15 de enero de 2025
Comentario destacado
Parts of a qualitative research paper
Estábamos yo, Vuestro Humilde Narrador, y mis tresdrugos, es decir Len, Rick y Toro, llamado Toro porque tenía un cuellobolche y unagolosa realmentegronca que eran como las de un torobolche bramando auuuuuuh. Estábamos sentados en el bar lácteoKorova,exprimiéndonos losrasudoques y decidiendo qué podríamos hacer en esa bastarda noche de invierno, oscura, helada, aunque seca. Había muchoschelovecos puestos enórbita con leche yvelocet ,synthemesco ydrencrom , y otrasvesches que te llevaban lejos, muy lejos de este infame mundo real a la tierra donde videabas aBogo y el Coro Celestial de Angeles y Santos en tusabogo izquierdo, mientras chorros de luces te estallaban en elmosco. Estábamospiteando la vieja leche con cuchillos, como decíamos, que te avivaba y preparaba para una piojosa una-menos-veinte, pero ya os he contado todo esto. El editor se enreda en una disculpa confusa. El día anterior, dice, ya han abrumado a los lectores con dos títulos sobre aviación, y ahora tiene a cuatro columnas la foto del Concorde, que cae en llamas sobre un suburbio de Paris, más la noticia de que ciento trece personas han muerto en el accidente. Tal vez sea preferible destacar el fracaso de la cumbre entre palestinos e israelíes o llevar a tres columnas el acuerdo para congelar el precio de los medicamentos hasta fin de año. Tú lo dices, como respondería nuestro mansito. Tú lo dices, jodido Caifas, no yo. De lo contrario, podría suponerse que te prometo algo tan enorme como la genialidad: serafín que, para un ateo tercermundista, equivale, sin violar los principios, a la inmortalidad del alma. Es la inmortalidad del alma. Concilia la teoría del trabajo en la transformación de mono en hombre con las solemnes bóvedas del Wilfrid Barón de los Santos Ángeles con sus arcadas que parecían titánicas y ahora retroceden y se borran, y amenazan borrar para siempre al pequeño elegido que lloraba durante la Consagración, ciego ante el resplandor del intacto cuerpo contenido en la hostia, porque el resplandor emanaba del Santísimo, no del oro del Sagrario. Pero si la encrucijada por fin es ésta, Esteban crece y se totaliza de apuro, recupera el alma, llega certero como una flecha desde el pasado y se clava en el porvenir. Se derrama en el tiempo, contemporáneo del Aconcagua, se mide en edades formidables que avergonzarían a los grandes baobabs. Y entonces nunca más el Gusano Conquistador. Ni la carroña patas arriba reventando inmundicias en la zanja. Y puede asomarse al balcón sin miedo a desmoronarse, dormir desnudo bajo las estrellas, pasar con tranquilidad bajo los andamios, exponerse a las corrientes de aire, mirarse fijamente en el agua y sentirse menos frágil, dueño del Tiempo, no tan propenso a dejar esto sin terminar por casual derrumbamiento del cielo raso o cáncer en la próstata, esto, este viaje en ómnibus hacia el Cerro de las Rosas, o este borrador de un sueño comenzado en el hotel donde hace años se matará Santiago. O esta lluvia por suceder en el parque de Verónica. O esta anotación en un cuaderno apoyado sobre las rodillas, frente a una lámina de Molina Campos, muy lejos para siempre de la ciudad muerta, en un cuartito azul que da a una especie de templo birmano custodiado por dos leones, ahora o ayer o mañana, qué importa cuándo si el tiempo, el tiempo trágico y verdadero y transitorio de la gente no existe en este ómnibus o cuarto de hotel o manicomio o cruce de caminos donde un hombre clama por ser como Dios y abre los brazos en la soledad y se hace clavar de pies y manos a lo largo y ancho y alto del tiempo crucificado en el Tiempo, ajeno para siempre al derrumbe del cielo raso del mundo, a la inflamación de los intestinos, a la caída de la tortuga o a los descarrilamientos. Porque si la alternativa es ésta, Esteban, como la hostia, permanece incólume en cada una de sus partes. O sea que sí, huerfanito, que la alternativaesésta. Pero que nadie te ha prometido nada. No quiero explicarles, oh hermanos, qué otras horriblesvesches me obligaron avidear esa tarde. Las mentes de este doctor Brodsky y el doctor Branom y los otros de chaquetas blancas, y recuerden que estaba estadébochca manejando las llaves y mirando los medidores, deben haber sido máscalosas y sucias que cualquierprestúpnico de la propiastaja. Porque no me parece posible que a unveco se le ocurriese siquiera hacer películas con lo que me obligaban avidear, atado al sillón y losglasos abiertos a la fuerza. Loúnico que yo podía hacer eracrichar muygronco que pararan, que pararan, y así en parte ahogaba el ruido de los quedratsaban y peleaban, y también de la música que acompañaba todo. Ya se imaginan qué alivio fue cuando vi la última película y este doctor Brodsky dijo, con unagolosa aburrida y somnolienta: -Creo que es suficiente para el Día Uno, ¿no le parece, Branom? -Y se encendieron las luces, y lagolová me palpitaba como un motorbolche y grande que fabrica dolores, y tenía larota toda seca ycalosa, y la sensación de que podía vomitar hasta el último pedazo depischa que había comido, oh hermanos míos, desde el día que me destetaron.- Muy bien -dijo este doctor Brodsky-, pueden llevarlo a la cama. -Me dio unos golpecitos en el plecho y dijo: -Bien, bien. Un comienzo muy promisorio -sonriendo con todo ellitso, y se alejó seguido por el doctor Branom; pero antes de irse el doctor Branom me echó una sonrisa muydruga y simpática, como si él no tuviese nada que ver con estavesche, y lo hiciese obligado como yo. Lalo, pasando el cuerpo de Guerri fuera de la ventana, abrió la mano, lo dejó caer, y cuando Guerri comenzaba a derrumbarse blandamente en el aire, le descargó todo el peso de esa misma mano, de revés, sobre la cara. Guerri desapareció y Lalo, cuidadosamente, cerró la ventana. –Nadie. Es algo que se me ocurrió hace un momento, algo que tiene que ver con tu planetario. –En su casa. Me dijo algo sobre un acto de clausura en la Universidad o en el Observatorio. Que vos sabías todo, que me dejaba en tus manos. ¿Qué quiso decir? –Aníbal y Nora -les explico a ambos-, el amor de dos repartido entre tantos se vuelve muy poca cosa: a cada perro del albergue le toca muy poquito y ese poquito no le basta. La vida de un perro sin amo no tiene sentido. –Bueno -explicó ella-, tenía muchas fracturas y golpes, conmoción grave, y había perdido mucha sangre. Tuvieron que arreglarle todo eso, ¿no es así? No sé por qué le conté a Marta que había decidido apurarle la muerte a papi, y después de ella a Carlos y a Gloria. Tal vez porque era demasiada la carga para mí solo. Necesitaba cómplices en el horror. A Aníbal lo excluí porque con sus quinientos perros y doscientos gatos tenía sufrimiento de sobra. A Manuel y a Darío por irresponsables. Que siguieran este par de irresponsables el uno fabricando hijos con sus mujeres y el otro en sus orgías con sus muchachos: con su sida, su aguardiente y su marihuana, y no pongo en la presente lista el basuco porque de ése sólo me enteré más tarde, cuando mi pobre hermano Darío, que nunca tuvo remedio, ya no tenía salvación. Empecé a bajar la escalera, lento y silencioso, admirando en el descensograsñas imágenes de otros tiempos -débochcas con pelo largo y cuello alto, cosas del campo conárboles y caballos, el santoveco barbado todonago colgando de la cruz. Había unvono realmente mohoso a gatitos y a pescado y a polvostarrio en estedomo, diferente de lo que se olía en los edificios de viviendas. Y cuando llegué a la planta baja pudevidear el cuarto iluminado del frente, donde ella había estado sirviendomoloco a loscotos y lascotas. Más, pude ver las grandesscotinas bien rellenas que iban y venían ondulando la cola y como frotando el piso con la barriga. Sobre un arcón de madera, en el vestíbulo oscuro, había una bonita ymalenca estatua que brillaba a la luz de modo que decidícrastarla para mí: era unadébochca delgada y joven, de pie sobre unanoga con lasrucas extendidas; en seguida vi que era de plata. De modo que la tenía en la mano cuando me metí en el cuarto iluminado, diciendo: -Ja, ja, ja. Al fin nos encontramos. Nuestra brevegoborada por el agujero de las cartas no fue, digamos, satisfactoria,¿sí? Reconozcamos que no, oh ciertamente no lo fue, hedionda ystarria viejafilosa. -Tuve que frotarme los ojos cuando vi el cuarto y a la viejaptitsa . Habíacotos ycotas por todas partes, yendo y viniendo sobre la alfombra, y mechones de pelo amontonados, y lasscotinas gordas eran de diferentes formas y colores, blanco, negro, moteado, jengibre, carey, y también de todas las edades, así que había cachorritos que jugaban, y gatos crecidos, y otros realmentestarrios y de muy mal carácter. La dueña, la viejaptitsa, me miró agresiva como un hombre, y dijo: Se le cruzaron como una ráfaga las imágenes de Ángela. La había visto por última vez hacía ocho meses, ¿o ya nueve?, pero no lograba retener casi ningún recuerdo de ese día. podía representarse a sí mismo caminando por los pasillos interminables del aeropuerto O'Hare, en Chicago, y buscando el cuarto de hospital dondeÁngela había vuelto a caer postrada, después de una fugaz ilusión de mejoría. Pero la memoria de la visita se le había evaporado. Ni siquiera había podido acariciar las manos de la enferma, inflamadas por las agujas de los sueros, pero a lo mejor la había besado en la frente. ¿Eso había sido todo? Era más fácil retener la imagen feliz de la infancia de Ángela, cuando se sentaban juntos al piano y él, Camargo, fingía que tocaba Para Elisa, aunque no tenía la menor idea de cómo hacerlo, sólo para que la hija lo apartara del teclado y lo corrigiera: «No, papá, así no. Fijateen mis dedos. Ves que no hay nada más fácil en el mundo?». Es más fácil morir que vivir, ¿no es cierto, Ángela?: es más seguro no nacer que existir. En la existencia hay siempre un recuerdo, por mínimo y fugaz que sea, y ese recuerdo siempre te convertirá en otro ser, en otra cosa. No hayforma de quitarse los recuerdos como quien se quita una camisa, y por eso jamás querés recordar nada, Camargo: para que los recuerdos no te modifiquen y te impidan ser quien sos. ¿Para qué quieren que vayas a ver el cuerpo muerto de tu hija? Ángela llevaba meses en la cama y debía de haber adelgazado mucho. «Apenas treinta y dos kilos, papá: parece un pajarito», re había dicho Diana. Si la recordabas así, exangüe, quedarlas atrapado por la fijeza invencible de esa imagen y todas las demás se borrarían. Cada vida deja un recuerdo, uno solo, y Camargo prefería conservar los que ya estaban en él, sin añadir uno nuevo que, además, podía ser terrible. –Bueno -dijiste-. Pastafrola. -El mozo me echó una rápida mirada de complicidad y asombro, como si pensara "¿qué me dice?" o "quién iba a imaginarse una cosa semejante". Era un mozo sensible y chapado a la antigua. Fue hacia el mostrador y vino como si le doliera el corazón. -¿Con quiénhablabas? -preguntaste y yo no comprendí-. A quién llamabas por teléfono. –¡Claro!.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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