15 de enero de 2025
Comentario destacado
Personal statement for masters
–¡Darío, niño, pero si estás en la tienda del cheik! Un enviado de los guerrilleros estaba esperándolos en el bar del hotel. Les explicó que Tirofijo o el Mono Jojoy o ambos no iban a llegar a tiempo al campamento y que sería mejor emprender el viaje durante el día en vez de arriesgarse a las emboscadas de las noches. Los trasladarían con los ojos vendados, pero podrían quitarse las vendas al cabo de una hora, cuando ya no tuvieran modo de orientarse en el laberinto de la selva. No podrían llevar cámaras fotográficas ni teléfonos celulares ni, por supuesto, nada que se pareciera a un arma. Reina había viajado con la consigna de llamar a Camargo dos veces al día. Habló con él por última vez para avisarle que su aparato iba a estar apagado y no sabía por cuánto tiempo. –Disculpe. Reina Remis. Soy fatal con los modales. El final de este libro es necesariamente imposible. Con los años, Espósito recordaría las últimas horas de aquella larga noche como un hombre que trata de reconstruir un sueño ajeno, sabiendo que nada de lo que imagina corresponde esencialmente a lo que el otro intenta contarle; sabiendo, sobre todo, que la verdad de los sueños ni siquiera puede ser comprendida por el que ha soñado, porque esas imágenes absurdas, esos rostros vagamente familiares, esas situaciones imposibles, sólo tienen significado en el ámbito y en los paisajes del sueño, según otras leyes, que están más allá de nuestra razón y con un lenguaje que no es el de la vigilia. Nada de esto está sucediendo ahora, pensó al volver del planetario; y también: Hace años que me fui de esta casa. Dos ideas que no significaban nada y que, sin embargo, en aquel momento, tuvieron la solidez de una certeza que no exige ni admite la menor demostración. También pensó que si esto era lo que se llama estar borracho no resultaba muy agradable. La casa y la poca gente que quedaba parecían ir diluyéndose, como una acuarela bajo el agua. Todo era un poco más lento, más apagado, más incierto de lo debido. De tanto en tanto, un sector de la realidad parecía destacarse imperiosamente, como si algo gritara desde allí. Las manos de Graciela, por ejemplo. Ella había dicho que debía hablar con Mariano pero estaba hablando con Patricio. Esteban vio el movimiento circular, lento, con que los dedos de Graciela acariciaban el camafeo sobre su pecho. Duró un segundo. Ella giró la cabeza y desde allá miró a Esteban. Apartó la mano, le sonrió. La forma de una hoja puede servir para reconstruir un árbol y hasta una especie entera, o, un hueso mínimo, un animal extinguido hace milenios. Ciertos gestos casi imperceptibles son algo así. –Yo lo guardé -contestaba desde arriba la Loca- Está en la nevera. En la noche borracha de chicharras bajó el Ángel Exterminador, y a seis que bebían en una cantinucha que se prolongaba con sus mesas sobre la acera, de un tiro para cada uno en la frente les apagó la borrachera, la "rasca". ¿Y esta vez por qué? ¿Por qué razón? Por la simplísima razón de andar existiendo. ¿Les parece poquito? No, si esta vida no es cualquier canto de pajaritos, yo siempre he dicho y aquí repito, y que el crimen no es apagarla, es encenderla: hacer que resulte, donde no lo había, el dolor. Cuando volvíamos de hacer nuestra cotidiana obra de caridad bajaba por San Juan un borrachito prendido gritando: Qué me pasaba, en efecto. Esa sí que era una buena pregunta. ¿Qué me pasaba? Visto a la distancia no es fácil de explicar. Pero a esta hora de la tarde, en este patio centenario, yo sé perfectamente qué me pasa. Me pasa que hay en Córdoba demasiadas cosas ambiguas y contradictorias, que no comprendo. No están sólo en Verónica, en vos, en Bastían o en Santiago, están en la ciudad, como si la ciudad entera con sus templos, sus clubes de putas, sus calles empedradas, sus frágiles construcciones de vidrio y aluminio junto a esas piedras y a esos árboles seculares, fuera el símbolo de algo secreto y peligroso que me ha tocado descifrar a mí. Eso no era paraél, jamás sería: había nacido a salvo del error. Cualquier cosa podía pasar al día siguiente, y para todo estaba preparado. Para todo, menos para lo que finalmente sucedió. Asintió con la cabeza y no dijo más. Y sin embargo, pese a los años transcurridos, aún me resuena en los oídos esa voz tumbal y hueca, sosegada, velada, de tonos suaves de terciopelo y asperezas de garlopa. Una voz inefable que me recuerda ¿la de quién? A ver, a ver, Alzheimer, ¿la de quién? ¿La de Hltler? No. ¿La de Churchill? No. ¿La de este puto Papa? No. ¡La de Xochitl! La reina Xochitl, reina de reinas, el travesti más portentoso que he conocido: Gustavo no sé qué ante el registro civil y a la luz del día, lenón de oficio al servicio de los más encumbrados funcionarios del PRI a los que les conseguía las mejores putas; voluminoso, carnoso, grasoso, hagan de cuenta un taquero, bastante innoble y vil él, aunque trabajo es trabajo. Pero en sus noches, ¡qué transfiguración! Gustavo se transmutaba en sus noches en la reina Xochitl, la reina de reinas, una mole del tamaño de la estatua de la Libertad y vestida como ésta de largo (a veces de verde esperanza, a veces de blanco de novia, a veces de negro luctuoso) y a la que una corte de travestis venidos de los cuatro rumbos del vasto México, del Bajio, el valle del Anáhuac, la península yucateca, la región Lagunera, le rendían pleitesía. No he conocido otra igual. Xochitl era la más bonita porque era la más horrorosa. Murió de una embolia, ahita de poder y sexo. Chasqueaba los dedos y corrían a atenderla cinco muchachones espléndidos que ya me los quisiera yo para mí. En fin, lo dicho, la difuntahablaba en vida con la voz con que me habló la Parca, poco y conciso para no ir a meter las patas. Los primeros párrafos no estaban nada mal y fluían con tanta naturalidad que el lector avanzaba sin darse cuenta al párrafo siguiente. Había en ella una conciencia del lenguaje de la que carecían los periodistas más presuntuosos y mejor pagados. Empezaba con una evocación de la infancia huérfana de Mitchum en Bridgeport, enumeraba después los extravagantes oficios de su juventud -matón de cabaret, promotor de astrólogos-, y describía con un par de trazos certeros las siete semanas infamantes de cárcel en Los Ángeles por fumar marihuana, luego de haber sido candidato al Oscar. A Mitchum lo había desvelado siempre el problema del Mal, decía Reina. Era un calvinista en busca de personajes detestables como los deCape Fear yEncrucijada de odios, interesado en demostrar cuán imposible era para Dios salvar a sus criaturas más ciegas. Reina dedicaba veinte líneas desafinadas, en el centro de la necrología, a comentarLa noche del cazador, en la que el difunto había desplegado todos los registros de su complejo arte. Camargo las leyó con alarma. Esas líneas confirmaban sus presentimientos. –Quiero a otro. No me puedo quedar. Al alma. ¡Que se iba a tirar! seguía viendo caras. –El lugar es lo de menos -dijo Santiago. Como revelación era doblemente molesta. Para vos, Bastián y yo, y en cuanto me descuidara, Santiago y yo, teníamos más o menos la misma edad, lo que me volvía casi matusalénico. La otra parte de la revelación era que según eso todos estábamos naufragando en la misma Nave de los Locos. La historia particular de Esteban Espósito, mi historia, estos instantes rarísimos y preciosos, mi vida, dejaban de ser un asunto personal, yo venía de cualquier parte e iba a cualquier parte junto con una multitud sobre la cual, si el ratón no estaba equivocado, ya actuaba además la amenaza del futuro. ¿Con ellos o contra ellos? ¿La historia escrita en letras mayúsculas o suicidarse? Pero precisamente, ahijadito… Me volví rápidamente hacia mi izquierda y alcancé a captar en la fila de atrás la mirada redonda y amarilla del doctor Urba, el párpado de uno de sus ojos, cerrándose hacia arriba, con un guiño cómplice de búho. Estas cosas no suceden en la realidad, así que no me inquieto. Precisamente, pierrot, la melancólica música del pasado de cada cual y del país entero,anchedel mundo, la dulce Beatriz que nos regalaba corbatas con caballitos de mar emblemáticos; la Plaza Irlanda y su monumento lapidario; la cabeza del abuelo Laureano Zamudio rodando por esos suelos y alcanzando a ver desde allí abajo, durante un segundo, su propio cuerpo descabezado tirando a ciegas unos hachazos, todo eso y lo que se avecina, la potencia organizadora del futuro,ya están acá, son este parpadeo entre dos fatalidades; ¿o no te das cuenta de que el mundo se derrumba y estamos creando un nuevo tipo de sobreviviente y que esa mutación se opera en cada uno de ustedes?, de ahí que cada cual la sienta como puede, como una bisagra de la historia o como metamorfosis, metafísica, metaéxtasis o metáfora… "Salute!", dijo el padre Cherubini llegando en ese preciso momento, "te refriastes, Lucero?". Hola, padre, dijo el profesor Urba. "Cosa fablan et argumentan in cathedra?" De la crisis de la modernidad y su influencia sobre el mulataje, dijo el astrólogo. "Vexilia regís prodeunt ínferni!", dijo el padre Cherubini, "andiamo al Vesubio a discutir il Pater Noster?". –Y vaya uno a saber. –¿De qué estás hablando? –No. Hoy es un día difícil. No le llamé para discutir..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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