15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Ellos tienen la culpa -criché, pestañeando, pues losglasos me ardían-. Los bastardos estaránpiteando en elDuque de Nueva York.Agárrenlos, malolientes militsos. -Y ahí nomás recibí otromalencotolchoco y oí risas, oh hermanos míos, y la pobrerota me dolía más que antes. Y así llegamos al hediondo cuchitril de losmilitsos, y a patadas y empujones me ayudaron a salir del auto, y metolchocaron escaleras arriba, y comprendí que estos pestíferosgrasñosbrachnos no me tratarían bien,Bogo los maldiga. –Hablábamos -dijo Esteban. Ante el asombro unánime, la expectativa general, me acerqué a darles el pésame. "¿Quién sería ese señor de negro con esa pinta, con ese porte, con esa dignidad?" se preguntaban todos. Yo. Yo era. Y el que dice "yo" habló: "Somos nada, señoritas, briznas en el huracán, pavesas, un espartillo en las manos del Creador -(un "espartillo" es una especie de yerba seca)-. Que El que Todo lo Puede lo haya acogido en su seno". Me agradecieron con dignidad sobria, sin aspavientos, sin alharacas. Entonces les pedí, en nombre de la amistad que me había ligado en vida al difunto, y del cariño que por él sentí(mentiras, mentiras, mentiras), que me lo dejaran ver por última vez. –Quedarías muy lindo. –Quiero decir la música. La oigo antes de que llegue. No significa nada y sin embargo me da ganas de llorar. El viejo retiró las manos con vigor y lo miró de arriba abajo. Estaba lleno de ira, de desprecio. Vaya a saber desde cuándo venía guardando esos sentimientos. Hoy yo concibo al infierno como una dieta monocorde de ese cítrico infame, sin melodía, sin armonía, sin colorido orquestal, sosa como un oboe predicando en el desierto con un balido de oveja. Y el cielo me lo imagino como unos chicharrones de manteca de cerdo, fritos en si mismos, crepitando de rabia y cargados de colesterol que me forme un trombo que me obstruya las arterias y me paralice el corazón. Ahí estaba yo, sentado a otra mesa. La luz era difusa pero se me distinguía perfectamente. Y no sólo a mí. Corrí la silla, cosa de ver bien sin apartar mucho los ojos de Cantilo. Una adolescente, de espaldas a esta mesa, estaba allá sentada frente a mí. Tenía la cara redonda. Tenía el pelo castaño. Tenía una dulce y tenue cicatriz en la mejilla derecha. No necesitaba verla desde acá para saber todas estas cosas. Se llamaba Beatriz. Yo, sobrio, tomaba allá un café. El de acá interrumpió cortésmente a Cantilo y pidió un whisky, el tercero, o tal vez el sexto si se contaban las ginebras anteriores con la alta muchacha de pelo negro. ¿Graciela se llamaba? O sea que todo esto puede ser muy bien lo que la gente llama estar borracho. Pero whisky más ginebra no se suma, especies diferentes: falacias de la Lógica. Y además esto es otra cosa, bien real. Y hasta mucho más que real. Siempre lo supe: no hay el mundo, sino los mundos. Nada posible deja nunca de suceder, sólo que en otra secuencia de la realidad. Hay una historia humana en la que Cleopatra tenía, efectivamente, la nariz más larga. ¿Qué habrá hecho César al verla? Y hay una historia mía que está ocurriendo en aquella mesa; hay allá atrás una ventana que da a Plaza Irlanda, en Buenos Aires, a una calesita girando iluminada en la noche, al misterio de las verjas y los árboles y las hiedras del Colegio Santa Brígida. Uno podría deslizarse hasta allí, si quisiera. En momentos como éste debe poderse. Antes de que todo aquello desaparezca, antes de que Cantilo deje de hablar, yo sé que es posible encontrar el pasaje. Frente al otro, de espaldas a mí, Beatriz ha de estar preguntándole qué mira. Tiene la cara redonda, tiene una dulce y tenue y casi imperceptible cicatriz en la mejilla derecha. Tiene enormes ojos donde lentamente vuelan en círculo pájaros marinos. Pero mejor quedarse de este lado, mejor beberse con tranquilidad un whisky. "No va a poder volver a caminar -le dije a Alexis-. Si lo sacamos es para que sufra más. Hay que matarlo". "¿Cómo?" "Disparándole". El perro me miraba. La mirada implorante de esos ojos dulces, inocentes, me acompañará mientras viva, hasta el supremo instante en que la Muerte, compasiva, decida borrármela. "Yo no soy capaz de matarlo", me dijo Alexis. "Tienes que ser", le dije. "No soy", repitió. Entonces le saqué el revólver del cinto, puse el cañón contra él pecho del perro y jalé el gatillo. La detonación sonó sorda, amortiguada por el cuerpo del animal, cuya almita limpia y pura se fue elevando, elevando rumbo al cielo de los perros que es al que no entraré yo porque soy parte de la porquería humana. Un padrecito ingenuo de la Facultad de Teología de cierta católica universidad me contó una confesión diciendo el milagro pero callando el santo. O sea, revelando el secreto pero sin violarlo. Hela aquí: Que un muchacho sin rostro se fue a confesar con él y le dijo: "Acúsome padrecito de que me acosté con la novia". Y preguntando, preguntando que es como se llega a Roma que es adonde ellos quieren ir, el padre vino a saber que el muchacho era de profesión sicario y que había matado a trece, pero que de ésos no se venía a confesar porque ¿por qué? Que se confesara de ellos el que los mandó matar. De ése era el pecado, no de él que simplemente estaba haciendo un trabajo, un "camello". Ni siquiera les vio los ojos… "¿Y qué hizo usted padre con el presunto sicario, lo absolvió?" Sí, el presunto padre lo absolvió. De penitencia le puso trece misas, una por cada muerto, y por eso andan tan llenas de muchachos lasiglesias. Colombia por lo menos poco más jodía con los trámites de los entierros. En eso la Ley allá era bastante comprensiva, humana. Si no dejaba vivir, al menos dejaba morir. Por lo demás, donde a las ratas del Congreso colombiano les diera por regular también los entierros, ésta es la hora en que no tendríamos menos de cinco millones de cadáveres insepultos, apilándose en diferentes grados de descomposición en las casas: unos más podridos que otros. ¡Qué tentación para los gallinazos! ¡Pobres! Como si a mí me pusieran un colegio de muchachitos en pelota enfrente y no los pudiera ni tocar. –No sé, no puedo adivinar. Ha sufrido un ataque sexual de alguien que está muy enfermo, señorita Remis. Imagine cuáles pueden ser las consecuencias. Gran tifón en las costas de Borneo. Volviste a armar los aleros dispersos. IX Por lo pronto, mientras se muere el que se tenga que morir, me limpio el culo con la nueva Constitución de Colombia y sus ciento ochenta erratas, que es con las que la expidieron nuestros señores Constituyentes, hijos todos y a mucho honor de sus putas madres. Nox tenebrarum, ¡te missa est. Arrodillado ante el Señor mi Dios, el Todopoderoso que tiembla y truena, al Dios del cielo le pido que: –Y el mar, por supuesto. De noche. Caminar sola por la arena. Y, sobre todo, ser Monelle. -Hiciste un gesto como para borrar lo que acababas de decir. -Pero eso fue hace mucho. Y después, es ahora. -Miraste hacia la otra mesa. -No debí traerte acá -dijiste con voz dura. Hice un gesto ambiguo, yo, limpio y ecuánime flotando entre los eucaliptus. Y ahora reparaba verdaderamente en el doctor Urba, en sus ojitos. Dorados, pensé. Lo que pasa es que ese hombre tiene los iris dorados. Bastián sonreía, pero levemente de otro modo. Un tic colérico le deformaba el costado izquierdo de la cara; se mordía ellabio..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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