15 de enero de 2025
Comentario destacado
Narration essay
–Georgina -dijo Pete-. Georgina también trabaja. De mecanógrafa, ¿sabes? Nos las arreglamos, nos las arreglamos. -Hermanos, no podía apartar losglasos deél, de verdad. Había crecido y teníagolosa de hombre crecido también.- Tienes que venir a vernos alguna vez -dijo Pete-. Sigues pareciendo muy joven a pesar de tus terribles experiencias. Sí sí, sí lo leímos todo. Pero, por supuesto, aún eres muy joven. –Qué soldaditos. El hombre es escrupuloso; habla como si la voz tuviera el camisolín de cirugía puesto, los guantes antisépticos y un barbijo que le deforma el tono hasta el estreñimiento. Tal vez debamos informar el caso a la policía, le dice. ¿O ya lo ha hecho? Doctor, usted es la única persona en la que puedo confiar cuando tengo una emergencia como ésta. ¿Cómo me aconseja que vaya a la policía? ¿Vive en Buenos Aires o en Oslo? ¿Sabe qué le sucede a una mujer acá cuando se queja de lo que yo me estoy quejando? Ala policía no voy a ir.¿Quiere atenderme usted o llamo a otra persona? Vaya al laboratorio Primus Inter Pares, responde el médico con naturalidad, como si la ira de los pacientes fuera su elemento. Voy a ordenar por teléfono que le hagan un análisis de sangre y un hisopo de líquido vaginal. No podremos saber hoy mismo si está infectada, pero en estos casos, hay que tomar todas las precauciones, señorita Remis. ¿Ha observado si tiene pediculosis? No, Reina no ha observado detalle alguno. Tampoco ha tocado casi el área sufriente: sólo lo ha hecho para examinar si está herida y para lavarse con una esponja.Ni siquiera sabe qué es pediculosis. Piojos, ladillas, aclara el médico. Dios mío, responde ella, déjeme ver. Si, algo hay acá, formas que se mueven. No se inquiete: son insectos parásitos, fáciles de eliminar. Después de los análisis vaya a mi consultorio. Voy a estar esperándola desde las nueve. Si quiere que evitemos a la policía, vamos a hacerlo, pero tal vez no sea lo más recomendable. Usted es una periodista, ha publicado en su diario denuncias graves. La agresión que ha sufrido se podría repetir. "En esa galería, ya terminada, todavía hoy están las máquinas que cantan", dice mi cuaderno Leviatán. Escribí esas palabras hace años, en el hotel donde se mató Santiago. Hoy las corrijo en un bar de Buenos Aires, lejos de todo aquello y de las primeras páginas de este libro. He vuelto más de una vez a Córdoba, tratando de encontrar no sólo a quienes vivieron esta historia sino al que hace años regresó para escribirla. Ni yo ni ellos ni la ciudad estábamos allí. Escribo ahora en cualquier parte. He descubierto, acaso demasiado tarde, que la ciudad y vos, Esteban Espósito y la muerte de Santiago irán conmigo adonde yo vaya sin necesidad de que los busque. Es extraño ver pasar el tiempo no sólo sobre la vida sino sobre lo que se escribe. A medida que los años me acercan al final de este libro, los años me alejan de la historia que cuenta, y mientras más me alejo de ella, más cerca me siento de comprender quiénes éramos. Tal vez un día lo termine; tal vez ese día sepa realmente cómo eras o por qué, antes de matarse, Santiago entró en la galería en construcción. En esa galería, ya terminada, estaban todavía, hasta hace unos años, las Máquinas que Cantan. Él mehabló de ellas, al mediodía. Las Máquinas que Cantan, ese nombre les dio. Son aparatos tragamonedas. En la parte superior, detrás de un vidrio, contra un decorado de palmeras, plátanos y cocoteros, se ve una orquesta de animales de paño, preferentemente patos y monos. "Uno echa una moneda", me explicó Santiago, "y los tipitos empiezan a tocar y a zarandearse como locos". Y sacudía la cabeza al decírmelo, riendo, como quien piensa: lo que no inventan. Son feas, naturalmente, pintadas de colores chillones. El inagotable mal gusto de nuestro tiempo ha querido que tengan una vaga semejanza con los aparatos de televisión. Sin embargo, la última cosa que hizo Santiago, antes de matarse, fue recorrer la galería de punta a punta y poner una moneda en cada máquina. Lo vi cuando volvíamos del Observatorio, ese anochecer. Vos habías dicho: "El poeta, tu amigo", y señalaste hacia ellejano extremo de la galería. Pensé decir que no, que aquel hombre que entraba no era Santiago; pero después te fuiste y me quedé solo, envuelto en ese crepúsculo y en mitad de la calle, y pensé que sí. Únicamente a él, al jujeño, podía ocurrírsele una idea semejante: la de meterse en una galería en construcción sin advertir que del otro lado no había salida. Lo vi regresar sobre sus pasos y alejarse de mí, seguido de una creciente musiquita, múltiple, estrafalaria. Y aunque más tarde, en el hotel, cruzamos unas palabras a través de la puerta entornada de su pieza y volví a verlo un instante, digo que aquél es mi último recuerdo deSantiago porque me resulta imposible no vincular ese acto, al anochecer, con el otro, a la madrugada. A tal punto que sin aquella música su muerte se me hace pobre, casi inútil, inconclusa. Y sigamos con los muertos, que es a lo que vinimos. Pues que vamos por Junín abajo mi niño y yo, y que de entre la chusma va saliendo El Difunto a manifestarnos que: –Yo nunca uso trajes marrones -dijo Santiago. Echó delicadamente un chorrito de ginebra en la tapa del porrón, y lo bebió. -Tengo una curiosidad -dijo después-. ¿Viste una especie de langosta que estaba ahí y saltó por la ventana? Siglo V. El Imperio se había hecho cristiano; corrijo: los cristianos, imperialistas. El que Canta en las Tinieblas movió contra el Imperio a los bárbaros y los hizo desaparecer. –Era muy claro -dijo mi papá-. Te vi tirado en la calle, y los otros muchachos te habían pegado. Eran como los muchachos con quienes andabas antes que te enviaran al último correccional. –Oh, sí -dijo Georgie-. Creo que sí. –Qué le anda pasando, chango -dice Santiago. Habla sin detenerse ni mirarme, sonriendo con aquel gesto socarrón y algo distante. Nos hemos cruzado en el pasillo del hotel. Trae una toalla sobre los hombros y un mate en la mano. –No. –Eso -dije, sintiéndome muy enfermo-. Usar de ese modo a Ludwig van. Él no le hizo daño a nadie. Beethoven no hizo más que escribir música. -Y entonces me sentí realmente enfermo, y tuvieron que traerme un recipiente que tenía forma de riñón. –La vida del padre Damián. Siempre cuento lo mismo, es más fácil. Un cura salesiano, el padre Molina, me recomendó que leyera la historia del padre Damián. Para templar mi carácter. Damián de Veuster, que dio su vida por cuidar a los leprosos de Molokaki. -Y pensé dos días no, no dos días sino seis o siete horas sumando todos nuestros encuentros, qué estaba haciendo con el único tiempo que teníamos. -El padre Molina era mi director espiritual. Tenía una mano enorme, dos manos; pero yo me acuerdo que nos bendecía con una mano enorme, tipo camión. -Seis o siete horas, pensé,y lo que falta de la tarde y quizá la noche. -Una mano como para caminar de la mano hasta más allá de la tumba. Los chicos lo mirábamos como a un santo. "Si lo das todo, menos la vida, has de saber que no diste nada", decía. Un día lo destinaron a Tierra del Fuego. Hace unos años supe que estaba otra vez en el colegio y volví a verlo, realmente no sé para qué volví. Necesito decirle que soy ateo, padre; no se lo dije así, claro. Le debo de haber dicho: Perdí la fe. Lo que recuerdo bien es que se rio, menos que eso: sonrió como desde lejos. Como en otro idioma. "Expósito", dijo al rato, marcando la equis. "Vos eras aquel rubiecito que tenía un tío secretario de un ministro; te traían en un gran auto negro." No, padre, ése era el alemancito Hermann, yo estaba pupilo, yo era su alumno predilecto, usted me dio a leer la historia del padre fosé Damián de Veuster que sacrificó su vida por amor a Dios y a los leprosos de la isla Molokaki, en Hawaii, yo tengo el pelo más negro que su alma y usted es un hijo de puta que no tiene redención, padre. Naturalmente, tampoco se lo dije. "Sí", decía él, "sí." Miraba por la ventana grande de la rectoría hacia los patiosy los claustros. "Ya no los comprendo más", dijo después; le pareció que debía agregar: a los chicos. Dark as the grave wherein my friend is laid En el silencio que siguió le pasé revista al cuarto de papi, a la biblioteca, al volado inspeccionándolo todo, y todo estaba igual, tal y cual él lo había dejado. Como no fuera la eternidad con sus primeras capas de polvo, nadie en el tiempo transcurrido había tocado nada. Ahí seguían sus libros en la biblioteca, sus papeles en el escritorio del volado, sus trajes en el closet de su cuarto. Esos trajes modestos suyos marca Everfit de los tiempos de antes, que eran los que usaba en Colombia la gente honorable. ¡Pero cuánto hace que esa raza idiota desapareció de allí! Por eso hoy nadie en el país de Cacousa trajes Everfit: ni los rateros de adentro del Congreso ni los de afuera. Calculo que ya hayan cerrado la fábrica. –No entiendo mucho el sueco -dice Verónica. –Anda a buscarla -dije yo. –Déjate de hacer la Esfinge..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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