15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Un padrecito ingenuo de la Facultad de Teología de cierta católica universidad me contó una confesión diciendo el milagro pero callando el santo. O sea, revelando el secreto pero sin violarlo. Hela aquí: Que un muchacho sin rostro se fue a confesar con él y le dijo: "Acúsome padrecito de que me acosté con la novia". Y preguntando, preguntando que es como se llega a Roma que es adonde ellos quieren ir, el padre vino a saber que el muchacho era de profesión sicario y que había matado a trece, pero que de ésos no se venía a confesar porque ¿por qué? Que se confesara de ellos el que los mandó matar. De ése era el pecado, no de él que simplemente estaba haciendo un trabajo, un "camello". Ni siquiera les vio los ojos… "¿Y qué hizo usted padre con el presunto sicario, lo absolvió?" Sí, el presunto padre lo absolvió. De penitencia le puso trece misas, una por cada muerto, y por eso andan tan llenas de muchachos lasiglesias. Con dificultad volvió a sentarse en la hamaca y continuó en lo que estaba: limpiando de semillas y basura un paquete de marihuana que había desplegado sobre una de esas mesitas imbéciles, dizque noruegas, de patas puntudas, temblequeantes, que hizo Argemiro el genio in illo tempore. Sacaba una semillita aquí, otra semillita allá, y las iba tirando a los cuatro vientos sobre la grama del jardín. Como ya dije,éramos cuatro y ellos seis, pero aunque obtuso, el pobre y viejo Lerdo valía por tres de los otros cuando había que pelear sucio y fuerte. El Lerdo tenía unusy o cadena verdaderamentejoroschó , una cosa que le envolvía dos veces la cintura, y entonces la soltó y comenzó a revolearla de lo lindo en los ojos oglasos . Pete y Georgie tenían buenos y afiladosnochos , y yo por mi parte llevaba una magnífica ystarriabritba, afilada yjoroschó , que en ese tiempo en mis manos cortaba y relampagueaba con arte consumado. Y ahí estábamosdratsando en la sombra, y la vieja luna con sus hombres acababa de aparecer, y las estrellas relucían como cuchillos que deseaban intervenir en ladratsa . Al fin conseguí tajearle el frente de losplatis a uno de losdrugos de Billyboy, un corte limpio que ni siquiera rozó elploto bajo la tela. Así, en medio de ladratsa estedrugo de Billyboy de pronto se encontró abierto como la vaina de un guisante, la barriga desnuda y los pobres y viejosyarblocos al aire, y como se vio así todorasreceado , agitaba los brazos y gritaba, de modo que descuidó la guardia, y el viejo Lerdo con su cadena hizo juisssss y le pegó justo en losglasos, y eldrugo de Billyboy salió trastabillando ycrarcando como enloquecido. Nos estábamos arreglando muyjoroschó , y poco después bajamos al número uno de Billyboy, enceguecido por un cadenazo del viejo Lerdo, y que se arrastraba y aullaba como un animal. Una buena patada en lagolová lo sacó de la carrera. Entonces, hermanos, me llevaron a un sitio que no se parecía a lossinys que yo conocía. Es cierto que una pared estaba completamente cubierta con papel plateado, y enfrente tenía agujeros cuadrados para el proyector, y había altavoces de estéreo distribuidos por todo elmesto. Pero sobre la pared de la derecha había un banco con cosas que parecían medidores, y en medio del cuarto, frente a la pantalla, algo parecido a la silla de un dentista, y de allí salía toda clase de alambres, y casi tuve que arrastrarme desde la silla de ruedas al asiento, con la ayuda de otroveco enfermero de chaqueta blanca. Entonces vi que debajo de los agujeros de proyección había como un vidrio opaco, y me pareció que detrás se movían sombras de personas, y que seslusaba a alguien que tosía cashl cashl cashl. Pero en eso pude darme cuenta de que yo estaba de veras muy débil, y pensé que era el cambio de lapischa de la prisión y la nuevapischa, muy alimenticia, y las vitaminas que me habían inyectado. -Bueno -dijo el veco que había empujado la silla de ruedas-, lo dejo ahora. La función empieza apenas llega el doctor Brodsky. Espero que le guste. -Para ser sincero, hermanos, en realidad no me sentía con ganas devidear películas esa tarde. No tenía ganas, y nada más. Hubiera preferido de veras una linda y tranquilaspachca en la cama, linda y tranquila y completamenteodinoco. Estaba muy caído. –Nada -dijo ella-. Tristeza. Viene y Lo que sigue, dijo Lalo, es una total carnicería. Yo no estaba muy seguro de haberme despertado nunca en mi vida antes de las dos de la tarde, y hasta algo peor, no estaba muy seguro de nada que hubiese ocurrido en el mundo antes de mi arribo a Córdoba. Una especie de amnesia, pero deliberada. O más bien consentida. Y ya era bastante esfuerzo saber que estaba realmente en Córdoba, como para seguir intentando en otra dirección. Suponiendo que hubiese podido. Porque lo que estoy viendo es un mamboretá. Del antepecho de la ventana saltó, verde y matemático, al barrote izquierdo de la cama y ahí se quedó, en actitud de rezo. Y ahora rota hacia mí su poliédrica cabecita de esmeralda y me mira fijamente con sus coriáceos y malignos ojitos de otro mundo. La espalda se me empapó de sudor. Aparte el asco que me inspira cualquier insecto que no sea la vaquita de San Antonio o ciertos escarabajos que son como gemas vivas, como pequeños planetas de oro, aparte el asco patológico que me producen esas infames pesadillas que en sus peores noches soñó la vida (hay que imaginarse una mosca del tamaño de un teléfono, una cucaracha que al pie de la cama pueda confundirse a primera vista con un zapato), yo tenía una cuestión personal con los mamboretá. O al menos con uno. Y el mayor inconveniente de éste es que fue absorbido ante mis ojos por el barrote de la cama. El resto del día anterior había sido muy agotador, con las entrevistas grabadas para los telenoticiosos y las fotografías flash flash flash y nuevas demostraciones de cómo me repugnaba la ultraviolencia, y toda esa basuracalosa. Y luego me tumbé en la cama, y en seguida, según me pareció, me despertaron para decirme que me fuese, que me marchase, que no querían ver más a Vuestro Humilde Narrador, oh hermanos míos. Y ahí estaba yo muy muy temprano en la mañana, con ese dineromalenco en elcarmano izquierdo, haciendo sonar las monedas y preguntándome: Ves al guardián y a una mujer salir de la casa, aferrándose las ropas y chillando como cerdos. Ves el disco blanco del sol en el cielo liquido y sentís que todo está bien, Camargo. Volvés a sentirte limpio como en el día que naciste, cuando todavía nadie te había abandonado. Inútil resultó la anfotericina. E inútiles el fluconazol, el itraconazol, el trimetoprim sulfametoxazol. Nada le servía a mi hermano. E incluyo en nada a un curita joven que llegó a reconfortarlo una mañana, llovido del cielo como mierda de paloma. Y lo digo por lo que van a ver. Le contaron los epidemiólogos del municipio a mi cuñado Luis Alfonso, y éste a mí, que en infinidad de casas como la nuestra infinidad de enfermos como mi hermano se estaban muriendo de lo mismo, del mal ignominioso que nadie se atrevía a mencionar. Y que en una del barrio de Boston (el mío, ay, donde bajo un cielo incierto nací), un curita joven de alto riesgo infectado se había encerrado a morir cuando se le declaró la enfermedad, arrepentido, avergonzado, escondiéndose del prójimo: una neumonía que agarró por aspirar el excremento de las palomas que venían a arrullarse en las tapias del patio lo remató. –Y cómo estás vivo. Cómo no quedaste idiota o lisiado. –Eh, cómo. –Te oí, Camargo. Sé quién sos. No me enorgullece ni me alegra que quieras casarte conmigo. Estoy enamorada de otro hombre, ya te lo he dicho. Fincas tuvo varias, a cuál más mal negocio. Desde que tengo memoria lo recuerdo fantaseando con una finca, castillo de naipes, de sueños, de viento. La Esperanza se llamó una, otra La Cascada, otra La Solita que ya les dije, y otras y otras que ya olvidé. Les ponía agua, luzeléctrica, pesebrera, y trapiche si eran de caña o «beneficiadero» si eran de café. Les sembraba un platanal, un naranjal, un limonero, desyerbaba, fumigaba, abonaba, poseído por una furia maniática de construcción. Y cuando ya las tenía sembradas, desyerbadas, fumigadas, abonadas, instaladas, y veía que le iban a empezar a producir, las vendía por lo que le costaron o menos. ¿Mal negocio? ¡Qué mal negocio iba a ser! Eran el negocio de su vida puesto que se la llenaban y le mantenían encendida, como la veladora del Divino Rostro, día y noche, sin descanso, La Esperanza. Que pongo con mayúscula por su finca, en la que él había corporizado la segunda virtud teologal. –Te llevo. Me levanté de la cama y me dirigí a un rincón del cuarto donde no me pudiera ver. Allí saqué la jeringa del bolsillo y le quité el protector a la aguja. Luego regresé a su lado y a la botella de suero: sus ojos vidriosos, perdidos, miraban al techo. Entonces hundí la aguja en el tubo de plástico, presioné el émbolo, y con la última gotica de suero que caía empezó a entrar el Eutanal. –Yo soy el amigo de todos -dije-. Excepto de mis enemigos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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