15 de enero de 2025
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Por este mismo barrio de Buenos Aires por donde voy ahora bajando y entrando a Medellín, ¡cuántas veces no subimos de salida en ese Studebaker cargado de muchachos! Liberados de la ciudad y de su maledicencia congénita, a la vera del camino, bajo la luz de la luna y la turbia mirada de Saturno, con el primer aguardiente y en la primer parada se iban quitando la ropa. Un arroyito tintineante cantaba cerca, y mugían las vacas. Muuuu, muuuu, muuuu… ¿Si te acordás, hermano? Darío: cuando pasen cien años, que son nada y se van rápido, vas a ver que esta ciudad miserable nos va a levantar una estatua. –Que me gustaría saber si vos escuchas algo de lo que se te dice. A ver, ¿cómo se llama? Luego giró hacía el inodoro, alzó la tapa, se abrió la bragueta, se sacó el sexo estúpido y se puso a orinar. De muchacho mi superstición me decía que el día que entrara a la iglesia de San Antonio ése iba a ser el último mío. ¡Qué va! Aquí sigo vivo. De haberme muerto además mi superstición no habría podido reprocharme: "Te lo advertí, te lo dije". Los muertos no ven ni oyen ni entienden, y les importa un carajo lo que les advirtieron o no. Con los años se le había agriado el genio. Cada día más y más se le expresaba un temperamento de Rendón, como si ése fuera su primer apellido. Y tras el mal carácter el retraimiento. Se había vuelto hosco, sombrío. Se estaban sumando en él los dos sidas, el del virus y el de la vejez. Pero volvamos al jardín, a los felices días en que la sulfaguanidina funcionaba y cuando yo no podía ni siquiera concebir que Darío se pudiera morir. –Si. No sé. No estoy en condiciones de pensar ahora. –Ya me lo dijiste -dijo. –¿Y ahora qué pasa, eh? A medida que el sol se adentraba con mayor decisión en el mar, el avión daba vueltas cada vez más bajas. Al final parecía que las turbinas, bramando bajo la altiva cola en forma de ballena, casi en el extremo del fuselaje, iban a rozar la superficie del mar. Brenda me tomó las manos, con la cara bañada en lágrimas. –Pregúnteselo a la policía. No me haga perder tiempo. Si insinúa que hay un corrupto en mi equipo, se equivoca. Yo respondo por codos, hasta por Insiarte. Hay tanto peso de realidad en la imagen, que sus sentidos parecen haberse desplazado otra vez al cuarto de la calle Reconquista en vez de que darse conél en la sala de videos de la casa de San Isidro, junto a la galería de geranios. Cada vez tiene menos deseos de volver a este lugar. Los salones se suceden interminables, la soledad funeraria del dormitorio le quita el sueño, y si no fuera porque tiene a la mujer atrapada en su cámara, si no pudiera reproducirla cada vez que se le da la gana en el televisor de cuarenta y dos pulgadas, traerla hacia sí o acercarse a los pliegues de ese cuerpo que le pertenece cada vez más, a las axilas, a las suaves lomas y hondonadas de la entrepierna, mientras la oye respirar infinitamente, infinitamente, porque ha logrado que los seis canales de audio sigan emitiendo la respiración de la mujer cuando él congela la imagen o la agranda, si no pudiera internarse en los laberintos del pelo como un guardabosque sin brújula, si su imagen mil veces multiplicada no estuviera siempre a su alcance, entonces se habría marchado ya de la casa. Sentí una inmensa compasión por ella, por sus niños, por los perros abandonados, por mí, por cuantos seguimos capotiando los atropellos de esta vida. Le di algo de dinero, me despedí y salí. –Pastafrola. Dos. Y vas a tener que pagármelas porque no tengo con qué. Ya estaba un poco desesperada. Tuve que pedir la otra para ganar tiempo. –El señor carón. –Le prometí a tu madre que íbamos a volver a una hora discreta. Las tres te parece bien. Vuelvo y repito: no hay que contar plata delante del pobre. Por eso no les pienso contar lo que esa noche antes de dormirnos pasó. Básteles saber dos cosas: Que su desnuda belleza se realzaba por el escapulario de la Virgen que le colgaba del pecho. Y que al desvertirse se le cayó un revólver. "¿Y ese revólver para qué?" le pregunté yo de ingenuo. Que para lo que se ofreciera. Pues sí, pregunta tonta la mía, un revólver es para lo que se pueda ofrecer. Y abrazado a mi ángel de la guarda me dormí, no sin que antes de que me desconectara el sueño me entrara el futurismo, el fatalismo y me diera por pensar en los titulares amarillistas del día de mañana: "Gramático Ilustre Asesinado por su Ángel de la Guarda", en letras rojas enormes, que se salían de la primera plana. Luego, recapacitando, me dije que los dos periódicos de Medellín eran serios, no como los pasquines sensacionalistas de Bogotá. La página roja, incluso, la habían reducido en los últimos tiempos a una columnita. ¿Sería que hablar en Medellín de asesinados era como decir en época de lluvias "¡Aguaceros Torrenciales!" o en verano "Nos estamos asando del calor"? ¿Dar como noticia lo obvio? No, era que todavía nos quedaba un poquito de dignidad, de decencia. Y tuve fe en el futuro, en el ajeno, porque el mío, como bien lo sabía desde muchacho, se acababa ahí, el día que conocí la iglesia de San Antonio. Y con esta nota de desolado optimismo me dormí. –Y cómo estás vivo. Cómo no quedaste idiota o lisiado..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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