15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Después de la travesía a Colombia, la mujer ha viajado sola dos veces, a Santiago de Chile y a Caracas, con el pretexto de otra investigación confidencial sobre el tráfico de armas. Vos y ella acordaron encontrarse en Santiago: saldrías una mañana de sábado, ignorando los llamados cada vez más angustiosos de Diana desde el hospital: Ya no saben cómo bajar la fiebre, papá. No podas imaginar qué débil está, qué triste. ¿Por qué no venís, papito? Apenas se despierta, la pobre Ángela pregunta si ya has llegado». Ibas a regresar de Chile el domingo al caer la tarde, dejándolo todo sólo para estar con la mujer, pero la noche del viernes, cuando la llamaste para que supiera a qué hora debía esperarte en el aeropuerto, ya se había ido del hotel y su teléfono celular estaba desconectado. De todas maneras viajaste a Santiago, perdiste como un imbécil horas y horas rastreándola en los ministerios y en las guarniciones militares, avergonzándote ante tus amigos de El Mercurio y de La Tercera en busca de alguna pista: todo en vano. IA qué extremos de humillación te había llevado? ¿Quién habría podido imaginar que alguien como vos, al que jamás nadie osaría dejar esperando en el teléfono, iba a perder la calma por el silencio de un insecto como ella? –¿Por qué estás bien? No podes estar bien después de lo que ha pasado. Desde el morro del Pan de Azúcar hasta el Picacho vuelan los gallinazos con sus plumas negras, con sus almas limpias sobre el valle, y son, como van las cosas, la mejor prueba que tengo de la existencia de Dios. Pero el gran personaje del Admiral Jet no era Dick sino Sam, otro hijueputa: una trituradora de basura malgeniada y megalómana que oficiaba en el sótano. Todo lo que le tiraban por los botaderos de basura de los siete pisos -jeringas sin heroína, revistas pornográficas, toallitas vaginales, calzoncillos cagados, tenis apestosos, sobras de comida, empaques de leche, cajas de cartón, botellas, latas, tarros, trapos, fetos- todo lo trituraba con un rugido de huracán y nos lo devolvía comprimido en bolsitas. ¡Lo que pesaban esas putas bolsitas! Cien kilos, doscientos, medía tonelada, una, dos. Y medirían cuarenta centímetros si acaso… Entonces entendí lo que eran los agujeros negros del universo: la materia comprimida hasta alcanzar una densidad demoníaca. Del mismo modo que lo que le dan, querido amigo, cuando usted compra un apartamento es aire encerrado entre cuatro paredes, así el átomo no es más que unos suspiros de electrones girando en torno a un núcleo minúsculo y separados de éste por nada, por una nada inmensa, gigantesca, monstruosa, como la que hay entre las estrellas, la nada de Dios. Pero Sicardi inclina la cabeza y retrocede hacia la puerta sin volver la espalda. –A las ocho y media. –No vas a tener problemas. Sé que te van a dejar entrar -dijo Camargo-. Lo que no sé es qué podés hacer cuando estés adentro. Cuando emprendía la bajada, sin decir agua va ni mediar provocación ninguna (¿porque quién alborota esta furia?) se soltó el aguacero. Quiero explicarle por si no lo sabe, por si no es de aquí, que cuando a Medellín le da por llover es como cuando le da por matar: sin términos medios, con todas las de laley y a conciencia. Es que aquí no se puede dejar vivo al muerto porque entonces a uno lo quedan conociendo y después el muerto es uno, cosa grave para uno en particular pero alivio para los demás en general. Por eso los que caen a la "policlínica", el pabellón de urgencias del Hospital San Vicente de Paúl, nuestro hospital de guerra, es a que les cosan el corazón. A todo se le llegaba pues su día, su muerte. Los engranajes del destino girando inexorables me habían traído, con el engaño de la lluvia, a la iglesia de San Antonio de Padua, la de los locos. Y no lo digo por mí que sé dónde estoy parado, lo digo por ellos, sus dueños, los mendigos locos que duermen afuera bajo ese puente cercano que es un cruce de vías elevadas y que vienen al amanecer, cuando arrecia el frío, a la primera misa y a pedirle a Dios, por el amor que le tenga a San Antonio, un poquito de calor, de compasión, de basuco. Momir se inquieta cuando recibe los documentos. El pasaporte para una y el pasaje para otro son inútiles por sí solos. Así no era el trato, te dice, o suponés que te dice. Así son todos los tratos, le respondés: voy a darte el resto cuando cumplas con tu parte. –¿Cuántos días de vida supone que le que dan? El techo del apartamento de Darío, capitel de su edificio, corona etérea de Bogotá junto a las nubes del cerro de Monserrate desde donde Cristo Rey preside, era una coladera. Una solemne, una irredenta coladera que tras la lluvia le cagaban las palomas. No sé si entre aquellas casitas campesinas que quedaban estaba la del pesebre, o sea, quiero decir, la del pesebre más hermoso que hayan hecho los hombres desde que se estableció la costumbre de armar en diciembre nacimientos o belenes para conmemorar la llegada a esta mísera tierra a un establo, auna pesebrera, del Niño Dios. Todas las casitas campesinas de la carretera, desde que salíamos caminando de Santa Anita hacia Sabaneta tenían pesebre, y abrían las ventanas de los cuarticos que daban al corredor delantero para que lo viéramos. Pero ningún pesebre más hermoso que el de la casita que digo yo: ocupaba dos cuartos, el primero y el del fondo, llenos de maravillas: lagos con patos, rebaños, pastores, vaquitas, casitas, carreteritas, un tigre, y arriba de la montaña, en lo más alto, la pesebrera en la que el veinticuatro de diciembre iba a nacer el Niño Dios. Pero estábamos apenas a dieciséis, en que empezaba la novena y en que hacíamos los pesebres, y faltaban exactamente ocho días para el día, la noche, más feliz. Ocho días de una dicha interminable en espera. –«Se estrelló un Concorde en Paris: 113 muertos.» Y abajo: «Cayó sobre un hotel. Iba a Nueva York. Es el primer accidente del avión supersónico». –Que estoy deslumbrado..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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