15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Las lanzas de la verja de fierro, iluminadas por el fuego, parecían moverse. Como una larga línea tendida para una batalla. No era difícil imaginar al abuelo galopando de un extremo a otro ("lo aprendió de los indios", dirá Verónica) arengando a aquellos gauchos inmóviles que no entendían ni necesitaban entender sus gritos. El caso es que una mañana de1821 el abuelo pasó por encima del ejército de Lamadrid y una semana más tarde lo corrió a Bustos hasta el límite de Córdoba, y en alguna pausa de aquella carnicería se entrevistó a solas con Estanislao López, que todavía era su amigo, y allí recibió la primera sorpresa. Algo pasó y nose entendieron. La segunda sorpresa la recibió en Ojo de Agua. Laureano volvía sobre Córdoba para unirse, o eso creía, con los montoneros de Ramírez y en ese momento se le apareció la mujer, Aasta. Bajó muerta de risa de una especie de calesa, vestida y enjoyada como para una función de la Ópera de Estocolmo y le dijo algo así como que quería ver con sus propios ojos en qué correrías andaba Laureano. "¿Y el chico dónde quedó?", preguntaron Esteban y Laureano. "Con mi familia, en Salta", contestaron Verónica y Aasta. Pero Esteban no debía imaginar que esa llegada era algo tan romántico o fuera de lo común, en la Argentina de aquellos tiempos bárbaros. La Delfina, sin ir más lejos, se ponía un uniforme de dragón y lo acompañaba a Ramírez en las batallas. Cómo que quién era la Delfina. "Era la portuguesa, la mujer de Pancho Ramírez", explicó Verónica, "vos sosignorante en serio; en aquel tiempo todo el mundo peleaba acompañado por una mujer. Mira Damasita Boedo, o Juana Azurduy." Flor del Alto Perú, dijo Esteban, en este mismo momento estoy oyendo la zamba. Y miró hacia la casa. Vos acababas de llegar a la puerta de entrada, el señor alto había desaparecido de la ventana. Vio, en cambio, la silueta de Bastían… Reina sintió que las palabras iban cayendo con alivio una al lado de otra, en un orden que tal vez tenía siglos pero que para ella era nuevo. Le pareció que esas palabras encajaban, después de haberse buscado durante mucho tiempo. Papi: hemos vivido y muerto en el error, hemos sido limpios, claros, honrados. En premio sigue el cielo. Será sentarnos pues a oír cantar con sus arpas los querubines. A vos que te toquen tu pasillo «Tierra Labrantía». A mí la «Gran Cantata de Satán». –No. Dentro de ocho años tendrías mi edad de ahora. –Pero si a mí no me parece mal ese vicio. Miguel Ángel, con lo fortachón que era, mal que mal también se hacía soplar la tuba, y eso no le quita mérito. O acaso yo digo que ese chico no maneja bien la rueca o el bastidor. Lo que me llama la atención es su nombre de Centauro. Fíjese que en mi pueblo había un enano que se llamaba Simón Bolívar, cómo puede ser. Y el doctor Pitto tenía una hija a la que le puso Elsa. Iba al colegio conmigo. Los chicos le llevábamos moscas, para ver si el sapito se las comía. ¿Se da cuenta de lo que puede la pila bautismal? Yo no me acostumbro a la realidad, señorita Etelvina. A que no adivina cómo se llama el mayor fabricante de artículos sanitarios del país, me refiero a inodoros y esas cosas, se llama Ortelli. Con ciertos apellidos no se puede fabricar masitas, hay que vender aparatos de poner enemas o inventar un supositorio gigante. Y el señor Custodio A. Fuertes, ¿a qué se dedica? Acertó. Tiene una cadena de negocios de cajas de seguridad. Al principio sorprende, como cuando uno descubre que elcottolengoestá en la calle Carabobo. Parece demasiado adrede. Hasta que por fin uno sospecha si no habrá un orden secreto en todo esto. Yo he cavilado mucho sobre el poder misterioso de los nombres. El profesor Matera es cirujano del cerebro, el Costa de la funeraria se llama Lázaro, hay otro funebrero célebre, de apellido Marchito. O por qué cree que Malatesta era anarquista. Para no hablar de los otros Malatesta, el marido y el cuñado de Francesca. Imagínese que usted hubiera sido religiosa, quiero decir monja, superiora de un convento. Sor Etelvina, o incluso sor Ethel. Claro que no siempre hay un orden. El caso de Simón Bolívar, el de mi pueblo. Lo formidable es cuando los propios padres colaboran con la locura. Todo el mundo sabe, por la Guía Telefó nica, que existen las familias Barriga o Culo, por nombrar las más clásicas. También hay Pie, Gamba, Gambastorda, y ni hablo de la prosapia de los Concha, más que nada chilenos. Si se sigue moviendo de ese modo y se pone colorada no hablo más. Me remito sólo a los Culo. Muy bien. Yo me pregunto, qué lleva a un integrante de la estirpe de los Fuertes a ponerle Dolores a su pequeña hija; o por qué el señor y la señora Grande bautizan a sus mellizas: Martirio y Suplicio. Y hecho esto, qué demonio de la perversidad hace que la primera de las niñas crezca y se enamore y se case con un integrante del clan Culo. Qué pasa en el alma de esa chica cuando firma por primera vez Dolores Fuertes de. Y por qué razón los hermanos Culo o dos primos carnales de esa misma familia, tienen que llevar fatalmente al altar a las mellizas. Martirio Grande de Culo. O Suplicio. Dígame un poco, señorita Etelvina, si por algún motivo una de ellas tiene que ir a la farmacia a comprar vaselina, pongamos que porque su marido es carpintero y quiere engrasar el serrucho, ¿usted cómo cree que interpreta la risita del cadete que la atiende? Ya ve. Que a Facundito le fumiguen el potrero no me incumbe. Pero a mí me parece que hay algo maligno en su nombre. Yo siempre quise escribir algo sobre el Brigadier General, y ahora cómo hago. Ese chico debería usar seudónimo o por lo menos afeitarse. –Me gusta esa idea pero no la entiendo. –¿Ves aquí, cerca al corazón? Una mañana me despertó el sol, que entraba por las terrazas y los balcones a raudales, llamándome. Y una vez más, obediente, obsecuente, le hice caso a su llamado y me dejé engañar. Me levanté, me bañé, me afeité y salí a la calle. Camino al parque del barrio de La América por la Avenida San Juan, en una cafetería que tenía el radio prendido me tomé un café. ¿Cuántos meses habrían pasado, cuántos años? Semanas si acaso porque seguía el mismo presidente, la misma lora gárrula leyendo con su vocecita inarmónica los mismos discursos zalameros, embusteros, que le hicieron. Repitiéndose, como si se hubiera detenido el tiempo. Cuando paró de retransmitirse el pajarraco deslenguado, el radio, reconfortante como un café caliente, oficioso y mañanero, pasó a darnos las noticias de la noche que acababa y las cifras de los muertos. Que anoche no habían sido sino tantos… La vida seguía pues. El veco replicó: –La guerra -dijo la Austin. –Martica -le dije entonces en la cocina-, papi ya no tiene remedio, y que siga sufriendo no tiene sentido. Lo voy a ayudar a morir. El atardecer se había quedado como en suspenso, las campanas y los truenos lejanos y los pequeños animales del crepúsculo parecieron enmudecer al mismo tiempo: un momento más y por fin sería de noche. Me pareció que volvías a nombrar a Mariano. Yo sólo oía el altoparlante y su música, sólo veía la piedra lapidaria de los amantes de mármol: ella de espaldas, blanca y titánica y con el culo al aire; él de frente, colosal, con su hojita de parra sostenida por la nada. Los brazos alzados de la pareja edénica cruzan sus manos en lo alto, porque evidentemente se aman. Me gusta imaginarte, Beatriz, piensa Esteban Espósito a setecientos kilómetros de la lápida, aunque ninguno de los dos haya vuelto me gusta imaginarte caminando sobre la grava de la plaza con tu sonrisa un poco irónica y cansada de los últimos tiempos, una sonrisa vagamente divertida y de algún modo victoriosa, mientras, de este lado del puente, yo meto la mano en el bolsillo y saco los anillos y me quedo mirándolos unos segundos en la palma de la mano. El helicóptero siguió su marcha hacia el monasterio, que dibujaba un cuadrado perfecto alrededor de un espacio sembrado de flores. El ala superior, donde se alzaba la iglesia, extendía su línea unos veinte metros hacia la izquierda, en una construcción de ventanas altas donde tal vez estaba el refectorio. El ala derecha se prolongaba hacia abajo otros veinte metros, para dar cabida a las celdas de los monjes más nuevos. Reina estudió el conjunto con cuidado. Suponía que, después de los rezos de Vísperas, había una procesión y que la figurilla de la virgen negra desfilaría bajo palio. –Por ser un bastardo que no tiene educación, y niduco de idea de cómo comportarse en público, oh hermano mío. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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