15 de enero de 2025
Comentario destacado
Six steps of problem solving
¡Qué iglesia iba a haber abierta ni qué demonios! Las mantienen cerradas para que no las atraquen. Ya no nos queda en Medellín ni un solo oasis de paz. Dicen que atracan los bautizos, las bodas, los velorios, los entierros. Que matan en plena misa o llegando al cementerio a los que van vivos acompañando al muerto. Que si se cae un avión saquean los cadáveres. Que si te atropella un carro, manos caritativas te sacan la billetera mientras te hacen el favor de subirte a un taxi que te lleve al hospital. Que hay treinta y cinco mil taxis en Medellín desocupados atracando. Uno por cada carro particular. Que lo mejor es viajar en bus, aunque también tampoco: tampoco conviene, también los atracan. Que en el hospital a uno que tirotearon no sé dónde lo remataron. Que lo único seguro aquí es la muerte. Todo lo que la pareja quiere es -re lo ha dicho el hombre- regresar a Pranjani. Del pueblo donde vivían, devastado por los bombardeos, no quedan ni los escombros, pero en Pranjani ha empezado la reconstrucción. Allí él podría trabajar como albañil. No has conseguido adivinar si te dijo albañil o maestro de obras u otro oficio vinculado a la ingeniería porque el lenguaje de los gestos es limitado, y el castellano del hombre es ínfimo, utilitario. Has venido a ofrecerles lo que desean. Lo miré de cierto modo. Camargo inclinó el asiento hacia atrás y apoyó la nuca en la palma de las manos. Después de esos movimientos ponía siempre los pies sobre el escritorio, pero esta vez no lo hizo. –Eso mismo nos leyeron -contestó el Lerdo-. El jefe nos leyó todo. Dijo que era un sistema magnífico. La mujer era joven y tenía un físico indestructible. A las dos de la tarde, el efecto del fenobarbital le había pasado por completo. No cesaba de tomar agua e iba al baño a cada rato. Se apartó un momento de tu mirada para darse una ducha y regresó de nuevo lozana y enérgica. Se hizo café, pero no comió. La vistevacilar un par de veces ante el cartón de jugo de naranja y volverlo a guardar en la heladera. No sintió desconfianza, de eso estabas seguro, pero tendrías que vigilar sus hábitos por si rechazaba el jugo. En ese caso, buscarlas otro recurso para la próxima ración de fenobarbital. Lo que se haya borrado de su memoria sobrevivirá en el cuerpo. Cada vez que se acerque al jugo de naranja, el pasado volverá a ella como si fuera presente. Lo que la mujer olvide tenés que recordarlo vos. Santiago miró sobre su hombro, como si buscara a alguien detrás. Después volvió a mirar a Bastían. –Tenía esa idea -continuó el min-. Era una amenaza. Lo encerramos para su propia protección. Y también -dijo- para la tuya. –Me estás apretando el brazo. –Sin mencionar -dice Lalo- que un solo preservativo mata más gente que la guerra de Indochina. Una vez leí enLa Gacetade Tucumánque los enanos tienen tendencia a morir de hipo. Me querés decir, Elena, qué es la Guerra de los Treinta Años comparada con un solo enano que muere de hipo. -Y agrega que, de cualquier modo, él es optimista, la humanidad futura la harán los africanos, los chinos, tal vez los argentinos. -O los mal formados que sobrevivan a la próxima peste o guerra atómica. Tipos con dos cabezas, con manitos saliéndoles de un muñón del hombro, sin testículos. O con varios. Tal vez hasta estemos en el umbral de una nueva concepción de la belleza. Y, aunque nos aniquilen a todos, siempre quedarán las ratas y las cucarachas. Hay siete ratas por cada ser humano en ciudades como Nueva York, Pekín o Buenos Aires, y las cucarachas tienen siete veces más resistencia que el hombre a las radiaciones nucleares. Yo, qué quieren que les diga, tengo gran fe en las guerras, en el simbolismo del número siete, en las ratas y en las cucarachas… ¡Graciela! -dice Lalo-. Hija mía, qué escote. –No sé qué decir. Estoy confundida. Todo me confunde. Era un comentario imprudente, ordinario.¿Imaginarlo? Para qué, si ya todos lo conocían. Poca gente se tomaba la confianza de llamarlo Ge Eme, y casi nadie se preguntaba por el significado de esas iniciales. El tiempo las había convertido en un nombre propio, como sucedía con D. H. Lawrence, T. S. Eliot o H. A. Murena, y él ya ni siquiera pensaba en lo que querían decir. Correspondían al santo del día de su nacimiento, Gregorio Magno Pontífice, y aunque en su cédula de identidad figuraban las tres palabras, había logrado mantener en secreto la última. Apenas cuelga, llaman a la puerta. Qué raro. La soledad ha sido siempre tan perpetua en esa casa, tan regular, que el timbre la sobresalta. El único que la ha visitado, un par de veces, es Camargo. A través de la mirilla distingue a un mensajero de correos, con el clásico uniforme azul y el monograma amarillo. Todo lo que desconoce le parece ahora un presagio de muerte. No sólo le han contagiado venéreas hace dos noches: también una paranoia maligna, un instinto de fragilidad del que no sabe cómo esconderse. –Bien, ¿qué pasa? -pregunté,smecando-.¿No están satisfechos después que casi me mataron a golpes, me escupieron, me obligaron a confesar delitos durante horas y horas, y me encerraron con unos pervertidosbesuños yvonosos en esagrasña celda? Vamos,brachno ,¿tiene una nueva tortura para mí? Y otra vez a la escalera a subirle de la cocina al enfermo otro té con limón que no podía tragar por las ulceraciones de la garganta, y a encontrarme con que las sábanas que le acababa de cambiar ya estaban sucias. Iba entonces al closet del cuarto grande donde dormía Cristoloco a buscar otras limpias. Y así, yendo y viniendo, bajando y subiendo, me encontré maldiciendo con toda mi alma a la maldita escalera. Camargo soltó la carcajada. Era más bien una especie de rebuzno que avanzaba a empellones, como si le diera vergüenza reír y luego esa vergüenza dejara de importarle. De pie, al lado de la mesa, acariciando una carpeta con papeles, se internó en un largo discurso sobre las encrucijadas que lo habían desorientado en Los Toldos. A eso de las seis, contó, ya se sabía en Buenos Aires que el presidente no aguantaba más las liturgias benedictinas y quería marcharse de allí esa misma noche. Lo retenía sólo el teatro de viento que Enzo Maestro había montado con la visión de Jesucristo en la copa del limonero. Sentía urgencia por salir de allí, jugar al golf, respirar aire laico. Maestro le hizo prometer que se quedaría hasta el oficio de Vísperas. Después, podría refugiarse en la estancia La Unión, donde simularía una huelga de hambre. Allí se acostaría en un catre y se dejaría tomar un par de fotos, pero enseguida estaría lejos de la vigilancia de los periodistas, con libertad para montar a caballo y mirar televisión. En ese momento decidí que no quedaba nada por hacer en Buenos Aires, dijo Camargo. El ojo de la tempestad se había desplazado hacia acá. Armé una primera página con las fotos de Juan Manuel Facundo depositando los siete millones en el banco de Singapur y dejé dos columnas abiertas para tu historia. Sabía que el abad iba a reaccionar pero jamás imaginé que iba a enojarse tanto. A las ocho y diez me leyeron un comunicado del monasterio en el que se invocan instrucciones directas del Vaticano. Repiten más o menos lo que vos le dijiste al abad en tu carta, aunque con más diplomacia: que Cristo no puede volver a la Tierra hasta el Juicio Final y que las visiones del presidente son tal vez reales para él pero no para la Iglesia católica de Roma. Después de eso, la ficción de la huelga de hambre ya era ridícula. Yo estaba a mitad de camino, entre Carmen de Areco y Chacabuco. No tenía nada que hacer en el diario. Entonces pensé que lo mejor era celebrar la derrota de la bestia con la autora de la hazaña y volver mañana tempranoa la redacción. Vamos a viajar en el mismo auto a Buenos Aires, ¿está bien? Ya le dije a tu chofer que se fuera. Para empezar, había que subir un escalón. Y este escalón aquí para qué? ¡Maestros de obra chambones! –No -dije-. Pero una vez vi un mamboretá. Un mamboretá comiéndose una mariposa. Verde y esquelético, parecía comulgar. Se la comía con una parsimonia que helaba la sangre. Era casi sagrado. Yo estaba más o menos a dos centímetros. Tienen la cabeza como una esmeralda muerta. De golpe giró sus ojitos de marciano en el extremo del pescuezo y me miró..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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