15 de enero de 2025
Comentario destacado
Need help in writing an essay
–¿Qué hace ahora? ¡Está elevándose como un cohete! Ya en el dormitorio, mientras se libraba de los incómodos zapatos de monja y plegaba sobre una silla el vestido mexicano, oyó a Camargo discutir con la casera por la aspereza de las sábanas, por el olor a encierro y por la espesura del mosquitero. «Si alguien se ha llevado el aire de esta casa lo tendría que devolver», dijo él cuando Reina, con el camisón ya puesto, se cepillaba a ciegas el largo pelo oscuro. Estaban en cuartos contiguos, separados por muros de medio metro, pero la delgada madera de las puertas, en vez de amortiguar los sonidos, los encendía y refinaba la acústica. No sé muy bien qué hice durante esas dos horas, antes de verte por primera vez, Graciela. Me acuerdo de veredas muy angostas con olor a garrapiñadas y de una tempestad de pájaros negros cayendo sobre los plátanos y los robles azules de la Plaza San Martín. Me acuerdo de una librería en la que estoy comprando el horóscopo de Aries yJohn Barleycornde Jack London. Al meterlos en el portafolio vi el otro libro. Unin-octavoencuadernado en rojo con una filigrana de oro en la tapa y, en uno de los tejuelos, un diminuto tridente entre llamitas del infierno. Muy bien, lo he robado de la biblioteca de la Dirección de Cultura de Córdoba: la señorita Etelvina Cavarozzi tendrá que dar cuenta algún día de la edición facsimilar deDas Volksbuch von Doktor Faust(Frankfurt, 1587) y yo acabo de completar la documentación para el capítulo central de este libro. En una farmacia compré Benzedrina. La noche anterior no había dormido. Ni tampoco la otra. Y tal vez por eso la noche siguiente me dormiré con brutalidad abandonando mi cabeza sobre tu vientre y sin haber llegado a mirar nunca tu cuerpo larguísimo, desnudo esa noche y extendido infinitamente a mi lado; noche que entonces era mañana y fue la última, con galerías como socavones y puertas golpeándose en la oscuridad y tu sabiduría de murciélago, tu nocturno magisterio de ir guiándome exacta en la tiniebla de la quinta de Verónica, en el Cerro de las Rosas. Dos noches en vela, pensé mordiendo la Benzedrina. Cincuenta horas sin dormir, pensando. Millones de segundos lúcidos. La famosa realidad, vista desde mi Benzedrina horriblemente amarga disolviéndose entre la saliva, no era más que eso. Esa tensión. Lo que uno entiende de lo que ve/ lo que pienso de las cosas mientras estoy despierto. El problema es no saber qué pensar de lo que veo. Si el mapa de la ciudad que me dieron en el hotel no miente, lo que ahora estoy viendo es la fachada del Seminario Mayor. Se lo pregunto al chico que me lustra los zapatos. Me dice que sí.Y esas mujeres furtivas, ¿qué son? Se deslizan junto a las paredes, como larvas: una de ellas lleva un vestido violeta ajustado como una vaina, con un cierre relámpago desde el escote hasta las rodillas. "Ah, ésas son las putas", dice el chico. Más veredas con graves iglesias coloniales y olora garrapiñadas. Santerías y quioscos chinos. Un cine donde alguien trepado a un andamio termina de pintar la palabramañanasobre un gran cartel.Hace un año en Marienbad.Después oigo mi nombre y estoy en un lugar llamado el Paraninfo. Vi otras caras, apreté nuevas manos y comprendí que habían expirado vertiginosamente mis dos primeras horas en Córdoba. Y todo, desde antes del principio, ya era de una tristeza impura, Graciela, porque una historia de amor puede empezar en cualquier parte, pero algunos lugares son peores que otros. Y esto es un acto académico, no un parque entre la ceniza del atardecer, esto es el paraninfo de una universidad no el boulevard de la barranca por las noches, el boulevard con su luna amarilla sobre los astilleros y enfrente el fulgor remoto de las islas, el estallido silencioso de las quemazones, esto es el acto de apertura de un debate sobre sabe Dios qué, en Córdoba, en la Argentina de los años sesenta. Viejas Rotary Club, profesores Suplemento Dominical, polígrafos Boletín de la Academia, chicas Blowin in the wind, muchachos Todo el Poder a los Soviets, subgerentes Lunario Sentimental, chicas Hiroshima mon Amour, chicas El Miedo a la Libertad. Busqué un apoyo entre las caras y los objetos. En las paredes, cuadros de gorditos tonsurados y caballeros con mostacho. Imposible la grandeza de ideas mirándolos. Tal vez, los tirantes del techo. Con un esfuerzo podía reemplazarlos por los de la casa vieja de los abuelos, en los veranos de San Pedro. O los del Don Bosco. Colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles. San Esteban yo. Protomártir. Diez años, guardapolvo gris, de rodillas ante los cirios cuyo temblor infundía coraje al brazo armado de Miguel pues yo vi más de una vez cómo sé modificaba el ángulo terrible de su espada, cómo flameaba su divisa. ¿QuiéncomoDios? Me he puesto granos de maíz bajo las rodillas y te dedico mi agonía Santa Madre Auxiliadora porque te he mirado como a mujer, envuelta en esa túnica. La ceñida túnica celeste. Secreto de amor por el que iré al Infierno. Pero te amaba, yo, rival de Dios. Los tirantes del techo tampoco, esa gente va a pensar que tengo un aire en el pescuezo. Y en ese momento la vi. –¿Rubén? Cuál Rubén. Él dijo con sencillez: Cuatro años han pasado desde el análisis, y henos ahora aquí en este jardín de esta casa, en la placidez de esta hamaca rememorando, echándole cabeza a ver quién lo pudo contagiar, por el muy humano deseo de saber, de saber quién fue el que te mató. Descartada como fuente de contagio la comunión, quedaban los parias de la Terraza Pasteur de la Carrera Séptima de Bogotá, país Colombia, planeta Marte. ¿Pero cuál? ¿Cuál entre diez o mil o diez mil? Hablamos muy poco. Me contó que su actual esposo, el padre de estos niños, la había abandonado; y que al otro, el padre de Alexis, también lo habían matado. En cuanto al muchacho que mató a Alexis, era de los lados de Santa Cruz y La Francia y le decían La Laguna Azul. No se asombren de que ella que no lo vio supieramás que yo del asesino, yo que lo vi disparando. En las comunas todo se sabe. Tenga por seguro que si a usted lo matan en el parque de Bolívar (y no lo quiera mi Dios), no bien esté acabando de caer allá kilómetros abajo, aquí kilómetros arriba ya lo están celebrando. O llorando. –Me lo imaginaba -dijo Esteban-. Déjame escuchar, por favor. Patricio andaba siempre de viaje por Europa y Mariano vivía casi todo el tiempo con nosotros. Por las tardes sólo estaban las muchachas que trabajaban en la casa y los más chicos, Mariano y yo jugábamos a los exploradores en el parque, muy viejo y muy descuidado, que era hermoso porque ya no era un parque. En el fondo, detrás de los eucaliptos, había un yuyal alto donde solían anidar los gansos de la Quinta Verde. Y un día, siguiendo el camino de los gansos descubrimos las Malvinas. Había dos, exactamente. Dos redondelas limpias en el yuyal más alto que nosotros. No eran nidos, eran mucho más grandes que nidos, eran dos islas. Una para Mariano y la otra mía. Les pusimos las Malvinas porque nunca habíamos oído de otras islas y las de los cuentos no se llamaban de ninguna manera, eran nada más que la isla, o tenían nombres que no significaban nada. No sé qué hacía Mariano en la suya, pero me acuerdo de mí, de la redondela mía del cielo y de mi cuerpo de espaldas sobre la tierra. Me quedaba horas y horas mirando pasar las nubes o esperando ver cruzar unos de esos lentos pájaros que vuelan como si volaran bajo el agua, horas enteras mirando el cielo a veces tan transparente y vacío que de veras parecía un mar quieto,y entonces la espera de una nube o un pájaro era esperar un barco que viniera a mi isla a rescatarme, hasta que la vela de un ala o una proa blanca aparecía muy despacio por uno de los bordes, allá arriba, y yo les gritaba en silencio socorro socorro pero el viento siempre los empujaba a buscar otras islas, tal vez la de Mariano, entonces yo volvía a esperar y no había nada más terrible ni más hermoso que esa espera, ese estar segura de que alguien llegaría por fin a mi isla, el miedo de que no me reconociera. No íbamos siempre ni siempre las encontrábamos, había que descubrirlas cada vez, tramar el viaje en la leñera, dibujar una rosa de los vientos en la tierra. Otras veces no hacía falta nada. Cuando menos lo imaginábamos y alguna de las muchachas de la casa gritaba entren todos a abrigarse o no se acerquen a la acequia, o nos buscaban porque andábamos escarmentando con mis primas a los más chicos o trepados a los árboles, me acuerdo de cómo y sin saber por qué nos mirábamos con Mariano y decíamos vamos a descubrir las Malvinas, no necesitábamos decirlo. Nunca supe qué hacía Mariano en su isla, tal vez hasta se aburriera un poco porque era nada más que varón y más chico, pero me acuerdo de mí, de la redondela mía del ciclo y de mi cuerpo sobre la tierra húmeda y, cuando hay viento, del rumor del viento entre los eucaliptos, y aunque entonces no pudiera sentirlo, me recuerdo como apoyada sobre la espalda del mundo, sé que era eso, la tierra palpitante debajo de mi cuerpo, papá en algún lugar de la casa y el ciclo que giraba alrededor de mi isla mientras el pasto alto y verde se ondulaba arriba como un túnel de borde suave. Un día, no sé cómo, las tías mayores se enteraron. Creo que lo contó Mariano o tal vez se lo sacaron a Mariano. Hablaron de lugares donde anidan los gansos y está el peligro de las víboras y Mariano contó todo y la tía Elenita dijo vamos a ver qué es esta imprudencia, como si tuviéramos poco con el accidente de ese alocado y los llantos de Ana Laura, a quién se le ocurre limpiar un arma a las tresde la mañana, vamos a ver qué es esa historia de la isla. Así me enteré de la muerte de papá y de que la tía Elenita sabía mucho de juegos pedagógicos y adecuados para las niñas, fue a ver las islas, dijo no, esto es un pajonal, volvió con el jardinero y un rastrillo y una azada, y limpiaron todo, por eso te digo que esto empezó ahí o tal vez el último verano del Faro, o a lo mejor ni siquiera se puede decir que nada haya empezado nunca, limpiaron todo, Esteban, pusieron unas hamacas y nos dieron bolsitas de colores con semillas para que las sembráramos, unas hamacas y un juego de croquet, o a lo mejor todo ya había terminado para siempre muchísimo antes…) –Usted lo dice en broma, sin embargo no es un mal procedimiento. La verdadera vocación debería resistir cualquier prueba. Ella era una jovencita muy mal criada. –Sí, me abandonó -dijo elveco, congolosa más fuerte y amarga-. Sí, murió. Fue violada y golpeada brutalmente. La impresión fue terrible para ella. Ocurrió en esta misma casa -continuó, y le temblaban lasrucas, que sostenían la bayeta-, en ese cuarto, al Iado. He tenido que endurecerme para continuar viviendo aquí, pero ella hubiese deseado que yo siguiese en el sitio donde todavía perdura su fragante recuerdo. Sí sí sí. Pobre muchachita. -Pudevidear claramente, hermanos míos, lo que había ocurrido aquellanaito lejana, y alvidearme en esa escena, sentí náuseas de nuevo, y lagolová empezó a dolerme. Elvecovideó que pasaba algo, porque ellitso se me quedó sin el crobo rojo rojo, muy pálido, y él podíavideármelo bien.- Ahora, vete a la cama -me dijo bondadosamente-. Tengo lista la habitación de los huéspedes. Pobre pobre muchacho, seguramente ha sido terrible. Una víctima de los tiempos modernos, lo mismo que ella. Pobre pobre pobre muchacha. GEORGES BATAILLE Ahora, sí, cuelga el tubo. Lo hace con fuerza, como si el golpe pudiera destruir su voz, su sombra, su recuerdo. ¿Qué habría hecho Petruccio si Katherine hubiera respondido con la insolencia de Reina? La habría encerrado, la habría dejado sin comer ni beber: la doma de la furia. Pero eso fue posible sólo porque Petruccio, seguro de sí, consintió en casarse con ella. Encontró un lazo para mantenerla atada a su yugo. El la ha dejado ir: ése fue un error de cálculo. Con la afrenta de Momir, la mujer ya habría tenido bastante. Te has pasado de revoluciones, Camargo. Deberías ofrecerle algo a lo que ella no se pueda negar. Volvés a llamarla, con la certeza de que no va a responder. Gritos y aplausos. Espósito deja de observar el cuadro y mira hacia el tumulto. Un ambiguo bigotudo de largas patillas y pelo ensortijado acaba de aparecer en la sala. Otro muchacho sorprendente y volátil. Como si la cabeza de Facundo Quiroga viniera injertada en el cuerpo de la princesa del cuadro. Trae una gran bandeja en el extremo de su brazo aéreo y peludo. Entra y dice: ¡Qué nos los iba a mandar, lo que se largó fue el aguacero! Un chaparrón súbito, burlón, que me puso a correr de un lado al otro a recoger sábanas, bancos, mesas, hamacas, platos y sobre todo la marihuana, que mojada no sirve y hay que ponerla a secar: varios días de ayuno que mi hermano noaguanta. No bien acabé de levantar el tinglado escampó, y Darío volvió a oír el pájaro. Entre las infamias que comete Dios por mano del hombre quiero citar aquí la de los caballos de Medellín, cargados de materiales de construcción, vendados, arrastrando sus pobres vidas sin ver y las pesadas carretas, bajo el rabioso sol de su rabioso cielo. "Carretilleros" llaman aquí a los que explotan esos caballos, de los que habiendo tanto carro quedan cientos. –¿Y eso -pregunté. Bruscamente has escondido las manos. -Son marcas -dije. ¡Qué va, Colombia no se acaba! Hoy la vemos roída por la roña del leguleyismo, carcomida por el cáncer del clientelismo, consumida por la hambruna del conservatismo, del liberalismo, del catolicismo, moribunda, postrada, y mañana se levanta de su lecho de agonía, se zampa un aguardiente y como si tal, déle otra vez, ¡al desenfreno, al matadero, al aquelarre! Colombia, Colombina, Colombita, palomita: ¿no es verdad que cuando yo me muera no me vas a olvidar? Oyendo ahora el silencio frente a una pared vacía, veo subir al techo las espirales de humo de estas varitas de incienso que de unos meses para acá me ha dado por encender obsesivamente para evocar a Darío. Me paso las horas y las horas viéndolas consumirse, yéndome tras sus aros de humo en busca de su recuerdo. En un principio no sabía la razón de mi manía. Un día por asociación de humos la descubrí. Es que las varitas de incienso me recordaban las que él prendía en su apartamento, de una madera aromática que traía de la Amazonía y que se llamaba ¿cómo? –Por Dios, Darío -le rogaba-, te supliqué una vida que dejaras ese vicio estúpido y nunca me hiciste caso, y ahora que necesito que no lo dejes me sales con esto. ¡No hay nada más para abrirte el apetito, entiende! ¡Nada, nada, nada! –Nada -dijo ella-. Tristeza. Viene y.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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