15 de enero de 2025
Comentario destacado
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La casa de Verónica, en la ciudad. Tres plantas. Muebles coloniales, paredes blanquísimas. Madonas bizantinas y batallas de Cándido López en las paredes. Un Miró casi demasiado auténtico. Whisky escocés. Gulley Jimson tiene razón, lo bueno de la gente verdaderamente rica es el trato igualitario y la atmósfera cristiana. Comparten todo porque tienen de todo y no se molestan si uno les quema la alfombra. Son bien pasadas las tres de la tarde. Pienso en Jimson porque me he puesto a hojear las carpetas de dibujos y acuarelas de Verónica. No están mal, tampoco están bien. No están nada. En algún lugar de la casa, el padre Cherubini, a grandes gritos y entre grandes carcajadas, discute en varios idiomas y en alguna lengua muerta con el profesor Urba sobre la naturaleza luminosa del Empíreo. O eso creo. La señorita Cavarozzi y un pequeño grupo de muchachas rodean a Lalo, que está contando la historia del abuelo Laureano. Inés me mira, o por lo menos mira algo que está en mi dirección. Tiene un libro en la mano. Sus ojos como dos estrellas fijas, pienso con la colaboración de Poe. Santiago y Verónica hablan en el jardín, se ve que hablan en voz muy baja. Verónica ha puesto su mano sobre el brazo del jujeño; el jujeño retira con suavidad el brazo y repite que no con la cabeza. Por favor, pareció haber dicho ella y él vuelve a negarse. Por tercera vez. Me gustaría saber a qué. "Cazzo di Dio!", prorrumpe el padre Custodio, "merde alors, te digo que esplendía, era proprio la plenitudine luminosa del refolgimiento!" Soltó un puñetazo que hizo retumbar la mesa y se sonó la nariz como un trueno. Tengo la sensación de que sólo yo percibo que hablan. El doctor Urba dice no recordar que esplendiera y sonríe, con las cortas piernas cruzadas hacia adelante y las manos apoyadas beatíficamente sobre la barriga. "Mentís, sotreta! Esplendía. Ego vide todo clarito y cara a cara, no per speculum et in asnigmate, cum toda esta gentuza…, et tú, Urbanito, vos mesmo non l'ai guárdalo en su Original brightness, como dixiti il bardo cegatone? Entonces en qué quedamos. Esplendía."Original brightness!,pregunta riendo el profesor Urba, y dice que, en ciertas esferas, eso se llamaría un acto fallido. "Lo qué?", pregunta el padre Cherubini. El profesor Urba dice que el verso habla del Otro, y dice:…his form had yet not lostall her Original brightness, nor appear'dless then ArchÁngel ruin'd… Parecía no escucharme. Sin tiempo de ponerme los calzoncillos, recogí, en un bulto, la ropa y los zapatos. Alcancé a repetirle que no perdiera tiempo en vestirse y que adecentara un poco la cama. En la puerta, me di vuelta: no miraba. Tenía las llaves de la entrada y un pesado manojo de otras llaves. Le pregunté por el que manejaba la moto desde la que él le había disparado a Alexis y me contestó que a ése lo habían matado al día siguiente. Le pregunté que quién, que por qué. Me contestó que no se supo, que eso se había quedado en veremos… Antes de que la mujer se siente a escribir, el jefe de personal la llamará para reprenderla. Eso debe suceder alrededor de las nueve, en el momento de tensión extrema, sobre el filo del cierre. Poco después, agitado, el pobre perro fiel correrá a tu oficina para contar lo que ha sucedido. Lo verás inflamado, exultante. Como la sevicia le aflora siempre en la nariz,van a brotarle dos forúnculos nuevos. Sicardi habrá grabado el diálogo y te entregara tanto el casete como la transcripción, con una diligencia que siempre se adelanta a tus ansiedades: Como pantallazos de una movióla manejada por un loco. Ignoro el orden, Graciela, en qué orden sucedieron las cosas, pero sé que lo que llevo escrito y hasta lo que quisiera o he de callarme sucedió de todos modos. Todavía está sucediendo. Los dos muchachos, ese mediodía. Una pareja muy joven. Los oí caminar a nuestra espalda antes de que cruzáramos hacia el Calicanto y nombraras por primera vez a Mariano. Habíamos dejado atrás las ménsulas y el dosel de tejas de la casa del marqués, el portal del obispo, la herrería forjada de su balcón en ruinas desde donde, hace dos siglos, en las noches de Corpus, podían verse los fuegos artificiales de la Catedral y, todas las demás noches, las lámparas de barro llenas de sebo y mecha que iluminaban las cuatro esquinas de la Plaza Mayor. Habíamos dejado atrás la vidriera del cambalache donde vi el martirio de San Lucas al que aquella mañana, o mucho después, al escribirlo, confundí con San Esteban. Sé que lo confundí porque hoy, riendo, volví a leer esa página escrita a lápiz y casi borrada por el tiempo, y me sorprendió ver allí mi nombre. No lo corregí ni hace falta que lo haga. Ya no hay ninguna razón para cambiar nada; mis palabras saben mejor que yo lo que pasó con nosotros. Sólo que a veces me pregunto si todavía tengo derecho a decirmis palabras.Lo que hago se parece menos a escribir que a revolver los trastos de un desván ajeno buscando la memoria de otro. Córdoba está a setecientos kilómetros de esta noche; la ciudad que yo conocí, mucho más lejos. Ya no existen el balcón ni la portada que vimos hace un momento, y el último vestigio del paredón del Calicanto, hacia el que ahora estamos cruzando, fue demolido hace una semana, acabo de leerlo en un diario. El consuelo que brindan las palabras es que me basta escribir Calicanto para ponerlo otra vez en el lugar que estaba, podría, si se me antojara, ir mucho más lejos y rehacer la Cañada entera como la conoció mamama Albertina. Las ventanas de las casas, los tiestos de malvones, los patios con sus limoneros daban sobre las dos márgenes del cauce, me dijiste que ella te contaba. La cruzaban más de diez puentes y en algunos lugares, entrecerrando los ojos, una podía imaginar que estaba en Venecia. Oír eso me gustó, porque la Cañada vieja lindaba con el barrio de los pobres. No pude dejar de ver a una peripuesta niñita del Centenario vestida como si la hubiera dibujado Doré para un libro de Dickens, entrecerrando los ojos junto a un niño zaparrastroso, mintiendo un poco sobre el Puente de los Suspiros. Momento en que apareció la pareja. Nos detuvimos y ellos estuvieron a punto de llevarnos por delante. Saludables, pensé al verlos, también pensé que debían ser hermanos. Él traía un libro de Gramsci bajo el brazo, Gramsci o Lukács o alguna otra cosa formidable en ese estilo. La chica dijo que querían preguntarnos algo, al jujeño o a mí: lo que significa que, por alguna razón, Santiago venía en ese momento con nosotros. Querían cambiar ideas, la corrigió el muchacho. Yo pensé que por mi parte no sentía la menor necesidad de cambiar ninguna idea, estaba muy contento con las mías y en ese momento vos entraste en un café para hablar por teléfono. Sé que esto debió suceder necesariamente mediodía porque un campanario dio la hora y conté, un por una, doce campanadas. Las doce. El comienzo del día cabalístico. El Sol, aunque invisible, exactamente sobre mí cabeza. Sólo que al terminar de pensarlo estoy solo en esa calle. Los muchachos, Santiago, tu llamada, han ido desplazándose hacia el final de la tarde, en los altos del Observatorio, mezclándose con otras voces y otras caras y otra llamada telefónica, hasta ocurrir por fin cuando atardeció, porque ahora es necesario que vos y yo entremos en este bar de la Cañada y que vos digas la palabraiuio y que hables de los sapos azules. Creer que los sapos son azules y que no lo sean. Yo no podía imaginarme lo horrible que fue eso. Un azul como el de las lentejuelas. O mejor traslúcido. Como un jade azul. Igual que los sapos sapos, pero azules. Y él llegando hasta tu cama con un infame bicho verde colgado de dos dedos por una de sus patitas. Como una mano abierta y verde, el sapo. Mira, boba, más verde que tu abuela. Pero una vez que las parejas empiezan a desbarrancarse no hay manera de retroceder, aunque sea sólo uno el que está cayendo. Al diálogo infortunado de la noche siguió la noticia fatal de la mañana siguiente. Ángela llamó a su padre por el celular y le anunció que la abuela había muerto de la peor manera posible. Dos semanas atrás -con[ó-, el médico le había permitido abandonar elhospital y volver al caserón del lago Torch. Para no dejarla sola, a Brenda se le ocurrió pasar algunos días allí con las mellizas. La noche anterior habían ofrecido a los vecinos una fiesta pantagruélica, en la que todos se hartaron de truchas, tilapias, pollos al ajo y vinos del valle Napa.A medianoche se acostaron tan extenuadas que dejaron abiertas las puertas del granero y olvidaron cubrir las jaulas de los zorzales. La abuela, que tenía el sueño frágil de un recién nacido, se levantó antes del amanecer y descubrió un estropicio de plumas ensangrentadas y pájaros sin cabezaentre las parvas de comida. Ángela contó que sólo mucho más tarde los tramperos del lago Torch reconstruyeron lo que había sucedido. Durante la noche, dijeron, la casa y el granero fueron invadidos por animales depredadores: acaso bandas de gatos salvajes que anidaban en el bosque o esa comadreja asesina que en Estados Unidos se llama opossum y que hace estragos en las huertas. El terror debió de paralizar la garganta de los pájaros y la matanza sucedió en silencio. Pero no lo sabían cuando la abuela apareció como un fantasma en el cuarto de las mellizas y se desplomó sobre la camade Ángela, segada por el relámpago de dos infartos consecutivos. Te besé. Pasó un momento antes de que cerraras los ojos. Sentí otra vez el pavor de tu cuerpo y el rechazo instintivo de tu boca. Después, como se siente crecer una Ola, sentí que te abandonabas a mis manos con desesperación y desafío. Te aparté. que Camargo ve en su cara, es el rayo de un dolor inesperado, tal vez en el abdomen. La mujer lleva una de sus manas hacia ahí, sin soltar las riendas. Ahora es preciso que él vaya en su ayuda. Baja del automóvil y, dejando atrás el reparo de los coronillos, avanza hacia el patio de tierra donde Reina trata de mitigar el dolor con ejercicios respiratorios. Ese extremo de indefensión lo conmueve. El lugar es solitario y está sólo a un par de kilómetros de un basural donde acampan rateros de paso y reducidores de la peor calaña: Sicardi le ha explicado que los asaltos son comunes en esas desolaciones del sur. También él le recomendó que no se detenga ante ningún semáforo, porque es preferible pagar la multa -si se da el caso- a perderlo todo: el taxista de Reina lo sabía, sin duda, puesto que hizo lo mismo. Por prudencia, Camargo lleva consigo el revólver Taurus calibre.38, con la carga de seis balas en el tambor giratorio. Si ve a cualquier merodeador sospechoso, está seguro de que bastará mostrar el arma para ahuyentarlo. –Es mejor que te bajés acá, Remis. Ves? Hay taxis por todos lados. –¿Y ahora qué pasa, eh? –El Lerdo -dije- tiene que aprender a quedarse en su lugar. ¿Es así? Hace una hora pusieron a la pobreÁngela en terapia intensiva, te ha dicho Brenda por teléfono en un castellano ya erosionado por el desuso. No le pueden controlar una infección respiratoria. Según el doctor Clarke, los glóbulos blancos que tiene se han vuelto inocuos. Le han hecho tantas transfusiones que no le queda una venasana. Ayer tuvieron que inyectarla en el dorso de la mano. El dolor no la deja en paz. Si la oyeras te partiría el alma. ¿Y el pecho? Pobre chiquita, el pecho es de una flacura que te espanta. Tendrían que empezar de nuevo con la quimioterapia, pero antes van a evitar que la infección siga invadiéndola. ¿Te das cuenta? ¿Cómo se puede sufrir tanto cuando se tienen sólo quince años? Ya no doy más, Camargo. No puedo verla así. Me le acerco a la cama y me pregunta ¿cuándo va a venir mi papá? Apenas le queda voz. Hace más de tres meses que no te ve. Has ido a Toronto, a Las Vegas, y no has tenido tiempo de pasar aunque sólo sea un día por Chicago. Es tu hija, ¿no? Tengo miedo, Camargo, miedo de estar sola, miedo de lo que pueda pasar. –Hay algún plano del monasterio, una foto ampliada de la capilla? -preguntó Reina. Me quedé de una pieza, querido amigo: habíamos soñado lo mismo. Y es que le voy a decir una cosa: al final Darío tenía el alma sincronizada con la mía, sueño por sueño, recuerdo por recuerdo. Pero no se asombre demasiado que por algo era mi hermano: veníamos del mismo punto, del mismo hueco, unasentrañas oscuras llenas de lamas y babas..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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