15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Qué es lo que se pretende de mí. –¡Abajo mi puta mujer y mis hijos! ¡Vivan los maricas! Mientras recorría las calles oscuras y bastardas de invierno después deitear delmesto de té-y-café,videé visiones parecidas a esos dibujos de lasgasettas. Alex, Vuestro Humilde Narrador, regresaba a casa del trabajo para cenar un buen plato caliente, y unaptitsa acogedora lo recibía amorosamente. Pero no conseguíavidearlo, hermanos, ni imaginar quién podía ser. Sin embargo, tuve la profunda certeza de que si entraba en la habitación próxima a aquélla donde ardía el fuego y mi cena caliente esperaba sobre la mesa encontraría lo que realmente deseaba, y de pronto todo cuadró, la fotografía recortada de lagasetta y el encuentro con Pete. Porque en esa otra habitación, en una cuna, mi hijo gorjeaba gu gu gu. Sí sí sí, hermanos, mi hijo. Y sentí unbolche agujero dentro de miploto, que me sorprendió incluso a mí. Comprendí lo que estaba sucediendo, oh hermanos míos. Estaba creciendo. Antes de que amaneciera, la madre volvía del hospital y lo primero que hacía era entrar en la pieza de Camargo y acariciarle la cabeza. Más de una vez, él había esperado ese momento durante la noche entera, temiendo que la caricia pasara y él no se diera cuenta. La oía abrir la puerta cancel, atravesar el zaguán y la pequeña sala de la entrada, y acercarse a su cama en puntas de pie. Camargo fingía dormir. Había aprendido a fingir con tanta destreza que sus ojos estaban suspendidos e inmóviles en esa eternidad de la caricia y su respiración adquiría una placidez que jamás alcanzaba en los sueños verdaderos. Se estremecía por dentro al oír los susurros del delantal, cada vez más cerca, y oler el perfume a desinfectante que impregnaba el cuerpo de la madre, aun después de bañarse. Luego se preparaba para la extrema suavidad de su tacto: ella lo rozaba con una piel tan inasible, tan aérea, que parecía sólo un suspiro de los dedos. En fin, me soltaron elploto atado al sillón y la piel encima de losglasos, así que pude abrirlos y cerrarlos de nuevo, y bien que los cerré, oh hermanos míos, por el dolor y los latidos de lagolová, y luego me pusieron en la vieja silla de ruedas, y sentí que me llevaban a mimalenco dormitorio, y elsubveco que empujaba el carrito canturreaba una podrida canción pop, de modo que casi rugí: -Cállate de una vez -pero se limitó asmecar y dijo: -No te preocupes, amigo -y siguió cantando más fuerte. Me pusieron en la cama, pero yo seguíabolnoyo y no podía dormir, aunque pronto empecé a sentirme unmalenco mejor, y ahí nomás me trajeron unchai caliente con muchomoloco ysacarro, y alpitearlo comprendí que la horrible pesadilla era cosa pasada y concluida. En eso entró el doctor Branom, todo simpatía y sonrisas, y me dijo: En la cama las mujeres embellecen. Este fenómeno siempre me ha asombrado. O mejor: me da miedo. El vago y antiguo horror al vampirismo. Verónica, desnuda en esa cama, daba qué pensar. Frágil, pensé. Se vuelven frágiles. Como una botella de nitroglicerina hecha de cristal delgadísimo. En cuanto a su desnudez, sucedió; hay cosas que ocurren como cuando uno dice que amanece o que llueve. Que yo sepa, nunca desnudé a una mujer ni tengo la menor idea de cómo se hace una cosa semejante. Sé que es un acto más bien prodigioso. Ningún varón está preparado para eso. Cualquier brutalidad (el mecanismo de un cierre relámpago que se traba, un broche que no se encuentra o se pasa por alto) puede precipitar a los ángeles del cielo en el chiquero del fondo. Forcejeos inútiles o botones que saltan: herejías. El sexto mandamiento las execra. Y por eso el verbo fornicar suena como suena. Salomón, que tenía setecientas esposas legítimas y trescientas concubinas, conversaba con Dios de estas materias. En tal sentido, Verónica era bíblica, sus gestos, el modo casual de anular un ganchito o un bretel dando sin embargo la impresión nada repulsiva de que era yo quien lo hacía, estaban en el límite exacto entre un callejón nocturno del Dock Sur y laEstética de Hegel. Si esta página hubiera sido escrita hace cien años, ahora se leería: ¡Ah, dulce, gentil e irrepetible Verónica…! Pero nos tocó el innoble y cambalachero siglo XX, y lo que va a leerse es que, gracias a Dios, Verónica no simuló en ningún momento nada parecido a ese payasal y putanesco Amor Súbitocon que ciertas argentinas estragadas de literatura nacional, ilusionadísimas por las revolcativas escenas de pasión bajo incineradores de basura, las convulsiones epilépticas y los aullidos que sueñan nuestros novelistas, acometen al educado hombre que acaba de saludarlas y lo voltean sobre laalfombra, como si creyeran que el amor físico y la lucha grecorromana suponen la misma sensibilidad. Como si creyeran que rodar por las dependencias, gritar amor mío o querido ó ¡más!, caerse del colchón y, jadeando como focas, morder, son afrodisíacos infalibles. Sistema, en mi opinión, capaz de petrificarle los riñones a un turco, y del que no sólo tiene la culpa la novela valiente, ejercida en general por novelistas tímidos, sino también y sobre todo el psicoanálisis. Sí señor. El psicoanálisis tiene la culpa. Ha inventado una calamidad irreparable: el circo romano de dos plazas. Hace charlar a las mujeres de sus órganos de reproducción y de los nuestros, con natural elegancia, a la hora del té, pero a la hora de irse a la cama tratarlos babilónicamente. Liberación, se llama. Les ataca de golpe. Al segundo de haber transpuesto el umbral del dormitorio. Como si enel tiempo que va de entrar en una habitación con un ser humano, quizá desconocido, a echarle llave a la puerta, se desatara en sus almas una bestia apocalíptica y fornicadora. Una cruza entre la Bella Otero, chancho y Anita Freud. No se debe descartar tampoco la responsabilidad del cinematógrafo. Él y ella, en contrapicado, dando vueltas carnero por el piso, resollantes, derribando salvajemente los muebles como dos lacedemonios dopados con hachís, son, para nuestras estudiantes de humanidades, clTristán e Isoldadel siglo atómico. Estrago incalculable, si se considera que el pudor comunal obliga a los cineastas exhibir sólo una especie de terremoto interruptus, y que la fantasía salvaje de nuestras madres, hermanas, esposas e hijas, biológicamente inclinadas a soñar que el orgasmo es la caída de la casa Usher, agrega a estas vistas no sólo lo que falta sino, en proporción geométrica, conjeturas de fornicación y desenfreno capaces de matar a los cuatro padrillos del Juicio Final. Después de los dos sicarios de Aranjuez con moto ¿quién siguió? ¿Siguió la empleada grosera, o el taxista altanero? Aquí si ya no sé, con esta memoria cansada se me empiezan a embrollar los muertos. ¡Para Funes el memorioso nuestro ex presidente Barco! Como el orden de los factores no altera elproducto, que pase primero el taxista altanero. Sucedieron así las cosas: frente a la antigua estación del Ferrocarril de Antioquia (ya desmantelado porque se robaron los rieles), tomamos un taxi entre buses atestados. Pues, para variar, llevaba el taxista el radio prendido tocando vallenatos, que son una carraca con raspa y que no soporta mi delicado oído. "Bájele al radio, señor, por favor", le pidió este su servidor con la suavidad que lo caracteriza. ¿Qué hizo el ofendido? Le subió el volumen a lo que daba, "a todo taco". "Entonces pare, que nos vamos a bajar", le dije. Paró en seco, con un frenazo de padre y señor mío que nos mandó hacia adelante, y para rematar mientras nos bajábamos nos remachó la madre: "Se bajan, hijueputas", y arrancó: arrancó casi sin que tocáramos el piso, haciendo rechinar las llantas. –¿Dónde te perdí? -dijo Santiago a mi lado-. Oíste el rugido del león. –No sé -dijiste-. Muchas. La única que no existe a lo mejor, es la que vos querés ver. Momir se inquieta cuando recibe los documentos. El pasaporte para una y el pasaje para otro son inútiles por sí solos. Así no era el trato, te dice, o suponés que te dice. Así son todos los tratos, le respondés: voy a darte el resto cuando cumplas con tu parte. Estoy confundida, se dijo Reina, sin presentir cuantas veces iba a repetir esa noche la misma letanía. La confundían el polvo, el calor creciente, que en vez de amenguar con la calda del sol parecía haber esperado la oscuridad para desatar toda su furia, y ella misma no sabía si en su adentro había también polvo, curiosidad e ignorancia de cuáles eran los verdaderos límites de su vida. Apenas llevaba un mes en El Diario, y había considerado aquel trabajo como una bendición en la que iría superando una prueba tras otra durante muchas semanas, hasta que algún editor reparara en ella y proclamara su talento, o hasta que alguna noticia extraordinaria se le cruzara en el camino -unanoticia como la de ese día en el convento, por ejemplo- y le permitiera sentir que lo había dado todo, que la escritura le salta de las entrañas. Quería llegar a un punto en que, leyéndose a sí misma, se dijera: esto soy yo, sólo hasta acá llega mi cuerpo porque así está hecho, con estos sentimientos e indignaciones y sollozos y justicias. Esto que acabo de escribir soy yo, se dijo, repitiendo sin querer a Camargo, ¿pero quién soy yo? Estoy confundida, y ahora Camargo viene a confundirme más. Apenas llevo un mes en el diario y ya hablo con el director como silo conociera de toda la vida. De los dos partidos que dividieron a Colombia en azul y rojo con un tajo de machete no quedan si no los muertos, algunos sin cabeza y otros sin contar. Cadáveres decapitados de conservadores y liberales bajaban por los ríos de la patria tripulados por gallinazos que en su viaje de bajada a los infiernos, de ociosos, por matar el tiempo a falta de alguien más, sin distingos doctrinarios, de partido, les iban sacando a azules y a rojos a picotazos las tripas. Y no había vivo que se les midiera a esos ríos, capaz de meterse en ellos a sacar a los muertos. Ésos de mi niñez si que eran ríos. ¡Qué Cauca! ¡Qué Magdalena! Ríos de furia, torrentosos, que tenían el alma limpia y se hacían respetar. No como estos arroyitos mariconcitos de hoy día con alma de alcantarilla. ¡Cuánto hace que el Cauca y el Magdalena se secaron, se murieron, los mataron con la tala de árboles y los borraron del mapa, como piensan que me van a borrar a mí pero se equivocan, porque si los ríos pasan la palabra queda! En ese momento hiciste algo perfecto y casi imposible. Cerraste los ojos con cansancio y, a pesar de tu altura, apoyaste la frente en mi hombro. Tal vez no fue en ese momento, sino en el puente; pero yo lo viví a esa hora de la tarde, en esta galería del patio mayor de la vieja universidad. Me sentí tan brutalmente conmovido que fue como si me licuaran el cráneo. Estamos solos en la galería. En otros corredores, lejos, pasan estudiantes silenciosos. Hay enredaderas en las columnas. Una tarde en que destapaba, entre pestilencias de retrete, el de la negra Evelyn, que empieza a sacudirse el cuartucho por los embates de una furia salida de madre y razón como si temblara la tierra. Confío en que tendrás ideas absolutamente claras al respecto. Cuando empezó a entrar el sol por la ventana entreabrió los ojos y entonces le pregunté: "¿Por qué mataste a Alexis?" "Porque mató a mi hermano", me contestó, restregándose los ojos, despertando. "Ah…" comenté como un estúpido. Echó la silla hacia atrás y puso los pies en el escritorio. La voz se le volvió más pausada. En los momentos de meditación se le aflojaba la mandíbula y se demoraba en cada palabra. Quiero una cabeza fresca, dijo, alentado por un inesperado pálpito. Llamen a Reina Remis. Esa chica escribe derecho toda la teología que está torcida. –Super, super! -llamaban entonces con urgencia de parto a la puerta. Esa noche en elKorovahabía un buen número devecos yptitsas ydébochcas ymálchicos quesmecaban ypiteaban y que interrumpían lasgoboraciones y la cháchara de los en-órbita barbotando cosas como «Gargariza los falatucos y el gusano se disemina en pequeñas bolas masacradas» y toda esacala, uno podíaslusar una canción pop en el estéreo, Ned Achimota cantandoEse día, sí, ese día.En la barra había tresdébochcas vestidas a laúltima modanadsat, esto es, pelo largo despeinado teñido de blanco ygrudos postizos que sobresalían lo menos un metro y faldas muy cortas y ajustadas y ropa interior blanca y espumosa, y Toro repetía sin cesar: -Eh, podríamos meternos ahí, tres de nosotros. Al viejo Len no le interesa. Dejemos al viejo Len a solas con su Dios. -Y Len repetía sin cesar:-Yarboclos yarboclos.¿Qué ha sido del espíritu del todos para uno y uno para todos, eh, chico? -De pronto me sentí muy muy cansado y al mismo tiempo con una energía hormigueante, y dije: –¿Quién? -pregunté mientras me arreglaban la cama y me peinaban la lujosagloria, pues ya me habían quitado la venda de lagolová y el pelo había vuelto a crecer..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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