15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Maestro adelantó la cara y habló en voz baja, marcando las sílabas: –Con mucho gusto me ocuparé de eso, señor. Mitchum, escribía Reina, trató de ilustrar esa idea al exhibir, en una prodigiosa escena deLa noche del cazador, las falanges de sus manos tatuadas con las palabras Love y Hate, Amor y Odio, entrecruzándolas para explicar las batallas eternas entre el Bien y el Mal. Camargo sabía que el dato era falso: los gnósticos habían inspirado no a Mitchum -hombre de lecturas precarias-, sino a Charles Laughton, el director del film. De todos modos, la digresión era inoportuna y de ningún modo iba apublicarla. A Camargo le daba lo mismo que Jesús hubiera tenido un gemelo o una hermana melliza, o tres. Ya nadie podría cambiar la dirección en que se había movido la historia de la especie humana. Y además, en plena guerra con el presidente, no era momento para abrir otro frente de conflictoirritando a los obispos de la Iglesia, que llamarían blasfemia a lo que era sólo una cándida provocación. Me levanté, dispuesto a saltarle encima y, acogotándolo, obligarlo a confesar. El problema era, confesar qué. Entonces, con increíble desfachatez, él murmuró que respecto de la primavera, no del verano sino de la primavera, recalcó, debía decirme que no experimentaba su influjo en lo más mínimo. Se rio. Yo todavía no convine nada. –¿Qué se podía hacer? Desaparecías. Faltaste más de tres días sin avisar. No te encontrábamos por ninguna parte. La naranja mecánica exprimida de nuevo –¿Quiere decir que tendré que aguantar…? Es decir, ¿otra vez esas…? Oh, no -dije-. Fue horrible. –Acaso algo está por venir? Ahora la ha puesto de espaldas. Avanza las imágenes a voluntad, despacio, una por una, tratando de adivinar qué hay más allá del cuerpo, qué espacios del alma se abren al otro lado de estos bordes físicos que no puede traspasar, cuáles de sus recuerdos, aflicciones y felicidades se ocultan al escrutinio de la cámara. Se detiene en este lunar de la pierna y en la casi invisible mancha rosada que se extiende al centro de la espalda, junto a la espina dorsal, y luego va más rápido, se abre paso hacia las nalgas, se mueve con tanta ansiedad que los muslos de la mujer, cuando ella se despereza, parece que estuvieran temblando. El efecto de aceleración de la imagen es sin embargo imperfecto, la irrealidad se despierta en él como el aleteo de un pájaro inoportuno y, aunque extiende las manos para tocar a la mujer, sabe que ella no está ahí, que su cuerpo es sólo un dibujo de la luz sin olor ni sabor, y que alguna vez tendrá que contarle todo lo que ha hecho con esas imágenes y todo lo que esas imágenes le han hecho. Un cardenal afeminado no es un príncipe de la Iglesia, es un travesti, y su sotana una bata: así la siente. Bueno, lo último que quería hacer aquí esta eminencia nuestra pontificable antes de que se tuviera que escapar a Roma, era venderle al narcotráfico los predios de la Universidad Pontificia Bolivariana, que no era suya pero que valen una millonada, para comprárselos en joyas. Más joyas para él. Yo me lo imaginaba poniéndoselas ante un espejo de cristal de roca renacentista para irse luego a divisar, todo enjoyado, a la ciudad santa desde Villa Borghese. A ver volar palomas sobre las cúpulas, y entre esas palomas el Espíritu Santo. ¡Él allá disfrutando de semejante espectáculo, y yo aquí viendo volar gallinazos sobre los botaderos de cadáveres! No podía dormir de la indignación, no podía conciliar el sueño, no podía pegar un ojo. Desde un punto de vista estrictamente religioso, para acabar con este espinoso tema, yo prefiero a un cardenal cínico perfumado un cardenal humilde maloliente, que huela a rayos, que huela a diablos. La casera recogió los platos y el zumbido del polvo se fue apagando a medida que la noche ocupaba más y más el lugar de todas las cosas. A través de las ventanas se veta el movimiento lejano de lámparas que iban y venían. Los peones, pensó Reina. Patricio andaba siempre de viaje por Europa y Mariano vivía casi todo el tiempo con nosotros. Por las tardes sólo estaban las muchachas que trabajaban en la casa y los más chicos, Mariano y yo jugábamos a los exploradores en el parque, muy viejo y muy descuidado, que era hermoso porque ya no era un parque. En el fondo, detrás de los eucaliptos, había un yuyal alto donde solían anidar los gansos de la Quinta Verde. Y un día, siguiendo el camino de los gansos descubrimos las Malvinas. Había dos, exactamente. Dos redondelas limpias en el yuyal más alto que nosotros. No eran nidos, eran mucho más grandes que nidos, eran dos islas. Una para Mariano y la otra mía. Les pusimos las Malvinas porque nunca habíamos oído de otras islas y las de los cuentos no se llamaban de ninguna manera, eran nada más que la isla, o tenían nombres que no significaban nada. No sé qué hacía Mariano en la suya, pero me acuerdo de mí, de la redondela mía del cielo y de mi cuerpo de espaldas sobre la tierra. Me quedaba horas y horas mirando pasar las nubes o esperando ver cruzar unos de esos lentos pájaros que vuelan como si volaran bajo el agua, horas enteras mirando el cielo a veces tan transparente y vacío que de veras parecía un mar quieto,y entonces la espera de una nube o un pájaro era esperar un barco que viniera a mi isla a rescatarme, hasta que la vela de un ala o una proa blanca aparecía muy despacio por uno de los bordes, allá arriba, y yo les gritaba en silencio socorro socorro pero el viento siempre los empujaba a buscar otras islas, tal vez la de Mariano, entonces yo volvía a esperar y no había nada más terrible ni más hermoso que esa espera, ese estar segura de que alguien llegaría por fin a mi isla, el miedo de que no me reconociera. No íbamos siempre ni siempre las encontrábamos, había que descubrirlas cada vez, tramar el viaje en la leñera, dibujar una rosa de los vientos en la tierra. Otras veces no hacía falta nada. Cuando menos lo imaginábamos y alguna de las muchachas de la casa gritaba entren todos a abrigarse o no se acerquen a la acequia, o nos buscaban porque andábamos escarmentando con mis primas a los más chicos o trepados a los árboles, me acuerdo de cómo y sin saber por qué nos mirábamos con Mariano y decíamos vamos a descubrir las Malvinas, no necesitábamos decirlo. Nunca supe qué hacía Mariano en su isla, tal vez hasta se aburriera un poco porque era nada más que varón y más chico, pero me acuerdo de mí, de la redondela mía del ciclo y de mi cuerpo sobre la tierra húmeda y, cuando hay viento, del rumor del viento entre los eucaliptos, y aunque entonces no pudiera sentirlo, me recuerdo como apoyada sobre la espalda del mundo, sé que era eso, la tierra palpitante debajo de mi cuerpo, papá en algún lugar de la casa y el ciclo que giraba alrededor de mi isla mientras el pasto alto y verde se ondulaba arriba como un túnel de borde suave. Un día, no sé cómo, las tías mayores se enteraron. Creo que lo contó Mariano o tal vez se lo sacaron a Mariano. Hablaron de lugares donde anidan los gansos y está el peligro de las víboras y Mariano contó todo y la tía Elenita dijo vamos a ver qué es esta imprudencia, como si tuviéramos poco con el accidente de ese alocado y los llantos de Ana Laura, a quién se le ocurre limpiar un arma a las tresde la mañana, vamos a ver qué es esa historia de la isla. Así me enteré de la muerte de papá y de que la tía Elenita sabía mucho de juegos pedagógicos y adecuados para las niñas, fue a ver las islas, dijo no, esto es un pajonal, volvió con el jardinero y un rastrillo y una azada, y limpiaron todo, por eso te digo que esto empezó ahí o tal vez el último verano del Faro, o a lo mejor ni siquiera se puede decir que nada haya empezado nunca, limpiaron todo, Esteban, pusieron unas hamacas y nos dieron bolsitas de colores con semillas para que las sembráramos, unas hamacas y un juego de croquet, o a lo mejor todo ya había terminado para siempre muchísimo antes…) –En serio -dijiste. ¿Por qué decías en serio? –Vení. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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