15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–No volvás a joder con eso, Maestro, o te voy a arrancar la cabeza también a vos. Soy una persona de principios. ¿Alguna vez entendiste lo que quiere decir eso? No tolero la corrupción. No tolero la mentira. ¿Dónde está ahora esa mujer, decime? Cree que el diario es de ella. Hace lo que se le da la gana. Viaja a Caracas, viaja a Río, llama a Karachi, a Mozambique o a donde sea desde los teléfonos que yo pago. Y encima desaparece cuando quiere. Ya me cansé. En El Heraldo nadie la va a contratar, quedate tranquilo. Voy a ocuparme de eso personalmente. –Veterina. La llevó a Amherst, Massachusetts, para que viera la casa y el escritorio mínimo donde la solterona Emily Dickinson había escrito algunos de los mejores poemas del siglo XIX, aislada del mundo, en una comunidad que tenía poco más de cuatro mil habitantes, ¿te das cuenta, Reina?, mientras recitaba alentrar en la ruta 116, ya llegando a Amherst, algunos de los versos con los que esa mujer tímida, aquejada de nefritis, había cambiado para siempre el orden de los sentimientos: ¿Por qué apurarnos por qué, en verdad? /A cualquier lugar que vayamos / Nos molestará por igual / La inmortalidad Yo estaba en la capilla, pues era domingo por la mañana, y elchaplino de la prisión estabagoborando la Palabra del Señor. Miraboto era tocar elstarrio estéreo, poniendo música solemne antes y después, y también en la mitad, cuando se cantaban himnos. Yo estaba al fondo de la capilla (había cuatro en lastaja 84F) cerca de donde los guardias, loschasos, estaban apostados con los rifles y las quijadas sucias ybolches, azules y brutales, y podíavidear a todos losplenios sentados,slusando elSlovo del Señor, vestidos con aquellos horriblesplatis colorcala, y emitiendo una especie devono maloliente, no esa suciedad de los cuerpos sin lavar, no un olor a roña, sino un verdaderovono nauseabundo que sólo tienen los criminales, hermanos míos, como unvono mohoso, grasiento y desesperado. Y se me ocurrió que quizá yo también tenía estevono, pues había llegado a ser un auténticoplenio, aunque todavía muy joven. De manera que para mí era muy importante, oh hermanos míos, salir lo más pronto posible de ese zoo hediondo ygrasño. y como podránvidear si siguen leyendo, no pasó mucho tiempo antes que lo consiguiera. Se levantaba con dificultad de la hamaca y paso a paso, titubeando, se dirigía a la escalera, que iba subiendo lentamente, tanteando los escalones. –Despierta, hijo. Despierta, hermosura. Arriba que te espera un lindo problema. –Vos mismo me lo dijiste. –Y qué pasó. –Yo no me emborracho nunca -dijo Esteban-. Ayúdeme. Sonreíste y dijiste que intentara. Después tomaste los paquetitos de azúcar de mi plato y, cuidadosamente, comenzaste a desenvolverlos. Parecías absorbida por aquella operación. Satisfecha, echaste uno de los terrones en mi taza. Yo dije que mi intención había sido llamar a tu casa pero que ya tenía el teléfono en la mano cuando recordé que no sabía tu número (movimiento afirmativo de cabeza), lo cual me puso en una situación incómoda ante el señor de la caja registradora (gesto de no entender el problema) porque soy de esas personas enfermizamente tímidas (mirada neutra) que no loparecen. Nadie pide prestado un teléfono, levanta el tubo y vuelve a colgar sin marcar ningún número. Vos dirías que mucha gente lo hace (afirmación), ya que uno tiene todo el derecho del mundo de arrepentirse, pero justamente mi problema es que no soy como mucha gente (mirada neutra) de modo que cuando tengo un teléfono en la mano y alguien me mira, o hasta si nadie me mira, siento el impulso irrefrenable de hacer algo con él (¿por ejemplo?), metérselo en el culo a la señora de esa mesa que no se pierde palabra de lo que digo (tos en la otra mesa) de modo que llamé al único número de Córdoba que recordaba, el de mi hotel, y pregunté por mí, calculando que me dirían que no estaba y todo volvería a la normalidad. Guerri trata de tranquilizar a la Austin. No habrá guerra. Guerri sostiene que no puede haber guerra porque una guerra atómica sería el fin de la humanidad. Dejando el Salón Versalles que de Versalles no tiene un aplique, un carajo, tomando por Junín abajo rumbo a ninguna parte se soltó a llover. Estábamos frente a la iglesia de San Antonio, que no conocía. ¿O sí? ¿No la había visto pues en sueños con Alexis vuelta un cementerio en brumas? Le dije a Alexis, perdón, a Wílmar que entráramos. –Hay algo malo en esta casa. –Pásame la damajuana y rispondeme. Tas peliando o querés perorarme algo trascendente? –Quiero caviar. –No es mi amigo -dije. Aun después de agotar la búsqueda de indicios en asilos y hospitales, de revisar listas y listas de cadáveres no identificados en la morgue y en los cementerios, y de estudiar los censos de las villas de emergencia y la nómina de ancianas que habían servido en los conventos, Camargo no quiso darse por vencido. Los diarios se armaban todavía en planchas de plomo y faltaban dos décadas para que se difundiera el uso de las computadoras. Había que tener entonces una paciencia de iluminista medieval para adivinar las biografías escondidas detrás de cada nombre y para comparar las fotos de los archivos con los torpes dibujos de la memoria. O inmovilizarse, como Camargo, en la ciénaga de una idea fija. No lo acobardó la infinitud de los desengaños. Llevaba ya una serie larga de fracasos cuando se le dio por imaginar que, después de todo, tal vez la madre se había mantenido fiel a las costumbres burguesas y que debía vivir, casada o viuda, en alguna casa modesta de Palermo. Recorrió todas las calles de una punta a la otra: Gorriti, Guatemala, Fitz Roy, Armenia, Soria. Visitó los mercados de carnes y hortalizas alrededor de un triángulo verde que en esos tiempos se llamaba la esquina de Serrano o de Racedo y que después sería la placita Julio Cortázar, investigó los conventillos de fotógrafos de la calle Gurruchaga y los clubes masones de la calle Uriarte. Pensaba que la vería en cualquier momento tomando el fresco en la vereda y hablando con las vecinas. Más de una vez, cuando la noche se le venía encima, buscaba refugio en un bodegón que se las daba de francés y al que, cuando la hora de la cena languidecía, iban cayendo cantantes de tango a los que se les había marchitado la voz y que entretenían a los clientes rezagados por un guiso de lentejas y un vaso de whisky Criadores. Se sentaba junto a la ventana para ver pasar a la madre. Alguna vez lo alumbraría el relámpago de los guantes y sabría que era ella. –Para mí sos nadie -te interrumpe. Y hace el ademán de volver al caballo. La muy puta. –Menos mal, porque la casa podía estar en la isla y nosotros cuatro vivir allí. Claro que si la casa no les gusta, nos mudamos. –Qué -digo secamente..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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