15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Acá traemos todos los datos, doctor -dijo Sicardi-. Teléfono, dirección, nombre y oficio de los padres, edad, estudios cursados, lista de los trabajos anteriores. En este último punto no hay gran cosa. Sólo seis meses como pasante en una biblioteca de Adrogué y otros seis como investigadora en la sección Bienes Raíces deCrónica Mercantil. En los dos casos renunció para seguir estudiando. Las mismas palabras de Santiago. –¿Y a quién le piensan vender tantos apartamentos? -le pregunté a papi. Camargo le extiende la mano, seductor, sin medir lo que eso significa para Sicardi. Si se la hubiera dado para que la besara, el jefe de personal lo habría hecho sin vacilar. Pero estrechársela es para él algo inconcebible. No, nadie. De acuerdo. Pero a qué grado de desinterés debí llegar con los años para no vivir aplastado o idiotizado por respuestas como ésa. No, nadie. Qué significa responder no cuando uno ha preguntado quién. Qué significa esa incoherencia en boca de una mujer; qué es, en realidad, lo que está contestando; qué está negando. ¿Y por qué? Dejo el interrogante abierto a todos los adolescentes tardíos, cornudos y almas poéticas que repoblarán el florido y buen planeta viejo de Santiago; yo cultivo mi viña y crío mis abejas. Hace rato resolví estas cuestiones. ¿Nadie? Como en una placa fotográfica me quedó grabada para siempre aquella cara. Mariano. Un adolescente delgado, alto, de ojos oscuros y grandes. Pelo muy corto, como de conscripto. Esta conjetura, la de que pudiera tener veintiún años, en vez de tranquilizarme me causó un malestar parecido al miedo. Vos también eras muy joven. Y quizá menor que ese chico. La misteriosa antigüedad que yo atribuía a tu risa, la sabiduría lenta de tu paso, tu voz un poco ronca, la gota de Eleusis o de Babilonia a través de la que yo te veía, eran al fin y al cabo mi contribución mitopéyica a la realidad. Una forma de locura como cualquier otra, que me permitía escribir novelas sin necesidad de papel ni lápiz más o menos desde los cinco años. Que la gente fuera como le gustara, yo la vestía o la emplumaba, la recortaba contra un fondo de violines, le ponía un halo sobre la cabeza, la rescataba de los caníbales, la sacaba en brazosde casas incendiadas y me iba a dormir la siesta con mi perro. El problema es cuando se nos muere el perro. Y ese adolescente y vos tenían cara de tener perro. Se movían por la ciudad en el mismo espacio. La distancia, el perro muerto, estaba en mí. Yo había llegado casi a las puertas de mi inminente treintena, y en cuanto me descuidara:In mezzo del cammin di nostra vita.Ya me faltaban tres muelas. Pero no se trataba de eso (o sí, sobre todo se trata de muelas y pelos perdidos, de perros fantasmas, de baldíos en los que hubo una casa, de vías muertas donde se herrumbran trenes, pero no todavía, no entonces), sino de aquella sensación múltiple y contradictoria que recupero intacta y en la que confusamente se mezclaban no sé qué premonición de cosa maligna, cuyo símbolo era aquel saludo, y de pronto el disparate de una asociación de ideas que, debo confesarlo, todavía hoy me divierte bastante. Ese chico se parecía a Snoopy. Ignoro de qué perverso mecanismo se vale la mente -la mía, al menos- para defenderse de ciertas ideas peligrosas, para conjurar un dolor cualquiera o para racionalizar impulsos, tan poco naturales, como la irritación o el temor que me produjo esa cara. Ignoro el mecanismo, pero sé que existe. Es el mismo que nos obliga a hacer una broma en un cementerio, a contar una anécdota blasfema en un lugar santo. En fin, algo así como una manifestación de salud. Y aquel adolescente se parecía a Snoopy. Quiero ser ecuánime. No era en absoluto un rostro desagradable, al contrario, es verosímil suponer que resultara interesante. Conmovedor. Eso fue lo que pensé conmovedor. Nada del otro mundo, es cierto, pero tampoco se le podía exigir a Dios Todopoderoso que distribuyera cabezas como, en su caso, lo hubiese hecho Donatello. Sólo que esto lo pensé después; antes sentí simplemente que mi sombrío malestar daba paso a otro sentimiento, casi angelical, tan cómico quepor un momento me sentí feliz. Todo lo que se quiera, pero este muchacho se parecía a Snoopy. De cualquier modo, atención. Hay algo más, reflexioné de inmediato; por alguna causa, algo me irritaba en aquel simpático conglomerado facial. Cierto ligero matiz de desamparo. Muy poético, en efecto, pero yo no me irrito sin razones. Esa cara ocultaba algo: nunca me engaño en estos casos. Vamos a ver, pensé, admitido lo de Snoopy no hay tanto que temer. Sólo que no tanto es algo más que nada. Para empezar, vos habías tardado un segundo en responder; y para empezar del todo, ustedes dos se conocían en un grado tal como para que al verte conmigo él se sorprendiera (su sorpresa no alcancé a comprobarla, la deduje), ¿pero cómo puede ser que alguien se sorprenda viendo a un conocido? Dos comechingones que se cruzan casualmente por la calle en Bielorrusia pueden quizá sorprenderse,pero no se miran con misterio. Arman sencillamente un escándalo y corren a festejar el notable acontecimiento, así se hubieran odiado antes toda la vida. No hacía falta ser un genio, le dije más tarde a Santiago, para darse cuenta de que ésa no era la situación y Santiago, chupando pensativamente la bombilla del mate, decía que sí con la cabeza. Lo único sorprendente de la situación,¿quéera? Vos, dijo Santiago, te juro que loúnico sorprendente eras vos. Yo, muy bien. Por lo tanto a ese chico lo molesté yo, se sintió herido y, viéndonos juntos por la calle, sonrió de un modo equívoco y anormal. Ese mediodía, cuando volvíamos del Calicanto, pensé: Qué me hubiera llevado a mí, a los veinte años, a dar lástimaa una mujer de una manera tan impúdica y ostensible. Respuesta: Querer dar lástima. Conclusión: Snoopy te amaba. Se sentía lastimado, celoso, herido hasta la muerte por vos, y ocultando su candor bajo sombrías pestañas de muchacho, te lo demostraba al pasar. Por lo que veía en el cine y leía en las novelas, Camargo imaginaba que sólo las mujeres sufrían las infidelidades y crueldades de los maridos hasta que éstos terminaban abandonándolas. No se le había ocurrido que los hechos de la vida pudieran suceder al revés. Tampoco a él le había importado, como al padre, que la madre anduviera con otros hombres. ¿Pero por qué se había marchado sin él, sin el hijo? ¿Qué le había hecho Camargo? Jamás se quejaba, era obediente y estudioso, se planchaba él mismo la ropa y trataba de que nadie lo viera cuando lloraba. ¿Por qué lo había dejado, entonces? Mierda, las mujeres. La llevó a Amherst, Massachusetts, para que viera la casa y el escritorio mínimo donde la solterona Emily Dickinson había escrito algunos de los mejores poemas del siglo XIX, aislada del mundo, en una comunidad que tenía poco más de cuatro mil habitantes, ¿te das cuenta, Reina?, mientras recitaba alentrar en la ruta 116, ya llegando a Amherst, algunos de los versos con los que esa mujer tímida, aquejada de nefritis, había cambiado para siempre el orden de los sentimientos: ¿Por qué apurarnos por qué, en verdad? /A cualquier lugar que vayamos / Nos molestará por igual / La inmortalidad Henos pues en la cálida noche silenciosa, ardiendo la chimenea de nuestro amor en el calor del verano. "Abre las ventanas niño -le pedía- para que entre la brisa". Y mi niño se levantaba desnudo como un espejismo de las Mil y Una Noches y su imaginación desaforada, con sus tres escapularios, y abría el balcón. Brisa no entraba porque brisa no había, pero sí la música, el estrépito, del hippie de al lado y sus compinches, los mamarrachos. "Ese metalero condenado ya nos dañó la noche", me quejaba. "No es metalero -me explicó Alexis cuando se lo señalé en la calle al otro día-. Es un punkero". "Lo que sea. Yo a este mamarracho lo quisiera matar". "Yo te lo mato -me dijo Alexis con esa complacencia suya atenta siempre a mis más mínimos caprichos-. Déjame que la próxima vez saco el fierro". El fierro es el revólver. Yo al principio creía que era un cuchillo pero no, es un revólver. Ah,y transcribí mal las amadas palabras de mi niño. No dijo "Yo te lo mato", dijo "Yo te lo quiebro". Ellos no conjugan el verbo matar: practican sus sinónimos. La infinidad de sinónimos que tienen para decirlo: más que los árabes para el camello. Pero antes de seguir con lo anunciado y de que mi niño saque el fierro, oigan lo que él me contó y que les quiero contar: que le habían dado un día "una mano de changón" en su barrio. Qué es un changón preguntarán los que no saben como pregunté yo que no sabía. Era una escopeta a la que le recortaban el tubo, me explicó mi niño. "¿Ypara qué se lo cortan?" Que para que la lluvia de balines saliera más abierta y le diera al que estuviera cerca. ¿Y los balines qué? ¿Eran como municiones? Sí, sí eran. Pues tres de esos balines le metieron en el cuerpo a mi niño y ahí quedaron, sin salir: uno en el cuello, otro en el antebrazo y otro en el pie. "¿Justo donde llevas los escapularios?" "Aja". "¿Y cuando te dispararon ya los llevabas?" "Aja". "Si ya los llevabas entonces los escapularios no sirven". Que sí, que sí servían. Si no los hubiera llevado le habrían dado un plomazo en el corazón o en el cerebro. "Ah…" Contra esa lógica divina ya sí no se podía razonar. Lo que fuera. 3 –Volví por algo que dijiste. No. Volví porque sentí que te había lastimado. No. Volví porque vos me habías lastimado y no pensaba permitir que te fueras de Córdoba sin hacerte todo el daño posible. -Y durante años Espósito te recordará así, riéndote con la cabeza un poco echada hacia adelante y los ojos llenos de alegres y feroces estrellas pardas. -¡Y la cara de tú hotelero! –Y eso, esa especie de pis de gato que corre ahí abajo, de qué torrente se trata. –Y vaya uno a saber. Y descargás la segunda bala, ahora de cerca, sobre el lunar. Unos días después, sin embargo, cuando la sulfaguanidina fracasó y le volvió la diarrea y mi vida se convirtió en un infierno, me confesó que sí, que durante el último año lo había estado fumando. –Saliste en los diarios, hijo. Dicen que te hicieron mucho daño. Explican que el gobierno te obligó a que trataras de matarte. Y en cierto modo también fue culpa nuestra, hijo. En fin, tu casa es tu casa, hijo. -Y mi ma seguía haciendo bujuju, y fea como bésame losscharros . De modo que les dije:.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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