15 de enero de 2025
Comentario destacado
Pay someone to write paper
A Camargo le asombró el cúmulo de horas que podía estar inmóvil ante el telescopio sin sentir el paso del tiempo. A veces se le acalambraban las piernas y le hormigueaban los dedos. Cambiaba de posición, sin apartar los ojos del lente, y persistía. Pensaba que, apenas descuidara la vigilancia de la mujer, ella dejaría de respirar. Más de una vez le había sucedido que, al poner su atención en una perro, en la calle o en el teatro, sentía que esa persona dependía de su mirada. Si por casualidad se distraía, a la persona le pasaba siempre algún desastre: se golpeaba la cabeza contra el marco de una puerta, o tropezaba y se caía, o era atropellada por un auto. –No se metía con nadie -dijo mi pe-, y la policía le dijo que no se quedara allí. Estaba en una esquina, hijo, esperando a una chica. Y le dijeron que se moviera, y él dijo que tenía derecho a estar allí, y entonces se le fueron encima y lo golpearon mucho. –Dieciocho, ¿eh? -dijo Pete-. Tan mayor ya. Bueno bueno bueno. Ahora tenemos que irnos -añadió, y le dedicó a su Georgina una mirada amorosa y oprimió una de susrucas entre las suyas y ella le devolvió una mirada igual, oh hermanos míos-. Sí -dijo Pete mirándome-, vamos a una pequeña fiesta en casa de Greg. –¡Lo único que nos faltaba! -exclamé en medio del bamboleo-. Que viniera este viejo marica de arriba a zarandearnos la casa. ¡Tumbála pues hombre a ver si sos tan verraco! ¿Ya te dieron los berrinches de Cristoloco que sacó a fuete a los mercaderes del templo, o qué? ¡Padre de semejante furia tenías que ser! Los editores volvieron de sus almuerzos sin la más leve luz sobre el suicidio de Valenti. Todas las fuentes estaban selladas, los hermanos del difunto no contestaban el teléfono, y nadie tenía el menor rastro de una carta final que quizá ni existía. Estaban desanimados y los estragos de la batalla se dibujaban en sus caras. Mientras el ascensor va del primer piso alúltimo y regresa, ponés en manos de Momir el pasaporte de la compañera y el pasaje que está a su nombre: Witold Witkiewicz, así se llama ahora. El tufo del sin techo es intolerable: quién sabe por cuánto tiempo quedará flotando en el ascensor, denso, tóxico. Las manos, callosas, tienen capas geológicas de mugre. Deberías acostumbrarte a la hediondez. Convivirás horas con ella esta noche. No se necesitó mucho para calmar a los dos soldados heridos en la comodidad delDuque de Nueva York,con grandes brandies (pagados con el dinero de misdrugos , pues yo había entregado el mío a mi pe) y una lavada con lostastucos mojados en la jarra de agua. Las viejasptitsas con las que habíamos sido tanjoroschós la noche anterior estaban otra vez allí, y seguían con los -Gracias, muchachos- y -Dios los bendiga, chicos-como si no pudieran parar, a pesar de que no habíamos repetido la escenasamantina . Pero Pete dijo-:¿Qué quieren tomar, chicas? -y les pagó café y menjunjes, pues aparentemente tenía bastantedengo en loscarmanos, así que insistieron más alto que antes con -Dios los bendiga y les dé salud, muchachos- y -Nunca les jugaremos sucio- y -Son los mejores muchachos que pisan la tierra, eso son. -Finalmente dije a Georgie: Y solo, sin amanuenses ni computadora ni Internet, no bien termine esta obrita de teología me voy a levantar el imponente «Inventario Detallado de los Muertos», los míos, completos, que presides tú, por supuesto, la siempreviva, la compasiva, la artera, mi señora Muerte, cabrona. Bienvenida seas a esta casa, mi casa, tu casa, en el barrio de Laureles, ciudad de Medellín, departamento de Antioquia, país Colombia, que es el cielo pero en infierno, y cuya puerta te abrió de par en par un día, o mejor dicho una noche, mi hermano Silvio: la noche en que se voló de un tiro la cabeza. Después fuimos siguiendo todos, uno por uno, como dicen que van cayendo las ovejas al desbarrancadero, aunque yo, la verdad, con tanto que he andado, vivido y visto aún no las he visto caer. –El problema es que sí estaba -dije. Esteban, en efecto, hacía ademanes más bien extraños. Como si tratara de ahuyentar a alguien por detrás de su espalda apartándolo repetidamente con las manos. La señorita Etelvina, intrigada, se puso en puntas de pie: estiraba mucho el cuello y oscilaba el cuerpo de derecha a izquierda intentando ver algo. Parece una cotorrita mirando pasar un desfile, pensó Esteban. Imagen que resultó muy superior a sus fuerzas y lo obligó a sentarse en el piso. –Caramba, las dos y media. No voy a poder mostrarle el planetario. Bueno, puede verlo por sí mismo, si quiere. ¿Qué le contesté? Que tenía razón. Yo me daba cuenta perfectamente de lo que él sentía. ¿Y sabe lo que me dijo? Me dijo: Lo raro de esto, Cantilito, es que vos, con esa cara, me entiendas a mí, pero yo no pueda entenderte a vos. La pieza que la radio alquiló para ellos, cerca de Retiro, había sido la enfermería para las apestadas de un viejo burdel. En el mismo espacio de seis metros por ocho se amontonaban una litera de dos pisos, una tina que servía tanto para bañarse como para lavar los platos y un hornillo Primus que despedía un olor infernal a kerosén. Abajo vivían unas mujeres que iban y venían todas las tardes por los pasillos con batas transparentes y estelas de perfumes ácidos que atraían a las ratas. Daban fiestas casi a diario, con la música a todo volumen, y la única vez que Camargo se atrevió a protestar las mujeres se le rieron en la cara. Una de ellas golpeó esa noche a su puerta para que le cuidara el hijo, y se lo entregó descalzo y en camisón. Al amanecer siguiente se lo llevó dormido, y regresó por la tarde con la bata desprendida, con la intención de pagarle el servicio, pero a Camargo se le quitaron las ganas apenas vio que tenía unos lunares blancuzcos de sarna en el vello de la entrepierna. –Si no deja de decir semejantes atrocidades, yo me voy Espósito la miró en silencio. La señorita Etelvina estaba a la expectativa, encarnada y ávida. Gran pausa. La señorita Etelvina no pudo más y dijo: –Era una elefanta -dije. –Ah, imposible. Después las llamo por teléfono. Ahora tengo que cortar. No, querido. Todo contra nada. Si sale cara, gano yo, si sale ceca, perdés vos. Es sencillo. Una vez aceptado a ciegas el contrato yo no he aceptado ningún contrato. XIX Todos los días, tres veces al día, me acuerdo de ti: cuando como, sin que mis dificultades para masticar disminuyan un ápice el amor que te tengo. ¡Para eso están las licuadoras! Además en un tratado de teología de la magnitud de éste no voy a armar un escándalo por tres dientes. ¡Ni que fueran dos ojos!.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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