15 de enero de 2025
Comentario destacado
Reflective essay sample
–¡Cómo que se murió! ¿Quién te lo contó? –Abre esas ventanas, Darío, para que salga esta humareda que ya no me deja pensar. –¿Si te acordás, Darío? Últimas semanas. Guarda en secreto estas palabras, dijo el Profeta. Remis parecía incómoda y a la vez halagada, y no sabía dónde esconder la incomodidad. Tomó agua a sorbos rápidos, con la insensatez de un pajarito. Las manos eran anchas y los dedos, demasiado corros. Todo su encanto estaba en la expresión de libertad que, aun atemorizada, seguía teniendo, y en la galaxia de lunares del pecho. Estaba sobre todo en la fragancia del cuerpo que la acompañaba como una luz o una dulzura invisible. Se levantó y preguntó con timidez dónde estaba el baño. Cuando la vio subir la escalera de caracol, Camargo observó sus piernas y distinguió una mancha pálida sobrelos tobillos demasiado gruesos, otro lunar excitante debajo de las medias de seda. Remis no era linda, volvió a decirse, sólo altanera. Sin embargo, irradiaba una sexualidad primitiva, un irresistible olor animal. –Levántate de ahí. Laúltima vez que hablé con papi fue unos meses antes de su muerte, la víspera de una de esas inútiles partidas mías que por un muerto u otro terminaban siempre en el regreso. Como tantas otras veces, nos sentamos en el balcón a conversar. Ese balcón (que la Loca llamaba «el volado») lo había adaptado papi como una segunda biblioteca cerrándolo con una vidriera y ahí leía (cuando la mandona de la Loca se lo permitía), y mientras leía, como un vigía desde su torre de vigilancia, vigilaba con el rabillo del ojo el movimiento de la calle y las plantas del antejardín (que por lo demás manteníamos aseguradas por las raíces con unas rejillas subterráneas electrizadas, sistema de nuestra invención), no se las fuera a llevar algún transeúnte ocioso, viviendo como vivíamos en el país de Caco donde se alzan con una casa entera con sus pisos, techos y sanitarios, y son capaces de robarle la barca a Caronte, la cruz a Cristo, y sus medias sucias al ladrón de Bagdad. Ahí, instalados en esa atalaya desde donde dominábamos a Colombia y sus miserias, hablábamos por horas y horas de nuestra pobre patria, de nuestra patria exangüe que se nos estaba yendo entre derramamientos de sangre y de petróleo saqueada por los funcionarios, sobornada por el narcotráfico, dinamitada por la guerrilla, y como si lo anterior fuera poco, asolada por una plaga de poetas que se nos vinieron encima por millones, por trillones, como al Egipto bíblico la plaga de la langosta. Pero la última vez que conversamos me cambió el tema. santiago se mató esa noche. El balazo le abrió el cráneo en cuatro, como un gran huevo, y la explosión le saltó un ojo. La idea, aproximadamente, es ésta: un huevo a medio empollar, porque es necesario imaginarse un huevo con cierta consistencia interna, partido en cuatro. El pollito, formado a medias y conese aire de ambigüedad gelatinosa que adoptan las criaturas de Dios antes de llegar al mundo, entre la putrefacción y la vida, vendría a ser, derramándose pesadamente por las grietas, la masa encefálica del jujeño. Yo no lo vi, puesto que a esa hora, Graciela, deambulaba buscándote entre loscantos y la tormenta, en el Cerro de las Rosas; pero igual me acuerdo. Sólo tengo alguna dificultad para pensar el ojo. El ojo de Santiago, aparte, con el iris de un verde tenue, ligeramente traslúcido; solo sobre la mesa o quizá aún más lejos, caído en el suelo. Intacto. Mi error consiste, supongo, en que no puedo imaginarme a Santiago desde ningún ángulo del cuarto, como no sea de allí, desde el ojo. –No me obligues a levantarme -murmuró Bastían con helada ferocidad, y la mano de Espósito se quedó quieta-. Yo también me hago preguntas. Yo también me pregunto por qué somos así. Por qué estamos tan cansados, por qué habiendo sido tan intactos, tan puros, tan generosos, un día nos despertamos con el corazón corrompido. Tal vez Reina presiente que el mañana, el dentro de dos días con que la amenazó Camargo ha llegado esa noche, porque en vez del camisón y el chal de los que casi no se ha separado -salvo para las raras excursiones al médico, a la farmacia y al supermercado-, sigue con el vestido suelto de algodón. Su actitud es la de siempre: recostada en la cama, mantiene la vista hipnotizada en el televisor, pero al observarla por el telescopio, antes de cruzar la calle, Camargo descubre que el cuerpo se ha convertido en una trama de ansiedades: otra vez está royéndose con fiereza las uñas, se sujeta el pelo tan torpemente que, almás leve temblor de la cabeza -v la cabeza tiembla, los hombros sufren espasmos que parecieran de frío-, se le sueltan algunas mechas, obligándola a rehacer el peinado. También le ha despuntado un tic en el labio superior, cerca de las comisuras, que la envejece. Todos esos detalles estimulan aCamargo, indicándole hasta qué extremos ella se siente desamparada, cuánto le pesan la soledad y la inmovilidad. Ya la ha dejado caer tan bajo que ahora sólo podría agradecer cualquier esfuerzo que él haga para rescatarla. No había sido edificante, de veras que no, verse metido dos años en estegrasño agujero del infierno, el zoo humano, pateado ytolchocado por guardias brutales y matones, junto a criminalesvonosos y degenerados, algunos verdaderos pervertidos, muy dispuestos a aprovecharse de unmálchico joven y rozagante como vuestro narrador. Además, había querabotar en el taller haciendo cajas de cerillas,iteando iteando iteando en el patio, decían que para hacer ejercicio; y por la tarde algúnvecostarrio de tipo profesoral nos hablaba sobre los abejorros, o la Vía Láctea, o las Excelsas Maravillas del Copo de Nieve, y esto último me hacíasmecar bastante, porque me recordaba latolchocada y Puro Vandalismo que le aplicamos alveco a la salida de la biblio pública en aquella noche invernal; cuando misdrugos no eran todavía traidores y yo me sentía como feliz y libre. Luego, un día, pe y eme vinieron a visitarme, y me dijeron que Georgie estaba muerto. Sí, muerto, hermanos míos. Muerto comocala de perro en el camino. Georgie había llevado a los otros dos a la casa de uncheloveco muy rico, y lo habían derribado a puntapiés y atolchocos, y luego Georgie empezó arasrecear los almohadones y las cortinas, y el viejo Lerdo destrozó algunos adornos muy preciosos, como estatuas y cosas así, y elcheloveco rico y apaleado se había puesto realmentebesuño , y se lanzó sobre ellos con una barra de hierro muy pesada. Elrasdrás le había dado la fuerza de un gigante, y el Lerdo y Pete habían conseguido escapar por la ventana, pero Georgie tropezó en la alfombra, y entonces la terrible barra de hierro se alzó y cayó sobre lagolová, y ahí terminó el traidor Georgie. Elstarrio asesino quedó libre por defensa propia, lo que era realmente justo y adecuado. Muerto Georgie, aunque había pasado más de un año desde el día que me atraparon losmilitsos, todo parecía justo y adecuado, y como obra del Destino. –¡Hijueputas! -nos decía en el colmo de la desesperación de su rabia. –Vas a deberme más que eso. –Uno de los dos necesita con urgencia un vasito de algo -dijo Santiago. A la formalidad. Perder la formalidad y el recato, la peineta, el pudor.Anchela cabeza, llegado el caso. Pero sobre todo perder la formalidad. Y, como habíamos convenido, tutearme. Tutearme de vos. –¿Por qué carajos, Darío, no andás con la cédula, qué te cuesta? Volvemos a encontrar a Laureano, siempre acompañado por una mujer rubia de nombre escandinavo, en Fraile Muerto, al sureste del ombligo de la Venus, dijo Lalo al volver del baño, o más o menos a esta altura del anca derecha del oso. Su propósito inmediato era atropellar por sorpresa al coronel Bedoya, apoderarse de sus pertrechos y caballadas, y unirse en Cruz Alta con Ramírez. Nunca debió bajar a Córdoba, comentó sonriendo el profesor Urba, y menos desoír ciertos consejos que se le dieron a su tiempo sobre la condición malsana del matrimonio en general y de las mujeres en particular. La japonesita sentada en el suelo al este deCruz Alta miraba a Lalo como si las correrías del abuelo Laureano Zamudio, en vez de pertenecer a la Anarquía de los años 20, fueran la historia de amor de Fukakusa y Komachi. Vos, mientras tanto, hablabas en voz baja con Verónica, quien tenía los ojos clavados en el suelo. Bastían conversabacon el alto caballero parecido a Mariano. Y el abuelo, según las tablas astrológicas que improvisaba ahora el profesor Urba haciendo rápidos trazos circulares en una cartulina de dibujos de Verónica, el abuelo Laureano, nacido en el primer decanato de Aries, no debió dar nunca esa batalla. No le quedaban ni setecientos hombres;y,enfrente, los dos mil quinientos que comandaba el coronel Bedoya no eran sino una parte del ejército de Bustos. Tal vez tenga tiempo, piensa Laureano, tiempo de deshacerlos antes de que se aparezca el cabrón de Bustos. Miró el cielo y pensó: Tal vez no llueva. Y dio orden de atacar. Una carga de caballería es siempre una cosa impresionante; pero una carga de caballería en la oscuridady en perfecto silencio, es un espectáculo fantasmal y grandioso. Los montoneros del abuelo no gritaban en las cargas, había dicho Verónica esa tarde, en eso se parecía al general Paz. Avanzaban a todo galope y en silencio, hacia un punto elegido de antemano, desmontaban de los caballos y se transformaban en infantería, oían una orden y montaban otra vez, se retiraban en silencio y reaparecían en cuatro o cinco lugares diferentes. No hay ejército regular que resista eso, dijo Lalo, y menos el de un insuficiente como Bedoya, que era un coronelito más bien irresoluto y timidón. Esa primera carga de los jujeños, con el abuelo a la cabeza, hizo recular de tal modo a los cordobeses que uno de los oficiales del abuelo, el mismo que debía presentarse arrestado después de esta batalla, vino a caer muerto sobre la mesa de campaña de Bedoya. Mientras tanto, el abuelo Laureano, sucesivamente al mando de esta o aquella guerrilla, iba arrollando una por una las tropas que le oponían los cordobeses, arreándolos hacia el centro y obstaculizando así al grueso de la caballería enemiga, de tal modo que cuando por fin Bedoya decidió desplegarla y cargar contra el abuelo, por cada jujeño muerto había cinco o seis cordobeses de cara al cielo. Cuando el viejo se reagrupó le quedaban alrededor de quinientos montoneros, lo que hacía, del lado de Bedoya, unos mil doscientos. Sólo que ahora los jujeños montaban caballos frescos, robados, no me pregunten cómo, dijo Lalo, a loscordobeses que ahora están acá, casi de espalda al río. Si no ataca, en la próxima carga los deshago, piensa el abuelo y mira el cielo. Y piensa que si Dios lo ayuda no todo está perdido. Nada está perdido, ni la confederación ni el destino de esta tierra. No es posible haber visto morir y haber muerto a tantos hermanos para terminar degollado en un pantano de Córdoba, sin haber mirado más que una vez la cara de mi hijo, sin saber siquiera con qué nombre lo cristianaron, sin saber si echamos o no del Perú a los españoles, sin acostarme otra noche con la gringa y oírla decir cosasen otro idioma cuando se pierde, sin haberme despedido de Manuel. Y fue en ese preciso momento cuando, por razones que no están al alcance de los hombres, Dios decidió borrar al abuelo de la historia argentina. Porque alguien gritó Ramírez, y señaló la sombra densa de unas avanzadas que aparecieron en la orilla norte del Río Tercero. Laureano pidió catalejos, se paró en los estribos y cuando ya todos gritaban Viva la Confederación y revoleaban los ponchos, mordió una puteada y murmuró: "Santafecinos." "Cómo sabes", preguntó Aasta. "Por el color del chiripá y porque traen una pluma de avestruz en el sombrero." Y porque vienen con el olor de mi propia muerte, pensó, al mismo tiempo que, en el otro extremo del campo, Bedoya pensaba que si aquella era una avanzada de López el resto del ejército no podía andar lejos. Se equivocaba, porque Estanislao no había seguido a Laureano; pero esa equivocación le dio el coraje que necesitaba para anticiparse al abuelo. Tendió una línea de batalla diez veces más larga de lo que hacía falta y se volvió sobre los jujeños. Cordobés guarango, pensó Laureano, y le dijo a Aasta: "Ya no hay vuelta que darle, vaya preparando la yegua y espéreme allá atrás." Dio unas órdenes precisas y lentas y pidió que le trajeran un caballo, no el moro. Hasta lo miraba hacer. Extrañamente, Laureano no parecía tener ningún apuro por abandonar el campo. "Qué va a hacer", preguntó la chica. "Esperar la carga", dijo fríamente elviejo. "Primero que nada, esperar la carga." No sería nada raro, dijo Lalo, que acá los bárbaros hayan gritado viva Jujuy, y hasta viva la Patria. Aunque el segundo grito, pensó Esteban, era bastante menos probable que el primero, o para muchos de ellos acaso significaba lo mismo, si es que no era un puro entusiasmo, un puro grito. Aasta venía montada en una yegua parda y la arrimó al costado del caballo del viejo. "Ah, no, santita", dijo Laureano, "ahora nada de cosas raras. Se me vuelve bien hacia atrás con esos hombres y ahí se queda, vaya." El caballo, inquieto, le tiró un mordiscón a la yegua y casi le baja una oreja. Aasta se apartó y Laureano galopó hasta las primeras líneas. Cuando finalmente cargó Bedoya, ya había comenzado a llover, era noche cerrada y la confusión fue espantosa. Los jujeños, supliciados a sablazos, no abandonaron su posición más que para caer muertos al costado de sus caballos. Antes de que la carga cediera, cada jujeño había matado a tanta gente como para terminar combatiendo rodeado de una parva de cadáveres. Y si al fin nos arrollaron, dijo Lalo que le había dicho un viejo casi centenario, bisnieto de uno de los sobrevivientes de Fraile Muerto, si a la larga nos quebraron esa noche, fue porque al fin de cuentas los otros también eran nacionales. Laureano veía cordobeses arremolinarse y caer a su lado, y seguir apareciendo atrás, frescos, pegando unos alaridos que retumbaban entre los cardonales, acuchillándole la gente por los cuatro costados, arrasándolos y empujándolos poco a poco hacia las últimas posiciones, donde, de golpe, vio a la yegua parda y a la chica en el centro mismo de un grupo de veinte hombres sobre los que el abuelo se abalanzó, enceguecido de sudor,demiedo y de sangre, sin darse cuenta, hasta que acuchilló a uno, que eran sus propios hombres. Si Laureano pensó algo, viendo esos ojos incrédulos que lo miraban desde la muerte, seguramente pensó cuánto mejor habría sido que lo degollaran los montoneros de Estanislao y no tener que aguantar, si vivía, el recuerdo de aquellos ojos. Cuando los santafecinos comenzaron a vadear el río, el viejo montó el moro de pelearlo a Rosas y ordenó la retirada. "A disparar", dijo, "a todo lo que den los caballos". Y los que quedaban de aquellos seiscientos, que habían sido tres mil y ahora eran cincuenta, se lanzaron casi a ciegas por las quebradas, hacia el poniente, que era como decir hacia la desesperanza, hacia la muerte de los sueños, hacia el exilio. Entreverados en la confusión, ganaron el camino paralelo a los bañados antes de que Bedoya tuviera tiempo de dispararles un tiro, y, a no ser porque el final de esta historia ya estaba escrito en las estrellas, dijo el astrólogo, acaso se hubieran puesto a salvo. Pero en algún momento de la noche se dieron de boca con dos escuadrones de Bustos, que nunca debieron estar ahí. Estaban acantonados en un caserío a menos de un cuarto de legua. Laureano ordenó desparramarse en grupos, para dividir la suerte. El último oficial que le quedaba, no aceptó: la guardia entera se abriría hacia el norte, para provocar la persecución, el abuelo y Aasta seguirían cortando los bañados hacia el sur de la Sierra de las Peñas, buscando entrar a La Rioja por San Luis. Laureano repitió, pero en otro tono, lo que ya había dicho en Ojo de Agua, que si alguno de ellos llegaba a Salta, se afeitara la barba y le besara el hijo. Cuando se separaron, relampagueaba de tal modo que parecía de día. Hacen falta muchas casualidades adversas para acabar con los hombres que tienen un destino. Esa sucesión de relámpagos fue una; que el capitán acantonado en el caserío fuera un jujeño renegado y le gustaran las tormentas eléctricas, otra. Había salido a mirar la noche y vio unos bultos, enfocó el catalejo y vio a la mujer. Gritó que ésa era la gringa de las alhajas y se lanzó con un escuadrón de treinta hombres detrás del abuelo. En realidad eran como cincuenta, dijo Lalo, pero la verdad no siempre es creíble. Para no hacerlo más largo, antes del amanecer ella estaba muerta y él degollado. –Cómo una fiesta, en qué Cerro. –¿En el primero qué es lo que se contempla? ¿Que le dan como un millón ciento cincuenta mil quinientos latigazos en la espalda a Cristo y lo dejan vuelto un Nazareno?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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