15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Tengo que viajar a Río esta misma noche -dice Reina. Sacándolo como pudimos, cargándolo como pudimos, tratando de no aumentarle su inconcebible dolor, en la camioneta destartalada de Aníbal lo llevamos al albergue. No bien le inyectamos en la vena el Eutanal y sin que transcurriera ni siquiera un segundo el perro murió. Entonces empecé a maldecir de Cristo el loco y de su santa madre y de su puta iglesia y de la hijueputez de Dios. Ahora ha dejado de menearse y está contemplándose en el espejo. La leve herida del labio le ha vuelto a sangrar. De perfil, mojada apenas por las luces difusas del dormitorio, la mujer es también la noche que afuera cambia tanto, Dios mío, cuántas noches van yéndose en una sola noche, cuántas mujeres hay en cada mujer. Con la barbilla levantada, la pose de una reina, ella goza con la imagen de su cuerpo en el espejo. También él, enfrente, está mirándose a sí mismo. Un súbito destello de la luna se ha posado sobre su cuerpo y le permite ver su perfil en el otro espejo, el del cuarto vacío. Lo que el espejo le revela, sin embargo, es un eco de su propio ser, y de ninguna manera él mismo. Un hombre no puede ser él mismo sin su pasado, sin la fuerza que irradia ante los otros, sin el respeto y el temor que inspira. Un hombre nunca es el mismo a solas, y este perfil no soy yo, se repite Camargo. No reconoce el abultado abdomen tan indiferente a la gimnasia y a las dietas, ni los pectorales que, al aflojarse, dibujan un incómodo pliegue en el pecho orgulloso, ni la membrana de pavo que le cuelga de la barbilla. La imagen del espejo tiene las piernas torpes y flacas, sin armonía con el torso macizo, y carece de dignidad. ¿Qué dignidad puede tener un cuerpo desnudo a los sesenta y tres años? Tal vez ésa sea una pregunta para otros, pero no para él. A él todos lo ven como alguien invencible, inmune a las enfermedades y a la extenuación. Ya se lo han dicho las mujeres con las que se ha acostado: su cuerpo no es un cuerpo, es una fuerza de Dios. –Vaya a verla, doctor. ¿Qué espera? Traté de olvidar qué cosa desagradable había estado a punto de ocurrirme, y en qué esferas, y, por un procedimiento que me recuerdo usando desde la niñez, hice descender lentamente en algún sitio dentro de mi cabeza una compuerta pesadísima. Santiago entonces me preguntó algo y yo contesté cualquier disparate. La puntada de la noche anterior, alojada todavía en el centro de la nuca, se dilató espesamente. Un dolor familiar, un modo de tener cerebro. –Bien, según mis cuentas ahora comienzas a sentirte mejor, ¿no es así? Santiago se detuvo en seco y me miró. Reina sintió que las palabras iban cayendo con alivio una al lado de otra, en un orden que tal vez tenía siglos pero que para ella era nuevo. Le pareció que esas palabras encajaban, después de haberse buscado durante mucho tiempo. –¿Qué les estás untando, hombre papi, con esa pluma de gallina a esas vaquitas? Y colgué y me vestí y salí y tomé un taxi al aeropuerto y en el aeropuerto un avión al país del polvito blanco, ex café, y mientras volaba por el vasto cielo de Dios iba maldiciendo de esas aves sacatripas, agoreras, más simuladoras y farsantes que el Papa y más rateras que Caco. Y de maldición en maldición una vaga inquietud se iba apoderando insidiosamente de mi espíritu, de este zarzo atiborrado en el que ya no cabe tanto muerto. ¿Sería que papi se iba a morir antes que yo, en flagrante violación a la nueva Constitución de Colombia que estipula que mientras más viejo está el ciudadano más posibilidades tiene de sobrevivir? Y en efecto, en las barriadas de Medellín, las comunas, unos barrios de invasión que levantados sobre las faldas de sus montañas la miran y la acechan y con los que vamos a la vanguardia de la humanidad, los niños no llegan a muchachos porque se despachan antes unos con otros, casi en pañales. Ver un hombre en esos destripaderos es vista tan insólita como la de una vaca con las ubres al aire paseándose por Nueva York. En cambio viejos si hay, sobrevivientes. Los viejos de las comunas de Medellín están tan debilitados por los rencores y los odios, tan exhaustos, que ni fuerzas tienen para matarse. Ve un viejo a otro subiendo a pleno sol por esas faldas, sudando a chorros la gota amarga, y lo compadece: «¡Pobre hijueputa!», se dice para sus adentros. Y lo mismo se dice para sus adentros el otro de él. En las comunas de Medellín si uno vive lo suficiente el odio se le vuelve compasión. ¿Pero por qué estoy hablando de esto, qué les decía? Se me enredó el carrete. Ah si, decía que no podía aceptar que papi se muriera antes que yo porque no tenía cómo cargar con su recuerdo. ¿Dónde quería que lo metiera en el desván atestado de los trastos viejos? Para meterlo a él tendría que sacar primero, por lo bajito, cuatro muertos. Además padre que muere antes que el hijo muere impune. Ha de morir después de él para que sufra y lo entierre, para que pague, aunque sea en mínima parte, el delito sin nombre que cometió. –Bueno, que me cuelguen si no es ese gordo maloliente, el cabrón Billy y toda la porquería. ¿Cómo estás, botellón de aceite de cocina barato? Acércate, que te daré una en losyarblocos , si es que los tienes, eunuco grasiento. –Sobre todo tulipas deópalo con cenefas -dijiste vos.)…y aunque nada de esto pudo suceder hubo, en algún instante brevísimo de la tarde, algo así como un dibujo que estuvo a punto de cerrarse, un orden a punto de reconstruirse, pero en ese momento vi cruzar desde el hotel al señor Ripul, todo pantalones y mal agüero, el señor Ripul que entró en el café, llegó a nuestra mesa y habló con Santiago. Por lo que a mí respecta y hasta donde yo recuerde, yo jamás, jamás, jamás de los jamases me he dado de topes contra el pisó- con la cabeza. Será porque tengo el Rendón en segundo término, diluido. –Salgamos -dijo-. Conversemos afuera. Ella se apartó de la mano y lo miró a los ojos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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