15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–De altísimo, doctor: se acuesta con cuchilleros. A eso de las cuatro de la mañana, sólo quedaban en la quinta los sectarios más resplandecientes de aquel círculo mágico cuya gran sacerdotisa era Verónica. Desconfiando de los olmos del parque, Espósito busca un baño. En toda la casa no habría más de treinta personas, contando, por lo que vio al azar de los pasillosy las puertas, algunas parejas que hacían el amor en grandes o pequeños sillones, alfombras de Bokhara y aun en tradicionales camas. Una chica descalza, que daba la impresión de no llevar sobre su cuerpo más que un poncho colorado, se cruzó con Espósito en un corredor y lo saludó con su vaso. Tenía el pelo caótico y oscuro, y era ese tipo nacional de joven mujer que, al segundo de conocer a un hombre, le pregunta si cree que la angustia es la manifestación ontológica de la Nada. Pregunta, pensó Espósito apoyándose contra la pared, pregunta, pensó, mirando alejarse a la chica por el pasillo, a la que habría que responder que no. La angustia es la premonición del Mal; la sensación casi física de algo ominoso que nos acecha o nos espera en alguna parte. Pero ¿y si el Mal fuera el Bien?, como había dicho alguien que tenía cierta experiencia en el asunto. Una cara se materializó ante sus ojos y Espósito se encontró mirando el retrato de un señor con uniforme de húsar y grandes bigotes de morsa, lo que explicaba el rumbo inesperado que habían tomado sus pensamientos. Si la gente supiera qué hechos inadvertidos o nimios llevan a concebir ciertas ideas, se tomaría menos en serio. Jovencita presumiblemente desnuda cubierta de algo rojo: el Mal. Terrible soldado con bigotes a lo Nietzsche: el Mal puede ser el Bien. De ahí a las vizcachas de Pavlov no hay más que un paso. El mundo es una especie de Prueba del Laberinto que un Investigador algo jodón va complicando a medida que vivimos, para descubrirélalguna cosa que ignora; y a estas evoluciones de ratón las llamamos vida, alma, espíritu humano. Shakespeare o Einstein vienen a ser algo así como los chimpancés más despiertos o más alocados de este laboratorio. La esperanza en la inmortalidad de las obras del hombre es como si dijéramos la banana. Claro que, por pelar esa banana, cierta clase de tipos perderían la razón y el alma, si existieran. Yo debería pensar menos y mear más, me parece que eso es un baño. Pero también pensaba que el abuelo Laureano era un iluso y un irracional. Quién le había contado que Estanislao López o Ramírez querían sitiar Buenos Aires por una cuestión de ideas. En aquel tiempo, por no hablar de éste, todo el mundo acuchillaba a todo el mundo por una cuestión de vacas, y no estoy hablando de San Martín ni de Belgrano, aclaró cautelosamente Esteban. "Claro que el abuelo era un iluso", dijo Verónica, "no te digo que estaba loco, y seguramente por eso se distanció de López." y Esteban pensó que sí, que seguramente había sido por eso. Verónica siguió hablando pero Esteban ya no la escuchaba. El fuego semiapagado del vivac se reanimó de golpe, con un fulgor hipnótico y antiguo. Más allá de las lanzas, un cerro, iluminado por un relámpago, se instaló en la nada con la solidez sosegada de lo que siempre ha estado ahí. El tiempo es una ilusión, pensó Esteban, una ilusión humana. La naturaleza es pura contemporaneidad, es el testigo indiferente de los amores, los juegos y las guerras y las locuras de los hombres. Bastaría situarse en el mundo con la naturalidad de ese cerro, para saber de qué hablan en este mismo momento el abuelo y Estanislao López. El pie de Estanislao acaba de hacer rodar un tronco hacia el fuego, y el fuego se encrespa como el pelo airado de una mujer de sueño. El abuelo piensa que más le valiera estar en su cama con Aasta que conversando con este santafecino zaino y avieso. "Un tratado es un tratado", dice López, "yyo he firmado la paz con Buenos Aires." "Lo que vos has hecho es aceptar treinticinco mil vacas de Rosas", dice Laureano. "Las vacas no son para mí, sino para mi provincia", dice con mucha calma Estanislao, "ningún pueblo ha sido tan castigado como el mío en esta guerra." Laureano piensa en Jujuy, en las casas ardiendo, en el éxodo. Se lo dice. "Bueno", sonríe López, "vos sabes tan bien como yo que Jujuy no es lo que yo llamo una provincia, es como si dijéramos el norte de Salta, y Salta es una estancia de Güemes." El abuelo se pone de pie. "Era una broma", dice López, "sentate." "Vea, general", dice el abuelo, "va a ser mejor que dejemos de tutearnos." "No veo la razón", dice López. "Larazón",dice el abuelo, "es que yo no me tuteo con cabrones." Me llamo Esteban Espósito, no es un buen nombre. –Ahora estamos lo mismo que antes, ¿sí? olvidemos lo pasado, ¿cierto? –No. Si salís de joda no tengo más remedio que volarte la cabeza. Un hombre como yo tendría que pasarse la vida en cana por el capricho de una mina como vos. Inconcebible, ¿no? «Ya nadie habla de las visiones místicas»: Camargo la llamó por teléfono a las ocho de la noche y le dio la noticia. «Ahora el presidente se ha entregado a la penitencia.» Reina estaba terminando su crónica y había escrito un borrador del párrafo final, pero necesitaba confirmarlo con el diario: La visión de Olivos fue una alucinación o un engaño: es imposible decirlo. Lo único seguro es que no fue verdadera. Al advenir que podía caer en pecado mortal por ser involuntario cómplice de ese error, el abad del monasterio de Los Toldos le pidió al presidente que abandonara su celda en menos de una hora. Los hechos sucedieron a las siete y media de la tarde, en la capilla. Un testigo presencial que se negó a dar su nombre oyó al abad gritar la palabra herejía, mientras se postraba ante el altar mayor, implorando el perdón de Dios. Mientras tanto, yo me arreglo abajo y salgo del baño como si tal cosa. Y de paso, me llevan. Cuando traté con Alexis de levantarlo para sacarlo del agua descubrí que el perro tenía las caderas quebradas, de suerte que aunque lo sacáramos no había esperanzas de salvarlo. Un carro lo había atropellado y el animal, arrastrándose, había logrado llegar a la quebrada pero se había quedado atrapadoen sus aguas al intentar cruzarla. ¿Cómo iba a poder salir de allí herido, destrozado, si se nos dificultaba a nosotros sanos? Los bordes de cemento que encauzaban el arroyo le impedían salir. ¿Cuánto llevaba allí? Días tal vez, con sus noches, bajo las lluvias, a juzgar por su deterioro extremo. ¿Habría tratado de volver acaso, herido, a su casa? ¿Pero es que tendría casa? Sólo Dios sabrá, él que es culpable de estas infamias: Él, con mayúscula, con la mayúscula que se suele usar para el Ser más monstruoso y cobarde, que mata y atropella por mano ajena, por la mano del hombre, su juguete, su sicario. Como sucedía en los domingos del pasado, la mujer regresa de su cabalgata ya muy tarde, a eso de las diez. La acompaña una pareja de viejos rústicos, tan en desarmonía con esa zona impersonal y solemne de la ciudad, que no saben qué actitud tomar después de haber estacionado una destartalada camioneta Ford ante el edificio de Reina. Durante tres a cuatro minutos permanecen en la cabina del vehículo, sin moverse. Tal vez discuten si visitar el departamento de la hija -Camargo no duda del parentesco: el parecido con la mujer es inequívoco- o regresar hacia Adrogué. Cada vez que mencionaba a los padres, Reina eludía entrar en detalles, y ahora Camargo entiende por qué: son idénticos a la hija y, También, demasiado diferentes, como si, al reproducirse, hubiera brotado de ellos una especie que desconocen. El hombre es calvo, de boca pequeña y barbilla pronunciada. La madre tiene los mismos movimientos ondulantes y, cuando se ríe, exhibe las encías con desparpajo. Desde lejos, parecen tener la dentadura estropeada, pero la precisión del telescopio no es tanta como para comprobarlo. De lo que Camargo está seguro es de que Reina se avergüenza de ellos: se la nota dividida entre instarlos a entrar y mostrarles la impersonalidad de su departamento, o dejarlos marcharse porque es demasiado tarde y han pasado todo el día juntos. –Ya no la dejás trabajar de lo enmarihuanada que la tenés. No sabe ni lo que hace. Pega aquí, pega allá dando palos de ciego, no discrimina. Descabeza cristianos, ateos, musulmanes y hasta al Gran Visir. –Graciela se queda -dijo Verónica. –Entre el Eufrates y el Tigris -dijo Santiago-; el viejo jardín del Abuelo. -Le dio el último mordiscón a su especial de salame y queso. -Qué asquerosidad es comer después de comer. –No mirar. –Dónde están los otros? -preguntó. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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