15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Tras el episodio del mango el horror fue en aumento. La candidiasis secuela de la inmunosupresión le había ulcerado a Darío la boca y le impedía tragar hasta el suero que yo le preparaba con antimicóticos diluidos. Enflaquecido, extenuado, estupuroso, los ojos hundidos, la piel marchita, se pasaba las horas y las horas en el jardín hojeando el viejo álbum de fotos y hablando, hablando, hablando, delirando, mezclando historias de tiempos idos más venturosos. De súbito se quedaba en silencio, con la mirada ausente, perdida en el vacío, y se encerraba en un mutismo que le duraba minutos u horas. Ahora que ella es de nuevo presa de su mirada, que está indefensa al otro extremo del telescopio, quiere sentir su olor. No necesita sino la llamada de su olor salvaje antes de cruzar la calle, antes de saltar una vez más sobre la pareja sin techo y entrar por segunda vez en el cuarto, ahora para desnudarla y filmarla y descomponer las líneas de sucuerpo en infinitos fragmentos que luego rehará a voluntad en su televisor. La desvestirá y volverá a vestirla, lavará el cartón de jugo y lo tirará en la basura antes de marcharse. Ala tarde siguiente llevará las imágenes a la sala de videos de la casa de San Isidro, junto a la galería degeranios, y se quedará oyendo durante horas el vaivén de sus entrañas, el temblor eléctrico de esa respiración que odia y ama. Los televisores multiplicaron la cara mítica del Che Guevara en la batea del hospital de Vallegrande. ¿Habrían ya encontrado el cadáver? Llamó al editor de Internacionales para que lo averiguara. No, habían exhumado un fémur cerca del aeropuerto, pero era de una mujer patizamba. Los periodistas serios tenían que abrirse paso entre la hojarasca de versiones falsas que difundían las radios y los canales de noticias desesperados por llamar la atención. –Oíme -volvió a murmurar Bastián. El sin techo vuelve haciaél de pronto los ojos lagañosos, y emite laboriosamente un sonido desfigurado por la falta de dientes: ¿Cigarrilo, gospodine, tiene cigarilo? Desde las profundidades de su nido, la mujer parece reprenderlo. Habla con voz áspera y enferma, que parece nacer no en su garganta sino en el panal de los pulmones: Doditek meni. Quién sabe lo que está pidiendo. –Señor, he hecho todo lo posible, ¿verdad? -Cuando yogoboraba con losvecos de autoridad migolosa era siempre muy cortés y de caballero.- Me he esforzado,¿verdad? –Es do. La edición llevaba una escueta franja de luto y desplegaba en las páginas centrales doce fotografías de Camargo, seleccionadas con esmero por Maestro. Dos de ellas habían sido tomadas entre los geranios de la casa de San Isidro, junto a la esposa y a las hijas mellizas. Se lo veía feliz, desafiante, como un director de orquesta que acaba de verificar la sumisión de los instrumentos. En seis de las otras acompañaba a estadistas, hombres de negocios, premios Nobel de Literatura, aunque en verdad parecía que fueran ellos quienes lo acompañaban a él, contemplándolo con ojos devotos. Maestro había elegido con deleite una imagen de Camargo al lado de Carlos Salinas de Gortari, ya al final de su mandato, en la que el periodista observaba, con el labio inferior más inclinado que nunca por el desdén, al mínimo y calvo presidente. La página estaba dominada por una fotografía a cuatro columnas que mostraba a Camargo en su despacho de El Diario, rodeado por el estado mayor de editores, antes de una de las reuniones de la tarde. Maestro extendía una mano protectora sobre el sillón del jefe mientras ocultaba el pulgar de la otra bajo el chaleco. En las restantes, el difunto posaba ante la Gran Muralla, ante el edificio del Instituto de Seguro de Accidentes de Trabajo, en la calle Na Poriof de Praga, donde Franz Kafka trabajó desde 1908 hasta que se jubiló en 1922, y ante el Museo de Arte Moderno de San Pablo, acompañado por su amigo Antonio Marcos Pimenta Neves, poco antes de que éste sucumbiera también a una pasión desdichada. Y he ahí por qué la sulfaguanidina, tan eficaz en las vacas, no le sirvió a mi hermano: porque las vacas, como los pajaritos de Dios, no tienen sida. Lo que les controla la criptosporidiosis a las consortes del toro es su sistema inmunitario intacto; la sulfaguanidina es una ayudita. La mejor medicina es la que se le receta a un sano; y el mejor médico el que convence al sano de que está enfermo. Para pararle la diarrea de la criptosporidiosis a Darío primero había que restaurarle el sistema inmunitario, pero para restaurarle el sistema inmunitario primero había que contrarrestarle el sida, pero para contrarrestarle el sida no había nada, ni la novena de Santa Rita de Casia. Mientras cruzaba bajo las alamedas los jardines de la Ciudad Universitaria me pareció oír, cóncavo y horrendo, el rugido de un león. Cosa bastante extraña, ya que ni Hemingway debió de oír un rugido auténtico. Nada más raro que ese bramido sobrenatural que enmudece a los pájaros, paraliza hasta a los elefantes y hace que los monos se abracen con las monas en las altas ramas. Por alguna razón, Santiago ya no venía conmigo. Podía haberme equivocado de camino, pero no tanto como para estar en África. A menos que esta fuera la famosa selva oscura. Idea que aunque estúpida me desagradó profundamente. Lo más probable es que por ahí cerca hubiera un zoológico, sies que el zoológico no era esto, muchachos con aire de futuros boticarios y viejas gallinetas que pasaban a mi lado cacareando sobre el Amadís. Pregunté por el Pabellón España. Allá estaba. Una especie de pórtico; detrás, un patio andaluz, donde todo el mundo estaría sintiendo al mismo tiempo la obligación de hablar con inteligencia y casi a gritos. Me fue fácil imaginar, Graciela, con inexplicable ternura al principio, que vos estarías allí, hastiada y tal vez algo ausente mirando hacia el sitio por el que yo debía llegar, e imaginé cómo, al verme, adoptarías un gesto ostensiblemente atento en cualquier gran mono culto de los que sin duda te están rodeando mientras yo vengo a tu encuentro por las alamedas y siento un repentino deseo de volverme. Porque ahora ya no te pensé con ternura sino con irritación. Te imaginé entre todos esos cretinos: adoptabas ese aire típico de mujer que ha leído tres libros, esa actitud asexuada de híbrido intelectual, sin advertir que los grandes monos cultos que te escuchan con atención, asintiendo, preguntándote qué pensás del psicoanálisis o de la revolución cubana o del concilio ecuménico, están, desde hace un buen rato, imaginándote en la cama. No había pensado hasta ahora que la soledad tiene un peso, un centro de gravedad, una tensión que empuja hacia el abismo. Está sintiéndola en su carne y no sabe cómo sacarla de allí. Podría llamar a Germán, pero ¿qué le diría? ¿Que alguien ha entrado en su casa por la noche, y ella no tiene conciencia de lo que ha sucedido? La han violado, está segura de eso, y le han manchado de sangre las sábanas, aunque no ha podido encontrarse ninguna herida, sólo un ardor atroz en el vientre. Germán pensará cómo un acto tan terrible no la ha despertado. No sé, le dirá ella, cal desmayada. La explicación es inverosímil. De codos modos, ¿cómo no va a llamado? Sabe que su teléfono, en Bogotá, está lejos del dormitorio, en el estudio, y que a esa hora sólo podría dejarle un mensaje. ¿Qué le digo?, se repite. Piensa en frases que no expliquen demasiado pero que, a la vez, transmitan su deseo imperativo de verlo, de refugiarse en sus brazos. El le ha prometido una y mil veces que volará a su lado cuando lo necesite. «Siempre», le ha dicho,,«siempre,». Reina sonríe cuando recuerda la extrañeza de sus adjetivos: «Qué berraco es el amor que siento por ti, muchacha, qué amor tan tenaz». ¿Por qué no usar, entonces, el mismo lenguaje? «Mi amor tenaz», le dice, apenas le abren paso los bips bips de la máquina, «¿podrías viajar ya mismo a Buenos Aires? Cuanto antes. Hoy, por favor: en el primer vuelo. No es un capricho, Germán. No es sólo porque me haces falta. Eres la única persona con la que cuento en el mundo y ha pasado algo terrible. Contéstame, contéstame. Voy a estar casi todo el día en casa, desde las diez o las once de la mañana. Te quiero». No alcanzó a ver, no pudo. Esa noche le dio el cuarto infarto y mi señora Muerte se lo llevó, dejándomelo grabado en lo más hondo de la cabeza, para siempre, mientras me siga bombeando sangre el corazón. –Se nota -sonreía. Se rascó la mejilla con un gesto, rápido, una especie de tamborileo. -Por tu modo de hablar ahí adentro. Los autodidactas son tipos curiosos, ¿no? Quiero decir, raros. Saben cosas, muchísimas. Hablan y hablan. Como si necesitaran demostrar, no sé, algo. Me parece. Mientras en las comunas seguía lloviendo y sus calles, ríos de sangre, seguían bajando con sus aguas de diluvio a teñir de rojo el resumidero de todos nuestros males, la laguna azul, en mi desierto apartamento sin muebles y sin alma, solo, me estaba muriendo, rogándoles a los de la policlínica que le cosieran, como pudieran, aunque fuera con hilo corriente, a mi pobre Colombia el corazón..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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