respeto y hasta temor. Los jujeños fueron dando la espalda al campo sin ningún apuro, con ostentosalentitud, y se retiraron como si reiniciaran su marcha. Hacia abajo y hacia el este, como si no se resignaran a alejarse de Buenos Aires. Los jefes de Laureano, detrás de cada despojo de lo que había sido un batallón, iban cubriendo la espalda de aquellos gauchos que llevaban sus caballos al paso. Un puñado de jinetes rodeaba una berlina en la que iba una mujer. Laureano Zamudio, montado en un alazán y llevando de tiro un alto caballo moro, miraba la tormenta y pensaba en la Confederación. Una vez a uno. Dije entonces, procurando mostrar respeto y aquiescencia: Plop. A Camargo le sorprende siempre que la mujer no tome ninguna precaución cuando se desnuda. Como su departamento está aislado, en un último piso, tal vez supone que nadie la mira. Ella sabe que delante, en el edificio que alquila Camargo, sólo hay oficinas que cierran temprano. Aun así, a él le parece que debería ser más cuidadosa. Yél dijo: -Eres el pequeño Alex, ¿verdad? Sólo entonces él dejó de dar vueltas sobre sí mismo. Durante un largo minuto estuvieron en silencio, sin mirarse, demorando el vino en los cuencos de la lengua. Luego, ella le contó los episodios de la capilla. Le halagaba que un hombre como Camargo, inalcanzable para la gente, hubiera avanzadotantos kilómetros a través de la nada sólo para acompañarla a morder el polvo de aquella comida tardía. A veces, le parecía que la inteligencia de él se fugaba hacia otra parte y en la enorme sala quedaban sólo sus manos distraídas. Pero cuando regresaba al lugar, en las rápidas ráfagas de sus regresos, la hacía sentir el centro del mundo. Esteban se puso de pie… –Esteban -dijiste. El profesor Urba estaba a mi lado y apoyaba una mano sobre mi hombro. No tenía nada de asombroso. Muy natural que dos personas viajen juntas y bajen en el mismo sitio. Máxime cuando van al mismo sitio. Lo saludé mientras trataba inútilmente de rehacer una idea, o una impresión, fugaz como un destello pero agudísima, que había tenido en el ómnibus, o al bajar del ómnibus, y que estaba a punto de escapárseme como un pájaro deslumbrante. Oí o me pareció oír algo acerca de un palo de escoba, mientras la manito del astrólogo, separándose de mi hombro, señalaba la pequeña pendiente en la que remataba el parque de la quinta. De mí sé decirte que desearía tener el macho cabrío más vigoroso, me pareció oír después. Sólo que me pareció oírlo en alemán. Y yo no sé una palabra de alemán. Eso confirmaba mis sospechas. Por las dudas le pregunté de qué hablaba, y él, sorprendido, dijo que no había abierto la boca. Entonces, iba a hablar yo.Hablé. Hablé inconteniblemente. Del verano, de los árboles, de que no había ningún motivo para acortar camino, mi querido profesor. De la posibilidad de trepar por esas piedras o peñas, sobre cuyas cimas brotan cascadas. Cascadas bulliciosas, dije. Era como si el ozono de la noche me hubiera enloquecido. El astrólogo, estupefacto, me miró. O quizá me miró burlonamente. En los intervalos de luz que cruzaban las ramas, sus ojitos mongólicos eran absolutamente ambiguos. Un cardenal afeminado no es un príncipe de la Iglesia, es un travesti, y su sotana una bata: así la siente. Bueno, lo último que quería hacer aquí esta eminencia nuestra pontificable antes de que se tuviera que escapar a Roma, era venderle al narcotráfico los predios de la Universidad Pontificia Bolivariana, que no era suya pero que valen una millonada, para comprárselos en joyas. Más joyas para él. Yo me lo imaginaba poniéndoselas ante un espejo de cristal de roca renacentista para irse luego a divisar, todo enjoyado, a la ciudad santa desde Villa Borghese. A ver volar palomas sobre las cúpulas, y entre esas palomas el Espíritu Santo. ¡Él allá disfrutando de semejante espectáculo, y yo aquí viendo volar gallinazos sobre los botaderos de cadáveres! No podía dormir de la indignación, no podía conciliar el sueño, no podía pegar un ojo. Desde un punto de vista estrictamente religioso, para acabar con este espinoso tema, yo prefiero a un cardenal cínico perfumado un cardenal humilde maloliente, que huela a rayos, que huela a diablos. –Eso está bien. La marihuana abre el apetito y adormece el espíritu. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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