15 de enero de 2025
Comentario destacado
Solve division problems
–Dejen de tratarme como si quisieran aprovecharse de mí y nada más. No soy un idiota ni haré lo que ustedes me manden, estúpidosbrachnos. Losprestúpnicos comunes son estúpidos, pero no soy común ni lerdo de entendederas, ¿meslusan? Se sabía, sin embargo, que el difunto había sido presidente de la República Argentina. Su segunda esposa, una chilena que alcanzó fama como cantante y actriz de telenovelas a comienzos de los noventa, ha decidido abandonarlo semanas antes, refugiándose en la mansión victoriana que también está frente a la bahía, junto a la casa que estábamos alquilando. Ignorábamos que alguien viviera allí. Aunque no es nuestra costumbre ocuparnos de los vecinos, nos llamó la atención la ausencia completa de actividad jamás vimos entrar o salir un auto ni oímos sonido alguno. –Por Dios, Darío -le rogaba-, te supliqué una vida que dejaras ese vicio estúpido y nunca me hiciste caso, y ahora que necesito que no lo dejes me sales con esto. ¡No hay nada más para abrirte el apetito, entiende! ¡Nada, nada, nada! Otra vez la espadaña de las Teresas, el Monserrat, las putas frente al Seminario Mayor y el volcán en erupción, el corazón de Nápoles en el centro de Córdoba. Señalaste el cielo y yo dije quesí,la tormenta, pero resultó que me estabas señalando una estrella, la única que podía verse en todo el cielo, ínfima entre los nubarrones. Caminábamos hacia el centro de la ciudad y ya había anochecido. Dijiste que esa estrella debía tener un nombre. O un número, dije yo. Vos dijiste que si podía verse entre tantonubarrón tenía que ser una estrella importante, una estrella con nombre. Algo hermoso como Aldebarán o Ave del Paraíso. Yo dije que Ave del Paraíso es una constelación, no una estrella, y que debía de estar más bien a nuestra espalda, invisible no sólo a causa de los nubarrones sino de unos cuantos edificios, demasiado modernos para mi gusto, y que para ver Aldebarán este mes ibas a tener que viajar a Europa. "Tal vez vuelva a hacerlo", dijiste en voz baja, y yo me pregunté qué me pasaba y en qué momento del trayecto entre el puente y esta calle había comenzado a detestarte. Un humor malsano, aparentemente sin causa pero tejido de innumerables babas sombrías, me rodeaba el cuerpo como una tenue malla eléctrica. El sueño, tal vez, o la irresolución de la hora, su ambigüedad entre el crepúsculo sin color y la noche que no llegaba nunca. Cuando se desencadenara la tormenta, pensé mientras cruzábamos una galería comercial, mi cabeza iba a hacer pararrayos. Demasiado vidrio, pensé. Eso es lo que pasa. Hay demasiado vidrio en Córdoba. Tanta fragilidad junto a la solidez de esas piedras es una combinación maligna. Una metáfora casi demasiado obvia. Lo pensé y me oí riendo por lo bajo, pero desagradablemente, con una risita seca y sin alegría. Vos, sin mirarme, murmuraste que también estabas contenta, que yo te hacía bien. Salimos. Enfrente otra galería, a medio construir. Dos tablones cruz condenaban la boca de salida. próximamente: trattoria el calamar. Una disonancia como para helarle la sangre a Patrick Geddes. Otro de esos adefesios que, como un morbo subcutáneo, se enquistan dentro de la ciudad en galerías que la recorren como venas y amenazan barrenarla hasta que se venga al suelo, mientras la van plagando secretamente con su infección de alfajores, calzones, televisores, ollas a presión, perfumes y grasientas jaleas de rejuvenecimiento para hembras espantosas que, huyendo de las calles por esos túneles de ratas, desembocan por fin en una iglesia y van a oír misa ante un altar de cedro paraguayo bajo una bóveda labrada que encegueció a un tallista hace trescientos años. Lo dije y me miraste con curiosidad. Y dije que uno de estos días iba a aparecer un bidet en el pulpito de San Roque o en el sagrario de la Capilla Doméstica, un bidet floreado, y los chicos serían bautizados en palanganas de plástico. Y que no alcanzaba a comprender por qué curiosa razón los cordobeses (ustedes, dije) se enorgullecían de tener en porcentaje más galerías comerciales que Buenos Aires. Cuál era el mérito, por favor. Vos me mirabas en silencio con La misma expresión de la noche anterior, en la Cañada, o de esa misma mañana cuando dijiste que tenías hambre. Yo agregué que este dato, el de las galerías y el vidrio, sumado al de la contienda entre rosarinos y cordobeses por ser la segunda ciudad del país, explicaba muchas más cosas de la Argentina y del famoso ser nacional que todo lo hablado en la Universidad hacía unas horas. Lo mismo que los cartelitos del teatro Arlequín, anoche. La segunda ciudad de la República, qué quiere decir eso. Yo no veía cómo nadie normal puede disputar el segundo puesto de algo. La segunda ciudad. Viene a ser, en esencia, enorgullecerse de no haber llegado primero. Te miré. No cambiaste de expresión. Dijiste algo inverosímil; dijiste: "Si querés molestarme, estás aviado." Y te reías. Creo que perdí el mal humor pensando en la palabra aviado y en que eras una actriz genial o realmente no entendías en absoluto a qué venía todo esto de ser o no el primero, el único, suponiendo que yo mismo lo supiera. Su inocencia es legítima, pensé. Su inocencia es legítima como su alegría, o finge con tanta convicción que casi da lo mismo. Misterio o matiz que pensaba develar esa misma noche en la quinta, a menos que fueras realmente una actriz genial. De cualquier modo en ese momento perdí el malhumor y, en la galería de enfrente, me pareció ver a Santiago. La otra vez, cuando volvía de Suiza, vi a un cristiano bajando a pie por una de esas carreteras como si anduviera en Grecia en una playa nudista, o sea como Dios lo echó al mundo a funcionar. Mi taxista no lo quiso recoger no fuera a ser un gancho para robarle el taxi. ¡Y yo convencido de que los taxistas eran los atracadores! No señor, o sí señor, aquí la vida humana no vale nada. –Nadie habla sin pensar. Todo lo que decimos tiene un sentido, y no hay por qué dejarlo caer. –Deja de mirarme de esa manera. Estos paraísos artificiales son puro talco. –Para qué estar despierta, digo yo. Este mundo es sólo maldad y sufrimiento, sufrimiento y maldad. ¡Qué iglesia iba a haber abierta ni qué demonios! Las mantienen cerradas para que no las atraquen. Ya no nos queda en Medellín ni un solo oasis de paz. Dicen que atracan los bautizos, las bodas, los velorios, los entierros. Que matan en plena misa o llegando al cementerio a los que van vivos acompañando al muerto. Que si se cae un avión saquean los cadáveres. Que si te atropella un carro, manos caritativas te sacan la billetera mientras te hacen el favor de subirte a un taxi que te lleve al hospital. Que hay treinta y cinco mil taxis en Medellín desocupados atracando. Uno por cada carro particular. Que lo mejor es viajar en bus, aunque también tampoco: tampoco conviene, también los atracan. Que en el hospital a uno que tirotearon no sé dónde lo remataron. Que lo único seguro aquí es la muerte. –Estuvo casada, entonces. Cuánto hace que se murieron los viejos, que se mataron de jóvenes, unos con otros a machete, sin alcanzarle a ver tampoco la cara cuartiada a la vejez. A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo dizque de "la violencia" y fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De "la violencia"… ¡Mentira! La violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con los machetes. De lo que venían huyendo era de sí mismos. Porque a ver, dígame usted que es sabio, ¿para qué quiere uno un machete en la ciudad si no es para cortar cabezas? La noche del 25 de julio, Camargo está adormecido oyendo el cuarteto en re mayor de César Franck cuando la mujer entra en el departamento al terminar elscherzo, veinte minutos después de las once. Parece ansiosa, desorientada, sin saber qué hacer con su alma. Lleva un abrigo largo, negro, y debajo un conjunto de paño gris. Deja el abrigo sobre la cama con un ademán rápido, compulsivo y, al volverse hacia el espejo, descubre algo que parece sorprenderla. Durante dos o tres minutos estudia las ojeras, las ligeras arrugas de la frente y la hinchazón de una herida en los labios. La temperatura ha cambiado de un extremo a otro del termómetro, y la transición del frío de la mañana a la súbita calidez de la tarde pudo haberle abierto alguna grieta en los labios. Camargo recurre al telescopio y advierte que ella está pasándose la lengua sobre un hilo muy ligero de sangre. La herida es reciente, por lo tanto, aunque la extrañeza con que se la mira pertenece a algún momento del pasado. Tal vez sea una herida del pasado que de pronto reaparece. Con las mujereses siempre así, ya lo sabe Camargo. No pierden nada de lo que han vivido. Llevan de un lugar a otro todo lo que les sucede y, cuando acumulan demasiado, lo que les sobra sale a la luz sin que ellas puedan evitarlo. A veces es un vestido o un perfume, otras veces es una herida como la que ahora tiene en los labios la mujer que está enfrente. Sin desvestirse, ella enciende la luz del velador, al lado de la cama y toma el tubo del teléfono. Vacila unos segundos, pulsa las teclas de algunos números, y vuelve a colgar el tubo. El efecto del diminutivo era que le centuplicaba la iracundia.¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Y esa furia de cuatro años retornaba in crescendo su beethoveniano redoble de timbales con la cabeza. Retumbaba el mundo. –Sí -dije-. ¿Por?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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