15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Se te enfría -dijiste. Se ríe con desenvoltura. El doctor Cantilo es sorprendente. Ese hombre hace pis con bastante más naturalidad que yo, piensa Espósito. Será porque es su árbol. Y mientras duró todo, elveco conductor se quedó sentado frente al volante del auto, fumando uncancrillo y leyendo unmalenco librito. Tenía encendidas las luces del auto para podervidear, pero no se dio por enterado de lo que Billyboy y el Lerdo le hacían a Vuestro Humilde Narrador. No daré detalles, pero todo fue jadeos y porrazos contra este fondo de máquinas agrícolas que zumbaban y el tuituituitititi en las ramasnagas. Se podíavidear un hilo de humo a la luz del auto; y el conductor volvía tranquilamente las páginas. Y estuvieron sobre mí todo el tiempo, oh hermanos míos. Luego, Billyboy o el Lerdo, no podría decir cuál de los dos, observó: -Ya es bastante,drugo, me parece,¿no crees? -Así que me dieron untolchoco final en ellitso cada uno y caí y quedé tendido en la hierba. Estaba frío, pero yo no lo sentía. Después se limpiaron lasrucas y volvieron a ponerse losschlemos y las túnicas, que se habían quitado, y regresaron al auto.- Tevidearemos otra vez, Alex -dijo Billyboy, y el Lerdo largó una de sus risotadas de payaso. El conductor terminó la página que había estado leyendo y apartó el libro; luego el auto arrancó y todos se alejaron en dirección a la ciudad, y midrugo y mi ex enemigo agitaron las manos como despedida. Pero yo me quedé allí, deshecho y agotado. –Tal vez no quiera abrir -dijo Georgie. Saliendo de conocer la iglesia de Robledo (un galponcito desangelado en donde a duras penas se para mi Dios), decidimos seguir pendiente arriba en busca de un mirador en la montaña para divisar a Medellín, para apreciarlo en su conjunto con la objetividad que da la distancia, sin predisposiciones ni amores. A mano izquierda subiendo, en una finquita vieja, un rodadero con un platanar seco, abandonado, leíase el siguiente anuncio en mayúsculas torcidas y desflecadas, como para cartel de Drácula: –Me acuerdo -dijo el cantor-. Me acuerdo de cuando yo era chico y soñaba con países lejanos. Qué lindo. –Los tordos -dijo-. Para mí no son tordos. Antes de que amaneciera, la madre volvía del hospital y lo primero que hacía era entrar en la pieza de Camargo y acariciarle la cabeza. Más de una vez, él había esperado ese momento durante la noche entera, temiendo que la caricia pasara y él no se diera cuenta. La oía abrir la puerta cancel, atravesar el zaguán y la pequeña sala de la entrada, y acercarse a su cama en puntas de pie. Camargo fingía dormir. Había aprendido a fingir con tanta destreza que sus ojos estaban suspendidos e inmóviles en esa eternidad de la caricia y su respiración adquiría una placidez que jamás alcanzaba en los sueños verdaderos. Se estremecía por dentro al oír los susurros del delantal, cada vez más cerca, y oler el perfume a desinfectante que impregnaba el cuerpo de la madre, aun después de bañarse. Luego se preparaba para la extrema suavidad de su tacto: ella lo rozaba con una piel tan inasible, tan aérea, que parecía sólo un suspiro de los dedos. –No, nadie -dijiste-. Mariano. –Ya no soy. Eso es lo que va a pasar ahora, hermanos, ahora que llego al final de este cuento. Habéis acompañado a vuestrodruguito Alex allá donde ha ido, habéis sufrido con él y habéisvideado algunas de las acciones másbrachnas ygrasñas del viejoBogo, todas sobre vuestro viejodrugo Alex. Y todo se explicaba porque era joven. Pero ahora, al final de esta historia, ya no soy joven, ya no. Alex ha crecido, oh sí. Eliminé el techo, eliminé las paredes, eliminé el suelo y quedé suspendido en la nada infinita y oscura mirando las estrellitas de Dios. El sur estaba abajo, a mis pies; el norte arriba, sobre mi cabeza; el occidente a mi izquierda, del lado de mi corazón; y el oriente por contraposición al occidente, a mi derecha. Girándome en el vacío me puse de cabeza y quedó patasarriba la eternidad del Altísimo. No hay más punto de referencia en el espacio que yo. Y un cuarto es un cubo lleno de aire y varios cubos una casa. Verónica y vos juntas en un ángulo del bar. Vos hablabas por teléfono. La Cavarozzi en el baño, llorando quizá por el barómetro fluorescente. Santiago, frente a mí pero como si estuviera muy lejos, fumaba y bebía. Hay que aprovechar esta especie de soledad para hacer algo con Cantilo. –No sé. Pero sé que si no salimos de acá va a venir o va a hacer algo rarísimo para que vayamos. –¿Adónde vas, puta? -le grité mientras se iba dejando en el ciruelo enredados jirones de sus velos de ceniza-. ¿Vas por el Papa, o qué? Andá pues de carrera por ese viejo mariquetas pero no te tardés que aquí hacés mucha falta. En este país de mierda sobran como cuarenta millones. Llevátelos a todos, incluyendo a las bellezas si querés, que total de unos años para acá ni se les para. Han caído en una impotencia rabiosa y sólo copulan para parir. Te lo digo yo, mujer, que conozco íntimamente a todos estos hijos de puta. En cuanto a mí, a mí el sida no se me da, no se me pega porque el sida no entra por los ojos. Si no ya se habría acabado la humanidad. –¿Ustedes ya no tienen escrúpulos? Conspiran contra la democracia, se meten con la familia del presidente. El gobierno espera críticas sanas, no periodismo amarillo. Después, como el guarda se ha quedado mirándolo, comprende que debe dar las gracias. Las da. Y agrega sonriendo que tenga la amabilidad de avisarle cuando lleguen al Cerro. Un cruce de calle que yo olvidaré con el tiempo y desde el cual se ve, nomás al bajar, la iluminada quinta de Verónica adonde ahora necesito llegar rápidamente porque de pronto sentí que Graciela me está esperando, inerme, en medio de grandes peligros, a merced de alguien llamado Patricio, a merced de la mirada de Mariano a quien no hay más que verle la cara para comprender que es capaz de proponerle cualquier burrada,y yo también soy capaz, proponerle que se venga conmigo a Buenos Aires, que me espere, que nos ahorquemos juntos esta misma noche, mientras el guarda asiente cortésmente con la cabeza y me vuelve la espalda, circunstancia que aprovecho para clavarle la mirada en la nuca, justo donde termina la gorra, y concentrar toda mi atención allí, casi con ferocidad. El guarda se detiene, se da vuelta y me observa. ¿Cómo es posible que den resultado estas pavadas? Será que me vio cara de extraviado y lo impresioné. Esteban elige la segunda hipótesis y mira por la ventanilla. ¿Qué ve? Mi antigua cara, transparente; el fantasma de mi cara en primer plano y detrás las casas, los árboles, las luces del Automóvil Club Argentino que en realidad son un reflejo porque están a su espalda, y, a espaldas del fantasma del vidrio, yuxtapuesta a sus ojos, a las luces, a un balcón colonial y en ángulo recto al ómnibus que ahora dobla por Humberto Primo, la sombra poderosa de un bosque. Una plaza. Seguramente con una estatua ecuestre en honor del manco Paz, boleado inmortal, puesto que por su calle veníamos, plaza no vi ninguna y, no siendo ésta, el monumento se lo habrán hecho en el agua porque o me desorienté o más allá está el río. Y la palabravoland,súbita. Un cartel con la palabravoland.¡Fasschaff! Iluminándose. Esteban trata de olvidar que el señor Voland es el apodo de alguien, ji, ji, despejad que aquí vuelve el ominoso señor Voland. Despejad, amable canalla, despejad. La luz de un automóvil que avanza en dirección contraria al ómnibus da de lleno sobre el cartel de Elixir Voland, lo cual será una casualidad, ahijadito, pero por dónde diablos andábamos, dice y se ríe en medio del silencio, promete sumisión y, por lo tanto, está aquí, en el ómnibus..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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