15 de enero de 2025
Comentario destacado
Research on paper
–Mi león. -Ahora te reías. -Soy ambigua y terriblemente misteriosa y no me canso de decir mentiras. Desde chica me recuerdo inventando las mentiras más fantásticas. Con breve gesto de cabeza asintieron y me acerqué al ataúd. Lo abrí. Y en efecto, era El Ñato, el mismo hijueputa. Las bolsas bajo los ojos, la nariz ñata, el bigotico a lo Hitler… Igualito. Era porque era. Pero si habían pasado treinta años, ¿cómo podía seguir igual? Ahí les dejo, para que lo piensen, el problemita. Sólo entonces él dejó de dar vueltas sobre sí mismo. Durante un largo minuto estuvieron en silencio, sin mirarse, demorando el vino en los cuencos de la lengua. Luego, ella le contó los episodios de la capilla. Le halagaba que un hombre como Camargo, inalcanzable para la gente, hubiera avanzadotantos kilómetros a través de la nada sólo para acompañarla a morder el polvo de aquella comida tardía. A veces, le parecía que la inteligencia de él se fugaba hacia otra parte y en la enorme sala quedaban sólo sus manos distraídas. Pero cuando regresaba al lugar, en las rápidas ráfagas de sus regresos, la hacía sentir el centro del mundo. –¿Qué? –Me gustaría mostrarle una cosa -dice Cantilo. Espósito se sobresalta. No estoy en absoluto preparado para apreciar, en la soledad de la noche cordobesa, ninguna cosa que me quiera mostrar el doctor Cantilo. -¿Ve aquello? -dice el doctor Cantilo-. Es un pequeño planetario. Un capricho de Verónica. Antes se pasaba las noches allí. Lo hice construir cuando me casé. Ahora ella no va nunca. Le gustaba pintar allá. Por la selva del Amazonas andaba pues sin cédula. ¿Cómo pasaba los retenes del ejército sin cédula para irse a fumar marihuana en el corazón de la jungla? Vaya Dios a saber, de eso tampoco hablaba. De nada hablaba. Vidrio que él quebró, casa que él destrozó, ajena o propia, vidrio y casa que se le borraban de la cabeza ipso facto.Los horrores que me hizo a mí no tienen cuento. Cuando el eminentísimo doctor Barraquer me trasplantó una córnea, Darío de un guitarrazo en la cabeza me desprendió la retina. ¡Cuántas guitarras en su vida no quebró! Canción tocada guitarra quebrada. El amasiato de la marihuana y el aguardiente le desencadenaba a Darío una verdadera furia de destrucción. ¿Cómo lo aguantaban los amigos? No sé. ¿Cómo lo aguantaba la familia? No sé. ¿Cómo lo aguantaba yo? No sé. No sé cómo lo aguanté cincuenta años. ¡Y los vecinos, por Dios, los vecinos! Dejaba el grifo del agua abierto,cerraba con triple llave su apartamento para que no se lo fueran a robar, y se iba quince días a la Amazonia a meditar. Les inundaba a todos los apartamentos: al vecino de abajo, al de más abajo, al de la planta baja, chorreando el agua, bajando en chorritos cristalinos por la escalera, de escalón en escalón y diciendo din dan. Din dan, din dan… ¿Y no le inundaban a él su apartamento? Si, se lo inundaba el cielo cuando llovía, por las goteras del techo, que era el del edificio y estaba vuelto una coladera. Obsesionado con ese pájaro escurridizo e inarmónico que no se dejaba ver y que le hablaba en algo así como uraloaltaico, vivió Darío los Últimos días medio tranquilos que tuvimos: luego la sulfaguanidina dejó de funcionar, la diarrea se le declaró de nuevo, y se acabó la tregua que nos concedió la Muerte. Enel manicomioinfierno presidido por la Loca explotó el pandemónium. Tiene la cara bañada en lágrimas pero qué importa: el temple, la fuente del fuego, nada de eso ha sido tocado por la desdicha. Toma el teléfono y, ahora sí, siente que empieza el día. Llamará al jefe de redacción de El Heraldo y al director del semanario Época. Alguna vez le han dicho que, cuando ella lo desee, le tenderán una alfombra dorada y le abrirán el paso para que escriba lo que quiera. En la cara de Reina no se reflejó ninguna emoción. Los grandes ojos negros estaban muy abiertos pero vacíos, como los de una vaca que ha viajado días en la tiniebla de un vagón y llega de pronto a un campo desconocido. –Me lo contó Salvador, que ya también se murió. Pareció que los dos se quedaban pensativos. Luego, el doctor Brodsky observó: -Siempre es difícil poner límites. El mundo es uno, y es una la vida. La actividad más dulce y celestial participa en alguna medida de la violencia; por ejemplo, el acto amoroso, o la música. Hemos de correr ciertos riesgos, muchacho. Tú elegiste. -No entendí todos esosslovos, pero contesté: –Basta, basta, basta -crichaba yo sin parar-. Paren eso,grasños bastardos, que ya no aguanto. -Hermanos, era el día siguiente, y había hecho de veras lo posible por la mañana y la tarde, siguiéndoles el juego, sentado en esa silla de tortura como unmálchicojoroschó amable y bien dispuesto, mientras pasaban en la pantalla sucias escenas de ultraviolencia, y yo tenía losglasos bien abiertos paravidearlo todo, y elploto, lasrucas y lasnogas atados al sillón, de modo que no podía moverme. Lo que ahora me obligaban avidear no era en realidad unavesche que antes me hubiese parecido muy mala; sólo eran tres o cuatromálchicoscrastando una tienda y llenándose de dinero loscarmanos, al mismo tiempo que jugaban con laptitsastarria ycrichante de la tienda, y latolchocaban y le hacían brotar elcrobo rojo rojo. Pero el latido y el bum bum bum bum en migolová y las ganas de vomitar y la sed asquerosa y raspante en larota, todo eso era peor que el día anterior. -Oh, basta, basta -exclamé-. No es justo,sodosvonosos -y traté de despegarme de la silla, pero no era posible, yo estaba allí como clavado. –¿Ganados? -dijo Rick-. ¿Ganados? No tienen por qué ganarse, como bien sabes, viejodrugo. Tomarlos, basta con tomarlos. -Ysmecó realmentegronco y vi que tenía uno o dossubos menos estropeados. Y la verdad le decía: hasta el fondo de un barranco ya lo había seguido, en el Studebaker, una noche en que se le cansó la mano al dar una curva. Pero hasta el infierno aún no, y él ahí está y yo aquí en el curso de esta línea, salvando a la desesperada una mísera trama de recuerdos. –No -dijo Espósito. No se veía a un palmo. La niebla era tan densa que se podía apartar con la mano. ¿Y el frió? ¡Cuál frió! Para eso estaba el aguardiente, para calentarnos el motor de adentro. De día o de noche, se vea o no se vea, no hay mejor lugar en el planeta Tierra para tomarse uno un aguardiente que el Alto de Minas, subiendo de Medellín a Santa Bárbara para bajar después a La Pintada. Se lo digo yo que he andado. Ahí se da la compenetración más absoluta del sitio con el licor y del licor con el alma. Por algo ha reinado en Colombia ese bendito doscientos años, indiscutido, inagotable, sin que loacabe nadie ni lo desbanque nada. De él se nutren el partido conservador, el liberal, la iglesia católica, el narcotráfico, el hampa común y común y corriente, la guerrilla, las ilusiones, las ambiciones, los sueños. El embeleco de Cristo un día pasará en ese país novelero: el aguardiente nunca. Sin aguardiente Colombia no es Colombia. Su unión con él es la consubstanciación hipostática. –Lo que pensamos que usted haría, doctor. Parar la tirada. Todavía estamos a tiempo de que la noticia llegue en primera página a los kioscos de la capital..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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