15 de enero de 2025
Comentario destacado
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La enfermera era enorme, casi tan alta como la puerta, y no le interesaba ocultar que era infeliz allí, en esa prisión sin palabras. El televisor estaba encendido frente al anciano, pero él no lo vela. Ocupaba las manos en pasar arena o pedregullo a una caja de madera, que agitaba a ratos, produciendo un sonido que tal vez a él le evocara una tormenta, pero que sólo parecía eso: el siseo de la arena. De vez en cuando alzaba la caja y se miraba en el espejo que cubría la pared, a la izquierda. Le sonreía a su imagen, quizá la saludaba, y luego vertía el pedregullo o la arena en otra caja. A Reina le pareció que Camargo calculaba mal su edad: debía de tener más de cien años. El cuerpo se le había encogido tanto que, cuando la enfermera le acariciaba la cabeza, lo borraba como si tuviera una goma en las manos. Era un viejo apacible, inofensivo, y cuidarlo no podía dar otro trabajo que alimentarlo y mantenerlo limpio. Ni siquiera había que ocuparse de que se muriera, porque eso tal vez no iba a suceder nunca. De pronto la mirada del padre se cruzó con la de Reina. Una vez que se posaron en ella, los globitos duros, acerados, ya no dejaron de observarla: eran ojos nublados por cataratas y unos párpados flojos y pesados, pero el anciano no estaba sirviéndose de ellos sino de un sentido para el cual los ojos eran sólo mediadores. Con la luz de la memoria veía los labios finos y pequeños de Reina, la nariz erguida hacia una punta redonda y gruesa, la barbilla enhiesta y desafiante. Parecía reconocer los tobillos gruesos y los pechos mínimos que, bajo el vestido ligero, de algodón, se mecían con ondulaciones de medusa. Aun a esa edad imposible podía sentir cómo irradiaba Reina una libertad de gata, una indiferencia que la ponía lejos de todo alcance. –Caudaloso. El ingeniero que proyectó este entubamiento tenía una idea algo febril de las cosas. 2 Ah, y se me olvidaba, mientras Aníbal y Nora limpian día y noche mierda de quinientos perros y doscientos gatos y cargan solos una inmensa carga de dolor que nadie les ayuda a llevar, Juana Pabla Segunda la travesti duerme bien, come bien, coge bien, y así, con la conciencia tranquila, bien dormido, bien comido, bien cogido, entre una nube de angelitos con dos alas se nos va a ir esta bestia impune al cielo del Todopoderoso. Alí Agcka, hijueputa, ¿por qué no le apuntaste bien? –Porque vos no sos mi primer chiquilín. –¿Cómo? -dijiste. Si en un principio, de entrada, el hombre invisible pensó, por su color translúcido, que los cadáveres de la sala de necropsias estaban refrigerados, después descubrió que no. No. Era la transparencia de la muerte que nos deja a todos como santos coloniales de madera policromada, pero con colorcitos discretos, lívidos, de opalino a alabastrino. Los que sí están refrigerados son los N.N., o no identificados, que van a una cava o frigorífico desnudos, colgados de unos ganchos como reses por tres meses, al cabo de los cuales, si nadie los reclama, el Estado los entierra por su cuenta. El Estado, esto es, Colombia, la caritativa. –Salgo corriendo o me quedo -preguntó suavemente Bastían, mientras Espósito se ponía de pie con mucha lentitud. Bastían también enderezó un poco el cuerpo; pero con gesto causal, sin separar las manos del respaldo del sillón. -Se ve que sos un tipo muy completo -dijo Bastían-. Y cuándo vas a pegarme. ¿Gusto? ¿Pero habráse visto mayor descaro? Sólo en una cabeza perturbada y cínica podía caber semejante mentira. ¡Cuánto no hizo una vida entera por separarnos, amontonando hijos y más hijos en el manicomio furibundo de su casa como si el espacio se estirara! ¡Qué se va a estirar el hijueputa, ésas son marihuanadas de Einstein! Hasta que un día (tanto golpea la gota de agua la roca que al fin la rompe), se salió por fin con la suya y parió al Gran Güevón, el engendro de Cristoloco en que conjuntaba en él solo, sin mezcla alguna y con una pureza absoluta por desquiciamiento de la genética, todos los genes rabiosos de la imbecilidad Rendón. –No vas a tener problemas. Sé que te van a dejar entrar -dijo Camargo-. Lo que no sé es qué podés hacer cuando estés adentro. –No me acuerdo. La pregunta no estaba formulada para ser comprendida. Se hizo un silencio. –Un chal -dijo Verónica..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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