15 de enero de 2025
Comentario destacado
Powerpoint research paper
–Ya conozco a todos los pájaros que vienen aquí, menos ése. Entamborada siempre, llueva que truene, truene que diluvie, a perpetuidad, la desvergüenza de esa barriga loca sólo tenía un punto posible de comparación: su lengua soez que hijueputiaba a marido, hijos, vecinos, policías, curas, lo que se le atravesara: Con sus mullidos, aterciopelados pasos de silencio, sin levantar el polvo que la desidia de la Loca había dejado acumular, había entrado pues a mi casa, una vez más, la temida Muerte, mi amada Muerte, mi esperada Muerte, mi señora. Todo sucede tal como lo has previsto. La realidad nunca se te subleva, pero hay en ella intensidades que no debés descuidar. Si asoma alguna rebeldía en Momir, ya sabés cómo remediarla: bajo la manga de tu saco, sujeta por un tirante, llevás a tu alcance una navaja infalible. Más vale que no intente algún ardid porque vas a matarlo sin asco. Nadie lo echará de menos y la canalla que lo acompaña se cuidará de quejarse. Tampoco a la mujer de enfrente le has dejado margen para que se defienda: su destino está sellado y nada lo va a cambiar. –Mamama Albertina te puede contar de las inundaciones. –Muchachitas, me voy, hasta más tarde. A las diez viene una belleza del Central Park a visitarnos. ¡Y dejen la pichadera que ya no caben y se acabó el arroz! Y en el momento en que dejabas caer elúltimo terrón en mi taza supe que si yo tenía algo que decir, debía hacerlo ahora, porque todo el tiempo que me quedaba para hablar iba a terminarse apenas dejaras de hacer lo que habías comenzado a hacer en este preciso instante, de modo que en cuanto tomaste la cucharita y comenzaste a revolver lentamente mi café me zambullí de cabeza en el minúsculomaestrómnegro y dije que sí, que no tenías ni la más remota idea de la verdad que estabas diciendo, pero que sí; sólo que por casa cómo andábamos ¡mirada de sorpresa o dicho de otro modo, ¿vos habías estado viviendo realmente el acto de ir poniendo terrones de azúcar en mi taza, estabas de veras revolviendo mi café? Pero no debía interrumpirte, debías seguir haciéndolo, de lo contrario corríamos el riesgo de desvanecernos en el aire, en serio te lo estoy diciendo, y sobre todo y ahora espero que ir seas vos la que se enoje, cómo podías hacerme creer que estabas conmigo con tanta intensidad, pasión, entrega naturalidad, inocencia vital o como se llame tu modo de estar conmigo si al mismo tiempo podías percibir que yo estaba buscando algo (mirada de no entender), no digo buscando en la vida, digo en los bolsillos, muy bien, y que eso era exactamente lo que me pasaba a mí sólo que multiplicadopor cien mil, por un millón, cosa que de ninguna manera me parecía una virtud o un privilegio sino una desdicha, una tara, y puesto que habíamos llegado a este punto de la condición esencial de Esteban Espósito, pero no por mi voluntad quede bien claro, debía confesarte que yo había buscado como nadie una sola cosa en mi vida, la felicidad, hasta que una mañana o una noche me desperté en el infierno o en una cama ajena enfermo de una curiosa pestilencia que se llamatristitiaaunque le caben casi infinitos nombres y que desde ese día no pude volver a estar nunca ligado a mi propia vida, ni a la de nadie, y comencé a ser una especie de espectador de los otros y aun de los que amé y sobre todo de mí, sobre todo de mí, como si tuviera en la cabeza un fantástico ojo de mosca (gesto de leve repulsión) y al mismo tiempo viviera dentro de un ojo poliédrico, y entonces te ves, por supuesto que te ves, pero porque no podes dejar de verte, te ves riendo, amando, hablando por teléfono a tu hotel, y el único momento en que no te ves (dejaste de revolver el café y me miraste) es cuando te sentás a escribir diez rengloncitos de mierda sobre lo que imaginas que has visto, revolvé otro poquito por favor, y ahí es cuando te empiezan a ver los otros, los que dictaminan si tus diez rengloncitos sirven para limpiarse el culo o qué. Y esto se llama cantarChe gélida maninaen búlgaro. –¿Y ahora qué pasa, eh? Cabizbajo, como disculpándose por existir, Darío se hizo a un lado para que pasaran. Nunca lo sentí más perdido en esta vida ni más cerca de mi desastre. Su desconcierto se sumaba al mío, su fracaso al mío. Por lo menos papi se había muerto sin saber que él estaba contagiado de sida… –Creí que no tenía teléfono -dije, metiendo la cuchara en el huevo, sin pensar en lo que decía. Hoy, durante la tarde, pareció que definitivamente dejaría de llover. Lo temí. El silencio, no sé por qué -este silencio particular en el que no cuentan los gritos y rumores de la calle, los pasos y las voces en los pasillos, las puertas que se abren y se cierran, sino sólo el haber dejado de oír el golpeteo del agua enla persiana-, me desarraiga con brutalidad del pasado y me impide seguir escribiendo. Como si la lluvia, su fácil, su convencional tristeza de lluvia, presidiera de algún modo estas páginas o dotara a las palabras de un ritmo secreto que, al cesar, desbarata los rostros, las calles, los campanarios, los cafés, y, como en aquellas funciones de prestidigitación en mi pueblo cuando cambiaba la música, escamotea ante mis ojos lo que hasta hace un instante fue la ciudad y me instala con violencia en este cuarto de hotel y en una Córdoba desconocida con templos reales, veredas ciertas, plazas con árboles y tordos y parejas irrefutables, pero que es apenas una caricatura de la otra, mientras la verdadera ciudad se aleja de mí como esos sueños que nos abandonan al despertar. Releo entonces lo que llevo escrito y me pregunto si no es absurdo continuar esta crónica. Todo se magnifica ose deforma al escribirlo. Esta tarde entré en la biblioteca de la calle Colón y estuve a punto de acercarme a la señorita Etelvina, no sé por qué; nunca lo había intentado desde que he vuelto. Ella evitó mirarme. Firmé unos libros. Alguien preguntó por mí y me dieron un sobre.Acabo de saber que estás en Córdoba. Te espero.Un dibujo y una firma.Verónica.Fui. Llueve otra vez ahora y es de madrugada. Al regresar di un gran rodeo. Crucé por el puente de piedra. Lo imaginaba distinto: más ruinoso, más inolvidable. Verónica, en cambio, es idéntica a Verónica; pero tal vez sería mejor no haber ido. Un pórtico o unos pájaros negros, un puente de piedra, los leones de la Plazoleta del Marqués y hasta el derruido esqueleto de lo que fue una terminal de ómnibus son suficiente motivo de melancolía, no hace falta la gente. Melancolía o no sé, algo parecido al dolor, una vaga tristeza de sí mismos que caracteriza a ciertos hombres que tienen necesidad de regresar a lugares, pasar por antiguos zaguanes, sentarse en inmóviles plazas de ciudades o pueblos en los que quizá estuvieron sólo una vez, en los que pasaron una sola noche. Hombres para quienes una madreselva que todavía cuelga de un tapial es más importante que un rostro o que la mano retenida allí en otro tiempo, menos mortal que unos ojos cuyo color se olvida con más facilidad que el perfume nocturno por el cual, sin embargo, existen para siempre esos ojos, la mano, aquella cara. He vuelto a pueblos de espanto sólo por recobrar un ciclo aciago, que odié; he recorrido, siendo ya un hombre, las galerías de un internado sólo por tener otra vez miedo de las bóvedas, de los arcángeles amenazadores de la capilla y sus espadas del paraíso perdido. Como un criminal, me he apostado durante horas ante la puerta de una casa hoy deshabitada, esperando, casi ahogado de ansiedad, que ocurriese algo imposible y durante un segundo he llegado a sentir que aquella espera estaba sucediendo hacía años, y que justamente eso, ese cruce en el tiempo, era por fin lo imposible. Tal vez por cosas así no me reconozco en los vidrios de las ventanillas cuando viajo de noche: la cara transparente que me mira con cansancio no es la mía. Mi verdadera cara, mi antigua cara reflejada en vidrios de otros trenes, en tranvías desaparecidos, en aquel Ford destartalado y crujiente que una noche manejó mi padre por un camino de tierra, viaja por la sombra hacia lugares que sus ojos verán por primera vez, lugares donde sucederá algo terrible o hermoso, inacabado y siempre difícil de comprender, cuyo sentido necesito recuperar para encontrarme. Nadie busca a otro cuando recuerda, por más que lo haya amado; sólo intenta recobrar lo que tuvo cuando existía el otro. Creemos llorar a un muerto y lloramos por nosotros mismos. Creemos evocar a una mujer y sólo anhelamos sentir, ver, tocar, lo que sintió, vio y tocó nuestro propio cuerpo. La memoria es hermana de la muerte; hace vivir lo que fuimos a expensas de la verdadera vida, que sucede y se agota ahora. Sin embargo, para ciertos hombres no hay vida más intensa que ese perpetuo regresar, y tal vez algunos consiguen el milagro de instalar el pasado en el presente. Todo consiste en convivir ahora con los fantasmas de otros tiempos, traerlos de allá como se podría traer un objeto de un sueño, no dejarse seducir por sus sonrisas muertas y sus manos de niebla, arrancarlos de su ciclo a fuerza de palabras. Por eso al volver hoy de la casa de Verónica pasé por el puente de piedra y por eso me empecino en seguir escribiendo estas páginas, aunque a veces, al leer Graciela o Bastián o señorita Etelvina, tengo la impresión de estar ante un idioma cuyo significado profundo nosólo es imposible de transmitir a los demás, sino, incluso, imposible de ser descifrado por mí. De cualquier modo, he comprendido algo. Como ante una encrucijada, dos fuerzas antagónicas se disputaron hasta hoy el camino hacia el final de este libro: la necesidad de saber dónde estarías ahora, o con quien, y el opuesto e inexplicable deseo de no saberlo; el miedo de encontrarme con vos en cualquier esquina y tomar súbita conciencia de que pudieras existir fuera de mí, de aquellos dos días, y que tu cara real se interpusiera como una máscara a los rasgos que con tanto cuidado y amor han ido perfeccionando las palabras y los años. Esta noche supe que no vamos a encontrarnos, no al menos en estas calles ni bajo estas estrellas. También supe un desenlace. Verónica me contó hace unas horas un final para esta historia; uno, no importa cuál, porque ya no voy a escribirlo. Hay muchos más tan verdaderos como éste, y cualquiera da lo mismo. No importa si la realidad es más piadosa o más terrible, más verosímil o más grotesca de lo que yo quise imaginar en todos estos años. Hay una historia que será para siempre de Verónica, del mismo modo que existió una versión tan real como ésa, aunque más breve, que fue de Santiago. Inés supo una parte, aquella tarde, al pie de la escalera; la pobre señorita Etelvina, otra, sabe Dios cuál: quizá la que hoy le hizo bajar los ojos al verme. Y queda por fin ésta que sigo escribiendo ahora, la única que me está permitida y la única que algún día será verdadera, porque no está sujeta a las tristes leyes de la realidad ni sucede en el tiempo; la que empieza y acaba en aquellos dos días y de la que soy, infiel, el único testigo. Infiel, porque es condición de la palabra falsear lo que nombra, pero digno defe porque a muy pocos se les ha puesto un precio tan alto para llegar a la verdad de su propia fábula. Sé cuánto hay de imaginario y falso en lo que llevo escrito; ni las palabras que se dijeron entonces ni las cosas que sucedieron corresponden a las situaciones y a los diálogos que recuerdo o invento y de cuyo origen real sólo queda un matiz, una sombra, un eco que acaso repito casualmente; ni hay sin embargo otro modo mejor de restaurar aquello. Como si debiera terminar un cuadro ajeno según el testimonio de alguien que habla otro idioma, o de un loco. Tengo junto a mí un viejo cuaderno Leviatán, escrito a lápiz, donde una parte de la historia ya sucedió de alguna manera: es como un mapa o una hoja de ruta que cada vez se parece menos al camino que siguen estas páginas. Tengo un mapa verdadero de la ciudad, con el nombre antiguo de sus calles y el recorrido de tranvías queya no existen. Tengo, sobre todo, una libreta de notas que cabe en un bolsillo. La llevaba conmigo en ese viaje y es el único testimonio inapelable de aquellos dos días. Hay allí unos apuntes, marginales y de sentido casi secreto. Evocan una mancha en una pared; aluden a la forma equívoca y horrenda de un saco colgado en una silla. Hablan de Santiago, varias veces. Me recuerdan el título de una película que pasaban esa noche en el cine General Paz, un remolino de papeles y hojas secas en mi camino a la casa de Verónica. Hablan de Inés. Lo conmovedor en ella es su mirada, escribí: no los ojos, la mirada. Mira de un modo desolado y patético, como si estuviera reclamando de la gente actos grandiosos o perfectos. Las dos o tres veces que la he visto tuve la misma impresión, la de estar ante alguien que espera de mí o acaso de todo el mundo gestos heroicos o legendarios. Al comienzo de la tercera página dice: Graciela. Después, subrayada, la palabra marcas, en letras mayúsculas. En esa misma página hay un dibujo que representa la Plaza San Martín y las calles que la rodean; sólo que el Cabildo está donde debiera estar el Balcón del obispo Mercadillo y, junto al pasaje de las Catalinas, hay un signo de interrogación y la palabra verificar, lo que me hace pensar que lo dibujé en el hotel o quizá en Buenos Aires. XII A Camargo se le iluminó la cara, pero no respondió una sola palabra. Se puso otra vez el saco, que había arrojado sobre el sofá, y dijo: –Veterina. –Alta. Y agregó alguna cosa acerca de alguien, pero yo sólo retuve la palabra generosidad. El carretillero cayó al pavimento y al soltar las riendas el caballo paró. Un carro que venía a toda verraca, ventiado, se detuvo en seco contra el carretillero estripándolo pero no lo mató: no lo mató porque ya estaba muerto. Y perdón por la palabrita que grité arriba pero es castiza: son los mismos "hideputas" que dijo Don Quijote aunque elevados a la enésima potencia. De todos modos, con perdón. Es que los animales son el amor de mi vida, son mi prójimo, no tengo otro, y su sufrimiento es mi sufrimiento y no lo puedo resistir. A la abuela, que cuando yo era niño me tenía que inventar cuentos de brujas, de muchacho yo le tenía que inventar noticias. Mucho trabajo no me costaba teniendo como tenía afuera, de modelo, la realidad. Me quedaba siempre corto. A veces, para darle una tregua en medio de tanta tragedia y un asidero a la esperanza, le inventaba que el papá de un amigo mío, que era pobrísimo, se había ganado la lotería:.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

¿Por qué no te comprometes a tener devociones diarias con nosotros todos los días de este año? Regístrate al final de la página para recibirlas en tu correo electrónico todos los días. ¡Deja que Dios haga algo especial en tu vida! 

¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

  • Te llegará por correo electrónico diariamente o una vez a la semana, según elijas.
  • Le llevará a través de la Biblia en 6 años, frase por frase o tema por tema.
  • Llega a ti en pequeños fragmentos de unos pocos versículos cada día.
  • Podrás elegir cualquier versión de la Biblia que quieras leer con un solo clic.
  • Después de leerlo puedes escribir tus pensamientos y aplicaciones si así lo deseas.
  • Luego puedes hacer clic en mi comentario que incluye una explicación sencilla del contenido, una ilustración práctica y una aplicación personal.
  • Hay una página de oración y alabanza de los misioneros que cambia semanalmente.
  • Hay un versículo para memorizar semanalmente que corresponde con lo que estás leyendo.
  • Hay un lugar donde puedes escribir tus pensamientos o hacer preguntas diariamente.

Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

Continuar