15 de enero de 2025
Comentario destacado
Research papers on economics
–Bastián -dijo Espósito. –Un gran tipo. Callate. Por las cejas lo reconocí. V azote del Elíseo, ¿Qué?, ¿Cuando nos muramos? -le preguntaba yo cuando todavía le hablaba, debilitado como un faquir o como una entelequia sidosa. –Ya conozco a todos los pájaros que vienen aquí, menos ése. Había llegado instantáneamente, como a través de un sueño. Un sueño exasperado y barroco, uno de esos sueños poblados de imágenes indescifrables que se olvidan súbitamente al despertar. "Una señorita preguntó por usted." Como un perro que al salir del agua se sacude frenéticamente en todas direcciones, al ver la cara regordeta del hotelero traté de organizar este nuevo aspecto del mundo a mi alrededor. Este hombre se llamaba Ripul. Era bajito y tenía manos de bebé enorme. Usaba unos pantalones extraordinarios, muy anchos en la cintura. Lo que unido al hecho de sujetárselos con tiradores causaba la molesta impresión de imaginarlo colgado. O de que alguien lo hiciera flotar tironeándolo desde arriba con un mecanismo sujeto a la entrepierna. Daba un poco de miedo. Como si Humpty Dumpty estuviera a punto do transformarse en Peter Lorre. Susurraba. "Una señorita preguntó por usted", dijo. Como si acabara de almorzar algodón. Una señorita, por mí. Hacía unos minutos que nos habíamos separado en la esquina del Colegio Monserrat. Era imposible, o por lo menos bastante improbable, que hubieras venido a buscarme a un hotel que no conocías. Reina llegó a la estación de ómnibus poco después de mediodía. Un olor a fritangas y carne asada impregnaba las calles. En los zaguanes y desfiladeros que separaban las bisuterías regenteadas por viejos judíos de las tiendas coreanas donde se vendía ropa de marcas falsas, yacían tropillas de mendigos. Una chiquita de tres o cuatro años, desfigurada por costras y cicatrices, se desprendió de la vigilancia de la madre y se aferró a los tobillos de Reina, pidiéndole una moneda. De entre las mesas y frazadas tendidas en la vereda por peruanos que ofrecían tanto hierbas naturales como teléfonos celulares de contrabando, surgió también un coro de chicos implorantes. Espantada por el olor a mierda y orines y por el horror a la sarna y los piojos, Reina tomó un puñado de monedas, lo dejó caer sobre los mendigos, salió corriendo. Siempre había sido aprensiva. Se lavaba las manos a cada rato. Las llagas ajenas le daban espanto, y no entendía historias como las de Evita Perón, que había besado a los sifilíticos y a los leprosos para demostrar que compartía los sufrimientos del pueblo. Ella no podía soportar siquiera la vista de una víctima de muermo, como las que se veíana veces en las caballerizas. El día era muy diferente de la noche. La noche era mía y de misdrugos, y de todo el resto de losnadsats, y de losstarrios burgueses agazapados entre cuatro paredes, absorbiendo losglupos programas mundiales; pero el día era para losstarrios, y en esas horas de luz siempre parecía haber másmilitsos. Tomé el ómnibus en la esquina y viajé al centro, y caminando regresé en dirección a plaza Taylor, y allí estaba la disquería que yo apoyaba con mis valiosas compras, oh hermanos míos. Ostentaba elglupo nombre de MELODíA, pero era unmesto realmentejoroschó, y casi siempre conseguíanscorro las nuevas grabaciones. Entré en el negocio y los únicos clientes eran dos jóvenesptitsas que sorbían helados (y recuerden que estábamos en lo peor del invierno) y revisaban, parecía, los nuevos discos pop -Johnny Burnaway, Stash Kroh, The Mixers,Quédate tranquila un ratocon Id y Ed Molotov- y todo el resto de esacala. Las dosptitsas no tendrían más de diez años, y parecía que también ellas, como yo, habían decidido tomarse la mañana libre de lascolivola. Era evidente que ya se consideraban verdaderasdébochcas crecidas; vaya con el meneo de caderas cuando vieron a vuestro Fiel Narrador, hermanos, y losgrudos acolchados y el rojo desparramado en lasgubas. Fui al mostrador, abordando con la sonrisa cortés de lossubos al viejo Andy que atendía (siempre amable, siempre dispuesto a ayudar, un verdaderojoroschó tipo deveco , aunque calvo y muy muy delgado). Andy me dijo: –¿Cómo entró? Mantenga la distancia, perverso joven, o me veré obligada a pegarle. Y fue la Novena, oh hermanos míos. Todos empezaron a salir despacio y en silencio mientras yo descansaba, con losglasos cerrados,slusando la hermosa música. El min dijo: -Buen buen chico -palmeándome elplecho, y luego se fue. Sólo quedó unveco que dijo-: Firme aquí, por favor. -Abrí losglasos para firmar, sin saber qué firmaba, y sin que me importase tampoco, oh hermanos míos. Y así me quedé solo con la gloriosa Novena de Ludwig van. En la lobreguez viscosa delútero ciego donde se gestan todas las desdichas humanas, pugnando por salir, no sé cómo no le provoqué a la Loca un choque anafiláctico con semejante incompatibilidad de caracteres. Salí por fin, al sol, al aire, al mundo, a esa casa de la calle del Perú, futuro manicomio, donde me recibieron como a un rey. Un rey sin reino. Yo fui el primero de los veintitantos vástagos que la empecinada tuvo, victimas inocentes de un desenfreno reproductivo sin ton ni son, sin son ni término, en virtud del cual habrían de ir ocupando, por riguroso turno, el mismo hueco negro lodoso, baboso, lamoso, esa víscera hueca con forma de redoma, cieno del lodazal. Darío fue el segundo, mi primer hermano. Queda una foto de él conmigo, de niños, que mi tío Argemiro tomó. El de bucles rubios y con un abrigo; yo de pelo lacio caído sobre la frente y con una camisa a rayas, abrazándolo. A Argemiropor esas fechas le había dado por ser fotógrafo. Luego fue fabricante de casitas de juguete y, como era de esperarse dada su raza obtusa, desaforado reproductor: le salían a su mujer los hijos de a dos, de a tres, de a cuatro, de a cinco… jugó durante años a la lotería y se la ganó, pero en hijos. "A estos hijos de puta les voy a dejar el cadáver", se me ocurrió con esa lucidez de relámpago que infaltablemente me ilumina en los momentos culminantes de mis desastres, y le indiqué al taxista que dando un rodeo, el que fuera, y cobrando lo que quisiera, me llevara allí, a la acera opuesta. "Aquí les traigo a este muchacho que acabande herir en la calle", les dije en la recepción. Al darse cuenta de la real situación, que ellos no eran funeraria para poderle sacar partido a un cadáver, fue tal la desesperación que les acometió que la mía se hizo chiquita, y en medio del alboroto me mandaron adonde el director, a que muy humanamente me aconsejara el caritativo señor que me llevara a mi niño a la policlínica, la del gobierno, donde me lo podían atender gratis porque allí sí tenían los recursos para un caso tan grave y urgente. –Tendrán que entender de una vez -continué- quién es el amo..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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