15 de enero de 2025
Comentario destacado
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El Vesubio,leí. Un cartel de latón con el dibujo en colores de un volcán.El corazón de Nápoles en el centro de Córdoba.Eso, en la vereda enfrente, ante lo que parecía ser una cantina o una trattoria; en esta vereda, el Colegio Monserrat, su portalón cribado de remaches, sus paredes amarillas y sus rejas. Y, aferrado a las rejas, el fantasma de Monteagudo buscando eludir la vigilancia del todavía más remoto fantasma del obispo Duarte para cruzar hasta El Vesubio y comerse una porción de muzzarella. Alrededor del volcán, y sobre su cráter, el Mediterráneo y el cielo eran azules como los ojos de Julia Felice; del cráter brotaba una suerte de humito alegórico. Fue tan inesperado que me ofendí. Cinco La noche anterior había visto una larga fila de monjes en la ciudad del pasado con la que soñaba siempre. Le gustaba pasear por esa ciudad parque sabía orientarse en ella como si jamás hubiera conocido otra. Puentes, pasajes, mercados ruinosos que flotaban a la deriva en grandes lagos de sal, relojes que marcaban la misma hora eterna: ciudad sin árboles y sin fin, con un sol sucio y noches claras como el día. En las calles del centro se abrían unas cavernas que eran -Camargo lo sabía- hoteles, celdillas iluminadas por velas de cera espesa. A uno de esos hoteles estaban entrando los monjes. Los vio, eran miles, mientras la luna caía en el horizonte de la ciudad como una pelota, y él corría entre astillas de luz a ponerla otra vez en su sitio. Los monjes cantaban en sordina y su ronroneo no lo dejaba en paz. Estaba empujando a la luna por un puente de madera cuando lo despertó el celular del diario. Eran las dos y media o las tres. Brenda dormía en la cama de al lado, boca arriba, la cara cubierta por una repugnante crema de almendras. Aún ignoraba que su madre empezaba a morir al otro extremo del mundo, aún ignorabas vos, Camargo, todo lo que estaba muriendo aquella noche. El celular insistía. Tardó en reconocer la voz del editor nocturno, deshilachada por el cansancio. –Me alegro por él. Que haga mucha caridad. –Qué soldaditos. –Entre el Eufrates y el Tigris -dijo Santiago-; el viejo jardín del Abuelo. -Le dio el último mordiscón a su especial de salame y queso. -Qué asquerosidad es comer después de comer. –Lo comprendo, joven -dijo el doctor Cantilo-, no crea que no lo comprendo. –Sí, me abandonó -dijo elveco, congolosa más fuerte y amarga-. Sí, murió. Fue violada y golpeada brutalmente. La impresión fue terrible para ella. Ocurrió en esta misma casa -continuó, y le temblaban lasrucas, que sostenían la bayeta-, en ese cuarto, al Iado. He tenido que endurecerme para continuar viviendo aquí, pero ella hubiese deseado que yo siguiese en el sitio donde todavía perdura su fragante recuerdo. Sí sí sí. Pobre muchachita. -Pudevidear claramente, hermanos míos, lo que había ocurrido aquellanaito lejana, y alvidearme en esa escena, sentí náuseas de nuevo, y lagolová empezó a dolerme. Elvecovideó que pasaba algo, porque ellitso se me quedó sin el crobo rojo rojo, muy pálido, y él podíavideármelo bien.- Ahora, vete a la cama -me dijo bondadosamente-. Tengo lista la habitación de los huéspedes. Pobre pobre muchacho, seguramente ha sido terrible. Una víctima de los tiempos modernos, lo mismo que ella. Pobre pobre pobre muchacha. Desde hace días, Camargo ha prescindido del chofer que lo llevaba de un lado a otro. Ahora maneja él mismo los automóviles del diario, para disimular sus visitas a la calle Reconquista. En verdad, podría caminar las pocas cuadras que separan su despacho del departamento. Pero, yendo a pie, no podría darsecuenta de quién lo sigue. –Muy bien, señora. Si no quiere ayudarme, llevaré a otro lado a mi doliente amigo. -E hice un guiño a misdrugos para que se estuviesen calladitos, mientras yo seguía hablando: -Está bien, viejo amigo, seguro que encontraremos en otro sitio alguna buenasamantina . Quizá no sea justo censurar a esta anciana señora que se muestra tan suspicaz, con tantos granujas y vagabundos que andan por la noche. No, realmente no podemos criticarla. -Esperamos nuevamente en las sombras, y yo murmuré: -Bueno, vol- vamos a la puerta. Me alzo sobre losplechos del Lerdo. Abro la ventana y entro. Luego le tapo la boca a la viejaptitsa y abro a los demás. Sin problemas. -Yo estaba demostrando que era el líder y elcheloveco que tenía ideas.- Vean -dije-. Sobre la puerta hay unjoroschó reborde de piedra, justo para misnogas . -Todos lo videaron, se me ocurrió que con admiración, y dijeron y afirmaron cierto cierto cierto en la oscuridad. Además, digo yo ahora, ¡para eso está la caja torácica! –Se puede saber lo que te pasó? Todos los hombres nacen con ellos; con la infección enquistada, pero defendiéndose del antropófago cangrejito con una sutil envoltura de calcio, que a veces lo apacigua. y con el genio bostezando como un querubín dentro de un huevo. Sólo habría que provocar, deliberadamente en este caso, el del querubín, la ruptura del cascarón. Contraer la enfermedad espléndida. Del mismo modo que un organismo famélico, defendiéndose del agotamiento, acaba por comerse la película que envuelve al canibalito. –De altísimo, doctor: se acuesta con cuchilleros. Lerdo se acercó a ladébochca, que seguía haciendo crich crich crich, y le sujetó lasrucas a la espalda, mientras yo le desgarraba esto y aquello, y los otros largaban los ja ja ja, y vimos que tenía unos buenosgrodosjoroschós, que exhibían unosglasos sonrosados, oh hermanos míos, entre tanto yo me sacaba los pantalones y me preparaba para la zambullida. Mientras me zambullia pudeslusar los gritos de sufrimiento, y alveco escritor lleno de sangre que Georgie y Pete sostenían y que casi se soltaba, aulIando comobesuño las palabras más sucias que yo conocía y algunas que él estaba inventando. Después de mí era justo que le tocase el turno al viejo Lerdo, y lo hizo resoplando y jadeando como una bestia, sin que se le moviera un centímetro la máscara de Pebe ShelIey, mientras yo sujetaba a lafilosa. Después hicimos cambio de parejas, el Lerdo y yo aferramos al baboseanteveco escritor, que ya no luchaba casi, y apenas musitaba algúnslovo aquí y allá, como si estuviese muy lejos, en el bar donde sirven la leche-plus, y Pete y Georgie tuvieron lo suyo. Luego, todo se serenó, y nosotros estábamos llenos de algo parecido al odio, de modo quecracamos lo que todavía quedaba sano -la máquina de escribir, la lámpara, las sillas- y el Lerdo, como era ya típico en él, apagó el fuego orinando y se disponía a cagar sobre la alfombra, pues por allí abundaba el papel, pero yo dije no. -Fuera fuera fuera -aullé. Elveco escritor y suchina no estaban realmente en sus cabales, lastimados, ensangrentados, y haciendo ruidos. Pero vivirían..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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