15 de enero de 2025
Comentario destacado
Taking notes for research paper
–No sé. Pero sé que si no salimos de acá va a venir o va a hacer algo rarísimo para que vayamos. –¿Y para qué diablos necesitaba la extremaunción? Si con cincuenta años de matrimonio o infierno no pagó en vida esa pobre victima lo que pudiera deber de purgatorio, entonces yo no sé con qué. Ahora no podía dejar de mirar a la mujer ya no sólo porque deseaba que sobreviviera -si no sobrevivía, el castigo que le había infligido no serviría de nada-, sino porque la mujer y su atención se habían fundido hasta el punto que era difícil distinguir la una de lo otro: entre ambos se tendía un cordón umbilical del que tal vez dependiera toda la realidad. Si dejaba de mirarla, no sólo ella quedaría fuera del orden de las cosas, sino también lo que estaba alrededor y a lo mejor él mismo. Todo lo que se pierde en la vida es porque uno quiere perderlo o porque las cosas quieren perderse y separarse de uno. Para consolarnos, se nos ha enseñado que las pérdidas son involuntarias, pero nunca lo son. Buscamos en la realidad lo que ya se ha retirado de ella, pensó Camargo, y también buscamos lo que nunca podría estar. Sus ojos eran abejas obreras que, para seguir viviendo, debían alimentar sin detenerse a la reina de la colmena. –¡No jodan más, no insistan! ¿No ven que estoy con el psiquiatra confesándome? Quince días llevaba con el televisor prendido mientras papi se moría, y yo viéndola, negándome a creer. que Camargo ve en su cara, es el rayo de un dolor inesperado, tal vez en el abdomen. La mujer lleva una de sus manas hacia ahí, sin soltar las riendas. Ahora es preciso que él vaya en su ayuda. Baja del automóvil y, dejando atrás el reparo de los coronillos, avanza hacia el patio de tierra donde Reina trata de mitigar el dolor con ejercicios respiratorios. Ese extremo de indefensión lo conmueve. El lugar es solitario y está sólo a un par de kilómetros de un basural donde acampan rateros de paso y reducidores de la peor calaña: Sicardi le ha explicado que los asaltos son comunes en esas desolaciones del sur. También él le recomendó que no se detenga ante ningún semáforo, porque es preferible pagar la multa -si se da el caso- a perderlo todo: el taxista de Reina lo sabía, sin duda, puesto que hizo lo mismo. Por prudencia, Camargo lleva consigo el revólver Taurus calibre.38, con la carga de seis balas en el tambor giratorio. Si ve a cualquier merodeador sospechoso, está seguro de que bastará mostrar el arma para ahuyentarlo. –Hasgoborado mis propios pensamientos -sonreí, sin aceptar la provocación-. Justamente pensaba proponer el viejo y queridoKorova.Bien bien bien. Adelante, pequeño Georgie. -E hice una especie de reverencia profunda, sonriendo comobesuño, y pensando a todo vapor. Pero cuando llegamos a la calle pudevidear claramente que el pensar es para losglupos y que losumnos usan la inspiración y lo queBogo les manda. Pues en ese momento una hermosa música vino en mi ayuda. Pasaba un auto con la radio encendida, y alcancé aslusar un compás o dos de Ludwig van (era el último movimiento delConcierto para violín),y pudevidear en seguida lo que tenía que hacer. Dije con voz espesa y profunda: -Muy bien, Georgie, ahora -y saqué mi filosabritba . Georgie dijo-:¿Qué? -pero fue bastantescorro con elnocho; el filo salió de la funda y los dos nos enfrentamos. El viejo Lerdo exclamó: -Oh, no, eso no está bien -y comenzó a desenroscar la cadena que llevaba alrededor de la talla, pero Pete dijo, trabando firmemente con laruca al viejo Lerdo-: Déjalos, así está bien. -De modo que Georgie y Vuestro Humilde hicieron los viejos y silenciosos pasos de gato, buscando la oportunidad, y conociendo cada uno el estilo del otro un poco demasiadojoroschó, y de tanto en tanto Georgie hacía lurch lurch con elnocho resplandeciente, pero sin llegar a tocarme. Ya cada momento pasabanliudos yvideaban todo, pero no se metían, porque podía decirse que era un espectáculo corriente. Pero entonces contéodindvatri y me tiré ak ak ak con labritba, aunque no allitso ni a losglasos , sino a laruca de Georgie que sostenía elnocho y entonces, hermanitos míos, lo soltó. Sí, eso hizo. Soltó elnocho que cayó haciendo tincle tancle a la fría vereda invernal. Le había cortado un tajo en los dedos con mibritba, y ahí estaba, mirando elmalenco goteo decrobo que se desplegaba como una mancha roja a la luz del farol.- Ahora -dije, y era yo el que tomaba la iniciativa, pues Pete había dado al Lerdo elsoviet de no sacarse elusy de la talla, y el Lerdo lo había acatado-. Ahora, Lerdo, veamos cómo están las cosas entre nosotros, ¿eh? -El Lerdo hizo aaaaaaargh como un animalbolche ybesuño, y desenrolló la cadena verdaderamentejoroschó yscorro, y yo no tuve más remedio que admirarlo. Ahora debía usar otro estilo, agazaparme como en el salto de rana para proteger ellitso y losglasos; y eso hice, hermano, y el pobre y viejo Lerdo se sintió unmalenco sorprendido, porque estaba acostumbrado a descargar lash lash lash sobre la cara expuesta. Ahora bien, debo reconocer que me la dio horriblemente sobre la espalda y que me ardió comobesuño ; pero el dolor me dijo que debía andarscorro y acabar de una vez con el viejo Lerdo. Tiré con labritba a lanoga izquierda, un golpe muy ajustado, y corté dos pulgadas de ropa y le saqué unamalenca gota decrobo, suficiente para ponerlo verdaderamentebesuño al Lerdo. Luego, mientrasél hacía jauuu jauuu jauuu como un perrito, ensayé el mismo estilo que con Georgie, jugándome todo a un solo movimiento: arriba, cruce, corte, y sentí que labritba entraba bastante hondo en la carne de la muñeca; el viejo Lerdo soltó allí mismo elusy silbante y se puso a gritar como un niño. Luego intentó beberse toda la sangre que le salía de la muñeca, aullando a la vez, y había demasiadocrobo , y el Lerdo se atragantaba y la colorada le brotaba como de una fuente, aunque no por mucho tiempo. –Alex, fuiste demasiado impetuoso. Ese puntapié final fue una cosa muy fea. -Al oír esto sentí que elrasdrás me nublaba losglasos, y dije: –¡Quitate la ropa, niño! -le digo. La otra vez, cuando volvía de Suiza, vi a un cristiano bajando a pie por una de esas carreteras como si anduviera en Grecia en una playa nudista, o sea como Dios lo echó al mundo a funcionar. Mi taxista no lo quiso recoger no fuera a ser un gancho para robarle el taxi. ¡Y yo convencido de que los taxistas eran los atracadores! No señor, o sí señor, aquí la vida humana no vale nada. Entonces te vi. Sentada en la penumbra del café ante un vaso que no era daikiri ni calvados ni pernod, vestida totalmente de negro, a mediodía, con el largo pelo sobre la cara, pero sentada ante un gran vaso de leche, rodeada de ningún misterio, en una mesa desde la que se podía vigilar la puerta de entrada a mi hotel, terminando de comer algo que en el mejor de los casos podía ser torta de manzanas y, en el peor, una porción de pizza. En silencio me senté a tu lado. Dejando el Salón Versalles que de Versalles no tiene un aplique, un carajo, tomando por Junín abajo rumbo a ninguna parte se soltó a llover. Estábamos frente a la iglesia de San Antonio, que no conocía. ¿O sí? ¿No la había visto pues en sueños con Alexis vuelta un cementerio en brumas? Le dije a Alexis, perdón, a Wílmar que entráramos. En su cabeza se instaló de pronto la idea de fracaso y se dio cuenta de que a nada le temía tanto como a eso: no al fracaso con sus padres, porque ésa es una fatalidad de la que ningún ser humano escapa, ni al fracaso con Camargo, que tal vez podría ser reparado, sino con ella misma, con la imagen invencible que tenía de sí y que de pronto se venía abajo. ¿En qué se habría equivocado? Tanteó la llave de la luz: no servía. Por suerte, una lámpara a kerosén estaba encendida y aún titilaba, con la mecha agonizante. Se puso el vestido mexicano sobre el camisón y, al ir hacia la puerta, sintió un ligero vértigo, la sensación de que apenas viera a Camargo caería al vacío. –Eso es lo que dijo elchaplino, señor -observé-. Quiero decir, el capellán de la prisión. –A vos qué te parece. Hay que enseñarle a esta gentuza alzada la tolerancia, hay que erradicar el odio. ¿Cómo es eso de que porque uno se tropieza con otro en una calle atestada le van soltando semejantes vulgaridades? No es la palabra en sí (porque los maricas son buenos en esta explosión demográfica): es su carga de odio. Cuestión pues de semántica, como diría nuestro presidente Barco, el inteligente, que nos gobernó cuatro años con el mal de Alzheimer y le declaró la guerra al narcotráfico y en plena guerra se le olvidó. "¿Contra quién es que estamos peliando?" preguntó y se acomodó la caja de dientes (o sea la dentadura postiza). "Contra los narcos, presidente", le contestó el doctor Montoya, su secretario y memoria. "Ah…" fue todo lo que contestó, con esa sabiduría suya. El que no sea capaz de convivir que se vaya: a Venezuela, a ultratumba, a Marte, adonde sea. Sí niño, esta vez sí me parece bien lo que hiciste, aunque de malgenio en malgenio, de grosero en grosero vamos acabando con Medellín. Hay que desocupar a Antioquia de antioqueños malos y repoblarla de antioqueños buenos, así sea éste un contrasentido ontológico. –Claro que firmaré -dije-, señor. Y muchísimas gracias. -Así que me dieron un lápiz tinta y firmé mi nombre, muy elegante y con muchos adornos. El director dijo:.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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