15 de enero de 2025
Comentario destacado
Producing a business plan
–Viejoveco perverso -dije, y comenzamos a jugar conél. Pete le sostuvo lasrucas y Georgie consiguió abrirle larota , y el Lerdo le arrancó lossubos postizos, arriba y abajo. Los tiró al suelo, y yo se los machaqué con las botas, aunque eran más duros que una piedra, como que estaban hechos con un nuevo yjoroschó material plástico. El viejoveco empezó a refunfuñar no sé qué chumchum- uuf aaf uuf -de modo que Georgie le soltó lasgubas y le descargó una buena en larota desdentada con el puño anillado, y entonces el viejoveco comenzó a quejarse de lo lindo y le brotó la sangre, hermanos míos, y qué hermosa era. Así que nos limitamos a sacarle losplatis , y lo dejamos en chaqueta y calzoncillos largos (muystarrio ; el Lerdo casi se enferma de tanto reír), y finalmente Pete le encajó una cariñosa patada en el culo y lo soltamos. Se alejó tambaleándose, a pesar de que no había sido untolchoco tan impresionante, peroél gimoteaba oh oh oh, sin saber dónde estaba o qué pasaba, y nosotros nos reímos con ganas; después le vaciamos los bolsillos, mientras el Lerdo bailaba una danza con el paraguas raído; pero no encontramos gran cosa. Había unas pocas cartasstarrias , algunas de 1960 que empezaban«Mi muy querido», y todas esaschepucas , además de un llavero y una lapicerastarria que perdía. El Lerdo acabó su danza del paraguas, y naturalmente no se le ocurrió nada mejor que empezar a leer en voz alta una de las cartas, como para demostrar a la calle desierta que sabía leer. «Querido mío», recitó congolosa muy aguda,«pensaré en ti mientras estás lejos, y espero que recuerdes abrigarte bien cuando salgas de noche». Aquí largó unasmeca muychumchum -. Jo, jo, jo -haciendo como que se limpiaba elyama con la carta-. Bueno -dije-. Basta, hermanos míos. -En los pantalones delvecostarrio sólo encontramosmalenco dinero, apenas tresgolis , así que tiramos esa porquería de moneditas, comida para pájaros comparadas con lo que teníamos encima. Después rompimos el paraguas y lerasreceamos losplatis, y tiramos los pedazos al aire, hermanos míos, y así acabamos con el asunto delvecostarrio de aire profesoral. No era gran cosa, ya lo sé, pero no por eso voy a pedir disculpas a nadie, y además la noche apenas comenzaba. Los cuchillos de la leche-plus ya estaban descargando pinchazos fuertes yjoroschós . Estaban pues los dos hermanitos juntos, conversando, en la hamaca que colgaba del mango y del ciruelo en el jardín, bajo una sábana blanca que los protegía del sol del cielo, y con la Muerte al lado, para la que no existe protección. ¿O si? ¿Un condón? Póngaselo entonces cuando comulgue, en la lengua, no le vaya a contagiar el santo cura un sida con los dedos al ir repartiendo de boca en boca al Cordero. Se iban abriendo bocas e iban saliendo lenguas en el comulgatorio de la iglesita del Sufragio de mis recuerdos, como se iban abriendo braguetas e iban saliendo sexos en el orinal del burdel. Lenguas y sexos estúpidos que después volvían a entrar saciados, y se cerraban bocas y braguetas. Saliendo de la iglesita que dije de comulgar en paz (allá en los tiempos idílicos de mi niñez remota cuando éramos pocos en esta ciudad y este mundo), a nuestro vecino Arturo Morales, vendedor de los Seguros Patria, se lo despachó al otro toldo un carro borracho. –Justo -dijo el doctor Brodsky-. Asociación, el método educativo más antiguo del mundo. ¿Y cuál es la verdadera causa de que te sientas mal? –Mejor que protestes ahora -dijo el doctor Brodsky-. Así lo aclararemos todo en seguida. Podríamos meterte en el cuerpo esta sustancia de Ludovico por distintos medios. Oralmente por ejemplo. Pero el método subcutáneo es el mejor. Por favor, no te resistas. No tiene objeto. No nos vencerás. Reina detesta cuando Germán adopta ese aire de frivolidad, sin dejarse rozar siquiera por la angustia de todo lo que ella le ha dicho ya. Lo detesta y además lo quiere. El tercer hombre no la miró ni estiró una mano para saludarla. No se movió. Dejó el aparato de radio sobre la mesa y dijo: ¡Quién me mandó abrir la boca! Adelantándosele a su vez al asqueroso, Wílmar sacó el revólver y le propinó un frutazo en el corazón. El hombrecerdo con vocación de pájaro se desplomó dando su último silbo, desinflándose, en tanto Wílmar se perdía por entre el gentío. El auto desembocó en la avenida 9 de Julio. La gente salta de los cines, de la ópera, el día parecía acercarse a su principio y no a su fin. Camargo rodeó el obelisco y se detuvo ante la puerta de un McDonald's. La ciudad era allí tan distinta que no pertenecía a ningún tiempo: era como si el tiempo se perdiera a sí mismo, interminablemente. Debajo de las luces de propaganda se abrían espejos enormes que sólo reflejaban su propio vacío. Camargo dio en la rodilla de Reina una palmadita de cazador curtido y dijo: El final de este libro es necesariamente imposible. Con los años, Espósito recordaría las últimas horas de aquella larga noche como un hombre que trata de reconstruir un sueño ajeno, sabiendo que nada de lo que imagina corresponde esencialmente a lo que el otro intenta contarle; sabiendo, sobre todo, que la verdad de los sueños ni siquiera puede ser comprendida por el que ha soñado, porque esas imágenes absurdas, esos rostros vagamente familiares, esas situaciones imposibles, sólo tienen significado en el ámbito y en los paisajes del sueño, según otras leyes, que están más allá de nuestra razón y con un lenguaje que no es el de la vigilia. Nada de esto está sucediendo ahora, pensó al volver del planetario; y también: Hace años que me fui de esta casa. Dos ideas que no significaban nada y que, sin embargo, en aquel momento, tuvieron la solidez de una certeza que no exige ni admite la menor demostración. También pensó que si esto era lo que se llama estar borracho no resultaba muy agradable. La casa y la poca gente que quedaba parecían ir diluyéndose, como una acuarela bajo el agua. Todo era un poco más lento, más apagado, más incierto de lo debido. De tanto en tanto, un sector de la realidad parecía destacarse imperiosamente, como si algo gritara desde allí. Las manos de Graciela, por ejemplo. Ella había dicho que debía hablar con Mariano pero estaba hablando con Patricio. Esteban vio el movimiento circular, lento, con que los dedos de Graciela acariciaban el camafeo sobre su pecho. Duró un segundo. Ella giró la cabeza y desde allá miró a Esteban. Apartó la mano, le sonrió. La forma de una hoja puede servir para reconstruir un árbol y hasta una especie entera, o, un hueso mínimo, un animal extinguido hace milenios. Ciertos gestos casi imperceptibles son algo así. La puerta se abrió del todo, y vi una luz cálida y un fuego que hacía cracl cracl cracl. -Entre -dijo elveco-, no importa quién sea. Dios lo asista, pobre víctima, y veamos qué le pasa. -Entré tambaleándome, y esta vez, hermanos, no representaba una escena, porque me sentía realmente acabado. Esteveco bondadoso me pasó lasrucas por losplechos y me llevó al cuarto donde ardía el fuego, y entonces comprendí en seguida por qué elslovo HOGAR sobre la entrada me había parecido tan familiar. Miré alveco yél me miró con bondad, y entonces lo recordé bien. Por supuesto, él no podía recordarme, porque en aquellos tiempos yo y mis supuestosdrugos hacíamos todas nuestrasbolchesdratsadas, juegos ycrastadas con máscaras que eran disfraces realmentejoroschós. Era unveco más bien bajo, de mediana edad, treinta, cuarenta o cincuenta años, y llevabaochicos .- Siéntate al Iado del fuego -dijo-, y te traeré un poco de whisky y agua caliente. Dios mío, alguien estuvo golpeándote con verdadera saña. -Y me echó una mirada compasiva a lagolová y ellitso. –La que yo te curé. –Muy bien -dije, poniéndome de pie, y las lágrimas seguían corriéndome-. Ahora sé cómo están las cosas. Nadie me quiere ni me desea. He sufrido y sufrido y sufrido y todos quieren que siga en lo mismo. Ahora lo entiendo. –A las diez. Dejales tu teléfono a las secretarias. Ellas después te avisan cuál es el restaurante. –¡No! –Hablábamos de los autodidactas -dije sorpresivamente, retornando de golpe una cuestión que parecía terminada, como quien finge atarse los zapatos y levanta del suelo un adoquín, y lo muestra-. Este hombre, fíjate, adivinó que no soy universitario. Me dio justo en el complejo. Tomemos un café en el barcito. –Yo no. Hay que sentirse muy culpable para matarse. Con eso tuvo, se calló. Nadie desde que el mundo es mundo le había dicho verdad más amarga. Tomamos por Junín rumbo a La Playa, esa avenida donde una tarde como ésta me había matado a mi niño, y de paso a mí. Me ofreció un pastel de la bolsa pero no se lo quise recibir. Sin sospechar él nada iba comiendo pasteles y pasteles que iba sacando de la bolsa. "¿Tú ya conocías a ése?" le pregunté refiriéndome a La Plaga, a quien habíamos dejado atrás. "Aja", contestó con la boca llena. "¿Porque también es de tu barrio?" "Aja", volvió a contestar, asintiendo con la cabeza, y siguió comiendo pasteles. Siete.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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