15 de enero de 2025
Comentario destacado
Teaching covering letter
Verónica se ha puesto de pie y va hacia la puerta del estudio. Da vuelta la cabeza y me mira. Hay miradas y miradas; ésta pertenece a las del segundo tipo. Estoy preguntándome cuántos años tendrá cuando ella, a su vez, quiere saber mi edad. Por alguna razón, me quito un año. Me doy cuenta de dos cosas. Que en los últimos minutos hemos estado sentados juntos, tal vez demasiado juntos; que debo levantarme y seguirla. El hall está en penumbras, tan vacío y ordenado como si nunca hubiera habido nadie en él. Mucamas y sirvientes sigilosos deben deslizarse como larvas por los rincones. O acaso nunca vi a ninguna de las personas que imaginé ver. Estoy por aferrarme a esta segunda hipótesis cuando, sobre un pequeño arcón de nogal, junto a la talla de una virgen de rasgos aindiados, descubro el pequeño libro de poemas de Poe que traía Inés. Oigo girar la llave de la puerta vidriera que da al jardín casi de inmediato, la voz de Verónica hablando por teléfono con alguien. Con una mujer, pienso. No entiendo las palabras pero el tono es confidencial, de logia. Y vuelvo a recordar la mirada de Inés, su candor. Entonces hice algo que, en ese momento, me pareció hermoso y hasta conmovedor, pero que hoy, mediatizado por los años y unido a lo que va a suceder dos horas más tarde al pie de ese viejo arcón, es poco menos que una obscenidad. Busco, en el índice del libro de Poe, un poema, el que transcurrein this kingdom by the sea,para qué voy a negarlo. Después de todo, el Esteban Espósito que organizaba estos milagros prealcohólicos tenía alrededor de veintisiete años y era, para decirlo en pocas palabras, un adolescente tardío; sobre todo con unos whiskies y anfetaminas de más antes de las cinco de la tarde. Pienso que la chica tiene que volver en algún momento para recuperar su libro. Junto al mar turquí. Un reino junto al mar turquí, ha escrito un poco enigmáticamente el traductor español. Bueno, tan mal no está. Turquí viene de Turquía y por alguna razón quiere decir azul oscuro. Turquesa. Cada uno ve el mar del color que quiere. Los griegos lo llamaban oinos. Marco la página con la cinta del señalador y lo dejo abierto a la deriva sobre el mar turquí, mar que ya ha comenzado a encresparse bajo nubarrones funestos. Pienso que la chica es muy capaz de no darse cuenta de lo que ha ocurrido en el pequeño reino de su libro. Sería una lástima. Lástima por ella. Lo bello es absoluto. Yo todavía no convine nada. En este punto recuerdo que un año atrás había subido con papi al edificio de al lado, recién terminado, a conocer sus apartamentos que acababan de poner en venta, y que vi por primera vez desde arriba el jardincito de mi casa: un cuadradito verde, vivo, vivo, al que llegaban los pájaros. Uno de los últimos que quedaban en ese barrio de Laureles cuyas casas habían ido cayendo una a una a golpes de piqueta compradas y tumbadas por la mafia para levantar en sus terrenos edificios mafiosos. –Ooooh -dijo uno de losnadsats que bailaban, unmálchico con el pelo sobre losglasos-. Sinfona.¿No es gracioso? Quiere una sinfona. Las puestas de sol en ese balneario chileno, que gozan de justa fama, alcanzan su máximo esplendor en la pequeña bahía que se abre justo frente a la casa amarilla. Gente de Santiago y Valparaíso acude los fines de semana a contemplar ese portento, que Brenda y yo teníamos a nuestro alcance en el balcón de la casa. No recuerdo por qué decidimos bajar a la orilla del mar el domingo 23 de febrero de 2003, cuando más infernal era la romería de visitantes. Nuestra hija Diana se había marchado a Buenos Aires, los dos nos sentíamos solos y melancólicos y, aun sin decirlo, estábamos sedientos de compañía En la playa corría un aire cálido y transparente. Los turistas, con pañuelos atados a la cabeza y cestas de picnic, se habían tendido entre las rocas inmóviles coma lagartos. El graznido de las gaviotas desentonaba con la calma sin fin. A eso de las seis y media, cuando el sol iniciaba su caída, un avión pasó frente a nosotros a una velocidad tan inverosímil que el rugido de las turbinas nos llegó cuando ya se había perdido de vista. Al cabo de un rato volvió, y era como si flotara. Volaba a trescientos o cuatrocientos metros sobre el mar y cortaba el globo del sol con perfectas líneas horizontales. Era un Cessna Citation para cuatro pasajeros, pero luego se supo que la única persona a bordo era el piloto enloquecido. –¡Cómo! ¿Ustedes todavía ahí, no las han tumbado? La iglesia tiene dos entradas: una por la fachada de la cúpula, otra por la de las torres. Por la de la cúpula entramos. Subiendo por la escalinata del pórtico, bajo unas bóvedas góticas, antes de entrar uno a la iglesia ve a la derecha una inmensa cripta de osarios. Susurros de almas en pena rasgaban las brumas del tiempo eterno. ¡Claro, ése era el cementerio de mi delirio! Pasamos a la iglesia y miré hacia arriba, y por primera vez vi desde adentro la alta cúpula que había visto desde afuera mi vida entera dominando el centro de Medellín. Cerró los ojos y repitió los versos en un inglés que parecía dicho por el propio John Milton. El polvo seguía dando vueltas por la llanura y se infiltraba en la casa con tenacidad de perro. –Me les voy a tirar por el balcón. Pero aquí la vida crapulosa está derrotando a la muerte y surgen niños de todas partes, de cualquier hueco o vagina como las ratas de las alcantarillas cuando están muy atestadas y ya no caben. En las afueras del cementerio, cuando salíamos y Alexis recargaba su juguete, dos de esos inocentes recién paridos, como de ocho o diez años, se estaban dando trompadas de lo lindo azuzados por un corrillo de adultos y otros niños, bajo el calor embrutecido del sol del trópico. Dale que dale, con sus caritas encendidas por la rabia, sudorosas, sudando ese odio que aquí se estila y que no tiene sobre la vasta tierra parangón. Como la única forma de acabar con un incendio es apagándolo, de seis tiros el ángel lo apagó. Seis cayeron, uno por cada tiro; seis que eran los que tenía el tambor del tote: cuatro de los espectadores y mánagers, y los dos promisorios púgiles. Cada quien con su marquita en la frente escurriendo unos chorritos rojos como de anilina, unos hilitos de lo más pictóricos. Mi señora Muerte con su sangre fría les había bajado el calor y ganado, por lo menos, este round. Y vamos para el siguiente a ver qué pasa. Suena la campana. Es imperioso que no te arrastre su cólera. No, Camargo. Debes respirar muy hondo, no para acallar dolor alguno sino para que el aliento, cuando te llegue a la profundidad de las entrañas, reconozca la justicia de todo lo que has hecho e impregne tu voz de la serenidad que necesitás para decir: íbamos por la Avenida La Playa entre el gentío -por la calle lateral izquierda para mayor precisión, e izquierda mirando hacia el Pan de Azúcar- cuando de frente, zumbando, atronadora, se vino sobre nosotros la moto: pasó rozándonos. "¡Cuidado! ¡Fernando!" alcanzó a gritarme Alexis en el momento en que los de la moto disparaban. Fue lo último que dijo, mi nombre, que nunca antes había pronunciado. Después se desbarrancó por el derrumbadero eterno, sin fondo. Jirones de frases y colores siguieron, rasgados, barridos en el instante fugitivo. Alcancé a ver al muchacho de atrás de la moto, el "parrillero", cuando disparó: le vi los ojos fulgurantes, y colgando sobre el pecho, por la camisa entreabierta, el escapulario carmelita. Y nada más. La moto, culebriando, se perdió entre el gentío y mi niño se desplomó: dejó el horror de la vida para entrar en el horror de la muerte. Fue un solo tiro certero, en el corazón. Creemos que existimos pero no, somos un espejismo de la nada, un sueño de basuco. –Otros le llaman vivir. La vida no le sienta bien a todo el mundo. –Son Castor y Pólux -dice Verónica. –Contar qué, Esteban. Ya te conté todo lo que hacía falta. –Que los echen -pero otra vez salió er er er. En fin, los tresvecos políticos se marcharon. Y yo también me fui, pero de regreso a mi mundo, a la oscuridad total que se interrumpía únicamente con sueños raros que yo no sabía si eran sueños o no, oh hermanos míos. Por ejemplo, se me ocurrió que todo mi cuerpo oploto se vaciaba de algo que era como agua sucia, y que después lo llenaban con agua limpia. Y después tenía sueños realmente hermosos yjoroschós, y estaba en el auto de unveco que yo habíacrastado, y recorría el mundoodinoco, atropellandoliudos y oyéndoloscrichar que se morían, y yo no sentía náuseas ni dolor. Y también otros sueños en que les hacía el viejo unodós a lasdébochcas, obligándolas a tirarse en el suelo y que me la aguantaran bien, y todos alrededor mirando, golpeando lasrucas y vivando comobesuños. Y ahí me desperté otra vez y eran mi pe y mi eme que venían avidear al hijo enfermo, y mi eme hacía bujú realmentejoroschó. Yo ya podíagoborar mucho mejor, y les dije: Perdía el aliento y de su pecho salía un coro de silbidos. La enfermera preparó una inyección calmante e hizo señas de que todo había terminado. Era mejor dejar al viejo en paz. Los domingos, ella se queda cabalgando hasta muy tarde y llega al departamento con ropa de montar. Lucha largo rato para quitarse las botas y, cuando al fin consigue liberar los pies menudos, Camargo siente una felicidad insuperable, porque la mujer, al apartarse del espejo, depende sólo de su mirada. Los edificios de alrededor están vacíos, ella podría morir sin que nadie lo supiera, y si por un instante él la desprendiera de su atención, la dejaría huérfana en el océano del mundo. En esas largas horas no se aparta jamás del telescopio, observando los ligeros sobresaltos de la respiración y los temblores de los músculos. En los otros rituales, los domingos son idénticos a cualquier día: ella se quita la blusa por arriba de la cabeza, explorando los olores de las axilas. Camargo aprovecha entonces el intenso paréntesis para observar en detalle la cicatriz que la mujer tiene debajo del ombligo, sobre el nacimiento del vello. Por lo que ha podido averiguar, es el vestigio de una operación de apendicitis mal suturada en la niñez. Al menos, eso es lo que la mujer acostumbraba explicar. Pero él sospecha que se debe a una secreta cesárea..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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