15 de enero de 2025
Comentario destacado
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de Villa del Mar –No. Estoy haciendo gimnasia. Entramos a una explanada.¿Llano Grande? Las llantas del taxi seguían surcando los charcos, y la lluvia doliente cantando su salmodia. Sonó el teléfono y contesté: era Carlos para darme la noticia de que acababa de morir Darío. En ese instante entendí que se acababan de cortar mis últimos vínculos con los vivos. Eltaxi se iba alejando, alejando, alejando, dejándolo atrás todo, un pasado perdido, una vida gastada, un país en pedazos, un mundo loco, sin que se pudiera ver adelante nada, ni a los lados nada, ni atrás nada y yendo hacía nada, hacía el sin sentido, y sobre el paisaje invisible y lo que se llama el alma, el corazón, llorando: llorando gruesas lágrimas la lluvia. –Queríamos hacerle una pregunta-dijo el muchacho. Antes de que la mujer se siente a escribir, el jefe de personal la llamará para reprenderla. Eso debe suceder alrededor de las nueve, en el momento de tensión extrema, sobre el filo del cierre. Poco después, agitado, el pobre perro fiel correrá a tu oficina para contar lo que ha sucedido. Lo verás inflamado, exultante. Como la sevicia le aflora siempre en la nariz,van a brotarle dos forúnculos nuevos. Sicardi habrá grabado el diálogo y te entregara tanto el casete como la transcripción, con una diligencia que siempre se adelanta a tus ansiedades: Amanecimos en un charco de vómito: eran los demonios de Medellín, la ciudad maldita, que habíamos agarrado al andar por sus calles y se nos habían adentrado por los ojos, por los oídos, por la nariz, por la boca. ¡Qué iglesia iba a haber abierta ni qué demonios! Las mantienen cerradas para que no las atraquen. Ya no nos queda en Medellín ni un solo oasis de paz. Dicen que atracan los bautizos, las bodas, los velorios, los entierros. Que matan en plena misa o llegando al cementerio a los que van vivos acompañando al muerto. Que si se cae un avión saquean los cadáveres. Que si te atropella un carro, manos caritativas te sacan la billetera mientras te hacen el favor de subirte a un taxi que te lleve al hospital. Que hay treinta y cinco mil taxis en Medellín desocupados atracando. Uno por cada carro particular. Que lo mejor es viajar en bus, aunque también tampoco: tampoco conviene, también los atracan. Que en el hospital a uno que tirotearon no sé dónde lo remataron. Que lo único seguro aquí es la muerte. Después fueron cuarenta y nueve, cuarenta y ocho, cuarenta y siete… Y se los iba anotando con un bolígrafo en una pared. –Ya ves lo que has conseguido, Reina -le dice-. Desde que llamaste, tu papá y yo no hemos pegado un ojo. ¿Todavía te hace falta que vaya? Pero mi optimismo tambaleante decidió ipso facto que era cirrosis, que iba a vivir diez años y que yo me iba a morir antes que él, y con concisión telegráfica redacté el anuncio para El Colombiano: «Gracias Espíritu Santo porque fue cirrosis y no cáncer del hígado». Y firmado familia tal. Y volví a entrar al cuarto invadido de una felicidad rabiosa. Yo todavía no convine nada. –Yo también, doctor, y ése es el origen de uno de nuestros peores malentendidos. Me refiero a los argentinos, no a usted y a mí, se entiende. Pensándolo bien, qué tiene que ver el país. ¿Qué es el país? Nada, un abstracto. Este país y cualquier país es su gente. Usted, ese gordo, la señorita Cavarozzi. Hasta yo mismo soy el país. ¿Adonde quiero llegar? Permítame. -Yo estaba dispuesto a hablar del peronismo con aquel hombre antes de que acabara el entreacto o aunque debieran suspender el drama de Strindberg. Pero tal vez ha llegado el momento de ser justo. Si hubiera sabido,esa primera noche, dos o tres de las cosas que hoy sé, a este libro le faltarían unas cuantas páginas. Una de las cosas que sé es que Cantilo no es como yo lo estoy viendo; y me adelanto a escribirlo por miedo de olvidar sus soldaditos. Cantilo tallaba soldaditos de madera. Húsares, patricios,paisanos montoneros del alto de un pulgar, legionarios. A esto le llamaba con un poco de vergüenza suhobby,y era en realidad una conmovedora forma de la locura que era también un arte. Tenía un tallercito casi secreto en el Cerro de las Rosas y ahí, sábados y domingos, se entregaba como un demiurgo un poco mamarracho a aserrar y pulir e iluminar guerreros de una perdida epopeya nacional microcósmica. Este agrónomo de grandes calzoncillos que por alguna razón muy superior a mi entendimiento también era odontólogo, y por alguna otra razón, que descubrí o creí descubrir al día siguiente, aceptaba que su mujer se acostara con tipos como yo, merece un poco de respeto. Eso es lo que quiero decir, y a su modo ya me lo había adelantado Santiago. -No sea tan ansioso, doctor, si no me deja redondear el concepto va a dar la impresión de que habla usted solo. Y el conocimiento es más amigo del silencio que de la palabra, como dicen los árabes. Tiempo al tiempo. No se siente la utilidad de las nalgas hasta que nos nace un forúnculo. La boca del sabio está en su corazón. Hoy mismo, por ejemplo, en el tren que me traía a Córdoba, vea lo que me pasa. Me encuentro en el coche salón con un señor, uno de esos caballeros, fíjese, asépticos. Pulcros. Que más bien parecen una farmacia. -El jujeño se ahogó con el vino. Vos y Verónica, lejos, allá en la oscuridad de la barra. Y oyendo toser a Santiago pensé: Un amigo, uno de esos remotos amigos de adolescencia con los que bastaba una mirada, un gesto subrepticio de complicidad, sin que hubiera que explicar nada. Ahí está lo que falta en esta mesa. -¿Me sigue? Bueno, que el hombre hablaba, como nosotros, del país. De este país. Y, por supuesto, a los diez minutos se la agarró ¿con… qué? Exacto, doctor. Con el peronismo. Sólo en un país como éste, ¿no es cierto?, podría darse un fenómeno de circo como el peronismo. Él no era el país. Mongo Aurelio era el país. Camargo sobrevivió tres años a la tragedia que le cambió la vida. Fue una lástima que no pudiera leer las dos inspiradas columnas que le dedicó Enzo Maestro. Era un texto sin una palabra de más, a la izquierda de la primera página, con un título que a él le habría gustado: Duelo: El Diario llora la pérdida / de su ex director G. M Camargo. Aun cuando ya no hacía falta, el texto acataba los deseos del difunto. Deslizaba sólo una vez, como de paso, el nombre de sus documentos civiles, Gregorio Magno Pontífice, e ignoraba casi todos los detalles íntimos de su biografía, desde el abandono de la madre en plena infancia hasta el divorcio de Brenda y la tardía reconciliación. Con generosidad, Maestro convertía al padre en «un pionero de nuestra radiotelefonía» y resumía el ostracismo del gran periodista en un par de líneas sobrias: «Poco antes de caer enfermo, Camargo había recorrido el mundo con asombro, como si fuera otra vez un redactor joven. Los artículos que envió desde las grandes capitales europeas, desde Katmandú, los templos de Angkor Wat y las ruinas de Chichén Itzá son ahora clásicos argentinos. Su viuda, Brenda, se propone reunirlos en un volumen, junto con laúltima colaboración que, ya retirado, envió a El Diario y que reproducimos para solaz de nuestros lectores». En efecto, no es ningún nombre. Somos mil. Él es mil. Legiones de argentinos se frustran sistemáticamente alrededor de los treinta años, dejarlo que reviente. Viva el fracaso. Veinte millones de malogrados, deslucidos, abortados y fracasados te saludan, viejo Discepolín. Adelante, cabrón. Hundirse usted. Confesarme llamo expósito que no sólo no es un nombre estupendo sino siquiera un nombre de ninguna especie. Y ahí comprendí, antes que me lo dijeran. La viejaptitsa de loscotos y lascotas había pasado a mejor vida en uno de los hospitales de la ciudad. Parece que se me había ido un poco la mano. Bien, bien, eso era todo. Pensé en loscotos y lascotas que pedíanmoloco, y ya nadie les hacía caso, ya no por lo menos laforellastarria. Eso era todo. La había hecho buena. Y yo apenas tenía quince años. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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