15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–No, claro no: es un protozoario. Vale decir cien mil veces más grandecito. Tan grandecito que uno le puede reventar la panza a cuchilladas. Una noche de primavera la invitó a comer en un restaurante de Picadilly junto a los novelistas ingleses con los que él, Camargo, había forjado una amistad laboriosa. Reunió a Kazuo Ishiguro, Martin Amis, Ian McEwan y Julian Barnes, luego de vencer el recelo que algunos de ellos sentían por sentarse en compañía de otros con los que llevaban años sin saludarse. Al término de una conversación animada, en la que Reina no abrió la boca, ella los acosó para que le dieran los teléfonos personales y las direcciones electrónicas, con un descaro que avergonzó al anfitrión. En resumen, que el abuelo Laureano Zamudio había sido comandante de frontera en Jujuy, vale decir, estanciero y caudillo, y había peleado con Güemes y a veces un poco contra Güemes, pero sobre todo había hecho toda la campaña del ejército del Alto Perú, el de Belgrano, hasta que un día pensó que Buenos Aires era más peligrosa para la Confederación que los españoles y armó un ejército propio y se vino desde Jujuy hasta Santa Fe para unirse con Estanislao López y con Ramírez, con la intención de llegar hasta Buenos Aires. El problema es que López ya había aceptado treinticinco mil vacas de los estancieros porteños y que la cabeza de Ramírez era exhibida en la plaza de Santa Fe, en una jaula. Cuando el abuelo quiso acordarse, estaba solo, meditando arriba de un mangrullo. Yo creo que en ese momento ocurrió uno de los hechos más hermosos de la historia argentina, pero ahora tengo que irme, dijo Lalo. Esta noche se los cuento, en la quinta del Cerro. –Mejor nos vamos a casa yspachcamos un poco -dijo el Lerdo-. Fue una larga noche paramálchicos que están creciendo. ¿De acuerdo? -Los otros dos asintieron. Yo dije: –Pero no -dijiste-. Juana de Arco. Así que nos largamos a la gran noche invernal y descendimos por el bulevar Marghanita, y luego doblamos entrando en la avenida Boothby, y allí encontramos justo lo que buscábamos, una bromamalenca para empezar la noche. Era unveco tipo maestro de escuela,starrio y tembleque, con anteojos y larota abierta al frío aire de lanaito . Llevaba unos libros bajo el brazo y un paraguas raído y daba vuelta a la esquina viniendo de labiblio pública, frecuentada por no muchosliudos en esos tiempos. Después del anochecer no se veían demasiados tipos del viejo estilo burgués, por la escasez de policía y por nosotros los magníficos y jóvenesmálchicos que rondábamos, y estecheloveco de tipo profesoral era elúnico que caminaba en toda la calle. Así quegulamos haciaél y le dijimos muy corteses: -Disculpe, hermano. Y me ponía a enrollarle un «vareto» con una torpeza de neófito. Elúltimo esfuerzo que hizo por reparar el daño de la noche anterior terminó, sin embargo, por arruinarlo todo. Yendo por la carrera Palacé entre los saltapatrases, los simios bípedos, pensando en Alexis, llorando por él, me tropecé con un muchacho. Nos saludamos creyendo que nos conocíamos. ¿Pero de dónde? ¿Del apartamento de los relojes? No. ¿De la televisión? Tampoco. Ni él ni yo habíamos salido nunca en la televisión, o sea que prácticamente ni existíamos. Le pregunté que para dónde iba y me contestó que para ninguna parte. Como yo tampoco, bien podíamos seguir juntos sin interferimos. –¿Te sientes enfermo ahora? -preguntó, siempre con la vieja sonrisadruga en ellitso-. Estás bebiendo té, descansando, charlando tranquilamente con un amigo… ¿no es cierto que te sientes bien? III –Cuéntame todo lo que sepas -pidió elveco, inclinándose hacia adelante con ansiedad, los codos de la tricota manchados con la jalea de frambuesa, pues habían rozado el plato que yo dejé a un costado. Así que le conté todo, le expliqué la cosa de cabo a rabo, hermanos míos. Elveco estaba muy deseoso de saberlo todo, losglasos le relucían y tenía lasgubas entreabiertas, mientras la grasa de los platos se ponía cada vez más dura dura dura. Cuando terminé de hablar elveco se levantó de la mesa, asintiendo varias veces y diciendo hum hum hum, mientras recogía los platos y otrasvesches y los depositaba en la pila para lavarlos. Le dije: Todas las esperas son más largas que el tiempo real, pero la de aquella tarde te parece interminable. A las siete las calles ya están vacías y se alza un viento de tormenta. De a ratos, acudís a los celulares para seguir a tus personajes. El vicepresidente ha renunciado -te cuenta Enzo-, tal como preveías, y Remis está con él, en la casa donde prepara una última declaración contra los corruptos. Hay una atmósfera de duelo y de derrota: el presidente, como de costumbre, ha titubeado ante la renuncia de su escolta: primero la rechaza, luego le ofrece dádivas, embajadas, el control del servicio de inteligencia, y finalmente se resigna a que lo abandone. Quiero que esa mujer regrese al diario no antes de las nueve, le ordenás a Maestro. Quiero que escriba una crónica detallada de todo lo que ha visto: un relato al que reservarás tres columnas sin firma en la tercera página. Pero antes, en cuanto llegue, Sicardi la llamará para reprocharle el arreglo vicioso que hizo con Fleet Air, preparándola para el despido. ¿No será mejor que esperemos hasta mañana?, te pregunta Enzo. Tal como está el país, echarla es un despilfarro de talento. Siempre vas a ser el mismo, Maestro, le decís. Te vas a pasar la vida protegiendo a los corruptos y a los traidores. Adivinaste la traición antes de que sucediera. Ya habías notado algo esquivo en el cuerpo de la mujer cuando volvió de la zona de las guerrillas, en Colombia. Se quedaba con los ojos abiertos al hacer el amor, temblando a veces, buscando en el aire de los geranios el deseo que no llegaba y no llegaba. Su sexo estaba seco y también temeroso: quería decirte algo y sin embargo enmudecía. A ratos se apartaba y te pedía un instante de tregua: estoy cansada, tan cansada. Vos te ponías boca arriba en la cama y mirabas los arabescos de la penumbra, las sombras de su desnudez, el centelleo de las ramas en el jardín. También cuando la observabas a través del telescopio Bushnell, desde el cuarto de la calle Reconquista que habías alquilado sólo por ella, obedeciendo al instinto de desconfianza que jamás te fallaba, la sentías ausente ya no sólo de vos sino de todo lo que la rodeaba, buscando un cuerpo que parecía haber dejado en otra parte, ¿su cuerpo u otro distante, el de alguien en cuyas manos la mujer se había puesto: la perra, desagradecida? Perra, perra, tu padre tenía razón: era igual a la madre que los había dejado, una reencarnación tal vez, una melliza que regresaba para maldecirte. –Has venido a humillarme en mi propia casa -le dijo-. Esperaste a que me volviera inválido y viejo, ano? ¡Esperaste tanto para traer a tu amante.' –Me distraje -agregué..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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