15 de enero de 2025
Comentario destacado
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O sea queúnicamente a mí se me podía ocurrir el disparate de meterme en una librería a las nueve menos cuarto de la mañana. O en unnight-club.Duerma bien, pensé, coma bien camine mucho lo que usted tiene es hambre. Dije que en el fondo era una pena, pero qué le íbamos a hacer. Lo de las unidades Angstrom, lo de las combustiones químicas. Y el jujeño me rogó que me explicara mejor. El color de unos ojos o la calidez del cuerpo de una muchacha, o lo que pasa esta mañana con el aire, que todo eso pueda medirse o descomponerse en unidades Angstrom, que sea el resultado de algo que se intercambia entre unas moléculas. La famosa angustia es una cuestión orgánica, te comes un buen especial de mortadela o te tratan del hígado y adiós tristeza. –Ah, no -dijo el Lerdo, muy suavemente, como lamentándolo-. No debes hablar así. No hables más así,drugo. -Y me descargó unbolchetolchoco en elcluvo, y elcrobo rojo rojo comenzó a salirme goteando goteando de la nariz. Verónica se ha puesto de pie y va hacia la puerta del estudio. Da vuelta la cabeza y me mira. Hay miradas y miradas; ésta pertenece a las del segundo tipo. Estoy preguntándome cuántos años tendrá cuando ella, a su vez, quiere saber mi edad. Por alguna razón, me quito un año. Me doy cuenta de dos cosas. Que en los últimos minutos hemos estado sentados juntos, tal vez demasiado juntos; que debo levantarme y seguirla. El hall está en penumbras, tan vacío y ordenado como si nunca hubiera habido nadie en él. Mucamas y sirvientes sigilosos deben deslizarse como larvas por los rincones. O acaso nunca vi a ninguna de las personas que imaginé ver. Estoy por aferrarme a esta segunda hipótesis cuando, sobre un pequeño arcón de nogal, junto a la talla de una virgen de rasgos aindiados, descubro el pequeño libro de poemas de Poe que traía Inés. Oigo girar la llave de la puerta vidriera que da al jardín casi de inmediato, la voz de Verónica hablando por teléfono con alguien. Con una mujer, pienso. No entiendo las palabras pero el tono es confidencial, de logia. Y vuelvo a recordar la mirada de Inés, su candor. Entonces hice algo que, en ese momento, me pareció hermoso y hasta conmovedor, pero que hoy, mediatizado por los años y unido a lo que va a suceder dos horas más tarde al pie de ese viejo arcón, es poco menos que una obscenidad. Busco, en el índice del libro de Poe, un poema, el que transcurrein this kingdom by the sea,para qué voy a negarlo. Después de todo, el Esteban Espósito que organizaba estos milagros prealcohólicos tenía alrededor de veintisiete años y era, para decirlo en pocas palabras, un adolescente tardío; sobre todo con unos whiskies y anfetaminas de más antes de las cinco de la tarde. Pienso que la chica tiene que volver en algún momento para recuperar su libro. Junto al mar turquí. Un reino junto al mar turquí, ha escrito un poco enigmáticamente el traductor español. Bueno, tan mal no está. Turquí viene de Turquía y por alguna razón quiere decir azul oscuro. Turquesa. Cada uno ve el mar del color que quiere. Los griegos lo llamaban oinos. Marco la página con la cinta del señalador y lo dejo abierto a la deriva sobre el mar turquí, mar que ya ha comenzado a encresparse bajo nubarrones funestos. Pienso que la chica es muy capaz de no darse cuenta de lo que ha ocurrido en el pequeño reino de su libro. Sería una lástima. Lástima por ella. Lo bello es absoluto. En su cabeza se instaló de pronto la idea de fracaso y se dio cuenta de que a nada le temía tanto como a eso: no al fracaso con sus padres, porque ésa es una fatalidad de la que ningún ser humano escapa, ni al fracaso con Camargo, que tal vez podría ser reparado, sino con ella misma, con la imagen invencible que tenía de sí y que de pronto se venía abajo. ¿En qué se habría equivocado? Tanteó la llave de la luz: no servía. Por suerte, una lámpara a kerosén estaba encendida y aún titilaba, con la mecha agonizante. Se puso el vestido mexicano sobre el camisón y, al ir hacia la puerta, sintió un ligero vértigo, la sensación de que apenas viera a Camargo caería al vacío. –Así que ahora -dije- ustedes quieren que yo vuelva a casa, y que todo quede como antes. L'anus rolaire por su paciencia en este vuelo. En el oleaje de la multitud, entre un chisporroteo de veladoras y rezos en susurros entramos al templo. El murmullo de las oraciones subía al cielo como un zumbar de colmena. La luz de afuera se filtraba por los vitrales para ofrecernos, en imágenes multicolores, el espectáculo perverso de la pasión: Cristo azotado, Cristo caído, Cristo crucificado. Entre la multitud anodina de viejos y viejas busqué a los muchachos, los sicarios, y en efecto, pululaban. –¿De veras quiere saberlo? Entonces no vuelva a decir ‹das mujeres» ni tampoco diga «esas cosas». Hay hombres interesados en tejer y bordar. A mí me interesa la teología. –Darío, mandá a coger esas goteras. –Nada. Te nombro. –Bastián -dijo Espósito. Vamos, ya es hora, dice Camargo. Desde que ha llamado a Reina por teléfono, sólo puede pensar en la imagen de ella abriéndole la puerta y diciéndole: Volvamos a estar juncos. Hagamos de cuenta que nada ha sucedido. Dividir su inteligencia entre la mujer y el diario lo debilita. Ha caído una o dos veces en distracciones imperdonables. Jamás en el trabajo. Allísólo está irritado y menos tolerante, pero su talento sigue intacto. Ha reescrito con pasión una crónica sobre el choque de dos avionetas en el cielo de Chacabuco, la ciudad de llanura que atravesó la noche en que iba al encuentro de Reina, en la Azotea de Carranza. Ha logrado que uno de sus periodistas entreviste a Vladimiro Montesinos, el monje negro del Perú, en el avión donde regresaba a Lima desde su exilio panameño. Cuando examina las ediciones de El Diario por la mañana, confirma cada día que ha derrotado a El Heraldo. No, no es allí donde su ingenio trastabilla. Es en el orden de las pequeñeces cotidianas: a veces se olvida de quién es la persona con la que debe almorzar cuando ya está camino del restaurante. Ha vuelto a inutilizar otro de los automóviles del diario: esta vez, por inadvertencia, lo ha dejado caer en un pozo de reparaciones eléctricas. El tren delantero se ha hecho pedazos. Lo desespera el deseo de regresar cuanto antes al departamento de la calle Reconquista. A cada rato examina el celular donde recibe las llamadas personales para verificar si hay algún mensaje de la mujer. Nada. Lo único que le ha deparado el lunes es la voz de Diana, para preguntarle cuándo volverá a verlo. En Navidad, le ha respondido. Antes de Navidad, hijita, te lo prometo. –Sí, muchacho, es lo justo. Dale, Alex. -Y todos miraron mientras yo castigaba alprestúpnico en la semioscuridad. Lo llené de golpes, bailando alrededor a pesar de que yo tenía los botines desatados, y después le hice una zancadilla y cayó pum pum al suelo. Entonces le tiré una patada realmentejoroschó a lagolová, y elplenio dijo ooohhh, y largó un ronquido como unveco que duerme, y el doctor intervino: –¿Te sientes enfermo ahora? -preguntó, siempre con la vieja sonrisadruga en ellitso-. Estás bebiendo té, descansando, charlando tranquilamente con un amigo… ¿no es cierto que te sientes bien? –Tío Patricio -dijiste-. El padre de Mariano. –Los editores te ascendieron, Remis. Dijeron: ¿no estaba rondando por ahí la idea de crear un área de investigaciones? ¿Por qué no se la damos a esta chica? –Y no sólo a mí. Ya hubo uno que a los siete había descubierto su alma negra. Pero no fue la mano de una prima, sino la de su hermana. Es una sospecha que tengo sobre la locura de Nietzsche..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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