15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Yo bajaba y subía y bajaba y subía por esa escalera empinada de atrás de que les he hablado, donde unas veces abajo, otras arriba, se instalaba la Muerte a cagarse de risa viéndome bajar sábanas sucias que lavaba en la lavadora, que tendía al sol a secarse, y que volvía a subir para que la imparable diarrea del enfermo las volviera a ensuciar. Y el Papa, que es tan bueno, tan útil, tan santo, ¿dónde está que no viene a ayudar? Y maldecía del zángano impostor y su madre. Las carcajadas de la Muerte, pese al tiempo transcurrido, aún me retumban en los tres huesitos del oído medio: el martillo, el yunque y el estribo. –¡No te puedo creer que se murió Salvador! –«Dios no existe, pendejo», «el dragón caga fuego». Llegamos a donde Víctor, tocamos y nos abrió, y antes de que se recuperara de la sorpresa de verme en Medellín pues me hacía en México le di la noticia: Dejaste de caminar, tan bruscamente que fue como si hubieras desaparecido. –Lloverán bigornias -murmuró; después levantó la voz-. Van a llover bigornias de punta. Existe en las comunas una guerra casada desde hace años, de barrio con barrio, de cuadra con cuadra, de banda con banda. Es la guerra total, la de todos contra todos con que soñó Adamov, el dramaturgo, mi amigo, que ya murió y pobre y viejo, pero en París. ¿Pero jabón? –Para qué tomas esas porquerías -dijo Graciela. Yo estaba un poco aturdido por estagoborada, y trataba de entender qué Brodsky hablaba de mí. Entonces se apagaron todas las luces y se encendieron dos reflectores que venían de los orificios de proyección, y uno de ellos iluminaba directamente a Vuestro Humilde y Sufriente Narrador. Y la otra luz fue a fijarse sobre uncheloveco grande ybolche que yo jamás habíavideado antes. Tenía unlitso grasiento, y mostacho, y como mechones de pelo pegados a lagolová casi calva. Era de unos treinta, cuarenta o cincuenta años, es decir unstarrio que andaba por esa edad. Se me acercó y el reflector lo acompañó, y poco después las dos luces eran una sola más grande. Elveco me dijo con mucha burla: -Hola, montón de basura. Puff, no te lavas mucho, qué olor tienes. -Luego, como si estuviera dando pasos de baile, me pisó lasnogas, la izquierda y también la derecha, y después me dio un arañazo en la nariz que me dolió comobesuño y me llenó losglasos con las viejas lágrimas, y además me retorció eluco izquierdo como si fuera la perilla de una radio. Pudeslusar risitas y un par de jajajas realmentejoroschós que venían del público. La nariz, lasnogas y las orejas me ardían y dolían comobesuño, así que le dije: –No sos su amigo porque no querés. ¿Cómo podés tener estómago para publicar todas las canalladas que me han repetido tus periodistas? –Qué lenguaje -dijo lagolosa de otro que se estaba riendo, y ahí mismo recibí en plenarota untolchoco con el revés de una mano, que tenía anillo. Exclamé: –Oh no, not again! -exclamaba Darío en inglés, desesperado, iracundo. –Ahí, donde estás, te hace falta algo? -No. Quisiera hablar con Diana, pero voy a tropezar con Brenda. La enfermera era enorme, casi tan alta como la puerta, y no le interesaba ocultar que era infeliz allí, en esa prisión sin palabras. El televisor estaba encendido frente al anciano, pero él no lo vela. Ocupaba las manos en pasar arena o pedregullo a una caja de madera, que agitaba a ratos, produciendo un sonido que tal vez a él le evocara una tormenta, pero que sólo parecía eso: el siseo de la arena. De vez en cuando alzaba la caja y se miraba en el espejo que cubría la pared, a la izquierda. Le sonreía a su imagen, quizá la saludaba, y luego vertía el pedregullo o la arena en otra caja. A Reina le pareció que Camargo calculaba mal su edad: debía de tener más de cien años. El cuerpo se le había encogido tanto que, cuando la enfermera le acariciaba la cabeza, lo borraba como si tuviera una goma en las manos. Era un viejo apacible, inofensivo, y cuidarlo no podía dar otro trabajo que alimentarlo y mantenerlo limpio. Ni siquiera había que ocuparse de que se muriera, porque eso tal vez no iba a suceder nunca. De pronto la mirada del padre se cruzó con la de Reina. Una vez que se posaron en ella, los globitos duros, acerados, ya no dejaron de observarla: eran ojos nublados por cataratas y unos párpados flojos y pesados, pero el anciano no estaba sirviéndose de ellos sino de un sentido para el cual los ojos eran sólo mediadores. Con la luz de la memoria veía los labios finos y pequeños de Reina, la nariz erguida hacia una punta redonda y gruesa, la barbilla enhiesta y desafiante. Parecía reconocer los tobillos gruesos y los pechos mínimos que, bajo el vestido ligero, de algodón, se mecían con ondulaciones de medusa. Aun a esa edad imposible podía sentir cómo irradiaba Reina una libertad de gata, una indiferencia que la ponía lejos de todo alcance. –Anótalo, jujeño. Dice frases para la historia. Se puso de pie y fue hacia el mostrador. Me daba la espalda. Lo llamé despacio..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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