15 de enero de 2025
Comentario destacado
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El mal que le hizo ese padrecito a Colombia no tiene nombre. Visto eléxito del programa, montó un banquete anual, el "del millón", a millón la entrada y de cena caldo Maggi. Hasta que logró, claro, lo que las sectas protestantes gringas llaman "la fatiga de los donantes". No le volvimos a dar. Entonces se acordó de los nuevos ricos de Colombia, los narcotraficantes explotadores de bombas, y se les puso a su servicio para ayudarles a tramar sus tretas. Para él no había dinero malo o bueno, sucio o lavado. Todo le servía para sus pobres y que pudieran seguir en la paridera. Él fue el que arregló la entrada del gran capo a la catedral. Poco después murió y le hicieron tamaño entierro. Fue el éxito de este curita pedigüeño haberse dejado llevar por su instinto, su espíritu limosnero, con el cual coincidía con lo más natural y consubstancial de este país damnificado y mendicante, su vocación de pedir, que viene de lejos: cuando yo nací ya Colombia había perdido la vergüenza. Tres meses después yacía en su cama muerto, justamente porque el hígado no se le renovó. ¡Qué se va a renovar! Aquí los únicos que se renuevan son estos hijos de puta en la presidencia. Pobre papi, a quien quise tanto. Ochenta y dos años vivió, bien rezados. Lo cual es mucho si se mira desde un lado, pero si se mira desde el otro muy poquito. Ochenta y dos años no alcanzan ni para aprenderse uno una enciclopedia. –Puedo ir yo y forzar un diálogo con el abad de Los Toldos, si les parece -propuso Reina-. Como soy mujer, va a contestar a mis preguntas sin pensar en lo que dice. –No tenemos otro remedio, doctor. Podría suceder cualquier emergencia, Dios no lo permita. Elveco seguía secando el mismo plato. Yo dije: –Es lo que pensamos. Hay pruebas de que el hijo tiene una fortuna en acciones y depósitos, pero todavía no se sabe de dónde la sacó. Cuando lea el título principal de mañana, la gente sumará dos más dos. –Un temperamento, cómo le diré, novelesco -dijo Patricio. –Aquí -dijo Georgie- hay algo que me parece una verdadera porquería. Aquí veo unslovo que empieza con p y otro con c. -Tenía un libro llamadoEl milagro del copo de nieve. –Puterío -dije. –¿Es así? ¿Habla por hablar? -dijo Reina. –Ahora te estoy entregando mucho a cambio de nada -le decís-. Lo que tenés en las manos vale diez mil dólares. Es la prueba de que cono en vos. Lo menos que podes hacer es confiar en mí. ¿Por qué esa obsesión de mi amigo por los relojes? Vaya Dios a saber. Intenta montar el caballo de un salto pero sos más ágil. La tomás de un brazo y la atraés hacia vos con tanta fuerza que, en el envión, suelta las riendas y cae sobre el patio de tierra. El alazán corcovea, desconcertado, y se aleja. En la esquina de La Perla del Once aún quedaban ejemplares de El Diario. En la primera página estaba el artículo sobre el oficio de Vísperas dominando las columnas superiores, a la derecha. El editor nocturno había subrayado su firma, Reina Remis, ilustrándola con una foro en la que se veía más joven, casi adolescente, resignada a una sonrisa que delataba sus encías. Sólo Camargo, llamando por el celular desde la Azotea de Carranza, podía haber dado la orden de que destacaran su nombre y la convirtieran, por ese simple pase de magia, en la periodista del momento. Sin embargo, esta inesperada fama no se debe a lo que ha sucedido entre los dos, se dijo Reina. Me la debo a mí, a la destreza con que deshice la farsa del presidente penitente. No estaba arrepentida de la intimidad con Camargo, para nada. Ella también había descubierto placeres de los que no se creía capaz, pero ahora pensaba que esos sentimientossiempre se apagan la misma noche en que se encienden y que lo mejor sería tratar al director de El Diario como si lo estuviera viendo por primera vez. Jamás pedirla nada, no quería nada. A la gloria fugaz del primer artículo seguirían otras, estaba segura, porque su ambición la llevaría ahora a cualquier parte, ella misma era un viento que subiría a cualquier cielo, pero no de la mano de Camargo sino arrastrada por los ángeles de su propia inteligencia, como en el sueño de Jacob. Te lo expliqué. Me escuchabas, inquisitiva y neutral. No pude saber si mis casi veintiocho años te parecían demasiados o demasiado pocos. ¿Cuántos años tendrías? No más de veinte. Al menos en ese momento y con esa expresión. Verónica, a quien el desconcierto le duró apenas un instante, recuperó de inmediato su aplomo y, plácida e imperturbable, fue a sentarse junto al muchacho. Salimos al patio. Veo un aljibe. Veo la estatua del obispo Trejo y, allá atrás, las torres gemelas de la Compañía de Jesús. Oigo la voz de Bastían: insertaba a su generación en la tradición de Cambaceres y Martel. Acá empiezan las mentiras, pensé. –¡Mayiylta! ¡Mayiyita brava! La enfermera era enorme, casi tan alta como la puerta, y no le interesaba ocultar que era infeliz allí, en esa prisión sin palabras. El televisor estaba encendido frente al anciano, pero él no lo vela. Ocupaba las manos en pasar arena o pedregullo a una caja de madera, que agitaba a ratos, produciendo un sonido que tal vez a él le evocara una tormenta, pero que sólo parecía eso: el siseo de la arena. De vez en cuando alzaba la caja y se miraba en el espejo que cubría la pared, a la izquierda. Le sonreía a su imagen, quizá la saludaba, y luego vertía el pedregullo o la arena en otra caja. A Reina le pareció que Camargo calculaba mal su edad: debía de tener más de cien años. El cuerpo se le había encogido tanto que, cuando la enfermera le acariciaba la cabeza, lo borraba como si tuviera una goma en las manos. Era un viejo apacible, inofensivo, y cuidarlo no podía dar otro trabajo que alimentarlo y mantenerlo limpio. Ni siquiera había que ocuparse de que se muriera, porque eso tal vez no iba a suceder nunca. De pronto la mirada del padre se cruzó con la de Reina. Una vez que se posaron en ella, los globitos duros, acerados, ya no dejaron de observarla: eran ojos nublados por cataratas y unos párpados flojos y pesados, pero el anciano no estaba sirviéndose de ellos sino de un sentido para el cual los ojos eran sólo mediadores. Con la luz de la memoria veía los labios finos y pequeños de Reina, la nariz erguida hacia una punta redonda y gruesa, la barbilla enhiesta y desafiante. Parecía reconocer los tobillos gruesos y los pechos mínimos que, bajo el vestido ligero, de algodón, se mecían con ondulaciones de medusa. Aun a esa edad imposible podía sentir cómo irradiaba Reina una libertad de gata, una indiferencia que la ponía lejos de todo alcance. –Son los otros -criché-. Georgie, el Lerdo y Pete. Esos hijos de puta no son mis amigos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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