15 de enero de 2025
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La traducción castellana deA Clockwork Orange(Minotauro, Barcelona, 1976) es la versión completa de la edición inglesa publicada en 1972 por Penguin Books Ltd, Harmondsworth, Middlesex, England, y que no incluye el "capítulo 21". Un momento después yo conocía la historia. Madura profesora enamorada de alumno canalla. Cómo no se me había ocurrido antes. La señorita Etelvina tiene el tipo exacto para ese género de catástrofes. La imagino guardando violetas aplastadas entre las páginas de Bécquer; casi puedo verla, durante las clases, mirando furtivamente a un previsible desalmado que por lo visto, se parecía a mí. "Total, que se enamoró como una retardada", dice Verónica sin contemplaciones mientras la señorita Etelvina, a mis espaldas, simula reírse de sí misma con un cloqueo capaz de partir en dos una piedra basáltica. "Y el muy turro", dice Verónica, "jugó una apuesta y se acostó por fin con ella", pero cuando lo dice la pobre señorita Etelvina ya se ha ido y el boceto está terminado. Verónica y yo estarnos solos en la casa vacía. Pero al decírmelo reparé en que «darse abasto» no era una expresión mía sino de la abuela. Ay abuela, Raquelita, niña mía, no habías muerto, seguías viviendo en mí, extraviada en mis pensamientos. Prosigo, dijo el profesor Urba, y agregó que así como la crisis del siglo V podía en cierto modo resumirse en el pensamiento dramático y tempestuoso de San Agustín; el advenimiento de la Razón, en el Argumento Ontológico; la agonía del orden medieval en la poesía bárbara de Dante: el cifraba el espíritu de los Tiempos Modernos en los cuadros alocados de Paolo de Dono. "En el pajardito?", preguntó algo adormecido, aunque incrédulo, el padre Cherubini. En el Uccello, en efecto. Obsesionado por la idea de abrir un agujero en la pared, como decía Fra. Angélico, soñando con romper la superficie plana, Uccello, el primerpintor de batallas y perspectivas, no sabe que ha descubierto otra perspectiva, un pasaje hacia otra cosa, ni sabe que en su corazón se está librando la última batalla entre el hombre medieval y el hombre renacentista. Basta mirar un solo cuadro suyo, un cuadro que es al arte religioso lo queEl Quijotea la novela de caballería. El San Jorge y el Dragón. "Aro aro!", dijo despabilándose de golpe el padre Cherubini. "Aura dentra queste gaucho florido et te pinta esa fazaña. A la siniestra, la damisela captiva porta lo pioloncito con que asujeta del cogote al teratós verdolaga. Il dragone. La Bestia é un cruzamientoarmado ansina: alitas de colibrí, pata e'ñandú crioyo et colita roscada in voluta. Come si sería un chancho, ma lunga. Sanjorgito, a la diestra. Muenta un lindo percherón no maculado. Trai coraza. In excelsis, uno fosco nubarrone de san puta, che nel pensier rinnova la paura. Simétrica et especulare al Sanjorgito, la caverna et su grrand misterio. Dije bien?". Inmejorablemente, confirmó el profesor Urba. En Uccello se enfrentan el último de los estilos canonizados, el gótico, que abdicará un reinado de tres siglos, y una forma nueva, una nueva manera de mirar y de juzgar el mundo. La majestad de lo cómico. Es como si una carcajada hubiese explotado en una catacumba. Con Uccello, que anticipa la risa atronadora de Rabelais, que anticipa la risa piadosa pero incontenible de Cervantes, se suicida entre carcajadas el gótico y con él acaba una concepción entera de la teología,del arte, de la política, del conocimiento: del mundo. El astrólogo bebió un sorbito de vino y el padre Cherubini aprovechó la pausa para preguntarle si pensaba hacerle creer que Uccello había hecho todo eso, él solo, pregunta a la que el astrólogo respondió con un movimiento negativo de cabeza. No. El Uccello era, por así decirlo, un símbolo. O un intermediario. Una metáfora o un inocente instrumento de cierta fuerza espiritual, a la que, para abreviar, llamaremos demoníaca. En el mejor sentido de la palabra. Vale decir, angélica. Con lo que el padre Cherubini pareció relativamente conforme y el astrólogo pudo agregar que, pese a todo, en los orígenes del Renacimiento, la casa del hombre estaba en pie. O, para expresarlo de otra manera, todavía podía ser concebida. El mundo de Uccello era también el mundo de Nicolás de Cusa; y, hasta Nicolás de Cusa, la mansión era posible. Inestable, pero aún cómoda. La máquina del mundo tenía el centro en cualquier lugar y la circunferencia en ninguno, las esferas de cristal de Aristóteles habían estallado y sus estrellas quietas volaban en la inmensidad del espacio, la Tierra se movía; pero esto, para el cusano, era un simple cambio de punto de vista en la escritura de la Creación. El orden, el nuevo centro, eran la poética secreta de Dios. El hombre conservaba su privilegio de ser hombre. Homo non vult nisi homo. Al hombre sonriente de Uccello, al hombre cusano, no le había ocurrido nada irreparable. Ignoraba pero no se sentía inseguro porque su ignorancia era docta y su saber consistía, justamente, en saber que ignoraba. La divinidad podía estar oculta ("Deus absconditus?", preguntó distraído el padre Cherubini), pero se manifestaba en la diversidad visible de las cosas y, sobre todo, no era indemostrable. Nicolás, fiel a las razones de San Anselmo, creía que la Razón seguía militando en los ejércitos de Dios. Dios lo puede hacer todo, pensaba, pero el hombre puedellegaraconocerlotodo. Dios era como el arquitecto que construye una catedral; y el hombre, el sacerdote que la contempla, la habita, la recorre y la pondera. El hombre lleva en su inteligencia todas las cosas creadas, tanto como Dios. ("Tas siguro?", pareció preguntar el padre Cherubini.) Sólo que Dios las lleva en sí como arquetipos, y el hombre como imágenes, como relaciones, como valores. Dios es por todo en todos y todo es en Dios, pero el espíritu humano, a causa de su intimidad con el espíritu de Dios, es la semilla divina que encierra los modelos de todas las cosas eternas. La homogeneidad del universo volvía a estar a salvo. Homo non vult nisi homo, pero no sólo el hombre: toda cosa anhelaba ser eternamente lo que era, conforme a su naturaleza y siempre en forma más perfecta, y el hombre, microcosmos donde coexistían lo eternoy lo temporal, lo infinito y lo finito, conocía además su anhelo y tenía la certidumbre de esa progresiva ascensión. ¡Pobre Nicolás!, no podía saber que en su mística casi festiva ya acechaba la modernidad, la locura de la Razón, el sueño del progreso indefinido del conocimiento, que harían pedazos la unidad de su mundo… Unos años después, otro apacible canónigo, Copérnico, razonó en fórmulas astronómicas el sueño místico del cusano, y, por fin, como un león que despierta, apareció Giordano Bruno ("A ése lo quemamos", observó críticamente el padre Cherubini). Lo fantástico, se interrumpió sonriendo el astrólogo, es que toda esta historia sucediera en las celdas, en los claustros, en las bibliotecas de los conventos, a lo que el padre Cherubini, con una carcajada de goliardo, dijo que era comme si lo conoscimento, acuestándose con la sancta eclesia crestiana, la habería hecho parir uno gigante de Rabelais, se dio un golpe en la barriga y, mirando a los costados con súbita seriedad, preguntó: "Me fablastes?". Decía, dijo el astrólogo, que Giordano Bruno llevó hasta el límite de lo imaginable la máquina celestial de Nicolás de Cusa y de Copérnico. Le bastaba alzar los ojos hacia esas chispas brillantes para ver que son mundos como el nuestro. Hechos de fuego como nuestro Sol. Hechos de agua como la Tierra. Dios, para Bruno, ya casi no era Dios: era la ley natural. Hablando de sí mismo, pero como un lapidario que grabara la piedra funeraria de los dos últimos siglos, escribió: He aquí a aquel que ha abarcado el aire, penetrado en el cielo, recorrido las estrellas, traspasado los límites del mundo… ("Eroico furore", murmuró admirativamente el padre Cherubini.) En fin, suspiró el astrólogo, para abreviar, cuando Galileo, Kepler y Newton llegaron al siglo XVII montados en la topadora de Copérnico, el hombre comenzó a recuperar la desnuda proporción de su ignorancia y la realidad humana empezó a ser, cada día, menos compatible con la irrealidad del universo. Pascal lo sintió.Le silénce eternel de ees espaces infinis,empezó a citar el profesor Urba en el mismo momento que, en el parque de la quinta, se oyó un trueno, y el padre Cherubini no tuvo más remedio que acotar: "Silénce eternel un cazzo!". El infinito silencio del espacio aterraba a Pascal; la radiante esfera cusana con su centro en cualquier parte y su circunferencia en ninguna le parecía espantosa. Lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño eran reinos de pesadilla, comarcas que el hombre no sólo ignoraba, sino que lo ignoraban a él. El hombre había empezado a transformarse en el huérfano de la creación, en un expósito… –No. Seguí hablando. –Mediocerrálos entonces, y así no ves tanta luz que te moleste ni tanta cara que te asuste. Ves medias caras. Y una medía cara no es una cara, es un cuadro de Picasso, que ya murió y no te puede hacer daño. Verónica me miró como si yo fuera uno de esos muebles indefinidos a los que no se sabe dónde colocar. –Te das cuenta. Eso, justamente, es lo que yo digo. Luego volvió a hablar de los árboles. La llevó a Amherst, Massachusetts, para que viera la casa y el escritorio mínimo donde la solterona Emily Dickinson había escrito algunos de los mejores poemas del siglo XIX, aislada del mundo, en una comunidad que tenía poco más de cuatro mil habitantes, ¿te das cuenta, Reina?, mientras recitaba alentrar en la ruta 116, ya llegando a Amherst, algunos de los versos con los que esa mujer tímida, aquejada de nefritis, había cambiado para siempre el orden de los sentimientos: ¿Por qué apurarnos por qué, en verdad? /A cualquier lugar que vayamos / Nos molestará por igual / La inmortalidad –Subí a verlo -le propuse. Bueno, mientras miraba empecé a darme cuenta de que no me sentía del todo bien, y pensé que era la desnutrición y mi estómago que no estaba preparado para la ricapischa y las vitaminas. Pero traté de olvidarme, y me concentré en la película siguiente, que empezó en seguida, hermanos míos, sin tiempo ni para respirar. Esta vez trataba de una jovendébochca a quien le daban el viejo unodós unodós primero unmálchico después otro después otro después otro, y ellacrichando muygronco por los altavoces, y al mismo tiempo se oía una música muy patética y trágica. Todo era real, muy real, aunque si uno pensaba bien en el asunto, no se podía imaginar que unaliuda aceptara que le hiciesen eso en una película, y si esto lo filmaban en nombre de la moral o el Estado no se podía imaginar que lo permitiesen sin intervenir. De modo que tenía que ser un trabajo muy hábil, lo que llaman armar, o montar, o cualquier otravesche por el estilo. Porque era muy real. Y cuando le llegó el turno al sexto o séptimomálchico, que se burlaba ysmecaba y se disponía a hacer la cosa, y ladébochcacrichaba comobesuña en la banda de sonido, comencé a sentirme mal. Me dolía todo el cuerpo, y tenía ganas de vomitar y al mismo tiempo no tenía ganas, y empecé a sentirme nervioso, oh hermanos míos, pues estaba atado y rígido en el sillón. Cuando terminó la escena,slusé lagolosa de este doctor Brodsky que decía desde el tablero de mando: -¿Reacción alrededor de doce punto cinco? Promisorio, promisorio. –Oh, la más bella y dulce de lasdébochcas, pongo el corazón a tus pies para que lo pises. Si tuviera una rosa te la daría. Si el suelo estuviera mojado ycaloso extendería misplatis para que caminaras encima y no mancharas tusnogas exquisitas con la roña y lacala. -Y mientras decía todo esto, oh hermanos míos, sentía que la náusea iba cediendo.- Permite -criché- que te venere y sea tu auxilio y protector en este mundo perverso. -Entonces me vino elslovo justo, y me sentí mejor, y le dije:- Déjame ser tu auténtico caballero -y otra vez me arrodillé, inclinado casi hasta rozar el suelo. Con disimulo te quité el lápiz, pegué con él un golpecito sobre la mesa y volví a dártelo, en la mano derecha. –Ha de estar desafinado el armonio..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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