15 de enero de 2025
Comentario destacado
Science problem solving
"En esa galería, ya terminada, todavía hoy están las máquinas que cantan", dice mi cuaderno Leviatán. Escribí esas palabras hace años, en el hotel donde se mató Santiago. Hoy las corrijo en un bar de Buenos Aires, lejos de todo aquello y de las primeras páginas de este libro. He vuelto más de una vez a Córdoba, tratando de encontrar no sólo a quienes vivieron esta historia sino al que hace años regresó para escribirla. Ni yo ni ellos ni la ciudad estábamos allí. Escribo ahora en cualquier parte. He descubierto, acaso demasiado tarde, que la ciudad y vos, Esteban Espósito y la muerte de Santiago irán conmigo adonde yo vaya sin necesidad de que los busque. Es extraño ver pasar el tiempo no sólo sobre la vida sino sobre lo que se escribe. A medida que los años me acercan al final de este libro, los años me alejan de la historia que cuenta, y mientras más me alejo de ella, más cerca me siento de comprender quiénes éramos. Tal vez un día lo termine; tal vez ese día sepa realmente cómo eras o por qué, antes de matarse, Santiago entró en la galería en construcción. En esa galería, ya terminada, estaban todavía, hasta hace unos años, las Máquinas que Cantan. Él mehabló de ellas, al mediodía. Las Máquinas que Cantan, ese nombre les dio. Son aparatos tragamonedas. En la parte superior, detrás de un vidrio, contra un decorado de palmeras, plátanos y cocoteros, se ve una orquesta de animales de paño, preferentemente patos y monos. "Uno echa una moneda", me explicó Santiago, "y los tipitos empiezan a tocar y a zarandearse como locos". Y sacudía la cabeza al decírmelo, riendo, como quien piensa: lo que no inventan. Son feas, naturalmente, pintadas de colores chillones. El inagotable mal gusto de nuestro tiempo ha querido que tengan una vaga semejanza con los aparatos de televisión. Sin embargo, la última cosa que hizo Santiago, antes de matarse, fue recorrer la galería de punta a punta y poner una moneda en cada máquina. Lo vi cuando volvíamos del Observatorio, ese anochecer. Vos habías dicho: "El poeta, tu amigo", y señalaste hacia ellejano extremo de la galería. Pensé decir que no, que aquel hombre que entraba no era Santiago; pero después te fuiste y me quedé solo, envuelto en ese crepúsculo y en mitad de la calle, y pensé que sí. Únicamente a él, al jujeño, podía ocurrírsele una idea semejante: la de meterse en una galería en construcción sin advertir que del otro lado no había salida. Lo vi regresar sobre sus pasos y alejarse de mí, seguido de una creciente musiquita, múltiple, estrafalaria. Y aunque más tarde, en el hotel, cruzamos unas palabras a través de la puerta entornada de su pieza y volví a verlo un instante, digo que aquél es mi último recuerdo deSantiago porque me resulta imposible no vincular ese acto, al anochecer, con el otro, a la madrugada. A tal punto que sin aquella música su muerte se me hace pobre, casi inútil, inconclusa. –Menos mal, porque la casa podía estar en la isla y nosotros cuatro vivir allí. Claro que si la casa no les gusta, nos mudamos. –Una persona me está esperando en Rió, doctor. Ha viajado miles de kilómetros para verme. –Bien -dijeron los dos- bien bien bien. -Y siguieron volviendo las páginas. Eran como imágenes dedébochcas de verasjoroschó, y contesté que me gustaría aplicarles el viejo unodós unodós con mucha ultraviolencia. Había otras imágenes dechelovecos a quien les daban con la bota justo en ellitso y elcrobo rojo rojo por todas partes, y dije que me gustaría estar también en eso. Y había una imagen del viejonago que eradrugo delchaplino de la prisión, y se lo veía cargando la cruz y subiendo la colina, y yo expliqué que me gustaría manejar el viejo martillo y los clavos. Muy bien. Pregunté: Habías venido. –Sobre todo si la mujer se ha sacado los zapatos. Te agachaste a recoger tus sandalias. Tuve la sospecha de que ibas a entrar en el aula llevándolas en la mano. –Un momento -dijo Georgie-. ¿Qué es estavesche del lugar? Nunca oí decir que losliudos tienen que aprender cuál es su lugar. –Nunca estuve en Jerusalén -dijo ella, melancólica-. Siempre quise. –Me gustaría saber si el abuelo hizo el amor esa noche -dijo Verónica. Y para llenar el silencio que amenazaba con instalarse entre nosotros le pedí que me contara de sus hijas, de sus hijos, de lo que fuera. Que se acordara de cuando ellas eran tres y tres nosotros y salíamos de paseo los domingos, en dos carritos destartalados, a acampar a la orilla de las quebradas y a bañarnos los niños en sus charcos. Después nacieron otros en su casa y otros en la mía y fuimos muchos, y las quebradas fueron a dar al Cauca, al río, al río, rumoroso, que tiene una «u» en medio y que ya va llegando al mar. –Vestido negro, faldas debajo de la rodilla, mantilla negra. Tenés la ventaja de que el presidente no te conoce. Tampoco te va a quitar el ojo de encima. Se debe estar aburriendo y vas a ser la única mujer que ve en dos días. Es un tipo voraz, como sabés. –Me parece bien que no estén de acuerdo. Lo que no veo es para qué me lo dicen. El Lerdo me echó una mirada perversa y dijo: -No me gustó que hicieras lo que hiciste. Y ya no soy tu hermano, y no quiero serIo nunca más. -Había extraído del bolsillo untastuco mocoso y se enjugaba el hilo rojo con aire desconcertado, y lo miraba con el ceño fruncido, como si pensara que la sangre era algo propio de otrosvecos, pero no deél. Parecía como si el Lerdo estuviese cantando sangre y pagara así por la vulgaridad que había mostrado antes, cuando ladébochca cantaba música. Pero ahora ladébochca estabasmecando ja ja ja con unosdrugos en el bar, y movía larota roja y le brillaban lossubos ; ni había notado la puerca vulgaridad del Lerdo. En realidad era a mí a quien había molestado el Lerdo. Dije: El maldito calambre volvió de repente. Descendió como un garrote desde los músculos de la cadera y dobló en dos a Camargo. Era el mismo dolor de un mes atrás y de hacía un año, durante el viaje a Davos. Llegaba y se iba. Pero mientras estaba allí, lo convertía en un inválido. Maestro lo sostuvo con una fortaleza humillante. La noche queél ha elegido para la filmación también está la pareja estorbándole el paso. El hombre tiene menos de cuarenta años y desentona con el desamparo en que vive. Sus brazos son fuertes, la mirada es rebelde y cobradora, y los ojos, siempre hinchados, observan el mundo con un desencanto tan hondo que tal vez sea anterior al mundo. Tanto a él como a su compañera se les han caído los dientes. A ella sólo le quedan tres incisivos de abajo; a él, un canino absurdo, que le desfigura los labios. La vagabunda lleva ya semanas enferma y el hombre pasa despierto la mayor parte de la noche, cuidándola y acariciándola. Ella es mucho mayor que él pero no tanto como para ser su madre. Tampoco se le parece en nada. Su cuerpo está cubierto de escaras: hay una sobre el omóplato, en especial, que se le abre como una segunda boca. Una noche, el sin techo ha salido corriendo en busca de una ambulancia y, como no le han permitido ir con la mujer al hospital, se queda esperando el amanecer de pie, como si al amanecer los hechos pudieran rehacer la realidad tal como era un día antes. Quién sabe dónde esos dos pobres seres han encontrado fuerzas para volver semanas más tarde y yacer otra vez en su cama de ruinas, la noche en que él lleva un gramo de fenobarbital dividido en cuatro sobrecitos y entra en el departamento de la mujer sin que nadie lo vea, como siempre. –No te ofendas, Alex -dijo Pete-, pero la verdad, queremos que las cosas sean más democráticas, y no que te lo pases diciendo lo que hay que hacer y lo que no. Pero sin ofenderte..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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