15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Salí por entre los muertos vivos, que seguían afuera esperando. Al salir se me vino a la memoria una frase del evangelio que con lo viejo que soy hasta entonces no había entendido: "Que los muertos entierren a sus muertos". Y por entre los muertos vivos, caminando sin ir a ninguna parte, pensando sin pensar tomé a lo largo de la autopista. Los muertos vivos pasaban a mi lado hablando solos, desvariando. Un puente peatonal elevado cruzaba la autopista. Subí. Abajo corrían los carros enfurecidos, atropellando, manejados por cafres que creían que estaban vivos aunque yo sabía que no. Arribavolaban los gallinazos, los reyes de Medallo, planeando sobre la ciudad por el cielo límpido en grandes círculos que se iban cerrando, cerrando, bajando, bajando. Es la forma que tienen ellos de aterrizar, con delicadezas, con circunloquios sobre lo que les corresponde pero que el hombre necio, enterrador, les quiere quitar ¡para dárselo a los gusanos! –No -dijo él. Encendió, nervioso, los televisores, donde se vieron ráfagas del juego de golf entre el presidente penitente y el viejo Bush, y los apagó al instante. No, repitió. Sí, para qué, repitió Santiago y parecía no hablar con nadie. Qué necesidad tenían de cambiar ideas, y justamente con él. De pronto se rio. –Mariano, por Dios. Nos criamos juntos, o casi. –Yo te alcanzo -dijo Lalo. –Qué le anda pasando, chango -dijo. Camargo ha seguido paso a paso la decepción que el editor bogotano provocó en la mujer. A juzgar por sus emails, ese hombre jamás la valoró ni la entendió. Uno de los enigmas que hacen más atractiva la naturaleza femenina de Reina es la tenacidad con que fue inventándose un amante ideal, al que confirió atributos que sólo estabanen su imaginación. O quizá -piensa Camargo-, lo que hizo fue adornarlo con la fuerza, el poder y el talento que eran propios de otro hombre de quién, sino del propio Camargo?-, tal como los evangelistas sinópticos hicieron con los mesías gemelos. No era la primera vez que la miraba; sólo que antes le había parecido verla en otro lugar de la casa. Se materializó de golpe ante sus ojos, como una epifanía, como si ocupara un lugar de la realidad que hasta ese momento hubiese estado vacío. Esa casa, los actos de la gente, la gente misma, las palabras que oía desde la noche anterior, la ciudad entera, estaban minados de huecos y era en esos huecos donde sucedían realmente las cosas, donde la gente y sus actos tenían un significado y se revelaban como eran. Se sentía como un ratón en el laberinto: choques eléctricos contra su hocico lo guiaban a través de un mundo organizado según leyes que debía descifrar y clasificar a medida que avanzaba hacia alguna parte. Sin contar que no debería mezclar las bebidas, pensó. Esa cosa color guinda en combinación con el whisky va a derretirme los huesos. Algún día hacer la experiencia de emborracharse en grande. Tengo la sospecha de que uno se interesa más por la vida real con cierto porcentaje de alcohol en el píloro. ¿Cuál sería el píloro? "Y lo peor es que no me sentía asqueada", está diciendo en alguna parte una voz parecida a la tuya. "Ni siquiera sentía culpa." Espósito cambió su vaso ya vacíopor el tuyo (o sea que había pasado algún tiempo y sucedido algo, nuevas palabras, otros huecos) y haciendo un esfuerzo lo bebió. Yo no, no sé, nunca he sabido ni cargo nada. Pobres seres inocentes, sacados sin motivo de la nada y lanzados en el vértigo del tiempo. Por unos necios, enloquecidos instantes nada más… Bueno parcero, aquí nos separamos, hasta aquí me acompaña usted. Muchas gracias por su compañía y tome usted, por su lado, su camino que yo me sigo en cualquiera de estos buses para donde vaya, para donde sea. –¡Qué va! Si en el Estado de Nueva York no hay silla eléctrica… ¡Cuánto hace que la abolieron! Ahora, mientras me incorporaba entre todos loscotos y lascotascracantes ,slusé nada menos que el chumchum de la vieja sirena policial a la distancia, y comprendíscorro que la viejaforella de los gatos había estado hablando por teléfono con losmilitsos cuando yo creí quegoboraba con sus bestias maulladoras, pues se le habían despertadoscorro las sospechas cuando yo toqué el viejosvonoco pretendiendo que necesitaba ayuda. Así que ahora, alslusar el temido chumchum del coche de losmilitsos, corrí hacia la puerta del frente y me costó unraboto del infierno quitar todos los cerrojos y cadenas y cerraduras y otrasvesches protectoras. Al fin conseguí abrir, y quién estaba en el umbral sino el viejo Lerdo, y ahí mismo alcancé avidear la huida de los otros dos de mis llamadosdrugos. -Largo de aquí -criché al Lerdo-. Llegan losmilitsos. -El Lerdo dijo: -Tú te quedas a recibirlos juh juh juh juh -y entonces vi que había desenroscado elusy , y ahora lo levantaba y lo hacía silbar juisssss y me daba un golpe rápido y artístico en los párpados, pues alcancé a cerrarlos a tiempo. Y cuando yo estaba aullando y tratando devidear y aguantar el terrible dolor, el Lerdo dijo: -No me gustó que hicieras lo que hiciste, viejodrugo. No fue justo que me trataras de ese modo,brato . -Y luego leslusé las botasbolches y pesadas que se alejaban, mientras hacía juh juh juh juh en la oscuridad, y apenas siete segundos despuésslusé el coche de losmilitsos que venía con un roñoso y largo aullido de la sirena, que iba apagándose, como un animalbesuño que jadea. Yo también estaba aullando y manoteando, y en eso me di con lagolová contra la pared del vestíbulo, pues tenía losglasos completamente cerrados y el jugo me brotaba a chorros, y dolor dolor dolor. Así andaba a tientas por el vestíbulo cuando llegaron losmilitsos. Por supuesto, no podíavidearlos, pero sí podíaslusarlos y olía condenadamente bien elvono de los bastardos, y pronto pude sentirlos cuando se pusieron bruscos y practicaron la vieja escena de retorcer el brazo, sacándome a la calle. Tambiénslusé lagolosa de unmilitso que decía desde el cuarto de loscotos y lascotas: -Recibió un feo golpe, pero todavía respira -y por todas partes maullidos y bufidos. Como el chofer se tardó unos segundos más de la cuenta en abrirnos la puerta, cuando la acabó de abrir, también, piró: difuntico. ¡Y quedaban dos chumbimbas en el tote para el que no le gustó la cosa! El radio, sin dueño, siguió cantando por él, en su memoria, los vallenatos, que aquí se están volviendo ritmo de muertos. –Aja -dice. Cortina musical de Sibelius; cuento hasta diez y empiezo, lo juro. No, querido, ya, sobre la marcha dirás vine a Córdoba huyéndole a dos cosas que son la misma, a la espantosa angustia de no ser ya adolescente, nunca más serlo, jamás volver a serlo ni cantar Osolé míopor las galerías del Colegio Nacional de San Pedro, pase Espósito, no estudié, y Julieta Capuleto mirándote entre orgullosa y seguramente alarmada pensando él no estudió porque sufre. Voy a matarme ahora mismo, ahí está. Lo único que me falta es el gato de Pavese. Pero nunca voy a matarme, capaz que allá no hay nada. La cara torcida, además, toda llena de sangre; los sesos amarillos contra las paredes. La fealdad es innoble. ¿Cómo?, ¿qué? Lo otro, querido alfeñique de cuarenta y cinco kilos convertido para siempre en Charles Atlas, lo otro, la otra parte de las dos cosas que son una, la parte donde se narra por fin la decisión impostergable de quien huyendo a Córdoba se encontró con la sorpresa de no ser ya adolescente y va a tener que aceptarlo. ¿Conforme, ahora? Me llamo Esteban Espósito. Ni nombre de escritor tengo. Las comunas cuando yo nací ni existían. Ni siquiera en mi juventud, cuando me fui. Las encontré a mi regreso en plena matazón, florecidas, pesando sobre la ciudad como su desgracia. Barrios y barrios de casuchas amontonadas unas sobre otras en las laderas de las montañas, atronándose con su música, envenenándose deamor al prójimo, compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora. Ganas con ganas a ver cuál puede más. En el momento en que escribo el conflicto aún no se resuelve: siguen matando y naciendo. A los doce años un niño de las comunas es como quien dice un viejo: le queda tan poquito de vida… Ya habrá matado a alguno y lo van a matar. Dentro de un tiempito, al paso a que van las cosas, el niño de doce que digo reemplácenlo por uno de diez. Ésa es la gran esperanza de Colombia. Como no sé qué sabe usted al respecto, mis disculpas por lo sabido y repetido y sigamos subiendo: mientras más arriba en la montaña mejor, más miseria. La tarima y los taburetes se iluminaron. El del bandoneón blandió su instrumento y ensayó algunos acordes. Era una música melancólica, que no se parecía a nada. Expresaba tan pocas cosas como un mundo no creado, y tal vez para eso estaba allí, para que el cantor llenara ese vacío. Se perdieron al entrar en Los Toldos, a las tres de la tarde. Con el sol clavado en el centro del cielo, todas las construcciones se vetan iguales: los almacenes y los zaguanes se repetían, idénticos; en ninguna esquina encontraban el nombre de las calles, y en las dos casas donde se detuvieron a preguntar les respondió un silencio de muerte. Las ciudades cambian más rápido que las personas, se dijo Reina. Me ha sucedido que entré a un cine en Buenos Aires y salí de la misma función a otro cine de México, pero esa ciudad no ha cambiado en décadas. Es un laberinto sin dibujo: el peor de los laberintos. A eso de las tres y veinte el chofer condujo hacia atrás por la misma calle que los había llevado otras veces a un paredón sin salida, y la inversión del movimiento les permitió oír un altoparlante remoto que difundía hacia el oeste una melodía perdida en el tiempo, La chica de la boutique, cantada por Heleno. Con cierta vergüenza, Reina se acordaba de haberse contoneado al compás de ese horror en alguna fiesta de la adolescencia temprana, pero ahora le hacía gracia que fuera la brújula gracias a la cual llegaron de pronto a la plaza central, con la estatua ecuestre del Libertador alzándose sobre la copa de algunos árboles moribundos. Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par. Seis hombres vestidos con los hábitos púrpuras de los jueves santos salieron en procesión llevando en hombros a Cristo crucificado. Detrás, precedidas por un cura que agitaba el incensario con delicadeza para no ensuciar sus encajes litúrgicos, se arrastraba un coro de viejas chillonas cantando ellas también Cristianos venid, en tenaz competencia con el altoparlante que repetía La chica de la boutique. En el café contiguo a la iglesia les indicaron cómo volver a la ruta provincial y desviarse hacia la Azotea de Carranza. Las cuatro menos cuarto ya, dijo Reina. Y a las siete son los rezos de Vísperas. –Qué le pasa -dijo Verónica. –¿De veras, mamita? -le pregunté. De todos modos, a las seis menos diez va estaba lista, no bañada sino refrescada en la tina, perfumada con el Chloé de Lagerfeld que llevaba siempre en la cartera por si acaso, vestida como una dama de otro siglo, con mantilla y larga pollera negra y una blusa negra de encaje que permitía adivinar, de todos modos, las pecas del pecho. En la mesita franciscana del cuarto que los caseros habían arreglado para ella, cuidándose de no ventilarlo, junto a la cama de tres plazas protegida por un mosquitero espeso, que prometía una noche de asfixia claustrofóbica, Reina se dio tiempo para anotar algunas de las ideas que incorporaría mis tarde al artículo de fondo. Notó que su lenguaje estaba fuera de quicio, que destilaba indignación por el desparpajo con que el presidente y el capellán de Olivos estaban engañando a la gente, pero también se sintió capaz de dominar esa furia a la hora de escribir. Cuanto más neutral fuera su relato, cuanto mayor distancia pusiera entre ella y los hechos, tanto más le creerían, se dijo. Yo no soy la realidad, pero tampoco habrá ninguna realidad hasta que no la escriba. ¿No es eso lo que quiere el doctor Camargo?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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