15 de enero de 2025
Comentario destacado
Starting a dissertation
–Pensaba -dijiste. Acercaste tu cuerpo hacia mí por encima de la mesa. Muchacha en la cama, acurrucándose Me invadió de pronto una invencible ternura y me dejé arrastrar por ella, qué podía perder. Un caballero angelical con cara de mandioca, tal vez algo loco, había realizado un mínimomilagro. Hay en vos, pensé, zonas claras e infantiles que me desconciertan y que acaso temo mucho más que a las otras. Y en las otras para qué pensar. Y vos dijiste: -Cosas oscuras, no sé. Tenés pozos de resentimiento y hasta de maldad. No hagas caras, es cierto. Y a veces, como hace un momento, cuando hiciste esa morisqueta, es como si salieras de un lugar tormentoso a otro de transparencia. No te rías. Apagó la luz a la una de la mañana pero no consiguió dormir. Dos o tres veces la sobresaltó el celular de Camargo. Lo oyó dar órdenes sobre el tamaño de las fotos, mover algunos títulos de lugar, discutir las torpezas de un párrafo. Hablaba con tono firme, pero en voz tan baja que las sílabasse le confundían. A ratos, las ventanas se iluminaban con relámpagos y la humedad crecía como si estuviera viva y no tuviera intenciones de retirarse. Lalo dijo que, históricamente hablando, eso fue lo que pasó. Si queríamos detalles, podíamos imaginar los refuciles, la inminencia del amanecer entre los nubarrones, la vegetación de la zona, es decir, la vegetación de aquel tiempo, porque entre la erosión eólica y la civilización, el paisaje se había alterado muy mucho. La paja de las vizcacheras, el pasto crespo, la cola de zorro, el té pampa y el penachito blanco serían el fondo vegetal de esa carrera hacia los bañados. También algún aguaribay, algún ceibo que por algo es nuestra flor nacional y sobre todo acacias, ya que la acacia es un árbol sagrado, el árbol del amor y la fidelidad. Fauna lacustre, naturalmente. Patos salvajes y zambullidores. Y un revuelo de chuñas y bandurrias negras, sobresaltadas por el galope de los caballos. Laureano y Aasta van a la muerte como si remontaran la historia argentina hacia la edad de los saurios y los batracios. Tal vez hay por ahí grandes escuerzos, ampalaguas, ranas flautas, y en cuanto a los insectos, teníamos para elegir cien variedades de abejas, ochenta de avispas, ciento diez de sanjorges, mil de coleópteros, incluidas veinticinco especies de luciérnagas, algunas de tipo fétido como la célebre Juanita, por no hablar del bicho moro, que es una cantárida, del gorgojo y de la chinche de agua. Eso en cuanto al mundo llamado visible, dijo Lalo, ahora que si queríamos el paisaje interior, los horrores y ciénagas del alma, él podía contarnos lo que pensaba de lo que realmente pasó. Es muy probable que el abuelo, veterano en disparadas largas, le hubiera dicho a la chica algo así como que no apurase a la yegua, que la llevara levantada sobre la rienda. Sabía que aquellos cordobeses no tenían caballos como el moro y la yegua, sabía que a ese paso y con la ventajaque llevaban no había quien los alcanzara. Lo que no sabía es que cuando dijo eso, iba hablando con nadie. Aasta, que venía atrás siguiendo la huella que le marcaba Laureano, había rodado y estaba allá, como a dos cuadras, sola en medio de la noche junto a la yegua caída. No había gritado ni lo había llamado. Cuando el abuelo se dio cuenta, empezó la historia de amor más hermosa de la historia argentina. Pongan atención e imaginen exactamente lo que digo. La situación es ésta. Allá, en mitad de la noche, la chica, viendo que el abuelo da vuelta la cabeza y sofrena el caballo. Los relámpagos que permiten ver todo. Ella haciéndole señas de que siga solo, o quizá gritándolo entre los truenos. Más atrás, los treinta jinetes del capitán de Bustos. Y acá, el abuelo. Volver y enfrentarse con los treinta no era nada extraordinario. Como les dije, Ramírez peleó a cincuenta. Bastaba no pensar en nada para hacerlo, y lo que yo creo es que Laureano pensó. No puedo concebir que, entre las muchas cosas que en ese instante pensó, no haya pensado en su hijo, en salvarse solo, en la posibilidad de llegar a San Luis y de ahí subir a Salta o Jujuy y armar otro ejército,no se imaginan la cantidad de cosas que puede pensar un hombre en un segundo cuando de un lado está la muerte y del otro la vida. Si Laureano no pensó en todas estas cosas, entonces no hay historia de amor ni historia épica. Hay un jujeño bruto sin conciencia nacional, sin amor a la vida, sin miedo a la muerte, sin sentimientos humanos. Lo imponente de ese segundo no es que Laureano haya vuelto, sino que volvió sabiendo que lo perdí todo. Todo, hasta la mujer; porque lo que aquella gente buscaba no era matar a la chica. Al fin de cuentas, él fue quien la asesinó. Supongamos que el abuelo no se vuelve. Consigue armar un ejército, cambia la historia del país y hasta salva la vida de ella. Tal vez la habrían violado un poco, no me aparto, pero si el cojer matara a las mujeres, todas ustedes serían fantasmas, dijo Lalo. El atardecer se había quedado como en suspenso, las campanas y los truenos lejanos y los pequeños animales del crepúsculo parecieron enmudecer al mismo tiempo: un momento más y por fin sería de noche. Me pareció que volvías a nombrar a Mariano. Yo sólo oía el altoparlante y su música, sólo veía la piedra lapidaria de los amantes de mármol: ella de espaldas, blanca y titánica y con el culo al aire; él de frente, colosal, con su hojita de parra sostenida por la nada. Los brazos alzados de la pareja edénica cruzan sus manos en lo alto, porque evidentemente se aman. Me gusta imaginarte, Beatriz, piensa Esteban Espósito a setecientos kilómetros de la lápida, aunque ninguno de los dos haya vuelto me gusta imaginarte caminando sobre la grava de la plaza con tu sonrisa un poco irónica y cansada de los últimos tiempos, una sonrisa vagamente divertida y de algún modo victoriosa, mientras, de este lado del puente, yo meto la mano en el bolsillo y saco los anillos y me quedo mirándolos unos segundos en la palma de la mano. A eso de las cuatro de la mañana, sólo quedaban en la quinta los sectarios más resplandecientes de aquel círculo mágico cuya gran sacerdotisa era Verónica. Desconfiando de los olmos del parque, Espósito busca un baño. En toda la casa no habría más de treinta personas, contando, por lo que vio al azar de los pasillosy las puertas, algunas parejas que hacían el amor en grandes o pequeños sillones, alfombras de Bokhara y aun en tradicionales camas. Una chica descalza, que daba la impresión de no llevar sobre su cuerpo más que un poncho colorado, se cruzó con Espósito en un corredor y lo saludó con su vaso. Tenía el pelo caótico y oscuro, y era ese tipo nacional de joven mujer que, al segundo de conocer a un hombre, le pregunta si cree que la angustia es la manifestación ontológica de la Nada. Pregunta, pensó Espósito apoyándose contra la pared, pregunta, pensó, mirando alejarse a la chica por el pasillo, a la que habría que responder que no. La angustia es la premonición del Mal; la sensación casi física de algo ominoso que nos acecha o nos espera en alguna parte. Pero ¿y si el Mal fuera el Bien?, como había dicho alguien que tenía cierta experiencia en el asunto. Una cara se materializó ante sus ojos y Espósito se encontró mirando el retrato de un señor con uniforme de húsar y grandes bigotes de morsa, lo que explicaba el rumbo inesperado que habían tomado sus pensamientos. Si la gente supiera qué hechos inadvertidos o nimios llevan a concebir ciertas ideas, se tomaría menos en serio. Jovencita presumiblemente desnuda cubierta de algo rojo: el Mal. Terrible soldado con bigotes a lo Nietzsche: el Mal puede ser el Bien. De ahí a las vizcachas de Pavlov no hay más que un paso. El mundo es una especie de Prueba del Laberinto que un Investigador algo jodón va complicando a medida que vivimos, para descubrirélalguna cosa que ignora; y a estas evoluciones de ratón las llamamos vida, alma, espíritu humano. Shakespeare o Einstein vienen a ser algo así como los chimpancés más despiertos o más alocados de este laboratorio. La esperanza en la inmortalidad de las obras del hombre es como si dijéramos la banana. Claro que, por pelar esa banana, cierta clase de tipos perderían la razón y el alma, si existieran. Yo debería pensar menos y mear más, me parece que eso es un baño. –Y -dijo mi papá- estabas como impotente en un charco de sangre y no podías contestar los golpes. -Eso era realmente lo contrario de lo que ocurría, de modo que otra vez sonreí discretamente para mis adentros, y luego saqué todo eldengo que tenía en loscarmanos , y lo hice sonar sobre el mantel de colores chillones. No recordarás el incidente en el bar. Ciertos hechos de tu vida no te suceden a vos sino a un ser que está fuera de tu memoria y de tu carne: alguien que no quiere moverse del pasado. Cuando observás a la mujer a través del telescopio, por ejemplo, te extraña que los labios se le hayan partido y la barbilla esté hinchada. Mañana tendrá un hematoma y habrá perdido alguna brizna de su belleza misteriosa. La ves estudiar la herida en el espejo y despejar un hilo de sangre con la lengua. Te irrita que, a pesar de todo, parezca feliz, y se desvista meciendo las caderas al compás de alguna música prostibularia que no podes oír. Si alguien la ha castigado, lo ha hecho a medias. Tendría que haberle vaciado los ojos y quemado la lengua con tenazas candentes. Sobre todo, tendría que haberle cosido cada anillo de la vagina para apagar el daño que han causado. Lalo, pasando el cuerpo de Guerri fuera de la ventana, abrió la mano, lo dejó caer, y cuando Guerri comenzaba a derrumbarse blandamente en el aire, le descargó todo el peso de esa misma mano, de revés, sobre la cara. Guerri desapareció y Lalo, cuidadosamente, cerró la ventana. La noche anterior había visto una larga fila de monjes en la ciudad del pasado con la que soñaba siempre. Le gustaba pasear por esa ciudad parque sabía orientarse en ella como si jamás hubiera conocido otra. Puentes, pasajes, mercados ruinosos que flotaban a la deriva en grandes lagos de sal, relojes que marcaban la misma hora eterna: ciudad sin árboles y sin fin, con un sol sucio y noches claras como el día. En las calles del centro se abrían unas cavernas que eran -Camargo lo sabía- hoteles, celdillas iluminadas por velas de cera espesa. A uno de esos hoteles estaban entrando los monjes. Los vio, eran miles, mientras la luna caía en el horizonte de la ciudad como una pelota, y él corría entre astillas de luz a ponerla otra vez en su sitio. Los monjes cantaban en sordina y su ronroneo no lo dejaba en paz. Estaba empujando a la luna por un puente de madera cuando lo despertó el celular del diario. Eran las dos y media o las tres. Brenda dormía en la cama de al lado, boca arriba, la cara cubierta por una repugnante crema de almendras. Aún ignoraba que su madre empezaba a morir al otro extremo del mundo, aún ignorabas vos, Camargo, todo lo que estaba muriendo aquella noche. El celular insistía. Tardó en reconocer la voz del editor nocturno, deshilachada por el cansancio. –Diecisiete. No, claro que no. Me sentí humillada por lo que había pasado en el colegio. Decidí que iba a volver algún día a esa clase de religión para echarle en cara a la hermana superiora toda su ignorancia. Me dediqué a leer como una poseída. Descubrí los evangelios apócrifos en una edición española publicada en el peor momento del régimen de Franco, con todos los imprimatur y nihil obstat que usted se puede imaginar. Allí fui a dar con las Narraciones sobre la infancia del Señor escritas por Tomás Israelita en el siglo. Leí ese libro con curiosidad, porque los evangelios canónicos omiten todo lo que pasa entre el nacimiento y los doce años de Jesús. El niño que se describe ahí es iracundo y vengativo. Cierta vez, cuando atravesaba un pueblo, alguien pasó corriendo y lo empujó desde atrás, sin querer. Jesús se enfureció y le dijo: «Ahora vas a quedarte duro para siempre». Y así fue. Le hizo lo mismo al hijito de un escriba que le rompió una cesta de mimbre. La situación se volvió tan grave que san José, en el capítulo 14 de esas Narraciones, tiene que pedirle a Maria que no deje salir a Jesús de la casa, porque todos los que se enojan con él mueren al instante. Leí muchas historias como ésas, escritas por hombres piadosos a los que se acusaba de herejes. Aprendí que en tiempos de Jesús hubo otros magos y profetas como él, que se alzaron contra el poder de Roma y contra la hipocresía de los sacerdotes judíos. No lo quiero abrumar, doctor Camargo. Fíjese qué hora es. Usted termine su té. Yo me voy a dormir. –Pero si chupa de esa manera y no come se va a morir -dijo Quiroga-. Está hético. Velo si no parece la estampa de la Herejía. Le pones un cielo tormentoso y un marco, lo colgás de la pared y es propio uno de esos afiebrados que le salían al Greco. Dale, comete una, aunque sea a medias con Nacho. Mira que éstas las hice yo. Hice justo dos docenas para elegidos. Las de los guarangos son de la rotisería, mismo que comer picadillo de sorete envuelto en lona Pampero. Estoy hablando mucho, ya sé. Pero es que ustedes no hacen más que mirarse como tortugas y me pongo incómodo. Éstas son de hojaldre. Las otras te caen como un crimen en la conciencia. Agarra, dale. –¿Adónde irás cuando salgas de aquí? -En realidad, no había pensado en esa clase de vesche, y sólo ahora comenzaba a entender que muy pronto sería unmálchico suelto y libre; y entonces vi que eso ocurriría sólo si yo aceptaba todo, y no empezaba adratsar,crichar, y rehusarme, y esas cosas. Mi hermana Gloría es una mujer fantástica, de armas tomar. A su primer marido, un borrachín de siete suelas, culibajito y grosero, lo tomó una noche del cuello de la camisa, lo llevó al balcón, y desde el penthouse de su edificio de apartamentos de siete pisos del que ella es dueña (y que en un país de indigentes le produce una millonada al mes) lo soltó al vacío como un calzón cagado. ¡Tas! Cayó el borrachito de culos pataleando. Sobrevivió. Y por ahí anda con otra mujer, borracho y descaderado, engendrando hijos y más hijos y bebiendo aguardiente y más aguardiente que es lo que hacen allá. Dizque ésa es la felicidad. –Un dedo. La voz le salía de muy adentro, de unas honduras que ella no había visto ni adivinado. A veces le daban ganas de ponerle la cabeza sobre la falda y acariciarlo. –«Dios no existe, pendejo», «el dragón caga fuego». No tuve más remedio quesmecar realmentejoroschó,videando que ella tenía en laruca venosa un bastón de madera oscura que alzó, amenazante. Así que mostrándole lossubos blancos me le acerqué un poco más, sin prisa, y en eso vi sobre un estante unaveschita hermosa, la cosamalenca más linda que unmálchico aficionado a la música como yo hubiese podidovidear con los propiosglasos, pues era lagolová y losplechos del propio Ludwig van, lo que llaman un busto, unavesche como de piedra, con largos cabellos de piedra y losglasos ciegos, y la corbata suelta y ancha. Me le eché encima sin pensarlo, mientras decía: -Bueno, qué hermoso y todo para mí. -Pero al acercarme, losglasos clavados en lavesche, y laruca hambrienta extendida, no vi los platos en el suelo, metí el pie en uno y casi pierdo el equilibrio.- Huuup -dije, tratando de enderezarme, pero la viejitaptitsa se había acercado por detrás sin que yo la notara, con muchoscorro para su edad, y ahí comenzó a hacer crac crac sobre lagolová con el palo. Y entonces me encontré apoyado en lasrucas y las rodillas, tratando de incorporarme y diciendo: -Mala, mala, mala. -Y ella seguía crac crac, gritando:- Perverso piojo de albañal, metiéndose en las casas de la genteauténtica.-No me gustaba el crac crac crac, así que tomé un extremo del palo cuando volvió a bajarlo sobre migolová, y ella perdió el equilibrio y quiso apoyarse en la mesa, pero entonces se vino abajo el mantel con la jarra y la botella de leche, y se oyó splosh splosh en todas direcciones, y la viejaptitsa cayó al suelo gruñendo y gritando: -Maldito seas, muchacho, esto me lo pagarás. -Ahora todos los gatos comenzaron aspugarse , y corrían y saltaban aterrorizados, y se agarraban entre ellos, y habíatolchocos de gatos con mucha movida delapas , y ptaaaaa y grrrr y craaaaaarc. Me enderecé sobre lasnogas y ahí estaba la maligna y vengativaforellastarria con los pelos alborotados y gruñendo mientras trataba de levantarse del suelo, de modo que le di unmalenco puntapié en ellitso, y no le gustó nada, y gritó: -Guaaaaaah -y se podía videar que ellitso venoso y manchado se le ponía púrpura donde yo había aplicado la viejanoga. Fuimos y volvimos vivos, sin novedad. La ciudad se estaba como desinflando, perdiendo empuje.¡Qué va! Amaneció a la entrada del edificio un mendigo acuchillado: les están sacando los ojos para una universidad….

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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