15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Durante más de cincuenta años, Camargo no dejó de pensar ni un solo día en la madre que había perdido. No sabía cómo era ella ni cuál sería ahora su nombre, pero tenía la esperanza de que aún siguiera viva en algún lugar del mundo. Con el tiempo, la imagen de la madre había ido moviéndose de un cuerpo a otro, de una cara a otra, era muchos seres que Camargo no podía fijar en uno solo: aquella errancia de la madre era también la errancia de su ser, las muchas personas que, a pesar suyo, él iba siendo todos los días: una persona nueva casi a cada instante, un extraño con el que le costaba identificarse. Sin embargo, la reconocerla apenas la viera porque, aunque no recordaba su cara ni su cuerpo, sabría que era su madre por este o aquel gesto de ella que persistía en él, tal vez la costumbre de llevar un índice a la ceja e inclinar la cabeza hacia la derecha, como si de ese lado le pesaran los pensamientos; o tal vez la reconocería por la involuntaria frialdad de su voz, tomando siempre distancia de los otros, como les sucede a todos los que han sufrido un primer amor rechazado. ¿Nunca me amaste, mamá, nunca me amaste? ¿Nunca querrás abrazarme? Si el padre no hubiera destruido hasta el último recuerdo que había de ella en la casa, quizás ahora podría imaginarla. Era el blanco absoluto de su imaginación lo que más lo desesperaba. –Y a vos qué te parece -preguntó. Vos dijiste: Que bueno, que quién sabe, que habría que ver. Que la curación de un paciente no pasaba de ser «un caso anecdótico, que eso no era ciencia. ciencia era, para empezar, mil pacientes cuando menos con diarrea y sida enrolados en un protocolo de «double blind» o doble ciego. Hago un esfuerzo por adivinar algo equívoco en su voz; cuando por fin lo encuentro, resulta que sí, que me gusta. Ella, no el dibujo. La mirada de Inés, al fin de cuentas, va a resultar razonable. El que no me pudo adormecer en las noches que siguieron nada: ni somníferos, ni bendiciones, ni maldiciones, ni cabezazos Rendones contra la pared. Simplemente se me había ido para siempre el sueño. Y sobre el desierto del insomnio, la zarabanda endemoniada de los zancudos que armaba noche a noche el perro López con sus ínclitos. Tratando de escaparme de ese horror, me iba entonces de recuerdo en recuerdo con Darío al pasado, y así volvía, por ejemplo, de su mano, al Admiral jet de la Calle 80 del West Side de Nueva York, un edificio de réprobos donde vivimos, a dos cuadras del Central Park y su orgía continua de maricas entre los árboles, un verano. ¡Qué temporadita, Su Santidad, tan desgraciada pero tan maravillosa! Será que todo tiempo pasado fue mejor. –Bueno. No empecemos. El aspecto matinal de Reina era tan insignificante que daba pena. Llevaba unas gafas redondas enmarcadas en negro que acentuaban la pequeñez de su boca, un pantalón flojo, de pana, y una blusa comprada en alguna mesa de saldos. A veces era seductora y otras veces tendía a desaparecer, a pasar sobre su cuerpo una goma de borrar. Era preciso fijar la vista para saber que estaba allí. Tomó asiento a un costado del escritorio de Camargo, con la cabeza baja y las manos en las rodillas. La sensación de eclipse se esfumó, sin embargo, apenas empezó a hablar. ¿Se prohibe? ¿Y esos gallinazos qué? ¿Qué era entonces ese ir y venir de aves negras, brincando, aleteando, picoteando, patrasiándose para sacarle mejor las tripas al muerto? Como un niño travieso, haga de cuenta usted, jalándole la cuerda a un payasito de cuerda que ya no hará más payasadas en esta vida. ¿El cadáver de quién? ¡Y yo qué sé! Nosotros no lo matamos. De un hijo de su mamá. Y ya que hay que explicar las cosas de algún modo, puedo decir que en ese momento vi realmente y por última vez en mi vida a Beatriz, vi sus ojos enormes e incrédulos que interrogaban al jujeño y supe en el corazón que Santiago no le había dicho nada de esto ni había roto con su mujer, típico del jujeño, son tan buenos estos desgraciados que por no lastimar a nadie siempre terminan haciendo las cosas del peor modo posible, Beatriz ahí, sus ojos como dos grandes gotas de agua purísima sobre una hoja verde, llorando de este lado de acá de la realidad, en ese bar frente al hotel o en la quinta de Verónica, y yo nunca habíavisto nada parecido a esto, lloraba de frente, a cara descubierta y era una cosa monstruosa e insensata, lloraba sonriendo mientras retrocedía hacia la nada, vos tenías las manos cruzadas sobre el mantel y te mirabas la punta de los dedos, íbamos a tener que irnos de la isla, una lástima, se estaba bien allá, hasta demasiado bien, no podía durar toda la vida. –Ah, no. Te tenemos, amigo, y no pensamos dejarte. Ven con nosotros, ya verás que todo se arregla. -Y se acercó para aferrarme otra vez el brazo. Hermanos, pensé luchar, pero la idea de pelear provocó el malestar y en seguida la náusea, de modo que me quedé quieto. y entonces vi otra vez losglasos como enloquecidos de F. Alexander, y dije: Lo que me gusta de las mujeres es su locura, pensó Espósito. Ahí estaba esa princesa, la del cuadro. Prisionera del dragón, unida al monstruo por una piolita, que ella llevaba en la mano y él al cuello: parecía que lo hubiera sacado a pasear un rato entre los almacigos. San Jorge arremetía como loco en su caballito de juguete; pero el instinto maternal de ella estaba de parte del dragón. Ese dragón es bueno. O se siente solo. O es como un niño de corta edad. No hay más que ver sus alitas de mariposa para darse cuenta. "Todo lo que significó para mí", estabas diciendo. ¿Significó? Pasados tantos años y repensando desde el presente con cabeza fría la rabia hirviendo salida de toda madre que en esos instantes me dio, me doy cuenta ahora de que si papi se había convertido en la sirvienta de la Loca yo estuve a un paso de convertirme en la de la Muerte. Dos trabajos sucios le había hecho yaa la haragana y quería más… ¡No más faltaba! Ocho Hago un esfuerzo por adivinar algo equívoco en su voz; cuando por fin lo encuentro, resulta que sí, que me gusta. Ella, no el dibujo. La mirada de Inés, al fin de cuentas, va a resultar razonable. La ve tenderse en la cama y encender un cigarrillo.¿Desde cuándo fuma? Sin duda está llena de vicios secretos. Entreabre un poco las persianas y deja que entre el aire frío de la noche. Los ruidos de la ciudad invaden también el cuarto, ensuciando la música: un cortejo de ómnibus avanza por la avenida Corrientes hacia el Bajo, y desde lejos le llegan las voces excitadas de un televisor. La confusión de sonidos ajenos le permite, extrañamente, oírse a sí mismo: oye los sordos ciegos ojos del deseo abriéndose en lo más hondo de lo que él es. No es por la fuerza de gravedad de la mujer que le estallaba el deseo sino por la inercia de la noche, o por la música, por elallegro final delcuarteto de CésarFranck que está levantando vuelo. Elallegro se encrespa a veces y luego se vuelve melancólico como un paisaje lunar: después de un cráter, la música se despereza en una lenta llanura, hasta que vuelve a despertar. La pieza entera es una sucesión de estremecimientos y de suspiros, y no le parece extravagante que sus modulaciones se parezcan a la última parte deEn busca del tiempo perdido. Proust estaba escribiendoLa prisionera, quinto volumen de esa obra, cuando obligó al cuarteto Poulet, durante toda una noche, a tocar repetidas veces los cuatro movimientos. El ViolaAmable Massis recordaba años después que Proust se metió en la cama apenas llegaron, e hizo que sirvieran a los músicos champán y papas fritas para que conservaran las energías. Las partituras se repartieron sobre los muebles del dormitorio forrado de corcho, en la casa delBoulevardHaussmann, y una o dos veces, durante la ejecución, Proust recogió del suelo algunos papeles ya saturados de escritura para anotar en ellos un par de frases. «¿Podrían tocar el cuarteto entero sólo una vez más?», recuerda Massis que decía Proust con una voz más aguda a medida que avanzaba la noche. A veces les llevás latas de carne y de sopa. La sin techo sabe decir gracias, porque la has oído pronunciar torpemente esa palabra cuando alguien le arroja una moneda, pero a vos re mira con encono y, cuando re detenés a conversar, se dirige a su compañero repitiéndole Bassmo zedni. Por lo que has ido adivinando, la frase significa ido que tenemos es sed„ o algo por el estilo. Que te rechace podría estorbar la relación que has ido tejiendo con el hombre: tratás de ser cortés con ella, de vencer su desconfianza, de pasar por alto sus groserías. No es fácil, porque verla re resulta cada vez más repugnante. Cuando se incorpora del jergón tiene una melena erizada, con nudos de medusa. La hediondez que despide es insoportable. Al menos no se molesta cuando te alejás caminando una o dos cuadras con su compañero, aunque los sigue todo el tiempo con la mirada y fingiría un ataque si los perdiera. No te podés explicar en qué consiste la dependencia que se ha creado entre esos dos. No puede ser física, porque el hombre es todavía fuerte y, si no fuera por los dientes, hasta sería atractivo, en tanto que ella ya se ha deformado por completo, con sus costras y sus enfermedades de pesadilla. Tumbado de la tarima el candidato ambicioso, montándose sobre su cadáver subió, después de Barco, la criaturita que hoy tenemos, el lorito gárrulo. Y las encuestas lo favorecen, todos decimos que sí, que sí, que sí. Que lo está haciendo "de lo más de bien", como dicen..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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