15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Sí sí sí, continúa. –De dónde sacaste eso -preguntó. Verónica alzó las cejas, sin entender. -Lo de las bigornias. No bien se fue el curita reconfortador (todo suavidad, dulzura, sinuosidades jesuíticas de raso) tuve una ríspida discusión con mi hermano porque consideré un insulto a su inteligencia que permitiera que a esas alturas del partido viniera a hacernos la puñeta semejante embaucador con cara de culo o de Pablo VI. Yecamos de regreso a la ciudad, hermanos míos, pero justo a la entrada, no lejos de lo que llamaban el canal industrial,videamos la aguja indicadora del combustible que casi se caía, precisamente como nuestras propias agujas, ja, ja, ja, y el auto tosía cashl cashl cashl. Pero no había mucho de qué preocuparse, porque allí cerca las luces azules de una estación ferroviaria se apagaban y encendían, se apagaban y encendían. La cuestión era si dejaríamos el auto paraque losobiraran losmilitsos o si (ya que andábamos con ganas de destruir y matar) le daríamos una buenatolchocada hacia las aguasstarrias para presenciar un hermoso y ruidosoplesco antes que acabara la noche. Decidimos estoúltimo, y después de bajar y soltar los frenos, los cuatro lotolchocamos hasta el borde del agua sucia, que era como melaza mezclada con productos del agujero humano, y allí le dimos untolchocojoroschó y adentro se fue. Tuvimos que retroceder de un salto para que la roña no nos salpicase losplatis, pero allá fue, esplussssshhhh y glolp glolp glolp, discreta y suavemente. -Adiós, viejodrugo -exclamó Georgie, y el Lerdo lo acompañó con una gran risotada de payaso-: Ju ju ju ju. -Nos acercamos a la estación para abordar el tren al centro, como se llamaba entonces al sector medio de la ciudad. Pagamos sin chistar nuestros pasajes, y esperamos correctamente y sin escándalo en la plataforma,y el viejo Lerdo se puso a jugar con las máquinas tragamonedas, pues tenía loscarmanos llenos de pequeños níqueles; y si hubiese sido necesario se habría dedicado a distribuir barras de chocolate a los pobres y los necesitados, aunque no había ninguno por ahí, y luego llegó resoplando el viejo expreso, y subimos a un coche del tren, que parecía casi vacío. Para entretenernos durante el viaje de tres minutos jugamos con lo que ellos llamaban el tapizado, y arrancamos unos lindos yjoroschós pedazos de las tripas de los asientos, y el viejo Lerdo descargó la cadena sobre elocno , hasta que el vidrio crujió y saltó dejando entrar el aire invernal. Pero todos estábamos fuera de caja, cansados y aplastados, pues la noche nos había obligado a gastar un poco de energía, hermanos míos; sólo el Lerdo, como el payaso y animal que era, parecía mejor que nunca, todo sucio y despidiendo unvono de sudor que era una de las cosas que yo tenía contra el viejo Lerdo. –No vas a ir, entonces -admitió Maestro. –No, joven, no -dijo Cantilo-. Yo quise decir todo lo contrario. A todo se le llega en este mundo su día: pasa el alcalde, pasa el ministro, pasa el presidente y el Cauca sigue fluyendo, fluyendo, fluyendo hacia el ancho mar que es el gran vertedero de desagües. ¿Que por qué lo digo? Hombre, mire, vea, fíjese, porque se le llegó también su día al televisor. La muerte de este maldito es digna de un poema. Lo estoy pensando en versos de arte mayor, en alejandrinos de catorce sílabas que me salen tan bien. Yo soy de respiración pausada y de tiro largo. De preñez en preñez, de parto en parto, poseída por una furia reproductiva que la impelía a amontonar hijos y más hijos en una casa de espacio finito regido no por la enmarihuanada mente de Einstein sino por el inflexible axioma de que un cuerpo no puede ocupar simultáneamente el lugar que ya ocupaotro, tratando de ajustar los doce apóstoles pero sin lograrlo porque también le nacían mujeres, entre niños y niñas la Loca pasó por el número doce y se siguió rumbo al veinte. A los doce hijos mi casa era un manicomio; a los veinte el manicomio era un infierno. Una Colombia en chiquito. Acabamos por detestarnos todos, por odiarnos fraternalmente los unos a los otros hasta que la vida nos dispersó. Jamás he visto a uno de esos zánganos trabajar; se la pasan el día entero jugando fútbol u oyendo fútbol por el radio, o leyendo en las mañanas las noticias de lo mismo en El Colombiano. Ah, y armándome sindicatos. Y cuando llegan a sus casas los malnacidos rendidos, fundidos, extenuados "del trabajo", pues a la cópula: a empanzurrar a sus mujeres de hijos y a sus hijos de lombrices y aire. ¿Yo explotar a los pobres? ¡Con dinamita! Mi fórmula para acabar con la lucha de clases es fumigar esta roña. ¡Obreritos a mí! –¡A mí no me maneja nadie! -gritaba destruyendo sillas, mesas, casas, enloquecido, poseído por el espíritu del tornado, que en Colombia ni los hay. –Ajá, creo que sé lo que usted quiere. Buenas noticias, buenas noticias, ya llegó. -Y moviendo lasrucas como un eminente director se fue a buscarlo. Las dosptitsas jóvenes soltaron unas risitas, como hacen a esa edad, y yo les clavé unmalenco losglasos fríos. Andy regresó realmentescorro, agitando la gran cubierta blanca y brillante de la Novena, que mostraba, hermanos, ellitso adusto y fruncido como golpeado por un rayo del propio Ludwig van. -Aquí está -dijo Andy-. ¿Lo probamos? -Pero yo quería llevármelo a casa paraslusarloodinoco en mi estéreo, y sentía una prisa infernal. Saqué eldengo para pagar, y una de las pequefiasptitsas me dijo: –Hasgoborado mis propios pensamientos -sonreí, sin aceptar la provocación-. Justamente pensaba proponer el viejo y queridoKorova.Bien bien bien. Adelante, pequeño Georgie. -E hice una especie de reverencia profunda, sonriendo comobesuño, y pensando a todo vapor. Pero cuando llegamos a la calle pudevidear claramente que el pensar es para losglupos y que losumnos usan la inspiración y lo queBogo les manda. Pues en ese momento una hermosa música vino en mi ayuda. Pasaba un auto con la radio encendida, y alcancé aslusar un compás o dos de Ludwig van (era el último movimiento delConcierto para violín),y pudevidear en seguida lo que tenía que hacer. Dije con voz espesa y profunda: -Muy bien, Georgie, ahora -y saqué mi filosabritba . Georgie dijo-:¿Qué? -pero fue bastantescorro con elnocho; el filo salió de la funda y los dos nos enfrentamos. El viejo Lerdo exclamó: -Oh, no, eso no está bien -y comenzó a desenroscar la cadena que llevaba alrededor de la talla, pero Pete dijo, trabando firmemente con laruca al viejo Lerdo-: Déjalos, así está bien. -De modo que Georgie y Vuestro Humilde hicieron los viejos y silenciosos pasos de gato, buscando la oportunidad, y conociendo cada uno el estilo del otro un poco demasiadojoroschó, y de tanto en tanto Georgie hacía lurch lurch con elnocho resplandeciente, pero sin llegar a tocarme. Ya cada momento pasabanliudos yvideaban todo, pero no se metían, porque podía decirse que era un espectáculo corriente. Pero entonces contéodindvatri y me tiré ak ak ak con labritba, aunque no allitso ni a losglasos , sino a laruca de Georgie que sostenía elnocho y entonces, hermanitos míos, lo soltó. Sí, eso hizo. Soltó elnocho que cayó haciendo tincle tancle a la fría vereda invernal. Le había cortado un tajo en los dedos con mibritba, y ahí estaba, mirando elmalenco goteo decrobo que se desplegaba como una mancha roja a la luz del farol.- Ahora -dije, y era yo el que tomaba la iniciativa, pues Pete había dado al Lerdo elsoviet de no sacarse elusy de la talla, y el Lerdo lo había acatado-. Ahora, Lerdo, veamos cómo están las cosas entre nosotros, ¿eh? -El Lerdo hizo aaaaaaargh como un animalbolche ybesuño, y desenrolló la cadena verdaderamentejoroschó yscorro, y yo no tuve más remedio que admirarlo. Ahora debía usar otro estilo, agazaparme como en el salto de rana para proteger ellitso y losglasos; y eso hice, hermano, y el pobre y viejo Lerdo se sintió unmalenco sorprendido, porque estaba acostumbrado a descargar lash lash lash sobre la cara expuesta. Ahora bien, debo reconocer que me la dio horriblemente sobre la espalda y que me ardió comobesuño ; pero el dolor me dijo que debía andarscorro y acabar de una vez con el viejo Lerdo. Tiré con labritba a lanoga izquierda, un golpe muy ajustado, y corté dos pulgadas de ropa y le saqué unamalenca gota decrobo, suficiente para ponerlo verdaderamentebesuño al Lerdo. Luego, mientrasél hacía jauuu jauuu jauuu como un perrito, ensayé el mismo estilo que con Georgie, jugándome todo a un solo movimiento: arriba, cruce, corte, y sentí que labritba entraba bastante hondo en la carne de la muñeca; el viejo Lerdo soltó allí mismo elusy silbante y se puso a gritar como un niño. Luego intentó beberse toda la sangre que le salía de la muñeca, aullando a la vez, y había demasiadocrobo , y el Lerdo se atragantaba y la colorada le brotaba como de una fuente, aunque no por mucho tiempo. –Estoy hablando en serio. Te ves, te ves continuamente, y eso es lo que te impide estar de veras en el lugar que estás. Te dije que te ibas a enojar, y los cigarrillos están ahí. Los pequeños altavoces de mi estéreo estaban todos dispuestos alrededor del cuarto, en el techo, las paredes, el suelo, de modo que cuando me acostaba en la cama paraslusar la música, estaba como envuelto y rodeado por la orquesta. Lo que primero deseaba escuchar esa noche era el nuevo concierto para violín, del norteamericano Geoffrey Plautus, tocado por Odiseo Choerilos con la Filarmónica de Macon (Georgia), de modo que lo saqué del estante, conecté y esperé, y entonces, hermanos, llegó la cosa. Oh, qué celestial felicidad. Estaba totalmentenago mirando el techo, lagolová sobre lasrucas , encima de la almohada, losglasos cerrados, larota abierta enéxtasis,slusando esas gratas sonoridades. Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de migolová las trompetas lanzaban lenguas de plata, y al Iado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos. Pe y eme en el dormitorio, al Iado, habían aprendido ahora a noclopar la pared quejándose de lo que ellos llamaban ruido. Yo les había enseñado. Ahora tomaban píldoras para dormir. Tal vez advertidos de la alegría que yo obtenía de mi música nocturna, ya las habían tomado. Mientrasslusaba , losglasos firmemente cerrados en eléxtasis que era mejor que cualquierBogo desynthemesco, entreví maravillosas imágenes. Eranvecos yptitsas , unos jóvenes y otrosstarrios, tirados en el suelo y pidiendo a gritos piedad, y yosmecaba con toda larota y descargaba la bota sobre loslitsos. Y habíadébochcas desgarradas ycrichando contra las paredes, y yo me hundía en ellas como unaschlaga , y cuando la música, que tenía un solo movimiento, llegó a su total culminación, yo, tendido en mi cama con losglasos bien apretados y lasrucas tras lagolová, sentí que me quebraba, yspataba, y exclamaba aaaaah, abrumado por eléxtasis. Y así la bella música se deslizó hacia el final resplandeciente..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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